Juniper es una mujer lobo que no puede cambiar de raza. Cuando su padre, el alfa, la expulsa de su propia manada, se convierte en una renegada en tierra extranjera. Pero está a punto de conocer a otro alfa. Uno que cambiará su vida para siempre…
Género: Romance, Hombre Lobo, Fantasía
Calificación: 18+
Historia de: Katlego Moncho
Escrita por: Jon Altamirano y Brittany Schellin
Sonido por: Sam Bartlett
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1
Juniper es una mujer lobo que no puede cambiar de raza. Cuando su padre, el alfa, la expulsa de su propia manada, se convierte en una renegada en tierra extranjera. Pero está a punto de conocer a otro alfa. Uno que cambiará su vida para siempre…
Género: Romance, Hombre Lobo, Fantasía
Calificación: 18+
Historia de: Katlego Moncho
Escrita por: Jon Altamirano y Brittany Schellin
Sonido por: Sam Bartlett
Se suponía que iba a ser uno de los días más felices de mi vida. Se suponía que debía estar emocionada.
Feliz.
Sin embargo, el peso de lo que estaba por venir, mi decimotercer cumpleaños, era un vacío que me consumía con ansiedad y depresión.
Había expectativas que tenía que cumplir. Tenía que estar a la altura de lo que se esperaba de mí si quería que mi padre y mi madre me aceptaran alguna vez.
Los cumpleaños eran una prueba, o al menos el mío lo era. No podía recordar ni una sola celebración por parte de mis padres. Tampoco es que me tuvieran mucho cariño al margen de mi aniversario.
De hecho, me endilgaron a mis abuelos, un pequeño milagro que fui agradeciendo a medida que me hacía mayor. Ellos fueron los que me criaron, me enseñaron y me amaron.
Como en muchos de mis otros cumpleaños, la mañana comenzó nublada y gris.
La lluvia caía copiosamente contra las ventanas. El sonido de las salpicaduras sobre la casa era relajante, un bálsamo para mis nervios.
No estaba nerviosa por mi día especial. Más bien, era lo que se suponía que iba a ocurrir. Todo el mundo —mi padre, mi madre, mi familia, nuestros vecinos, nuestra manada— esperaba que me transformara por vez primera.
Hoy ocuparía el lugar que me correspondía como heredero alfa.
Es decir, si lograba completar la metamorfosis en loba.
Comí sola, un desayuno sin importancia por el que deseé no haberme molestado.
El fragor de un trueno sacudió la casa, seguido de voces lejanas que intentaban gritar por encima de él. Aquello me dio la pista sobre el peligro que estaba a punto de presentarse.
Afuera, la lluvia era más violenta, o tal vez se intensificó cuando llegué a nuestro porche delantero. La gente de la manada se arremolinaba y murmuraba, pero no pude distinguir lo que decían.
Entonces, uno tras otro, me vieron y se callaron. A pesar del aguacero, todo el mundo estaba allí. Adultos, niños, mi abuelo.
Mi padre.
A su lado se encontraba Jacob, altivo y orgulloso. Era nuevo en la manada, un huérfano al que mi padre había acogido. Mi padre adoraba a Jacob y lo trataba como a un hijo.
Me dio envidia.
—Juniper. Ven.
Quería retroceder, volver a mi habitación y echarme a dormir.
Ojalá lo hubiera hecho.
Pero estaba desamparada. Debía hacer lo que él me exigía.
Di un paso adelante en el barro pastoso y la multitud se apartó.
—Dayton, por favor. No está preparada —suplicó mi abuelo. Papá y él parecían mucho, pero mientras que los ojos del abuelo estaban llenos de calidez, los de papá lucían una frialdad mordaz.
—Tiene que estarlo. Lo estará. Ningún hijo mío puede serlo sin lobo —dijo mi padre, que esperó expectante mientras me acercaba.
—¿Qué está pasando? —mi voz apenas superaba un susurro, y vaciló cuando mi abuelo me miró. Había miedo en sus ojos. Desesperación.
