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Secretos y pecados

Después de la muerte de su madre, Marcella Sinclair no puede evitar sentirse como una carga para su hermano de dieciocho años. Así que, cuando recibe una oferta para ganar mucho dinero como estríper, la acepta. Nadie puede enterarse… y el que menos su hermano, empeñado en mantenerla pura e inocente durante el resto de su vida.

Calificación por edades: 18+

Autora original: E.J. Lace

 

Secretos y pecados de E.J. Lace ya está disponible para leer en la aplicación Galatea. Lee los dos primeros capítulos a continuación, o descarga Galatea para disfrutar de la experiencia completa.

 


 

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1

Resumen

Después de la muerte de su madre, Marcella Sinclair no puede evitar sentirse como una carga para su hermano de dieciocho años. Así que, cuando recibe una oferta para ganar mucho dinero como estríper, la acepta. Nadie puede enterarse… y el que menos su hermano, empeñado en mantenerla pura e inocente durante el resto de su vida.

Calificación por edades: 18+

Autora original: E.J. Lace

Mari

—Señorita Sinclair, quédese un minuto. Necesito hablar con usted.

La voz pétrea del señor Keats me pone nerviosa.

De todos mis profesores, el señor Keats es el que más me impone.

Parece que nunca nos llevamos bien y cada vez que estoy en su clase me siento culpable de algún crimen inconfesable.

Asiento y maldigo internamente mi suerte.

Nunca he sido demasiado afortunada: si no tuviera mala suerte, entonces no tendría ninguna en absoluto.

Meto mis libros en la mochila, cojo mi chaqueta y veo cómo el resto de mi clase me deja atrás para estar a su merced.

No sé qué pasa con este hombre pero siempre me hace sentir como la chica mala. Como si nada de lo que hago estuviera bien.

Mis impecables calificaciones han caído en picado en manos de este hombre.

—Señorita Sinclair, ¿le gustaría que le pusiera un suspenso y se acabara todo? Es como si ni siquiera lo intentara.

Suspira mientras se apoya en su escritorio metálico, cruza los tobillos y junta los dedos apoyándolos en la hebilla de su cinturón.

Vuelvo a mirarle y trato de encontrar algo que decir..

—Nnn-no señor, realmente me estoy esforzando. Estoy tratando de mejorar mis notas en su clase, señor. Espero que esta próxima tarea le demuestre ese esfuerzo.

Vuelvo a asentir , viendo cómo sus fríos ojos marrones caen sobre mí.

Como si tratara de saber si estoy mintiendo, o tal vez simplemente no es un fan de mi sentido de la moda.

—Dudo mucho que pueda aprobar esta asignatura por su cuenta, señorita Sinclair. ¿Ha pensado en buscarse unas clases particulares?

Toda su presencia me hace retorcerme.

Me siento examinada y desestimada en todos los sentidos por él.

—Señor Keats, aunque es una excelente idea no podría permitírmelo. No sé muy bien en qué me estoy equivocando, si por favor pudiera darme un poco más de tiempo estoy segura de que subiré mi nota.

Jugueteo con mis uñas, uniéndolas mientras me balanceo.

—No creo en el optimismo señorita Sinclair, de hecho creo que es una mala elección para usted en este momento.

Su tono hace que parezca definitivo, como si ya hubiera tomado la decisión de que no puedo aprobar su clase; así que para qué intentarlo.

—Señor, por favor. Haré cualquier tarea como crédito extra para ayudar a subir mi nota. No puedo suspender esta asignatura, necesito todos los créditos de mi plan de estudios para aprobar. Si suspendo esta clase entonces no podré graduarme el próximo año. Por favor, señor, reconsidérelo.

Le suplico, con todo mi corazón que necesito esta clase para aprobar. No puedo suspender, tengo que graduarme para poder ir a la universidad.

Necesito la universidad para ganarme la vida y necesito el dinero para ayudar a mantener a mi familia.

Sólo somos Erik y yo.

Se ha dejado la piel para que yo llegase hasta aquí.

Tiene dos trabajos y apenas le veo; si suspendo, todo su sacrificio habrá sido en vano. Si suspendo esta asignatura entonces le fallaré a Erik y eso no puede pasar.

