El aullido del Alfa - Portada del libro

El aullido del Alfa

Bianca Alejandra

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Chapter
15
Age Rating
18+

Summary

Lyla viaja al corazón de Mississippi para asistir a la cumbre de la manada con poca esperanza de encontrar a su pareja verdadera. Hoy en día es difícil y, a decir verdad, Lyla sería feliz con su amor de la infancia. Cuando se produce la Llamada de apareamiento bajo la luna llena, Lyla, escucha un espeluznante aullido que le conduce hasta su pareja verdadera: Sebastian, el Alfa Real. ¿Aceptará Lyla su destino como Luna Real? ¿O se quedará con el muchacho que aún tiene un pedazo de su corazón?

Calificación por edades: 18+

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Última noche de fiesta

LYLA

—Bésame más fuerte —dije con decisión.

Caspian apretó sus labios contra los míos con fuerza. Nuestras lenguas se enredaron placenteramente.

Estaba encima de mí, apretándome cada vez más con las caderas. Notaba cómo el bulto de su pantalón crecía cada vez más y eso me hacía enloquecer de deseo.

—Joder, Lyla....

Caspian deslizó una pierna entre mis muslos. Al otro lado de los vaqueros, su polla se hinchaba y palpitaba. Estaba disfrutando, pero no me parecía el momento adecuado.

Quizá debí haberme negado a verlo la víspera de nuestro gran viaje...

De repente un grito desgarrador se extendió por todo el coche y nuestras cabezas chocaron por el sobresalto.

—Ha sido la película —dijo mientras se frotaba la frente. Tan solo unos segundos después ya la tenía roja del golpe.

Respiración pesada.

Pasos rápidos.

Un gruñido horrible.

En la enorme pantalla se estaba proyectando una infumable peli de terror de serie B: unos seres espantosos invadían un pueblito donde nunca pasaba nada. Una auténtica bazofia.

Miré a Caspian y sonreí. —Es tu castigo por traerme aquí. Sabes que no soporto las pelis de miedo.

Se inclinó y me dio un beso rápido.

—¿Hay algo más espantoso que ver una película de terror junto a un hombre lobo? —preguntó, sonriendo malévolamente para que yo fingiera estar asustada

Caspian era mi novio y también el hijo del beta de nuestra manada.

Él y yo habíamos sido amigos desde pequeños... pero siempre había estado enamorada de él. Y no era la única.

Desde siempre, mis amigas habían garabateado el nombre de Caspian en sus cuadernos.

Era el payaso de la clase y tenía una especie magnetismo irresistible.

Yo nunca admití estar colada por él. Mantuve todos mis sentimientos en secreto, quizá porque incluso entonces era consciente de lo importante que era para mí.

Así que cuando Caspian me dijo que también sentía algo por mí, hacía dos años, me sentí la chica más feliz del mundo.

Y desde ese momento habíamos sido inseparables.

Aunque su padre, el beta de la manada, no aprobaba nuestra relación, los dos nos sentíamos muy felices juntos.

No me cansaba de su forma de mirarme, de cómo sus ojos marrón oscuro se posaban sobre mí...

O de su forma de besarme el cuello. Mientras la heroína de la peli no paraba de gritar, yo estaba experimentando un subidón de adrenalina.

Caspian siguió recorriendo mi clavícula con sus besos hasta que se encontró con el cuello de mi camisa. Deslizó su mano bajo mi sujetador y empezó a acariciar mis pezones endurecidos.

Sus caderas seguían moviéndose adelante y atrás, ejerciendo una presión suave. Noté cómo se me escapaba un gemido.

—Aquí no —le reprendí mientras él apretaba su cuerpo con más fuerza contra el mío.

—¿Por qué no? —susurró en mi oído—. Sólo pienso en ti.

Le di un beso y le obligué a retirar su mano exploradora.

—¿Me quieres o únicamente te pone cachondo la idea de follarme?

—Ambas cosas. No son excluyentes.

—Desde este instante, yo diría que lo son.

Aunque llevábamos dos años juntos, no habíamos tenido relaciones sexuales. Yo no estaba en contra, pero quería respetar las costumbres de mi cultura.

Caspian y yo éramos licántropos de la Manada de la Luna Azul. Como licántropos, estábamos predestinados a tener una pareja verdadera, en caso de tener la suerte de encontrarla, y permanecer por siempre junto a ella.

Sin embargo, en las últimas décadas se había vuelto cada vez más difícil encontrar esa pareja predestinada. Cientos de lobos se habían quedado sin su alma gemela, obligados a consumirse de relación en relación, sabedores de no estar junto al amor de sus vidas.