—Por favor. Es tu hija —suplicó. Ante las palabras del abuelo, el rostro de mi padre se torció con una sonrisa cruel.
—Si June es digna, se transformará. Luchará. Como todos los alfas antes que ella —aseguró. Jacob ya estaba adoptando el aspecto de su lobo. Tenía sangre alfa, como yo, y recientemente, con motivo de su decimotercer cumpleaños, había experimentado la metamorfosis por primera vez.
—Es demasiado pronto.
No sabía dónde estaba mi abuela aquella mañana, pero mi madre se encontraba a un lado, como espectadora silenciosa con una mirada de indiferencia. Cuando habló, sus palabras fueron tan frías como las de mi padre.
—No lo es, si está destinado a suceder. Todos los alfa respetables se transforman al cumplir los trece años.
—No lo entiendes. Ninguno de vosotros lo ha hecho nunca —lamentó el abuelo, renovando su petición.
—¡Basta! —Otro estruendo acompañó el grito de mi padre, que empujó al abuelo al suelo.
—¡Alto! —grité. Ahora me había plantado ante ellos, indefensa y aterrorizada. El lobo de Jacob estaba amenazante a un lado. Mi padre se volvió hacia mí, con una expresión llena de malicia y excitación.
—Es la hora, Juniper. Ya sabes qué día es. Transfórmate y lucha por tu título con Jacob.
No pude.
Lo intenté y lo intenté; invoqué a mi loba de todas las formas que conocía, pero estaba atascada, congelada.
Sonó el chasquido de una pistola al ser amartillada, más ensordecedor que la lluvia o los truenos. Vi al abuelo hacer una mueca de dolor cuando el cañón le presionó la cabeza. Los ojos de papá brillaron con crueldad mientras clavaba el arma en la sien de mi abuelo.
—Cambia a lobo o lo mato —amenazó. Su mano no temblaba. Ni lo más mínimo. El pulso firme, y la multitud lo observaba en silencio.
Les supliqué a ellos y a mi padre. Le supliqué a mi bestia interior.
—¡Transfórmate!
—¡No puedo!
Entonces el arma abrió fuego.
***
Con el corazón acelerado y empapado de sudor, me levanté de la cama de un tirón, con el sonido del golpe aún resonando en mi cabeza.
Otra pesadilla.
Otro sueño que revive el peor momento de mi vida.
Estás a salvo ahora, June. Se acabó.
Starlet. Suspiré aliviada, reconfortada por sus palabras. Los latidos de mi corazón se ralentizaron, ya no intentaba salir al galope de mi pecho. Desearía no tener que revivirlo.
Ojalá hubiera acudido a ti antes.
Starlet, mi yo animal, acudió a mí después de aquel horrible día de hace cinco años, aunque todavía no habíamos completado nuestra transformación. Mi loba nunca me dijo por qué, y seguía sin hacerlo. Pero no me importaba. La tenía, una querida amiga cuando más la necesitaba, y eso era lo único que importaba.
Un suave golpe nos interrumpió y la puerta se abrió.
Mi abuela entró, sonriendo al verme levantada. Los años habían sido benévolos con ella, pero el estrés de haber perdido a su pareja un lustro antes había dejado su huella en las líneas de expresión alrededor de sus ojos y en la constante caída de sus hombros.
Estaba segura de que me culparía por lo ocurrido aquella mañana. La devastación en su rostro cuando vio al abuelo muerto en el suelo me convenció de que también la había perdido a ella. Su grito asustó a mi padre lo suficiente como para que se retirara.
Al cabo de un rato, la abuela se acercó a mí y me envolvió en sus brazos. Me llevó a su casa, y allí era había vivido los últimos cinco años.
Me aterrorizaba irme, estaba segura de que mi padre repetiría conmigo lo que le había hecho al abuelo. Juntos decidimos que lo mejor sería que me quedara a salvo hasta que, bueno, hasta algo me empujara a irme.