Le debo eso y mucho más.

Después de la muerte de mamá, se echó todas las cargas al hombro por mí.

Papá se fue hace mucho tiempo, ni siquiera lo recuerdo. Ahora somos nosotros dos contra el mundo.

Tratando de aportar algo yo también, traté de conseguir un trabajo pero Erik rechazó esa idea y me dijo que me centrara en mis estudios.

El señor Keats separa sus manos llevándose el dedo corazón a la mejilla y pasándolo por su sombra de barba.

Su americana gris se estrecha en los hombros y se abre en los laterales para mostrar su camisa de vestir blanca metida dentro de sus pantalones a juego con la chaqueta

—Mmm… si te interesa, podría tener una forma de garantizar tu nota. Ven a esta dirección a las cinco esta noche y te ayudaré con tu trabajo. No lo ofreceré de nuevo, así que tómalo o déjalo.

Se aparta de mí y saca una nota adhesiva de color amarillo de su escritorio.

Con un bolígrafo de tinta negra escribe una dirección y me tiende el papel.

Sin prisas, lo agarro y me aferro a él para salvar la vida.

—Gracias señor Keats. Prometo que estaré allí. Gracias por esta oportunidad.

Sonrío, mi pecho se llena de gratitud.

El señor Keats asiente mientras me despide oficialmente, y yo salgo del aula y me dirijo al pasillo para ir a mi taquilla.

Por fin algo de suerte.

Va a ser difícil trabajar directamente con el señor Keats; pero, mientras apruebe, valdrá la pena el esfuerzo.

Mi hermano es sólo cuatro años mayor que yo, sé lo mucho que se juega con dedicación al instituto.

No puede cuidar de los dos para siempre. Ni siquiera pudo llorar a mamá porque tuvo que volver al trabajo.

Sólo tenía dieciocho años cuando ella murió, y se quedó con su hermana pequeña de quince años completamente a su cargo.

Dejó la universidad y cogió otro trabajo. Cuidar de mí le hizo perder mucho.

Sé que se esfuerza enormemente y que procura que no me entere.

Perdió a su novia de toda la vida, Dana, porque no tenía tiempo para ella; renunció a sus becas y dejó su futuro en compás de espera.

Su lista de amigos se redujo a Ross y Ben, con quienes no sale mucho, ya que casi siempre está trabajando.

Erik es mi supermán particular. No puedo defraudarlo.

Simplemente no puedo.

Él puede con el mundo, con todo el estrés, con la deuda que nos dejó mamá, con las facturas, con dejarlo todo, congelar su vida y asumir toda la responsabilidad por mí.

Lo menos que puedo hacer es enfrentarme al señor Keats.

O a quien se cruce en mi camino.

Si Erik puede ser duro, yo también.

***

Asegurándome de tener todo antes de salir de la escuela, me dirijo a casa caminando. Son sólo unas pocas manzanas, así que no tardo mucho en llegar y me apresuro a terminar mis tareas.

Erik no llegará del trabajo hasta medianoche, así que es importante que se encuentre la cena preparada y su ropa limpia. A pesar de que cocino y limpio, me aseguro de llegar a tiempo a mi cita con el señor Keats.

Salgo de casa con cuarenta y cinco minutos de antelación, cojo un autobús para cruzar la ciudad y me bajo en la parada correcta. Comprobando la nota que me ha dado al menos diez veces, encuentro la dirección a tiempo.

Sólo faltan tres minutos para las cinco, así que no lo dudo y llamo a la puerta.

Cuando el señor Keats abre, me sorprende. Su vestimenta normal en la escuela es siempre traje y corbata, pero verlo en su casa es, cuando menos, extraño.

Su camisa blanca lisa le queda bastante bien, aunque el pantalón de chándal gris claro parece no le pega mucho, pero no digo nada.

—Llega tarde, señorita Sinclair —señala. Sus fríos ojos se clavan en mí, haciéndome sentir cohibida. Miro mi reloj y compruebo que he sido puntual.

—Lo siento, señor Keats, pensé que había dicho a las cinco —me excuso. Miro hacia abajo, manteniendo mis ojos en sus pantuflas blancas y negras. En su tiempo libre, el señor Keats se viste como cualquiera de mis compañeros de estudios. Sé que no es mucho mayor, tal vez treinta y pocos como máximo, pero aun y así me llama la atención.