Para tratar de solucionarlo, se había creado la Cumbre; una ceremonia que reunía a componentes de tantas manadas como fuera posible. Cada año se celebraba un ritual de apareamiento con el objetivo de que aquellas parejas predestinadas se encontraran.

Habíamos terminado de esa guisa en el asiento trasero de su coche porque habíamos perdido la esperanza.

Noté que Caspian me devoraba con los ojos. Estaba bañado por la luz titilante de la pantalla del autocine; un caleidoscopio de colores teñía su piel.

—Hagámoslo oficial. Aquí y ahora —insistió, mirándome fijamente.

—La Cumbre comienza este fin de semana —le recordé.

—Pero yo te quiero.

Suspiré. Me gustaba mucho escuchar aquellas palabras. Pero el momento no podía ser peor.

—El ritual de apareamiento es dentro de una semana. Y ya hemos esperado todo este tiempo. No tiene sentido dar el paso hasta que sepamos con seguridad que no hay otra persona ahí fuera que pueda ser nuestra pareja predestinada.

Caspian emitió un gruñido y apretó sus caderas contra las mías por última vez.

Me invadió ese calor que ya había sentido con él antes... el deseo inaplazable de saber qué se sentía.

Me desabotonó los vaqueros. Luego bajó la cremallera y su mano se deslizó bajo mis bragas.

Tras unos cuantos amagos titubeantes, sus dedos encontraron el punto exacto y lo acariciaron suavemente, sin aventurarse en su interior.

Oh, Diosa.

Mis manos crispadas se aferraron a sus hombros.

—No necesito un ritual que me diga lo que ya sé —musitó en mi oído—. Tú eres la única para mí, Lyla.

—Pero acordamos que esperaríamos —objeté en medio del sofoco.

Sus labios besaron los míos y sentí que mi cuerpo se estremecía.

Me habría gustado estar tan segura como Caspian; pero, siempre que me encontraba a punto de ceder, experimentaba dificultades para respirar.

¿Y si mi pareja verdadera está ahí fuera?

Es mejor esperar hasta estar seguros. ¿Verdad?

—¡Maldita sea, lo sabía!

La puerta trasera se abrió de golpe y ante mis ojos apareció la imagen invertida de Teresa, mi mejor amiga. Me miraba con cara de loca.

Se apartó un mechón de pelo oscuro de la cara y esbozó una mueca. Su piel morena clara acentuaba su brillante sonrisa.

—Llegas tarde a nuestra fiesta de pijamas, cretina —me espetó, apoyándose en la puerta.

Me quité a Caspian de encima y me abroché rápidamente los pantalones.

—Gracias, Teresa. Realmente sabes cómo arruinar un buen momento —refunfuñó Caspian.

—Me cuesta creer que pueda haber momentos buenos contigo —replicó ella.

—Oye… —le reprendí con una mirada de reojo.

Levantó las manos en señal de rendición y empezó a caminar hacia su coche, aparcado unas pocas plazas más allá del de Caspian.

Teresa y Caspian siempre se habían odiado.

No sólo era molesto no poder estar al mismo tiempo con mis dos mejores amigos, sino que además resultaba especialmente problemático, teniendo en cuenta que sus respectivos padres eran alfa y beta.

—Te quiero —dijo Caspian mientras se ajustaba el bulto en los pantalones.

—Yo también —respondí, dándole un beso en la mejilla. Salí del coche y me incliné para mirarle—. Nos vemos mañana, descansa un poco. Podemos continuar donde lo hemos dejado.

La puerta del coche se cerró, y una punzada de arrepentimiento me sobrevino.

Sabía que debía ser feliz: la Cumbre podía ser el comienzo de una vida totalmente nueva.

Pero aquello era lo que más me asustaba.

¿Qué pasa si no quiero una nueva vida?

CASPIAN

Vi cómo Teresa me robaba a mi novia y me vi solo, en un autocine, frente a una peli de terror de serie B y con las pelotas hinchadas.

Lo único que podía hacer era volver a casa y prepararme para la Cumbre.

Estoy seguro de que a papá le encantaría que encontrase a mi pareja verdadera.

Una sensación de fastidio me recorrió al pensar en la publicitada ceremonia. La voz de mi padre resonó en mi mente, un sermón que me había ladrado una y otra vez:

La Diosa de la Luna te mostrará a tu pareja verdadera, Caspian. No te ates a Lyla. Algo mejor te espera ahí fuera.

No necesitaba que la Diosa de la Luna me dijera lo que yo quería.

