El éxito romántico de los hombres lobo, Lobos Milenio, abarca más de 7 libros y ha sido leído más de 125 millones de veces en la aplicación Galatea. La aplicación ha recibido el reconocimiento de la BBC,
Forbes y The Guardian. Forbes dijo que “Lobos Milenio [en Galatea] se vende más rápido que Harry Potter”.


Sigue a Sienna como una mujer lobo de diecinueve años con un secreto: es la única virgen de la manada. Está decidida a pasar la Haze de este año sin ceder a sus impulsos primarios, pero cuando conoce a Aiden,
el alfa,
se olvida de su autocontrol. No se rendirá sin luchar, aunque su cuerpo se lo pida. Sigue avanzando para leer la muestra de Lobos Milenio a continuación O descargue la aplicación ahora para leerlo en su totalidad. >>
Capítulo 1
El Alfa junto al río
Todo lo que podía ver era sexo.
Dondequiera que mirase, había cuerpos estremeciéndose, miembros moviéndose, bocas gimiendo.
Corrí a través de un bosque, jadeando, intentando escapar de los fantasmas carnales que me rodeaban y que parecían convocarme. Ellos decían: Únete a nosotros…
Pero cuanto más me adentraba en el bosque, más oscuro y vivo se volvía.
Algunos árboles se balanceaban como amantes, otros, con raíces nudosas y delgadas ramas, parecían depredadores acercándose a mí, persiguiéndome.
Algo ahí fuera, en la oscuridad, me acechaba. Algo inhumano.
Y ahora las bocas no estaban gimiendo, estaban gritando.
Orgías grotescas que se volvían violentas y sangrientas en todas partes… Sentía el peligro de la muerte.
En cualquier momento, la oscuridad iba a atraparme.
Cuando sentí que una raíz serpenteaba alrededor de mi pierna, tropecé y caí por un agujero en el centro del bosque. Pero no era lo que parecía.
Era una boca con dientes afilados y lengua negra, que se lamía los labios, a punto de tragarme entera.
Intenté gritar, pero no tenía voz.
Me caí.
Muy lejos.
Muy profundo.
Hasta que me uní a la violencia sexual… completamente consumida.
Parpadeé. ¿Qué demonios estaba dibujando?
Sentada en la orilla del río, con el cuaderno de dibujo en la mano, miré incrédula mi propio trabajo.
Había dibujado una visión muy perturbadora… y sexual.
Eso sólo podía significar una cosa: que la Bruma estaba llegando.
Cuando pensaba en la Bruma y en mi dibujo, el sonido de unas risas cercanas me distrajo. Me giré para ver a un grupo de chicas, estaban rodeándolo.
Aiden Norwood.
Nunca lo había visto aquí. No en la orilla del río donde acudía a dibujar y a despejar mi mente. No se suelen encontrar muchos de los nuestros por aquí.
¿Por qué? No lo sé.
Tal vez sea la calma cuando se espera que siempre seamos salvajes. Tal vez sea el agua cuando cada uno de nosotros arde con su fuego interior. O tal vez sea un sitio que sólo yo he considerado mío.
Un lugar secreto donde no soy una más de la manada. Donde sólo soy yo: Sienna Mercer, una artista autodidacta pelirroja de diecinueve años. Una chica aparentemente normal.
El Alfa se dirigió hacia el agua, ignorando a la pandilla de chicas que le seguían. Parecía que quería que le dejaran en paz. Me produjo curiosidad, dándome ganas de atraerlo.
Yo sabía que era un riesgo dibujar al Alfa, pero, ¿cómo iba a resistirme?
Empecé a perfilarlo. Tenía un metro ochenta y cinco de altura, el pelo negro azabache despeinado y unos ojos verdes dorados que cambiaban de color cada vez que giraba la cabeza, Aiden era muy apetecible.
Estaba trabajando en sus ojos cuando giró la cabeza y olfateó.
Me quedé paralizada, a mitad del trazo del bolígrafo. Si me viera ahora, si viera lo que estaba dibujando…
Pero entonces, para mi alivio, volvió a mirar al agua, perdiéndose de nuevo en algún oscuro ensueño. Incluso rodeado de otros, el Alfa parecía estar solo. Así que lo plasmé en mi dibujo en soledad.
Siempre lo había observado desde lejos. Nunca había estado tan cerca. Pero ahora podía ver cómo sus bíceps sobresalían de su camisa, cómo su columna vertebral se curvaba para adaptarse a su transformación.
Imaginé lo rápido que podría cambiar. Agazapado, con los ojos observando como un animal salvaje, parecía, en este caso, estar ya a mitad de su transición.
Era un hombre, sí. Pero era mucho más que eso: un hombre lobo.
Su belleza me recordó que la Bruma estaba a punto de llegar. Era la época del año en la que todos los hombres lobo a partir de los dieciséis años se vuelven locos de lujuria, la temporada en la que todos, y quiero decir todos, follan como enajenados.
Una o dos veces al año, este hambre impredecible, esta necesidad física nos infectaba a toda la manada.
Los que no tenían pareja se buscaban un compañero temporal y flirteaban a su antojo.
En otras palabras, no había nadie en la manada mayor de dieciséis años que fuera virgen.
Mirando ahora a Aiden, me pregunté si los rumores que se cernían sobre él eran ciertos,
si esa sería una de las razones por las que estaba aquí, ignorando a las chicas, meditando en la orilla del río.
Algunos decían que hacía meses que Aiden no se llevaba a ninguna mujer a la cama, que se estaba distanciando de todas.
¿Por qué? ¿Una compañera secreta? No, las cotillas de la manada ya la habrían olido.