—Has oído bien, pero si no llegas temprano entonces es que llegas tarde. No aceptaré retrasos. En caso de que lo haya olvidado señorita Sinclair, le estoy haciendo un favor y no se aprovechará de mí —dice con severidad, tanta que me estremezco ante sus palabras.

—Sí, señor, lo entiendo perfectamente. Lo siento mucho. No volverá a ocurrir. Lo prometo —le aseguro. Mantengo la mirada baja, sin tener el valor de mirarle a los ojos. Temo ser absorbida por su vórtice maligno si le echo un solo vistazo. Como si él fuera Medusa y fuese a en piedra o algo así.

—Bueno… Venga por aquí —indica. Se aleja, agitando una mano para que entre tras él.

No pierdo ni un segundo en seguirle, cerrando la puerta suavemente para poder prestarle toda mi atención. Me quito el bolso del hombro y espero más instrucciones.

El señor Keats parece ensimismado en un trabajo que está dejando de lado.

Su casa es bonita, muy de hombre. Se nota que vive solo; su piso de soltero huele a colonia masculina y la ausencia de decoración evidencia que allí reside un hombre soltero.

Estoy seguro de que mi casa tendría el mismo aspecto si sólo la ocupara Erik, a mamá no le gustaba mucho el diseño de interiores.

Tampoco podía serlo, ya que no teníamos dinero. Además, todos los extras se fueron en su hábito de esnifar por la nariz.

Mamá era adicta a la cocaína, un hábito relativamente reciente. De hecho, yo recordaba cuándo había empezado a cambiar. Cuando tuvo una sobredosis nos pareció algo imposible… hasta que limpiamos su habitación.

Encontré una papelina bajo su colchón, otra en el cajón de su cómoda y polvo en su mesita de noche.

Cuando recuperamos su bolso parecía que se habían empleado a fondo con él usando un pompón de los que se emplean para gastar bromas.

Mi madre sufrió una sobredosis en Año Nuevo hace dos años. Faltó de casa durante dos días pero pensé que estaba con su novio Scotty.

Cuando llegó el tercer día y nos cortaron la electricidad, lo único que se me ocurrió fue ir a buscar a Erik.

Cuando le conté lo de mamá y el corte de luz no pareció preocupado. Para ser justos, él estaba en una fiesta de la fraternidad y estaba más molesto con mi aparición allí que con lo que realmente estaba pasando.

Cuando me di cuenta de que estaba borracho, busqué ayuda en otra parte. Ben llegó justo cuando yo estaba perdiendo la esperanza, así que le conté lo que pasaba.

Ben sacó a Erik de la fiesta y nos llevó a su apartamento fuera del campus. Comparte piso con Ross y otro chico, Stevie. Estuvimos sentados allí durante horas hasta que Erik se puso sobrio y comprendió lo que le ocurría.

Ben se quedó conmigo mientras Erik fue al trabajo de mamá y a preguntar por ahí. Me enteré de que mamá había perdido su trabajo dos meses antes.

Su amiga Cindy dijo que no había visto a mamá en semanas y que lo último que había sabido de ella era que se había metido en algún problema con un tipo al que llamaban el hombre del gas.

Pasaron dos semanas sin tener noticia de ella.

Comprobamos los hospitales y las cárceles, preguntamos por los alrededores. La policía no parecía interesada y se desentendió de nosotros. Como eran las vacaciones de Navidad, yo no tenía colegio y no podía quedarme en casa sin calefacción.

Ben me dio cobijo. Erik salía a buscar a mamá todos los días y volvía con las manos vacías. Así que cuando la policía vino al apartamento de Ben para notificar a los familiares, fue casi un alivio.

Yo fui la que abrió la puerta, Ben había salido a cenar y Erik andaba buscando a mamá. Stevie y Ross se habían ido a trabajar.

Era el atardecer, el frío en el aire parecía de invierno y yo estaba viendo reposiciones de Drake y Josh en algún sitio pirata que Stevie había conectado para nosotros. Lo recuerdo como si no hubiera pasado dos años.

