Lyla viaja al corazón de Mississippi para asistir a la cumbre de la manada con poca esperanza de encontrar a su pareja verdadera. Hoy en día es difícil y, a decir verdad, Lyla sería feliz con su amor de la infancia. Cuando se produce la Llamada de apareamiento bajo la luna llena, Lyla, escucha un espeluznante aullido que le conduce hasta su pareja verdadera: Sebastian, el Alfa Real. ¿Aceptará Lyla su destino como Luna Real? ¿O se quedará con el muchacho que aún tiene un pedazo de su corazón?
Calificación por edades: 18+
El aullido del Alfa de Bianca Alejandra ya está disponible para leer en la aplicación Galatea. Lee los dos primeros capítulos a continuación, o descarga Galatea para disfrutar de la experiencia completa.


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1
—Bésame más fuerte —exigí.
Caspian accedió, presionando sus labios contra los míos. Nuestras lenguas se enredaron placenteramente.
Estaba encima de mí, con sus caderas apretadas contra las mías. Podía sentir cómo crecía su bulto, y eso me hacía enloquecer de deseo.
—Joder, Lyla….
La pierna de Caspian se deslizó entre mis muslos. Su polla palpitaba bajo los vaqueros. Era muy agradable, pero no me parecía el momento adecuado.
Tal vez no debería de haber accedido a verlo la víspera de nuestro gran viaje del día siguiente…
Un grito desgarrador recorrió el coche, provocando que nuestras cabezas chocaran.
—Ha sido la película —dijo mientras se frotaba el morado que empezaba a aparecerle en la frente.
Respiración pesada.
Pasos rápidos.
Un gruñido horrible.
En la enorme pantalla se estaba proyectando una infumable serie B de terror, una historia estúpida sobre una pequeña localidad invadida por criaturas espeluznantes.
Miré a Caspian y sonreí.
—Es tu castigo por traerme aquí. Sabes que no soporto las películas de miedo.
Se inclinó y me dio un beso rápido.
—¿Hay algo más espantoso que ver una película de terror junto a un hombre lobo? —preguntó, sonriendo malévolamente para que yo fingiera estar asustada
Caspian era mi novio y también el hijo del beta de nuestra manada.
Él y yo habíamos sido amigos desde pequeños… pero siempre había estado enamorada de él. Y no era la única.
Desde que podía recordar, mis amigas habían garabateado el nombre Caspian en sus cuadernos.
Era el payaso de la clase y poseía un magnetismo irresistible.
Nunca admití estar colada por él. Mantuve mis sentimientos en secreto, probablemente porque incluso entonces fui consciente de lo profundos que eran.
Así que cuando, una fatídica noche de hace dos años, Caspian me dijo que también sentía algo por mí, fui la chica más feliz del mundo.
Y desde ese momento hemos sido inseparables.
Aunque su padre no lo aprobaba, éramos muy felices juntos.
Nunca me cansaba de la forma que tenía de mirarme con aquellos cálidos ojos marrones…
O el modo en que me besaba el cuello así. Mientras la heroína gritaba en la pantalla, experimenté un subidón de adrenalina.
Caspian continuó besando mi clavícula hasta que mi blusa lo detuvo. Su mano se deslizó bajo mi sujetador y acarició mis pezones endurecidos.
Sus caderas retrocedían y avanzaban, ejerciendo una suave presión. Sentí que se me escapaba un jadeo.
—Aquí no —le reprendí mientras él apretaba su cuerpo con más fuerza contra el mío.
—¿Por qué no? —susurró en mi oído—. Sólo pienso en ti.
Le di un beso y le obligué a retirar su mano exploradora.
—¿Me quieres o únicamente te pone cachondo la idea de follarme?
—Ambas cosas. No son excluyentes.
—Desde ahora, yo diría que lo son.
Aunque llevábamos dos años juntos, no habíamos tenido relaciones sexuales. Yo no estaba en contra, pero quería respetar las costumbres de mi cultura.
Caspian y yo éramos licántropos de la Manada de la Luna Azul. Nuestra naturaleza nos predestinaba a unirnos a nuestra pareja verdadera y a permanecer siempre junto a ella, si eramos afortunados
Sin embargo, en las últimas décadas se había vuelto cada vez más difícil encontrar una pareja verdadera Esto había dejado a cientos de lobos sin su alma gemela, obligándoles a consumirse relación tras relación, sabedores de no estar en presencia del amor de sus vidas.
Para tratar de solucionarlo, se había creado la Cumbre; una ceremonia que reunía a ejemplares de tantas manadas como resultaba posible. Cada año se celebraba un ritual de apareamiento con el objetivo de unir parejas verdaderas.
Habíamos terminado de aquella guisa, con las caderas bien pegadas en el asiento trasero de su coche, porque habíamos perdido la esperanza.