Entonces, ¿qué era? ¿Qué iba a pasar con nuestro querido Alfa si no tenía pareja cuando la Bruma golpeara?
No es de tu incumbencia, me reprendí a mí misma. ¿Qué me importaba a mí con quién se acostara Aiden?
Era diez años mayor y, como la mayoría de los hombres lobo, sólo se interesaría por alguien de su edad.
Para Aiden Norwood, el Alfa de la segunda manada más grande de Estados Unidos, yo no existía. Dejando de lado mi enamoramiento de colegiala, sabía que estaba mejor así.
Michelle, mi mejor amiga, estaba decidida a encontrarme compañía sexual. Ella se había emparejado por adelantado, como era habitual entre los lobos sin pareja antes de la Bruma.
Trató de emparejarme con tres amigos de su hermano, que parecían bastante decentes y que habían sido sinceros al decir que me consideraban apta para pasar un buen rato en la cama, Michelle no podía entender por qué los había rechazado
«Ugh». Casi podía oír la voz de Michelle resonando en mi cabeza.
«¿Por qué eres siempre tan condenadamente exigente, chica?».
La verdad era que tenía un secreto.
A los diecinueve años, era la única loba virgen de toda nuestra manada. Había pasado por tres temporadas y, por mucho que me llamara la atención el sexo, nunca había cedido a mis deseos carnales.
Lo sé. Muy poco lobuno por mi parte el preocuparme por los «sentimientos» y mi «primera vez», pero era algo que apreciaba.
No es que fuera una mojigata. En nuestra sociedad, no existía tal cosa. Pero, a diferencia de la mayoría de las chicas, me negaba a conformarme hasta encontrar a mi pareja ideal.
Iba a encontrarlo.
Estaba guardando mi virginidad para él.
Fuese quien fuese
Seguí dibujando al Alfa cuando levanté la vista y descubrí, para mi sorpresa y repentino temor, que no estaba allí.
—No está mal. —Oí una voz baja a mi lado—. Pero los ojos podrían estar mejor trabajados.
Me giré para ver que estaba de pie junto a mí, mirando mi boceto…
El jodido.
Aiden.
Norwood.
Antes de que pudiera recuperar el aliento, levantó la vista y nuestros ojos se encontraron. Me puse nerviosa al darme cuenta de que estaba observándome fijamente y aparté inmediatamente la mirada.
Nadie en su sano juicio se atrevía a mirar al Alfa a los ojos.
Eso sólo podía significar una de dos cosas: Estabas desafiando el dominio del Alfa, es decir, un deseo de muerte. O estabas invitando al Alfa a tener sexo.
Como no tenía intención de hacer ninguna de las dos cosas, mi única opción era apartar la mirada antes de que fuera demasiado tarde y rezar para que no malinterpretara su significado.
—Perdóname —dije en voz baja—. Me tomaste por sorpresa.
—Lo siento —dijo—, no quería asustarte.
Esa voz. Incluso diciendo las palabras más educadas posibles, sonaban cargadas de amenaza. Como si en cualquier momento pudiera arrancarte la garganta con sus dientes desprovistos de forma humana.
—Está bien —dijo—. De verdad. No muerdo… la mayor parte del tiempo.
Estaba tan cerca que podía extender la mano y tocar sus marcados músculos y su piel dorada. Levanté los ojos y eché un vistazo.
Su cara brutal y basta no debería ser atractiva, pero lo era. Gruesas cejas que parecían toscas al tacto, destacando su forma de hombre lobo.
Y una nariz, aunque ligeramente torcida —sin duda rota en alguna pelea pasada—, le daba un aspecto tan sexy que me hacía temblar.
El Alfa se acercó un paso más, como si quisiera probarme. Sentí que todos los pelos de mi cuerpo se erizaban de miedo. O… ¿era excitación?
—La próxima vez que vayas a dibujarme —, dijo Aiden—, acércate.
—Oh… de acuerdo —, balbuceé como una tonta.
Y entonces, tan rápido como había aparecido, Aiden Norwood se dio la vuelta y se marchó, dejándome sola junto al río. Suspiré, sintiendo que todos los músculos de mi cuerpo se relajaban.
No era habitual ver al Alfa fuera de la Casa de la Manada, el cuartel general para todos los asuntos de la misma. Casi siempre lo veíamos en reuniones o bailes, es decir, en eventos formales.
Lo que había ocurrido hoy aquí era muy raro.
Me imaginaba, por las miradas de envidia de las admiradoras de Aiden que le habían seguido hasta aquí, sólo para ser ignoradas, que esto podría descontrolarse en cualquier momento.
Incluso un leve olfateo hacia una hembra, especialmente con una joven inexperta como yo, bastaría para que las perras más cachondas entraran en frenesí, derribando los muros de la Casa de la Manada sólo para probarlo.
Una situación de esa magnitud seguramente estresaría al Alfa. Y un Alfa estresado significaba un Alfa disfuncional, lo que derivaba en una manada disfuncional… ya te haces una idea.
Nadie querría eso.
Decidí, con la poca luz que quedaba del día, terminar de dibujar para despejar mi mente.
A solas frente a la paz del río.
Pero solo podía ver los ojos de Aiden Norwood.
Y qué mal los había dibujado. El Alfa tenía razón. Podría hacerlo mejor.
Si pudiera estar… más cerca. ¿Pero cuándo volvería a estarlo?
No sabía entonces lo que sé ahora, que faltaban apenas unas horas para comenzar la Bruma y que estaba a punto de convertirme en una bestia sexual. Y Aiden Norwood, el Alfa de la manada de la Costa Este, iba a desempeñar un papel muy destacado en mi despertar sexual…
Lo que era más que suficiente para hacer aullar a una chica.
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