Feliz cumpleaños, June —deseó. Se arrastró por las tablas del suelo que crujían. En sus manos había un pequeño pastel con velas parpadeando en la parte superior—. Pide un deseo, pequeña.
Sonreí y cerré los ojos, concentrándome.
Una brisa recorrió la habitación. Las cortinas se movieron y la puerta se cerró de golpe. Cuando volví a abrir los ojos, las velas estaban apagadas y la abuela tenía una mirada admonitoria y el pelo alborotado.
—¡June!
—¡Dijiste que debía practicar!
—La magia no está hecha para ser usada de esa manera. Especialmente los poderes elementales —me regañó mientras se alisaba el pelo.
Con un pensamiento, volví a encender las velas, pequeñas llamas reavivadas con una chispa de magia. Fruncí los labios y las soplé con normalidad, sonriendo inocentemente mientras la abuela entrecerraba los ojos.
—Vale, vale —reí, cediendo—. Lo siento.
La expresión de la abuela se suavizó y una sonrisa se dibujó en sus labios.
Mis poderes mágicos se habían manifestado gradualmente durante los años que había vivido aquí. La primera vez que mostré signos de magia elemental fue cuando me desperté con fiebre y enseguida llené de vapor el baño en un tiempo desmesurado.
La abuela se lo tomó con calma, a pesar de que era otro fenómeno antinatural que me afectaba.
—Es porque eres especial, Juniper. Vas a hacer grandes cosas, pequeña —me había dicho cuando acudí a ella llorando.
—¿Está lloviendo también hoy? —pregunté. Ella asintió, pero no me sorprendió.
Siempre llovía en mi cumpleaños.
—Estaré fuera hoy. Tengo que ayudar a Tabatha con algo en su casa —comentó la abuela. Me apartó el pelo de la cara, cloqueando preocupada—. ¿Estarás bien si me voy durante unas horas?
—Claro —sonreí suavemente—. Ve a ayudar a Tabatha a salir del lío que haya causado esta vez.
A pesar de (o debido a) estar atrapada en casa, tenía una rutina: desayuno, tareas escolares, todo el ejercicio que podía hacer, tiempo libre y luego la cena. Las noches solían pasarlas con la abuela y el programa de actualidad al que se hubiera enganchado.
Hoy, sin embargo, me he encontrado a mí misma mirando al patio trasero. A veces anhelaba salir al calor del sol o a las frescas salpicaduras de la lluvia, o sentir la caricia del viento. Al principio, el anhelo era insoportable, pero había aprendido a reprimirlo.
Al menos, eso creía.
No fue hasta mitad del desayuno de esa mañana cuando me di cuenta de que era Starlet exhortándome, empujándome a ir.
Deberíamos salir hoy.
Me quedé helada, con la cucharada de cereales a mitad de camino de mi boca.
Starlet, por favor. Sabes que no podemos.
Tenemos que hacerlo, June. Tenemos que hacerlo.
¡No podemos! ¿Qué te pasa?
Siento… que es el momento. No es correcto quedarse encerrado. No para un lobo. No para un humano. Podía sentir la desesperación de Star, un burbujeante pozo de frustración.
¿Y honestamente? Yo también quería salir.
—Es demasiado peligroso. ¿Y si alguien nos ve? —pregunté, pero mis palabras sonaban huecas.
No creo que muchos salgan hoy.
Starlet tenía razón, por supuesto. Era un día gris y el tiempo era horrible. La mayoría de la manada elegiría quedarse dentro, ¿no?
Podríamos dar un paseo por el bosque. Sabes que será difícil verte allí.
No necesité mucho más estímulo.
El aire exterior era un poco cortante, pero la lluvia había amainado. A pesar de ello, me apresuré a salir del porche trasero para ponerme al abrigo de los árboles.
La casa de la abuela estaba aislada y daba a los bosques que protegían a nuestra manada. Casi nadie se aventuraba cerca de aquí, y tenía mis sospechas de que la abuela estaba detrás de eso.