Noté que Caspian me devoraba con los ojos. Estaba bañado por la luz titilante de la pantalla del autocine; un caleidoscopio de colores teñía su piel.
—Hagámoslo oficial. Aquí y ahora —insistió, mirándome fijamente.
—La Cumbre comienza este fin de semana —le recordé.
—Pero yo te quiero.
Suspiré. Me agradó escuchar aquellas palabras. Pero el momento no podía ser peor.
—El ritual de apareamiento tendrá lugar dentro de una semana. Y ya hemos esperado todo este tiempo. No tiene sentido dar el paso hasta que sepamos con seguridad que no tenemos pareja.
Caspian emitió un gruñido y oprimió sus caderas contra las mías por última vez.
Me asaltó un ardor familiar… el deseo inaplazable de saber qué se sentía.
Me desabotonó los vaqueros. Luego bajó la cremallera y su mano se deslizó bajo mis bragas.
Tras unos cuantos amagos titubeantes, sus dedos encontraron el lugar adecuado y lo acariciaron suavemente, sin aventurarse en su interior.
Oh, Diosa.
Mis manos crispadas se aferraron a sus hombros.
—No necesito un ritual que me diga lo que ya sé —musitó en mi oído—. Tú eres la única para mí, Lyla.
—Pero acordamos que esperaríamos —objeté en medio del sofoco.
Sus labios besaron los míos y sentí que mi cuerpo se estremecía.
Me habría gustado estar tan segura como Caspian; pero, siempre que me encontraba a punto de ceder, experimentaba dificultades para respirar.
¿Y si mi pareja verdadera está ahí fuera?
Es mejor esperar hasta estar seguros. ¿Verdad?
—¡Maldita sea, lo sabía!
La puerta trasera se abrió de golpe y ante mis ojos apareció la imagen invertida de Teresa, mi mejor amiga. Me miraba con cara de loca.
Se apartó un mechón de pelo oscuro de la cara y esbozó una mueca. Su piel morena clara acentuaba su brillante sonrisa.
—Llegas tarde a nuestra fiesta de pijamas, cretina —me espetó, apoyándose en la puerta.
Me quité a Caspian de encima y me abroché rápidamente los pantalones.
—Gracias, Teresa. Realmente sabes cómo arruinar un buen momento —refunfuñó Caspian.
—Me cuesta creer que pueda haber momentos buenos contigo —replicó ella.
—Oye… —le reprendí con una mirada de reojo.
Levantó las manos en señal de rendición y se alejó del coche, dirigiéndose al suyo, convenientemente aparcado unas cuantas plazas más allá.
Que yo recordase, Teresa y Caspian siempre se habían odiado.
No sólo era molesto no poder estar al mismo tiempo con mis dos mejores amigos, sino que además resultaba especialmente problemático, teniendo en cuenta que sus respectivos padres eran alfa y beta.
—Te quiero —aseguró Caspian mientras se acomodaba el bulto.
—Yo también —respondí, besándolo en la mejilla. Salí del coche y me incliné para mirarle—. Nos vemos mañana, descansa un poco. Podemos continuar donde lo hemos dejado.
La puerta del coche se cerró, provocando en mí una punzada de arrepentimiento.
Sabía que debía ser feliz: la Cumbre podía ser el comienzo de una vida totalmente nueva.
Pero aquello era lo que más me asustaba.
¿Qué pasa si no quiero una nueva vida?
Vi cómo Teresa me robaba a mi novia, quedándome sólo con las pelotas hinchadas y una película de terror de autocine.
Lo único que podía hacer era volver a casa y prepararme para la Cumbre.
Estoy seguro de que a papá le encantaría que encontrase a mi pareja verdadera.
Una punzada de fastidio me recorrió al pensar en la publicitada ceremonia. La voz de mi padre resonó en mi mente, un sermón que me había ladrado una y otra vez:
La Diosa de la Luna te mostrará a tu pareja verdadera, Caspian. No te ates a Lyla. Hay cosas mejores para ti ahí fuera.
No necesitaba que la Diosa de la Luna me dijera lo que yo quería.
Sabía perfectamente de quién se trataba.
Pero, por desgracia, Lyla estaba tan obsesionada con la Cumbre como mi padre.
Ya nos amábamos.
Eso era todo lo que necesitaba saber.
Pero aparentemente no era suficiente para Lyla…
Suspiré, metí la marcha atrás y salí del autocine antes de que el desánimo me invadiera por completo.
Si eso la hace feliz, cumpliré el ritual.
De todos modos, hoy en día nadie encuentra a su pareja en la Cumbre…
Teresa y yo llegamos a mi casa mucho después de la hora a la que habitualmente se acostaban mis padres. Me sorprendió encontrarlos sentados y risueños cuando entramos en la cocina.