Recuerdo a los oficiales que vinieron. El detective Fordmen y el oficial Harris.

Me preguntaron si estaba sola, si mi hermano podía volver. Les dije que había salido y que estaba en camino, pero que si se trataba de mi mamá, que me lo dijeran.

Podía sentir las malas noticias de las que eran portadores. Sabía que lo que tuvieran que decir no era nada bueno.

Cuando el detective Fordmen dijo que habían encontrado a una mujer que coincidía con la descripción de mi madre y que necesitaban que se identificara su cuerpo, me limité a decir que estaba bien y que mi hermano y yo iríamos a la morgue.

Les mostré la salida, quedándome a solas con la noticia para deleitarme con el amargo sabor de la verdad. Ben volvió con los brazos llenos de bolsas de comida para llevar.

Me echó una mirada y supo que algo pasaba.

—¿Mari? ¿Qué pasa? —preguntó, utilizando la abreviatura de mi nombre. Dejando caer las bolsas sobre la encimera llego a mi lado de una sola zancada. Sus fuertes y tonificados brazos se tensaron a su lado. Sus manos se abrieron y se cerraron repetidamente. Sus ojos azul pálido me hicieron sentir calor, como bajo el cielo de verano.

—Mi madre está muerta, y Erik y yo tenemos que ir a reclamar su cuerpo. La policía acaba de llegar —informé. Lo dije sin ningún sentimiento, la mano arrolladora de la muerte cayó sobre mí y me hizo sentir entumecida. La cara de Ben cayó por un segundo antes de recuperar su férrea compostura. Vi su mandíbula chasquear, vi la reflexión nublar sus ojos. Ben siempre ha sido enorme. Cuando era pequeña, habría jurado que era un oso. El pelo castaño oscuro me hacía pensar en un oso pardo. Siempre ha sido mucho más alto que todos nosotros, y después de mucho tiempo haciendo ejercicio, era enorme por diferentes razones.

—Tal vez se equivocaron de persona y todavía está por ahí. Quizá no esté muerta —aventuró. Su voz era la más suave que había oído nunca. Ben siempre había sido como un muro de piedra, era el mejor amigo de Erik y de su misma edad, pero siempre me había sentido cerca de él también.

Negué con la cabeza, lo supe en el momento en que los agentes llamaron a la puerta. Mi madre estaba realmente muerta. Lo sabía en mi corazón.

Cuando Ben deslizó su mano en la mía y entrelazó nuestros dedos pude sentir que la pared cedía y la tristeza me inundaba. Antes de que esa primera lágrima me aguijoneara los ojos, Ben me tenía en sus brazos.

Me abrazó con fuerza a su pecho mientras yo sollozaba y humedecía su camisa. No podía respirar. Lloré largo y tendido, nadie me había abrazado así, como si me necesitara tanto como yo a él en aquel momento.

Lloré hasta que mi corazón se quedó sin lágrimas y me sentí vacía. Ben nunca me soltó, nunca me dijo que parara o me calmara. Sólo me abrazó y jugó con mi pelo.

Cuando Erik volvió, Ben fue el que se lo contó todo mientras yo me lavaba la cara. Mi hermano y yo fuimos a ver el cadáver de mamá. Los días siguientes no fueron más que un borrón.

Lo único que realmente recuerdo es a Ben.

La forma en que me cuidó y se aseguró de que estuviera bien. Para ser un oso pardo, nunca se apartó de mi lado.

Cuando le pedí a Erik que dejara que el Estado asumiera mi tutela para que él pudiera seguir con su vida, toda la casa se puso en contra mía. Ben, Erik, Ross y Stevie me echaron la bronca por haberlo sugerido.

Me atengo a esa elección.

Habría sido más fácil para él.

***

—Señor Keats, ¿le gustaría empezar aquí? —pregunto mientras él ordena los papeles apilados y despeja su sofá de cuero rojo oscuro.

No dice nada, no reconoce mi presencia en absoluto. Me quedo detrás de él, esperando en silencio a que empiece mi clase particular.

Me parece que transcurren eones antes de que termine. Me hace un gesto para que deje mi bolsa aquí y le siga fuera de la estancia.

Vamos allá.