Caminar entre los árboles era liberador. Había paz, silencio, excepto por el crujido de las hojas y las ramitas bajo mis pies. Los pájaros piaban perezosamente desde sus perchas.
—Me gustaría que pudiéramos sentir el sol.
Era un pensamiento maravilloso. La pobre Starlet sólo había atisbado brevemente el mundo exterior antes de esconderse en aquella casa conmigo.
—¿No puedes hacer algo, June? —me suplicaba.
Yo quería hacerlo. Starlet era mi mejor amiga. Me había hecho compañía durante los peores momentos de aquellos últimos cinco años. Me mantenía cuerda y era uno de los pocos seres que me quería de verdad.
¿Pero qué podía hacer? No podía controlar la meteorología.
—Lo siento, Star —suspiré.
Sentí que Star se desinflaba, que su corazón se rompía y arrastraba al mío detrás.
Cerré los ojos, un profundo suspiro vació mis pulmones.
¿Qué clase de vida era aquélla? Teníamos que andar a hurtadillas en nuestro propio patio por miedo a ser vistas. Teníamos que arriesgar nuestras vidas para probar el viento, la sensación del sol en nuestra piel.
Si sólo…
De repente, el viento se levantó, haciendo crujir los árboles y molestando a los pájaros.
Mis ojos se abrieron de golpe cuando las nubes empezaron a desplazarse y a despejarse, y su lugar lo ocupó el sol.
Brillante, cálido y luminoso.
Me quedé allí, paralizada, absorbiéndolo todo. Sentí que Star se desplegaba dentro de mí como una flor, su espíritu se elevaba al cielo.
No pude evitar reírme. Tal vez aquella pequeña dosis de buena suerte era el regalo de cumpleaños del mundo para mí.
—¡Tú!
Mi corazón dio un salto al volver a la realidad.
El chasquido de una rama, un fuerte golpe, me hizo girar a tiempo para ver a un extraño de aspecto amenazador.
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2
Precioso.
Poderoso.
Su cabello fluía como seda dorada, e incluso desde donde me encontraba podía ver el verde de sus ojos, brillantes y alegres.
Hacía cinco años que Juniper Evigan, la hija del Alfa, había desaparecido. La gente especulaba con que había huido para convertirse en una renegada tras fracasar en su intento de transformación. Otros decían que había sido asesinada por su padre y que su cuerpo había sido abandonado a la naturaleza y al tiempo.
Fue una tragedia.
Cuando aquel día entré en el claro y vi a Dayton y a mi hermano, Jacob, acorralándola, me sentí mal. Sin embargo, se marchó antes de que pudiera hacer nada, barrida, para no volver a ser vista.
Sin embargo, aquella extraña me recordaba mucho a ella.
¿Era posible?
¿Se había quedado Juniper en Litmus, escondida?
Tenía sentido, sobre todo por todas las amenazas que la madre de Dayton anunció que ocurrirían si alguien, incluido Dayton, volvía a acercarse a ella o a su casa. Todo el mundo lo había perdonado por considerarlo ira y odio por lo que le había pasado a su pareja y a su nieta.
¿Y si nos hubiéramos equivocado?
Primero divisé su pelo entre los árboles y seguí el sonido de sus pasos. Entonces el viento creció de forma anormal, azotando todo a nuestro alrededor hasta que las nubes se dispersaron. Ella estaba abajo, empapándose de la repentina luz con los brazos extendidos.
Lo supe de inmediato. Supe que era especial.
Sabía que tenía que llegar a ella.
—¡Tú!
En mi precipitación por acercarme, rompí las ramas que me bloqueaban el paso y casi tropecé con un tronco.
—¡Espera!
Se sobresaltó y se giró. Sus ojos eran impresionantes, cautivadores.
Parecía horrorizada y se dio la vuelta para marcharse, con los músculos en tensión, preparada para correr. Pero yo fui más rápido. Para cuando dio un paso en la otra dirección, yo ya estaba a su lado, bloqueando su ruta de escape.
—¿Eres…? Quiero decir, eres Juniper Evigan, ¿verdad?