—No teníais por qué esperarnos despiertos —dije.
—Queríamos despedirnos esta noche, ya que os vais a marchar muy temprano —explicó mi madre, medio adormilada.
Me pregunté cómo habría sido su primer ritual. Lo asustados que debían de estar, la incertidumbre pendiendo sobre sus cabezas.
Mis padres fueron novios en el instituto antes de ser compañeros. Siempre habían esperado estar destinados el uno al otro.
Y así fue.
La Cumbre confirmó lo que siempre habían intuido. Su vida juntos había rebosado amor y felicidad. Era lo que se habían dado como compañeros.
Ya habían pasado por lo mismo que estábamos pasando Caspian y yo.
¿Tendremos también nuestro “felices para siempre”?
Yo amaba a Caspian. Desde que éramos niños, parecíamos destinados a estar juntos.
¿Verá la Diosa de la Luna las cosas de la misma manera y confirmará que vamos a ser compañeros de por vida?
Caspian parecía pensar que sí…
—Me aseguraré de cuidar bien a Lyla —señaló Teresa—. Sé que os hará sentir orgullosos.
—Las dos nos haréis sentir orgullosos —repuso mi madre.
Estaba tan absorta en mis propias preocupaciones que casi había olvidado lo importante que era el ritual de apareamiento para todos los implicados.
El resultado de la Cumbre tenía trascendencia tanto para el conjunto de la manada como para cada uno de sus componentes.
En los últimos diez años, nadie de nuestro clan había quedado emparejado.
Y menos apareamientos significaban menos hijos.
Especialmente porque era inusual que una pareja apareada tuviera más de un cachorro.
Mis padres eran una excepción, y mi hermana Skye, de nueve años, era el ejemplar más joven de nuestra manada.
Nuestro futuro colectivo dependía de nuevos apareamientos que ayudasen a nuestra especie a sobrevivir.
Mis padres nos dieron un último abrazo y un beso a cada una antes de retirarse al piso de arriba.
Teresa sonreía arrobada.
Observando a mi mejor amiga, me di cuenta de que mi relación con Caspian no era lo único que estaba en el aire.
¿Y si las cosas cambian entre nosotras cuando encontremos a nuestras parejas?
La semana siguiente se planteaba como un enorme interrogante.
Teresa se giró y me dedicó una mueca traviesa. Entonces supe con certeza que siempre estaríamos ahí la una para la otra. Sin importar lo que el ritual pudiera traer.
***
—Creo que me estoy mareando —rezongué mientras el coche tomaba otra curva por un camino de grava.
Habíamos partido temprano y Teresa había insistido en conducir durante toda la jornada.
Al principio lo había aceptado dócilmente, ya que tenía muchas cosas en la cabeza. Pero al cabo de unas horas, me arrepentí de haberme mostrado de acuerdo
—¡Deja de lloriquear! —exclamó sin dar tregua al acelerador—. Si no nos apresuramos, nos perderemos el discurso de apertura.
A duras penas mantuve la compostura cuando se saltó una señal de stop.
—Tú siempre llegas tarde —murmuré apretando los dientes.
No podía culpar de todo a Teresa. Todo lo relacionado con la Cumbre me revolvía el estómago. No tenía ni idea de qué esperar.
Caspian, Teresa y yo habíamos cumplido recientemente los veintiún años, la edad mínima para asistir
De hecho, para casi todos los que acudíamos de la Manada de la Luna Azul era nuestra primera participación.
Pero la mayoría de nosotros volveríamos solos.
Al menos no seré la única que se quede sin pareja…
—¡Ahí está! —anunció Teresa. Seguí su mirada hasta el final del camino.
En una colina que dominaba la zona, discretamente resguardada por un conjunto de olmos y acacias, se levantaba una mansión anterior a la guerra.
—¿La Casa de la Jauría Real? —aventuré.
Teresa ya había estado allí años atrás, en una visita con su padre. Y aseguraba haberse enamorado.
No sólo de la casa, sino también del alfa, Sebastian. Según ella, era el “hombre vivo más sexy”.
—¿No es precioso? —suspiró mi amiga—. Quien se aparee con el Alfa Real será una loba muy afortunada.
—Puede que tu alfa se quede sin pareja.
—No seas tan deprimente —me cortó Teresa con desdén—. Procura tener pensamientos alegres. Si un soltero de sangre real no te motiva, no sé qué puede hacerlo.
Puse los ojos en blanco y decidí consentir sus fantasías, aunque sólo fuera durante unos días.
—Eres la siguiente en la línea sucesoria para liderar nuestra manada. Si alguien tiene una posibilidad con Sebastian, eres tú.