 

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2

Mari

—Señorita Sinclair, estoy seguro de que conoce la expresión ’un arma de doble filo’ — mientras se adentra en su gran casa. Las paredes están decoradas con tablones de madera que les dan un aspecto natural pero que en realidad es falso. La iluminación es muy escasa y mis ojos tardan en adaptarse.

—Sí, señor, la conozco —respondo desde atrás. Su pasillo es largo y estrecho. No puedo estar a su lado, tengo que caminar detrás. No dice nada más mientras entramos sigilosamente en una pequeña habitación escondida detrás de unas escaleras. El señor Keats me deja entrar primero mientras espera junto a la puerta.

Esta habitación, al igual que el pasillo, está sin amuebla y a oscuras. El señor Keats se acerca al gran escritorio de madera que hay en el centro de la habitación y toma asiento como un rey en su trono.

Parece un amenazante macho alfa en su hábitat. Sus fríos ojos parecen encogerme con una sola mirada.

—La vida es como una espada de doble filo, señorita Sinclair, todo lo que sucede tiene repercusiones —afirma. Sus palabras parecen lanzar un hechizo, me siento encerrada aquí. Como si me estuvieran interrogando y sentenciando, todo en uno. Asiento para mostrarle que estoy escuchando. Se hace un largo silencio hasta que el señor Keats se aclara la garganta y me dice que tome asiento a un lado de su escritorio en vez de frente a él.

Haciendo lo que me dice, no me lo pienso dos veces antes de correr a su lado. Sentada recta y cruzando las piernas por los tobillos, me concentro en mi postura.

Recuerdo muy bien que el señor Keats odia a los holgazanes. En más de una ocasión me ha llamado la atención en medio de la clase. Ahora me esfuerzo por ser consciente de ello cuando estoy cerca de él.

—Está suspendiendo mi clase, le he dado una oportunidad tras otra para subir esta nota tan baja pero has desperdiciado esas oportunidades. Hoy, como hombre generoso y considerado que soy, dejo caer una última oportunidad en su regazo. Su madre ha fallecido, no hay padre y su tutor no puede permitirse un profesor particular, ¿correcto?

El señor Keats da en el clavo, aunque me he esforzado en su clase. No es que no entienda la materia, pero es como si cada vez que tengo que entregar un trabajo, todo sale mal de alguna manera. Mis compañeros de clase y yo nunca hemos estado cerca, pero leí el trabajo de Warren, el chico que se sienta a mi lado y pensé que el mío era mucho mejor que el suyo, pero aun así el de Warren obtuvo una nota mucho más alta.

—Sí, señor, es correcto —respondo dócilmente.

—Como usted misma ha dicho, necesita aprobar mi asignatura o no se graduará a tiempo. ¿Está dispuesta a hacer todo lo posible?

Siento un nudo en la garganta, el pegamento que la recubre por su pregunta.

—Sí, señor, así es —confirmo. Sueno como un niño culpable al que han pillado echando mano del tarro de las galletas. Mi respuesta hace que los labios del señor Keats se conviertan en una sonrisa manchada que sustituye por su ceño fruncido. El señor Keats alaba mi buena disposición, ,en lugar de deleitarme con sus cumplidos, siento que tal vez no debería haber venido aquí.

Me digo a mí misma que no tengo otras opciones, así que no podía rechazar su oferta.

—Mi… situación es única, señorita Sinclair, usted entiende que cada persona tiene sus propios gustos y preferencias. La mía resulta ser bastante específica. Me gustaría ofrecerle un trato único. Si dice que no, le pondré un suspenso. No tendrá otra oportunidad. ¿Me entiende? —inquiere. Su voz suena definitiva, necesito aceptar su ofrecimiento sin importar lo que sea, esa es la verdad. Tengo que aprobar.

—Sí, señor. —respondo más bajito, siento que me encojo. El señor Keats gira su silla hacia mí, con las manos unidas frente a él—. No estoy seguro de que le importe lo suficiente, señorita Sinclair. Convénzame. —propone. Me mira fijamente, sus ojos ya no tienen color marrón; parecen agujeros negros.