La chica parecía dispuesta a negarlo, pero yo sabía que tenía razón. Tenía los ojos muy abiertos y la boca herméticamente cerrada. Podía oír débilmente el latido de su corazón.
—Sé que lo eres. Te reconozco —sonreí, esperando parecer amable. No quería asustarla.
—No… no lo soy. No sé de quién estás hablando —balbuceó. Miró hacia abajo, sus mechones rubios cayendo para cubrir su cara.
—Soy Royce. No debes tener miedo.
Se mofó, y yo sonreí más.
—Tus padres tenían algunas fotos guardadas, aunque sospecho que eran más de tus abuelos que suyas.
La mueca Juniper se ensanchó.
El viento volvió a soplar, los árboles crujieron y chirriaron peligrosamente. Miré a mi alrededor, el viento repentino me azotó el pelo. Era como si el mundo reaccionara a sus emociones.
Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho.
Lo había estropeado todo.
Nunca debí haber salido. Debí haberme quedado en casa, en un lugar seguro, donde podía pasar las horas mirando por la ventana. El viento se arremolinaba a mi alrededor, casi cortando mi piel.
—Respira, June —dijo Star—. No estás sola. Respira.
Me aferré a la voz de Star, utilizándola como ancla para centrarme. Sentí que me calmaba un poco cuando el viento disminuyó, dejando atrás un inquietante silencio.
El desconocido me miró, sus ojos brillaron con fascinación.
Debía huir. Debía escapar lo más lejos y lo más rápido posible. Debía correr a casa, hacer una maleta y partir hacia la estación de autobuses más cercana antes de que mi padre se enterara de que todavía estaba en su territorio.
Pero la forma en que él me sonreía… Podría contar con una mano el número de personas que me miraban como si yo importara. Como si fuera alguien relevante.
—¿Qué debemos hacer? —pregunté a Starlet. Su respuesta fue lenta y poco útil.
—No lo sé.
—¿Star? —inquirí de nuevo, pero se mantuvo obstinadamente callada.
Volví a centrar mi atención en el extraño que tenía delante. Era alto pero no muy ancho. Sin embargo, había algo intimidante en él. Tenía poder, pero ¿qué era?
—¿Qué quieres?
—Te he estado buscando, para ser sincero.
Di un paso atrás, con las hojas arrastrándose bajo mi zapato.
—Quería que eso sonara menos siniestro.
—¿Quién eres?
—Soy Royce.
—He oído hablar de ti antes.
Esbozó otra sonrisa encantadora, con unos dientes blancos y perfectos.
—Royce Fallon. Pronto seré el Alfa de la Manada Litmus —se presentó. Las últimas palabras fueron pronunciadas con una emoción complicada que no pude ubicar del todo, y fue lo que me impidió huir gritando. ¿Desprecio, resignación?
—No pareces muy contento con eso.
—¿Te gustaría sustituir a tu padre? —replicó.
Hice una mueca y él sonrió con simpatía.
—Estuve allí hace cinco años. Vi lo que hizo —reconoció. Escupió, y me calmé. Estaba claro que no era un admirador de mi padre.
—Si hubiera llegado antes, podría haber hecho algo. Podría haber salvado a tu abuelo. Parecía tan arrepentido que era difícil no acercarse y ofrecerle consuelo.
—Pero él también te habría perseguido si hubieras intervenido.
Royce avanzó lentamente y se sentó en un tronco caído con un suspiro. Sabía que yo tenía razón.
—Tus padres son crueles y no merecen liderarnos. Tu manada no te merece.
—Pero el hecho es que… —noté cómo mis mejillas se calentaban—. No podían ir en contra de su alfa.
—Todo el mundo puede elegir.
—¿No estás feliz de asumir la jefatura? —pregunté—. Cuando mi padre se retire y te haga Alfa, ya no tendrá el control. Podrás dirigir mejor la manada.
—Por lo que a mí respecta, la inacción de la manada ese día les hace igual de culpables. No quiero ser responsable de esa gente.