—Nunca se sabe —comentó, encendiendo el intermitente—. Tal vez tenga que llamarte Luna Real cuando termine la Cumbre.
Resoplé. Como si tal cosa fuera a suceder.
Probablemente era la única participante en la Cumbre que no estaba interesada en Sebastian. La Diosa de la Luna demostraría tener un sentido del humor enfermizo si decidía emparejarme con el Alfa Real.
—No importa. ¿Hemos llegado?
—Ya casi estamos. Dios, cálmate —dijo Teresa, trazando las últimas curvas.
Como por arte de magia, apareció un grandioso edificio de estilo italiano. El pequeño humedal aledaño contribuía a crear una imagen propia de Mississippi.
El Hotel Fleur de Lis.
Tras aparcar, bajamos del coche para estirarnos.
—Te dije que llegaríamos a tiempo —se jactó.
—¡Y de una pieza, además —exclamé, mientras sacaba mi bolsa del maletero.
Dejé vagar la mirada por el aparcamiento, tratando de identificar algún vehículo conocido. El coche de Alfa Hugo no estaba lejos del nuestro. Y el de Beta Alexander estaba aparcado al lado.
Eso significaba que Caspian ya estaba allí.
Tal vez la próxima semana, cuando sepamos con certeza que no estamos destinados a estar con alguien concreto, podamos pasar por fin un rato íntimo.
Entonces hará lo imposible para darme las gracias por haberle hecho esperar tanto.
Sonreí ante la idea de dejar todo aquello atrás y volver a mi antigua vida y a mis rutinas. De inmediato experimenté un cierto alivio en mi interior.
Atravesamos la puerta principal y entramos en el vestíbulo, donde fuimos engullidas por una oleada de bullicio y ansiedad.
Alfa Hugo y Beta Alexander estaban en el centro de la conmoción, con expresiones serias mientras ladraban órdenes.
—¿Papá? —llamó Teresa al acercarnos. Toda su persona había adoptado el modo alfa de aprendizaje.
—¡Chicas! ¡Gracias a la Diosa! —se alegró Hugo, quien nos rodeó con sus brazos—. Empezábamos a preocuparnos.
—¿Por qué? —quiso saber mi amiga—. ¿Qué sucede?
—He convocado una reunión de emergencia —nos avanzó—. Registraos en el hotel y después uníos a la delegación de nuestra manada en el salón principal. Se ha producido un ataque en el territorio fronterizo de la Jauría Real.
—¿Un ataque? —me sorprendí.
—Os lo explicaremos más tarde —aseguró Hugo—. Ahora id a encontraros con los demás.
Teresa y yo nos dirigimos hacia el salón principal, abriéndonos paso entre la masa de esperanzados licántropos. Había representantes de muchas manadas, y todos se habían enterado ya de la noticia.
Teresa me dio un codazo y orientó mi atención hacia la parte superior de una gran escalinata.
—Pero, bueno, mira quién está ahí —ronroneó.
Me puse de puntillas y estiré el cuello por encima de la multitud tratando de vislumbrar algo.
El Alfa Real.
Sebastian.
Teresa tenía razón. Era una monada.
Llevaba el cabello rubio peinado hacia atrás y lucía una ajustada camiseta negra que apenas podía contener su prominente musculatura. Su poderosa mandíbula parecía capaz de triturar piedras.
Y aquellos ojos de color azul intenso…
Cuando nuestras miradas se cruzaron, algo similar a una descarga eléctrica recorrió mi cuerpo.
Me sonrió con actitud engreída, cogiéndome por sorpresa.
Oh, Diosa.
De repente, la noticia de un ataque rebelde no era lo más apremiante en mi cabeza…
Para mí sólo existía aquella pulsión entre mis piernas.
Justo lo que me faltaba para complicar más las cosas.
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2
—Como casi todos sabéis ya, ha habido un ataque en la frontera de la Jauría Real —anunció el Alfa Hugo a la representación de la Manada de la Luna Azul.
—Sin embargo, Alfa Sebastian me ha asegurado personalmente que la amenaza ha sido neutralizada, y el ritual se celebrará como estaba previsto.
Los gritos y silbidos de los miembros de la manada llenaron la sala.
—No hace falta que os recuerde que esta semana podría ser el momento más importante de vuestras vidas —continuó Alfa Hugo.
—La celebración comienza con un cóctel esta noche, y la llamada de apareamiento tendrá lugar dentro de dos noches. Entonces sabréis si la Diosa de la Luna os ha bendecido con una pareja o no.
Nos miró a todos y sonrió.
—Estoy orgulloso de todos y cada uno de los aquí presentes. Sed vosotros mismos. Intentad no sentir nervios, porque el plan de la Diosa no está en vuestras manos. Divertíos durante estos días.
Sí, claro.