—Señor Keats, haré lo que quiera, tengo que aprobar. Sé que ha sido usted amable y me ha dado segundas oportunidades y las he desperdiciado. Pero mi hermano confía en mí y no puedo perder otro año. Él ya ha renunciado a muchas cosas. Cualquier cosa, y me aseguraré de que se haga a su gusto señor. Le juro que estoy absolutamente comprometida con esta asignatura y con mi educación, señor —manifiesto. Me arrimo al borde de mi asiento y me inclino hasta las puntas de los pies mientras le suplico.

El señor Keats asiente ligeramente , apenas lo suficiente para que me dé cuenta. Deja que su lengua rosa ruborizada le recorra el labio inferior mientras me escudriña con una mirada escrutadora. Desvío la mirada, sintiéndome como un insecto que él está decidiendo aplastar bajo el peso de su zapato. El señor Keats se aclara la garganta una vez más y se reclina en su asiento—. Señorita Sinclair, no aceptaré ninguna forma de impertinencia o desobediencia, o que no haga exactamente lo que se le dice. ¿Me he explicado bien?

—Sí, señor —susurro, sintiendo que algo malo va a pasar.

—Levántese —ordena. Me incorporo de un salto, poniéndome rígida y recta. Su voz se hace más profunda, como bombillas que estallasen sin previo aviso, cubriendo la estancia con sus peligrosos fragmentos—. Quítese los zapatos. Míreme. No mire nada más en esta habitación. Sus gruñidos de barítono envían un cubo de agua helada a mi torrente sanguíneo. Sin saber lo que tiene preparado y sin querer fallar, hago lo que me dice.

Me saco las zapatillas negras, mantengo la mirada fija en sus ojos negros como un pozo negro del espacio exterior.

—Suéltese el pelo —indica. Cada palabra va acompañada por un vistazo conminador. Me siento mal pero hago lo que me dice.

Deshago la coleta y dejo caer mi larga melena color chocolate sobre los hombros y la espalda.

El señor Keats se echa hacia atrás en su silla, dejando que sus largas piernas se estiren mientras tantea el largo cordón de sus pantalones.

Conteniendo el gemido que llena mi garganta hasta el borde sólo miro sus ojos. Negros, sin alma, como los de un halcón.

—Quítese la camisa —añade. La orden hace que mi corazón se estremezca. Nadie me ha visto nunca desvestida. Nunca he salido con nadie, ni siquiera me han entrado mientras me cambiaba. Acabo de cumplir dieciocho años, pero la mayoría de las chicas ya han tenido al menos un novio y se han dado su primer beso. Aquí estoy yo, desvistiéndome ante mi profesor para asegurarme de aprobar su clase antes de llegar a experimentar nada de eso.

Sabiendo que no tengo elección, al menos no una real, hago lo que me dice.

Cogiendo el dobladillo de mi camiseta rosa lisa y tirando de ella sobre mi piel desnuda, dejando al descubierto mi bajo vientre, luego mi ombligo, mi caja torácica y finalmente mi pecho.

Mis brazos se deslizan hacia fuera mientras saco la cabeza y coloco mi camisa en la silla detrás de mí. Mi sujetador blanco queda a la vista y mis pechos se desbordan por encima.

Hace tiempo que sé que necesito ropa nueva, pero no me la puedo permitir. Erik no debería pagar por esas cosas.

El señor Keats aspira con una respiración corta y aguda al verme, se baja el pantalón de deporte hasta las rodillas y se mete una mano en los calzoncillos a cuadros. Mantengo la compostura, mirándole fijamente a los ojos y sin atreverme a mirar ninguna otra parte de su cuerpo.

—Desabróchate el sujetador y dámelo —dice, pasando a tutearme.

Parece que le duele, puedo oír el chirrido de la silla por las sacudidas que está haciendo. Llevo los dedos a la almohadilla de algodón suave y muevo el cierre, desenganchando los tirantes y sacando las copas del sujetador de mi pecho. Los ojos del señor Keats siguen mis movimientos como si estuviera devorando cada centímetro de mi carne desnuda. Sus ojos están hambrientos y dispuestos a alimentarse de mí.

Dejando que mis brazos se deslicen fuera de los tirantes, me quito el sujetador por la mitad. Mis pechos caen ligeramente hacia abajo y mis pezones se endurecen con el cambio de temperatura.