Ya aabía perfectamente a quién quería.

Pero, por desgracia, Lyla estaba tan obsesionada con la Cumbre como mi padre.

Ya nos amábamos.

Eso era todo lo que necesitaba saber.

Pero, al parecer, no era suficiente para Lyla...

Suspiré, metí la marcha atrás y salí del autocine antes de que el desánimo me invadiera por completo.

Si eso la hace feliz, cumpliré el ritual.

De todos modos, hoy en día nadie encuentra a su pareja en la Cumbre...

LYLA

Teresa y yo llegamos a mi casa mucho después de la hora a la que habitualmente se acostaban mis padres. Me sorprendió encontrarlos aún despiertos y con una expresión risueña cuando entramos en la cocina.

—No teníais por qué esperarnos despiertos —dije.

—Queríamos despedirnos esta noche, ya que os vais a marchar muy temprano —explicó mi madre, medio adormilada.

Me pregunté cómo habría sido su primer ritual. Lo asustados que debían de estar, la incertidumbre pendiendo sobre sus cabezas.

Mis padres fueron novietes de instituto antes de convertirse en pareja. Su deseo siempre había sido estar predestinados el uno al otro.

Y así fue.

La Cumbre confirmó lo que siempre habían intuido. Su vida juntos había rebosado amor y felicidad.

Ya habían pasado por lo mismo que estábamos pasando Caspian y yo.

¿Tendremos también nuestro «felices para siempre»?

Yo amaba a Caspian. Parecía que estuviéramos destinados a estar juntos desde niños.

¿Verá la Diosa de la Luna las cosas de la misma manera y confirmará que vamos a ser compañeros de por vida?

Caspian parecía pensar que sí...

—Cuidaré bien de Lyla —señaló Teresa—. Sé que os hará sentir orgullosos.

—Las dos nos haréis sentir orgullosos —repuso mi madre.

Estaba tan absorta en mis propias preocupaciones que casi había olvidado lo importante que era el ritual de apareamiento para todos los implicados.

El resultado de la Cumbre tenía trascendencia tanto para el conjunto de la manada como para cada uno de sus componentes.

En los últimos diez años, nadie de nuestro clan había quedado emparejado.

Y menos apareamientos significaban menos hijos.

Especialmente porque era inusual que una pareja apareada tuviera más de un cachorro.

Mis padres eran una excepción, y mi hermana Skye, de nueve años, era el miembro más joven de nuestra manada.

Nuestro futuro colectivo dependía de nuevos apareamientos que ayudasen a nuestra especie a sobrevivir.

Mis padres nos dieron un último abrazo y un beso a cada una antes de retirarse al piso de arriba.

Teresa sonreía arrobada.

Al observar a mi mejor amiga, me di cuenta de que mi relación con Caspian no era lo único que estaba en el aire.

¿Y si las cosas cambian entre nosotras cuando encontremos a nuestras parejas?

La semana siguiente se planteaba como un enorme interrogante.

Teresa se giró y me dedicó una mueca traviesa. Entonces supe con certeza que siempre ibamos a estar ahí la una para la otra. Sin importar lo que el ritual pudiera traer.

***

—Creo que me estoy mareando —rezongué mientras tomábamos otra curva con el coche por un camino de grava.

Habíamos salido temprano y Teresa había insistido en conducir durante todo el viaje.

Al principio había aceptado sin peros, ya que tenía muchas cosas en la cabeza. Pero al cabo de unas horas me arrepentí de haber dicho que sí.

—¡Deja de lloriquear! —exclamó sin dar tregua al acelerador—. Si no nos apresuramos, nos perderemos el discurso de apertura.

A duras penas mantuve la compostura cuando se saltó una señal de stop.

—Tú siempre llegas tarde —murmuré apretando los dientes.

No podía culpar de absolutamente todo a Teresa. Todo lo relacionado con la Cumbre me revolvía el estómago. No tenía ni idea de qué esperar.

Caspian, Teresa y yo habíamos cumplido recientemente los veintiún años, la edad mínima para asistir.

De hecho, para casi todos los que acudíamos de la Manada de la Luna Azul era nuestra primera participación.

Pero la mayoría de nosotros volveríamos solos.

Al menos no seré la única que se quede sin pareja...

—¡Ahí está! —anunció Teresa. Seguí su mirada hasta el final del camino.

En una colina que dominaba la zona, discretamente resguardada por un conjunto de olmos y acacias, se levantaba una mansión anterior a la guerra.

—¿La Casa de la Jauría Real? —aventuré.