—Una cosa más antes de marcharos —intervino Beta Alexander, dando un paso adelante. Su mirada se clavó en mí—. Si tenéis una relación con otro asistente, y en señal de respeto por este evento sagrado, os pido que minimicéis las muestras de afecto entre vosotros.
—Cas —dije cuando la multitud empezó a disiparse a nuestro alrededor. Retirando su brazo, me aparté para dejar algo de espacio entre nosotros.
—Creo que tu padre tiene razón —señalé—. Tal vez deberíamos relajarnos.
La sonrisa de Caspian vaciló.
—¿Me pides que hagamos un paréntesis durante la Cumbre?
—Eso es —confirmé con un gesto de dolor, esperando que fuese como arrancarse una tirita—. No es que no podamos pasar tiempo juntos, pero creo que deberíamos comportarnos como amigos y no como… amantes.
Caspian se mordió el labio y asintió.
—Es sólo una semana. ¿Tan difícil resulta? —me apresuré a decir.
—No creo que quieras que te responda a eso —espetó.
Mientras miraba fijamente a mi novio, me di cuenta de que tenía razón.
Si uno de nosotros encontraba pareja durante la Cumbre, no volveríamos a estar juntos.
Puede que nunca vuelva a besar a Caspian.
Sólo de pensarlo se me revolvía el estómago.
—¿Hola? —. La voz de Caspian me trajo de vuelta. Había recuperado la compostura y me acarició el brazo.
—Entiendo lo que quieres decir. Lo conseguiremos, ¿de acuerdo?
Me regaló aquella sonrisa despreocupada que me encantaba.
A pesar de que Caspian estaba dolido y confundido, se aseguró de reconfortarme.
Y para mí aquello significaba mucho.
—Gracias —susurré.
Retiró la mano y me dedicó un último gesto afectuoso antes de alejarse.
Mientras le seguía con la mirada, me pregunté por qué sentía que se llevaba un trozo de mi corazón con él.
***
Más tarde, Teresa y yo bajamos la gran escalera del hotel. La fiesta estaba en pleno apogeo.
Y mi ansiedad se desbordaba por momentos.
—¡Mira esto, Ly! —exclamó Teresa con entusiasmo. El vestíbulo se había transformado por completo. Una bola de discoteca reflejaba el mármol blanco y los tonos dorados. Una multitud de congéneres se divertía con ganas.
Para mí no resultaba tan fácil.
Muchos licántropos se empeñan en permanecer solteros hasta su primera ceremonia de apareamiento para evitar las emociones desordenadas con las que yo estaba lidiando.
Teresa me envolvió con su brazo y me arrastró hacia la barra.
Mientras ella pedía nuestras bebidas, yo observaba la escena que nos rodeaba.
Me encontraba sólo a unas horas en coche de mi ciudad natal, pero me sentía en un mundo completamente nuevo.
Un mundo de riqueza, poder… y posibilidades.
Un cuarteto de jazz tocaba junto a la barra, y los graves de la música de baile palpitaban desde el otro extremo de la sala.
El evento se extendió al patio trasero, que estaba cubierto por un dosel de luces centelleantes.
Los asistentes eran jóvenes y atractivos. Aunque la mayoría vivíamos en Estados Unidos, algunos de los presentes me parecían exóticos.
Había un grupo de chicos morenos con pelo largo y collares de conchas de puka a los que reconocí inmediatamente como miembros de la Manada del Maremoto.
Observé cómo una chica elegante y con pintas de empollona se unía a su conversación. Se ajustó las gafas de montura metálica y se sonrojó momentáneamente.
Manada del Legado de Nueva Inglaterra, supongo.
Sentí que me miraban, así que me volví hacia la escalinata… y entonces me quedé helada.
Sebastian, el Alfa Real, no se inmutó cuando nuestros ojos se encontraron. Pero su gélida mirada azul me sorprendió.
Sus fuertes brazos estaban cruzados, las mangas de su camisa remangadas hasta los codos. No podía apartar la mirada de él, preguntándome por qué alguien tendría un aspecto tan serio en una fiesta.
Entonces la atención de Sebastian se desplazó hacia otro punto de la estancia.
Intenté recuperar la compostura, maldiciendo a mi corazón acelerado. El alfa no se había fijado en mí, su mirada estaba perdida.
Respiré profundamente. Mantén la calma, Lyla. Había cientos de personas en la fiesta.
Mucho más que ver que un alfa malhumorado.
Una ecléctica tropa de espíritus libres cubiertos de lentejuelas y mechas entró desde el patio, y me pregunté quiénes podían ser.
—Manada Vivir Rápido, de Las Vegas.
Me giré para encontrar los alegres ojos marrones de Caspian.
Mi corazón dio un vuelco. ¿Caspian me ha visto mirando a Sebastian?