—Podrían ser mejores —mascullé, vacilante, mordiéndome el labio—, con el líder adecuado.
—Tal vez.
Volví a dudar antes de tomar asiento a su lado en el tronco. Volvió a sonreír. ¿Alguna vez dejaba de hacerlo? Sin embargo, no lo odiaba. Sólo le hacía más guapo. Su futura pareja sería una mujer afortunada.
Había algo en él que me hacía sentir relajada, tranquila. Nos sentamos en silencio durante un rato, con las piernas balanceándose debajo de mí. Mis patadas lanzaban pequeñas ráfagas de viento hacia el suelo, hojas y tierra que se arremolinaban en el aire.
—Dime, Juniper.
—¿Sí?
—¿Eres tú quien hace eso?
Sus ojos se abrieron por completo, observando el juego de mi magia mientras pateaba las hojas caídas en una espiral de aire.
Me quedé helada, con el corazón palpitando en mis oídos.
Idiota, idiota, idiota, idiota.
Me miró expectante mientras las hojas volvían a flotar hacia el suelo.
El corazón me latía con más fuerza. ¿Realmente iba a revelar esto a Royce? No lo conocía, pero…
—Star, ¿debemos decírselo?
Tardó tanto en contestar que pensé que seguía dándome la callada por respuesta.
—Creo que deberías.
Bueno.
Ahí lo tienes.
—Sí.
Magia.
Tenía magia.
Magia elemental.
Magia poderosa y fuerte.
¿Cómo pudo su padre ser tan tonto? ¿Cómo pudo la manada? ¿Tirar un regalo así? ¿Desaprovecharlo? Si no la hubiera encontrado por casualidad, ¿habría permanecido escondida del mundo?
Juniper era útil. Su padre estaba demasiado ciego para ver lo válida que podía ser.
Sin embargo, yo podía hacerlo.
El día en que su padre la dejó de lado en su cumpleaños fue cuando cometió su primer error. Hacerme su heredero por encima de mi hermano fue el segundo.
Dayton pensaba que mi hermano era una decepción. Después de todo, no había conseguido que Juniper se transformara ese día. Jacob fue rechazado. Al igual que había hecho con Juniper, Dayton repudió a mi hermano..
Pero el alfa había reaccionado con rapidez y me había nombrado sucesor en su lugar.
Me pregunté dónde estaría Jacob en aquel momento.
Tal vez se había convertido en un renegado, en un vagabundo de las tierras salvajes.
—Tienes mi palabra. Nadie sabrá lo que puedes hacer —le aseguré.
Sonrió aliviada.
—Sin embargo, no deberías tener que ocultarlo. Lo que eres capaz de hacer, Juniper, es un don. Uno que no debería permanecer oculto.
—Eso es lo que dice mi abuela.
—Es una mujer inteligente. Vi cómo te llevó con ella. Aquel día. Esperaba que te hubiera atendido bien.
—Ella me salvó. Si no me hubiera escondido durante todos estos años, mi padre me habría encontrado y probablemente me habría matado como a… —se atragantó con sus palabras.
—Tu abuelo.
Ella asintió, solemne. El cielo se oscureció cuando las nubes volvieron a entrar. Nos sentamos en silencio durante un rato. La caída de sus hombros me hizo querer rodearla con mi brazo, para consolarla y decirle que todo estaría bien.
Probablemente la espantaría.
—Casi lo olvido. Feliz cumpleaños —dije.
La sorpresa apareció en su rostro.
—¿Cómo lo has sabido?
—Tu cumpleaños es una fecha difícil de olvidar, especialmente después de lo que hizo tu padre.
—Oh. Gracias, creo.
—¿Qué vas a hacer para celebrarlo? —le sonreí, satisfecho de haberla sacado de sus pensamientos momentáneamente.
—En realidad, nada. Sinceramente, te has colado en medio de mi regalo. Hacía años que no salía —explicó. Soltó una risa a medias, escondiéndose detrás de la cortina de su pelo.