Teresa ya había estado allí años atrás, en una visita con su padre. Y aseguraba haberse enamorado.

No sólo de la casa, sino también del Alfa, Sebastian. Según ella, era el hombre vivo más sexy.

—¿No es precioso? —suspiró mi amiga—. Quien se aparee con el Alfa Real será una loba muy afortunada.

—Puede que tu alfa se quede sin pareja.

—No seas tan deprimente —me cortó Teresa con desdén—. Procura tener pensamientos alegres. Si un soltero de sangre real no te motiva, no sé qué puede hacerlo.

Puse los ojos en blanco y decidí consentir sus fantasías, aunque sólo fuera durante unos días. —Eres la siguiente en la línea sucesoria para liderar nuestra manada. Si alguien tiene una posibilidad con Sebastian, eres tú.

—Nunca se sabe —comentó, encendiendo el intermitente—. Tal vez tenga que llamarte Luna Real cuando termine la Cumbre.

Resoplé. Como si tal cosa fuera a suceder.

Probablemente era la única participante en la Cumbre que no estaba interesada en Sebastian. La Diosa de la Luna demostraría tener un sentido del humor enfermizo si decidía emparejarme con el Alfa Real.

—Lo que tú digas. ¿Hemos llegado?

—Ya casi estamos. Cálmate —dijo Teresa, trazando las últimas curvas.

Como por arte de magia, apareció un grandioso edificio de estilo italiano ante nosotras. El pequeño humedal aledaño contribuía a crear una imagen propia de Mississippi.

El Hotel Fleur de Lis.

Tras aparcar, bajamos del coche para estirarnos.

—Te dije que llegaríamos a tiempo —se jactó.

—¡Y de una pieza, además —exclamé, mientras sacaba mi bolsa del maletero.

Dejé vagar la mirada por el aparcamiento, tratando de identificar algún vehículo conocido. El coche del Alfa Hugo no estaba lejos del nuestro. Y el del Beta Alexander estaba aparcado al lado.

Eso significaba que Caspian ya estaba allí.

Tal vez la próxima semana, cuando sepamos con certeza que no estamos destinados a estar con alguien concreto, podamos pasar por fin un rato íntimo.

Entonces hará lo imposible para darme las gracias por haberle hecho esperar tanto.

Sonreí ante la idea de dejar todo aquello atrás y volver a mi antigua vida y a mis rutinas. De inmediato experimenté un cierto alivio en mi interior.

Atravesamos la puerta principal y entramos en el vestíbulo, donde fuimos engullidas por una oleada de bullicio y ansiedad.

El Alfa Hugo y el Beta Alexander estaban en el centro de la conmoción, con expresiones serias mientras ladraban órdenes.

—¿Papá? —dijo Teresa al acercarnos. Fue como si al entrar su actitud de alfa la hubiera envuelto.

—¡Chicas! ¡Gracias a la Diosa! —se alegró Hugo, quien nos rodeó con sus brazos—. Empezábamos a preocuparnos.

—¿Por qué? —quiso saber mi amiga—. ¿Qué sucede?

—He convocado una reunión de emergencia —nos avanzó—. Dejadlo todo en el hotel y después uníos a la delegación de nuestra manada en el salón principal. Se ha producido un ataque en el territorio fronterizo de la Jauría Real.

—¿Un ataque? —me sorprendí.

—Os lo explicaremos más tarde —aseguró Hugo—. Ahora id a encontraros con los demás.

Teresa y yo nos dirigimos hacia el salón principal, abriéndonos paso entre la masa de esperanzados licántropos. Había representantes de muchas manadas y todos se habían enterado ya de la noticia.

Teresa me dio un codazo y orientó mi atención hacia la parte superior de una gran escalinata. —Pero, bueno, mira quién está ahí —ronroneó.

Me puse de puntillas y estiré el cuello por encima de la multitud tratando de vislumbrar algo.

El Alfa Real.

Sebastian.

Teresa tenía razón. Era una monada.

Llevaba el cabello rubio peinado hacia atrás y lucía una ajustada camiseta negra que apenas podía contener su prominente musculatura. Su poderosa mandíbula parecía capaz de triturar piedras.

Y aquellos ojos de color azul intenso...

Cuando nuestras miradas se cruzaron, algo similar a una descarga eléctrica recorrió mi cuerpo.

Me sonrió con actitud engreída, cogiéndome por sorpresa.

Oh, Diosa.

De repente, la noticia de un ataque rebelde no era lo más apremiante en mi cabeza...

Para mí sólo existía aquella pulsión entre mis piernas.

Justo lo que me faltaba para complicar más las cosas.

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