—Acabo de dar una calada a su porro en el patio —añadió con un guiño.
Tomaré eso como un no.
Solté una carcajada. Los nervios que sentía por verlo allí desaparecieron de inmediato.
—Hola, Buen Momento —saludó Teresa, pasándome una bebida sorprendentemente verde.
—Teresa, la verdad es que no tienes un aspecto del todo horrible —contraatacó Caspian y Teresa puso los ojos en blanco—. ¿Qué es esa bebida?
—Lo más fuerte que tenían. Lo llaman 'el pantano'.
Tomé un sorbo y me sobrevino una arcada. No sólo era fuerte: era radiactivo.
—Yo también necesito uno de esos —murmuró Caspian antes de dirigirse hacia la barra.
Choqué mi copa con la de Teresa.
—Por la mejor semana de nuestras vidas —brindó.
—Por los amigos que nos ayudan a salir adelante —respondí.
Inclinamos nuestras bebidas, aunque yo a duras penas pude dar un sorbo.
—Oh, Diosa mía, los chicos de la Manada de la Estrella Solitaria los más guapos —afirmó Teresa mientras miraba a un grupo de cowboys embutidos en tejanos—. ¡Se dirigen a la pista de baile!
Teresa me arrastró cogida de la mano y Caspian nos siguió.
La música electrónica se hizo más fuerte al llegar a la puerta, y entonces entramos en un gran espacio repleto de licántropos en pleno baile.
Las luces parpadeaban a nuestro alrededor mientras Teresa me hacía girar.
A medida que bailábamos, empecé a soltarme y tomé otro sorbo radiactivo.
—¡Parece que he encontrado a mi gente! —gritó alguien por encima de la música.
Bajé mi copa y observé a la joven que tenía delante. Era alta, rubia, hermosa y claramente extrovertida. Parecía una supermodelo.
—¡Yo también soy una chica de pantano! —anunció con una sonrisa de autorreproche, levantando su propia bebida verde nuclear—. ¡Me llamo Magnolia!
Extendió su mano libre y la tomé. Su apretón era firme.
—¡Lyla! —aullé a modo de respuesta—. Éstos son Teresa y Caspian. Caspian levantó su copa y los dos brindaron.
—¡Bienvenidos a la Jauría Real! —gorjeó.
Forma parte de la Jauría Real… así que por eso es tan perfecta.
—Este sitio está muy guapo —señaló Teresa.
—Gracias, colega —gritó Magnolia mientras bailaba.
A medida que la canción cambiaba, las luces se hacían más bajas y los efectos estroboscópicos más intensos. No sabía si era el calor de la sala o la fuerte bebida, pero necesitaba que me diese el aire.
Teresa y Caspian se estaban divirtiendo con Magnolia, así que me escabullí.
Giré por un pasillo estrecho y entré en una habitación vacía.
Abriendo la puerta corredera de cristal, salí a una pequeña terraza con vistas al prístino y oscuro césped.
Me senté en una de las sillas y suspiré.
La fiesta era sólo el comienzo de la Cumbre, y yo ya estaba abrumada.
En ese momento, la puerta se movió detrás de mí.
Alguien se había unido a mí en el patio, y me giré para ver de quién se trataba.
Y entonces me olvidé de respirar. Era él.
Sebastian. Parecía tan preocupado como un rato antes.
Cuando se percató de mi presencia, se detuvo en seco. Claramente, no esperaba encontrar a nadie aquí.
Pero la puerta ya estaba cerrada tras él. Era demasiado tarde.
Estaba a solas con el Alfa Real.
—Oh, vaya, hola —farfulló Sebastian. Luego se volvió hacia el oscuro paisaje que teníamos delante.
—Hola —respondí, tratando de sonar tranquila. Como si no estuviera enloqueciendo por el hecho de que el Alfa Real me hubiese descubierto husmeando en el Flor de Lis.
Sebastian suspiró y vi cómo se relajaban los músculos de sus anchos hombros bajo la camisa.
¿Qué está pensando? Era un misterio para mí. Y por alguna razón, quería entenderlo.
—¿Te importa si me siento contigo?
La voz de Sebastian me devolvió a la realidad.
—Por favor, como si estuvieses en tu casa —respondí—. Bueno, en realidad, estás en tu casa.
Sonrió mientras se sentaba. Hacer sonreír al alfa era un logro. Parecía un tipo muy serio.
—¿Qué te parece la Jauría Real? —preguntó.
¿Por qué debería importarle al Alfa Real lo que yo piense?
—Esto es bonito —comenté. Levantó una ceja, como si me animara a dejarme de tonterías—. Quiero decir, nunca he estado en un hotel más bonito. Es sólo que la Cumbre es… abrumadora.