Me inclino hacia delante dejando que el señor Keats me quite el sujetador de las manos y veo cómo se lo lleva a la nariz. Inhala profundamente, como si mi sujetador oliera a galletas recién horneadas. Quiero cubrirme.

Quiero cruzar mis brazos alrededor de mí y bloquear su vista, pero estoy demasiado asustada.

—Los pantalones —pide con un gesto. Su voz tiembla junto con él, todo su cuerpo está agitado. Nunca lo he visto, pero sé lo que está haciendo. Parece que se está atacando a sí mismo. No sabía que los hombres lo hacen de forma tan brusca.

Le obedezco, desabrochando el botón de mis vaqueros y tirando de la cremallera para liberarla; sostengo su mirada, siendo absorbida por el agujero negro. Dejo que mis tejanos caigan hasta los tobillos y me desembarazo, dándoles una patada hacia atrás.

Mis gruesos muslos parecen centrar su interés. El señor Keats se muerde el labio inferior mientras se pega a mí.

De pie ante él, en nada más que mis bragas de lunares verdes y azules, me aspira.

—Quítatelas —gruñe, con el rostro tenso y con aspecto enfadado. Me permito tomar un muy necesario respiro mientras engancho mis pulgares y dejo que mis bragas se deslicen hasta mis pies. Haciendo lo mismo que antes, las pongo detrás de mí. De pie, completamente desnuda, el señor Keats lanza otro gemido al ver mi joya desnuda. Se pasa la lengua por el labio inferior y sus ojos me recorren ávidos. Noto su mirada pegajosa y viscosa, una atención molesta.

—Sube la pierna al escritorio —sisea, tirando de sí mismo con una velocidad que parece dolorosa. Levanto la pierna dejando que el arco de mi pie se mantenga en la esquina de su escritorio. Mi zona íntima siente la corriente de aire en la habitación mientras le permito mirar mi parcela más privada. Cuando lo hago, en el momento en que sus ojos se posan en mi entrepierna de color rosa, puedo ver cómo su cuerpo da un brinco y se paraliza. Se estremece violentamente y deja escapar un feo gemido que hace que un vil sabor se deslice por mis papilas gustativas.

Se sacude un par de veces más antes de suspirar aliviado, retirando la mano del calzoncillo y dejando caer la cabeza hacia atrás. No sé qué más hacer, así que me quedo quieta. Mi cuerpo desnudo se exhibe ante él, con la pierna levantada sobre su escritorio. Espero instrucciones. Su mano permanece abierta mientras coge dos pañuelos y se limpia. Cuando tira los pañuelos usados a la papelera, vuelve a examinar mi cuerpo.

—Aprobarás mi asignatura, di una palabra de esto a alguien y destruiré tu reputación. Vístete y vete —exige fríamente. Dejando caer la pierna me apresuro a cubrirme.

Haciendo un trabajo rápido con mi ropa, ni siquiera me molesto con el sujetador, meto los pies en las zapatillas y salgo a toda velocidad de la habitación y recorro el pasillo.

Cuando llego a su salón, cojo mi bolso y mi libro de texto antes de salir corriendo de su casa.

Quiero alejarme de él y de lo que acababa de hacer. Ni siquiera pienso en la parada del autobús o en la hora que es. Sólo corro.

Corro entre manzanas e intersecciones, el edificio y la gente no significan nada para mí.

Mi pelo ondea a mis espaldas, mi bolso golpea la parte inferior de mis hombros con cada paso, mis brazos cubren mi pecho para que nadie sepa que voy sin sujetador.

Corro entre la multitud y, transcurrido un tiempo, olvido por qué estoy corriendo. Cuando por fin me detengo, mis rodillas se doblan y golpean el duro e implacable asfalto.

Recuperando el aliento, casi me río al leer el cartel del establecimiento que tengo ante mí.

The Silky Bunny, rezan las letras que se iluminan en neón rosa y morado con el preceptivo sedoso conejito de blanco a juego saltando alrededor del cartel. Casualidad o no, me he detenido frente a un club de estriptís en una zona poco recomendable de la ciudad. Al recuperar el control y dejar que mi respiración se ralentice, oigo los pasos de alguien caminando a mi lado.