Me impactó, pero tampoco me sorprendió. No era de extrañar que nadie la hubiera visto en cinco años. No era capaz de imaginar lo sola que debió estar, encerrada durante tanto tiempo, atrapada en su propia casa…
—¡Tenemos que hacer algo entonces! —exclamé. La agarré de la mano y la puse en pie de un tirón. Me siguió de mala gana, pero con un brillo curioso en los ojos.
—No sé. Debería volver antes de que alguien más me vea.
—Nadie irá corriendo con el cuento a tu padre. Lo prometo. Como heredero alfa, tengo cierta influencia. Por alguna razón, la gente quiere estar a buenas conmigo —le guiñé un ojo.
Se rió, dulce y melódica. Sus mejillas se sonrojaron con un delicioso tono rosado, y tuve que refrenar los impulsos primarios de mi bestia.
Pero no era el momento.
—Entonces, enséñame el camino, futuro alfa —dijo entre risas mientras caminábamos de la mano por el bosque.
Royce era encantador. Su aspecto tampoco jugaba en contra. Con el pelo alborotado y unos ojos diabólicos que podían tentar incluso a la mujer más casta, era innegablemente atractivo.
Aunque eso pudo tener algo que ver con mi decisión de ir con él, fue algo más que su aspecto lo que me hizo caminar a su lado. Era agradable, simpático, y Starlet no parecía tener problemas con él.
Para mi sorpresa, me guió hacia el interior del bosque. Se movía silenciosamente en comparación con mis pisadas. Cerca, oí el goteo de un arroyo, una melodía tranquilizadora al son del entorno
—¿Adónde vamos?
Me sonrió por encima del hombro.
—A mi casa.
La línea de árboles se rompió de repente y nos encontramos en un claro. Era espacioso y rústico.
Una pequeña cabaña se alzaba en el centro con exuberantes jardines rodeándola. Era impresionante.
Entre los arbustos y las altísimas plantas , me pareció ver a una persona. O varias. Revoloteaban de un lado a otro, recogiendo comida del jardín. Estaban demasiado lejos y ocultos por las plantas para que pudiera distinguir algún detalle, pero parecían seres pequeños.
Cuando se movieron y vi ojos espiando entre las hojas y los tallos, agaché la cabeza. Puede que Royce fuese de fiar, pero eso no significaba que todos lo fueran.
—Vamos —Royce tiró de mí hacia la puerta principal.
El interior era tan rústico como el exterior. Resultaba hogareño y acogedor.
Me daba envidia.
Royce me condujo al interior de la casa, y nuestros pasos resonaron en el suelo de madera. De repente fui muy consciente de su mano alrededor de la mía, de lo grande y cálida que la notaba.
Mi corazón empezó a latir más rápido y temí que él pudiera sentir mi pulso.
Después de lo que pareció una eternidad, llegamos a una puerta. La abrió y la mantuvo abierta, esbozando aquella deslumbrante sonrisa suya. Me miré los pies mientras pasaba a su lado, tratando de ocultar mi rostro tras el pelo.
Las mariposas de mi estómago me tendieron una emboscada y lanzaron su ataque.
Aquel era su dormitorio.
Olía a él.
Di un pequeño respingo al oír el suave chasquido de la puerta al cerrarse.
—Toma asiento —dijo desde detrás de mí—. Siéntete como en casa.
Mis ojos escudriñaron la habitación no poco asustados. El mobiliario era escaso. Las estanterías se alineaban en una pared llena de libros y diarios, y una amplia cama estaba arrimada a la esquina.
Me senté en el borde de su cama, con la espalda recta, completamente tensa. Royce era atractivo, de aquello no había duda. La sola idea de que se acercara a mí me hacía dar un vuelco al estómago.
Yo nunca había besado a un chico. ¿Estaba realmente preparada para algo así?
Royce se sentó a mi lado y su peso hizo temblar la cama. Mi corazón se aceleró cuando me miró fijamente a los ojos.
Me sonrió.
—Por fin estamos solos.
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