—Dímelo a mí —respondió con un suspiro—. ¿Sabías que en la Cumbre del año pasado sólo se formaron cincuenta vínculos de apareamiento durante la convocatoria?.
Sacudí la cabeza. Naturalmente sabía que el número había ido disminuyendo año tras año. ¿Pero sólo cincuenta nuevos vínculos de pareja? ¿Sólo cien licántropos apareados?
Eso significaba que las probabilidades de este año eran sombrías.
—Es como si la Diosa de la Luna estuviera enfadada con nosotros —continuó—. Entre los malos números y el problema de los renegados, me pregunto si deberíamos molestarnos con la Cumbre.
Se miró las manos. Apenas podía creer que estuviera siendo tan sincero conmigo.
—Sin Cumbre, esos cien hermanos no habrían encontrado a sus parejas —dije en voz baja.
Se encontró con mi mirada de nuevo.
—Es cierto. ¿Este es tu primer año?
Asentí, preguntándome cómo lo sabía. Tal vez porque sonaba joven e ingenua. Pero sus siguientes palabras me pillaron desprevenida.
—Me lo imaginaba. Te habría reconocido —comentó, con los labios torcidos en una sonrisa traviesa.
Oh, mi Diosa. ¡¿El Alfa Real está coqueteando conmigo?!
Mi corazón se aceleró.
Había considerado a Sebastian como un tipo serio y melancólico, pero me pregunté si estaba equivocada.
—Lyla! ¿Qué estás haciendo aquí? He estado buscando por todas partes…
Me giré y vi a Caspian en el umbral de la puerta corredera. Su expresión cambió al reconocer a Sebastian
Si antes no había sentido nervios, ahora eso estaba cambiando.
—Supongo que este lugar no es tan secreto si ambos habéis podido encontrarlo —dijo Sebastian.
—Oh, lo siento. No quería… —farfullé.
—Estoy bromeando —aseguró el alfa frunciendo el ceño—. Soy Sebastian.
Caspian entrecerró los ojos, evaluando al alfa.
—Caspian. Soy el novio de Lyla.
—Encantado —masculló Sebastian con displicencia. Volvió a mirarme. Había algo ilegible en su expresión.
Noté que me sonrojaba.
Y entonces ninguno de nosotros dijo nada, y el incómodo silencio se prolongó un doloroso segundo tras otro.
—¿Volvemos a la fiesta? Teresa nos está esperando en la pista de baile —propuso Caspian.
—Claro —contestamos Sebastian y yo al mismo tiempo, levantándonos de nuestras sillas.
El alfa pasó por la puerta y Caspian me tocó el brazo.
—Parece… raro —susurró. Lancé una mirada de advertencia a Caspian.
Cuando volvimos, la fiesta estaba aún más animada.
Cruzamos la sala en dirección a la pista de baile y fue fácil detectar a Teresa. Estaba bailando con Magnolia en el fondo de la multitud, divirtiéndose como nunca.
—¡ALFA SEBASTIAN! —gritó Magnolia.
Al acercarnos, la preciosa rubia le rodeó con sus brazos.
—¡Veo que ya habéis conocido a mi prometido! —voceó.
Me encontré con la mirada de Teresa y traté de ocultar mi expresión de sorpresa.
¡¿El Alfa Real tenía una prometida?! Eso era inaudito para alguien que encaraba un ritual de apareamiento.
—¡Felicidades por el compromiso! —se congratuló Caspian, pareciendo un poco demasiado feliz por ellos.
Yo, mientras tanto, tenía una extraña sensación en el estómago.
—¿Vamos a tomar otra copa? —pregunté al oído de Teresa.
—¡Chica, no hace falta que me lo pidas dos veces! —replicó, arrastrándome hasta la barra—. ¿Pantano?
—Claro.
Lo iba a necesitar para superar aquella fiesta.
***
Sonreí a mi teléfono, sacudiendo la cabeza. Miré a Teresa en la otra cama de la habitación del hotel, roncando y dispuesta a seguir haciéndolo durante toda la mañana.
Por desgracia, nunca pego ojo cuando tengo resaca.
Y la sugerencia de Caspian no era exactamente hacer un paréntesis, pero sonaba divertida.
Tras una rápida ducha y un cambio de ropa, abrí la puerta del pasajero del Ford de Caspian y me hundí en el asiento.
—¿Adónde? —pregunté.
Me sonrió y le vi guiñar un ojo a través de sus gafas de sol. Tenía una barba incipiente y el pelo despeinado debido a la ventanilla abierta.
—Eso lo sé yo y lo tienes que descubrir tú.
Media hora más tarde, entramos en un aparcamiento de tierra. El viaje en coche me había aliviado la resaca y estaba lista para explorar.
Al salir del coche, un cartel me llamó la atención.
—El pantano de los cipreses —leí en voz alta, sacudiendo la cabeza—. No habías tenido suficiente pantano, ¿verdad, Cas?
—Es mi nueva bebida favorita —explicó, rodeando mi cintura con su brazo. Me apoyé en él, y entonces recordé nuestro trato.
¡Mierda! Esto de los “amigos” es más difícil de lo que pensaba.
Me aparté y él levantó las manos, fingiendo inocencia.
—Parece que los pantanos son lo único que tienen por aquí —dijo.
Empezamos a bajar por un sendero boscoso. El sol entraba a raudales a través de las copas de los árboles y éramos las únicas personas que había allí.
—¿Qué te pareció la fiesta de anoche? —pregunté.
Se encogió de hombros.
—Estuvo bien. No sé, no me gusta mucho todo el rollo de la Cumbre. Demasiada gente nueva, demasiada presión. Prefiero estar contigo.
Consideré sus palabras, preguntándome si Alfa Sebastian era una de las nuevas personas que Caspian prefería evitar.
Una parte de mí estaba de acuerdo con él. La noche anterior también me había sentido abrumada, y no entendía del todo por qué.
Había presión para darnos a conocer, para hacer nuevas conexiones.
Y, por supuesto, para hacer una conexión muy importante… encontrar una pareja.
El camino conducía a una pasarela de madera suspendida sobre un pantano verde neón.
Seguimos adelante, señalándonos mutuamente pájaros y reptiles, cuando finalmente oí un extraño gruñido.
—¿Era eso un caimán? —me pregunté en voz alta.
—Ha sido mi estómago —respondió Caspian—. Me he saltado el desayuno y todo…
—¡Demos la vuelta y busquemos algo de comida entonces! —propuse—. ¿Qué te apetece? ¿Gumbo? ¿Cangrejos de río?
Nombré los platos regionales que conocía.
—Sólo quiero una hamburguesa —admitió Caspian.
Volvimos por donde habíamos venido. El tiempo pasó rápidamente, como siempre que estábamos juntos.
No necesitábamos hablar todo el rato. Simplemente disfrutamos de la compañía del otro.
Incluso Yo estaba hambrienta de nuevo a aquella hora, así que podía imaginar cómo se sentía Caspian.
—¡Maldita sea! ¡Lyla, espera! —Caspian me agarró del codo y me detuve en seco.
—Casi me provocas un ataque al corazón, ¿qué demonios estás…?
Caspian parecía haber visto un fantasma. Señaló el suelo ante nosotros… y entonces el suelo se movió.
¡Era una serpiente!
—En realidad, es bastante bonita —opiné.
—¡Chsss! —susurró Caspian; y me acercó a él, rodeándome con sus brazos.
Una resonancia llenó mis oídos.
—¿Es una…? —empezó Caspian.
—Serpiente de cascabel —confirmé.
Una especie muy venenosa. Pero si no las molestabas, ellas no te molestaban a ti.
Los fuertes brazos de Caspian me estrecharon aún más. Trataba de tranquilizarme… cuando era él quien estaba aterrorizado.
Sonreí apoyada en su pecho, siguiéndole la corriente como una damisela en apuros.
Miré a la serpiente. Movió su larga y bífida lengua, con su cascabel en el aire…
Y luego se deslizó hacia el bosque.
—¡Sí! —exclamó Caspian, con los ojos muy abiertos de asombro. Le abracé.
—¡¿Cómo supiste qué hacer?! —pregunté, inflando su ego sólo un poco.
—No estoy seguro —admitió—. Estaba jodidamente aterrorizado.
Me retiré, y tal vez fue la forma en que me miró…
Pero no pude resistirme. Le besé a fondo, sin reservas. Y él me devolvió el beso.
Se apartó, y la mirada de sus ojos ambarinos era tan intensa que mi corazón dio un vuelco.
—Lyla, al diablo con esto. La Cumbre, la llamada de apareamiento… todas las cosas que nos separan.
Me dolió el pecho ante la sinceridad de su voz.
—Te amo, Lyla. Te elijo a ti. No necesito que la Diosa de la Luna me lo diga. Huyamos. Ahora mismo… podemos dejar toda esa mierda atrás.
Caspian se esforzó por recuperar el aliento. La seguridad aumentaba su atractivo.
¿Y por qué no debía tenerlo claro yo también?
Amaba al hombre que estaba frente a mí. Lo conocía.
El año anterior sólo se habían formado cincuenta vínculos de apareamiento en la Cumbre.
¿Por qué esperar a la aprobación de la Diosa de la Luna cuando tenía todo lo que necesitaba para ser feliz allí mismo en mis brazos?
Me libré del nudo en mi garganta y me encontré con la mirada de Caspian…
¿Podría realmente huir con él?
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