—Hola, cariño, ¿estás bien? —una voz parecida a la de Fran Drescher me hace levantar la cabeza para ver una peluca roja como la sangre encima de una cara clara llena de maquillaje y un abrigo de piel apretado su diminuto cuerpo. Tropiezo y caigo sobre los codos.

—Oh, cariño, déjame ayudarte. Sus pequeñas manos me agarran por la cintura y me ponen de pie. Sus ojos color avellana recorren mi cara buscando signo de heridas. Saca su chicle y lo vuelve a meter—. ¿Estás colocada o algo por el estilo? —Nnn-no, señora, sólo estaba corriendo. Estoy bien. Gracias —le aseguro. Doy un paso atrás para alejarme de ella y de su empalagoso perfume de flores de cerezo.

—Cariño, nadie corre así sin razón. No me debes nada. Pero yo me dejaría ayudar. Entre nosotras tenemos que estar juntas. El poder de las chicas y toda esa mierda. Deja que te lleve a casa. Mira, mi coche está justo ahí. Toma esto —dice. Me tiende un plátano y me señala un Chevy de cuatro puertas de color marrón oxidado. Cojo el plátano, la sigo sin pensar y me subo al vehículo. Me pongo el cinturón de seguridad y le digo el nombre de mi calle. Mientras conduce, se presenta como Brittany Hicks.

—Cariño, sé que estás bien. Ya lo has dicho. Pero si necesitas hablar de ello, puedo prestarte oído. No te conozco, no me conoces. No es que vaya a contárselo a nadie aunque quiera, que no quiero.

Llegamos a un paso de peatones y pude sentir el peso asfixiante de lo que acabo de hacer. La culpa es como una cadena alrededor de mi cuello y no sé cómo quitármela.

No sé si es porque siento que Brittany está tratando genuinamente de ayudar o tal vez sólo debido a que soy ingenua y crédula, pero se lo cuento todo. la muerte de mamá y que Erik me está cuidando. Le cuento lo mucho que trabaja y que no puedo suspender el instituto.

Lo mucho que me esfuerzo en mis estudios y cómo el señor Keats es lo peor. Le cuento todo. Cada detalle sobre lo que he pasado y cómo tenía que conseguir un aprobado y lo culpable que me siento.

Brittany era sincera la verdad cuando me ha dicho que iba a escuchar, porque lo hace. Cuando llegamos a la puerta de mi casa, me abraza. Me acaricia la espalda como lo haría una madre con su hija y me dedica una sonrisa fuerte y tranquilizadora.

—Bien, primero, esto no es tu culpa. Eres una joven inocente y él es un hombre adulto que se ha aprovechado de ti. Esto es culpa de él, no de ti. Eres muy fuerte por soportar esto todos los días— me asegura. Hace que la cadena se afloje y me da espacio para respirar.

—Sé que esto va a sonar a locura pero… cuando me pasó algo muy parecido anhelé el control. Lo hice siendo dueña de mi cuerpo; es un poco exagerado y tal vez no sea para ti pero me hice con el control, subí mi autoestima y gané un dinero loco como bailarina en The Bunny.

—¿Eres estríper? ¡Vaya!. —exclamo asombrada. He oído hablar del trabajo, pero nunca he conocido a nadie que lo hiciera realmente. Ella vuelve a sonreír y me mira de arriba abajo.

—Tal vez quieres pensártelo. Podría enseñarte a trabajar en la barra y algunos movimientos de baile. Creo que te gustaría. Sobre todo después de ganar un buen dinero.

Parece muy segura y positiva. No quiero decirle que no hay manera de que pueda hacer eso. No puedo tener un trabajo normal y mucho menos uno como estríper: mi hermano me mataría. Me arrancaría el corazón.

Le doy las gracias y le digo que lo pensaré. Le agradezco diez veces el viaje de regreso y me despido de ella. Cuando llego a casa y recaliento la cena, como y me ducho.

Le dejo una nota a Erik para decirle que le quiero y que hoy le he echado de menos. Le doy las gracias por trabajar tan duro y le digo lo orgullosa que estoy de él.

Al caer en la cama me río pensando en qué clase de bailarina sería. Agradezco sinceramente caer profundamente dormida.

 

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Mentes retorcidas

Elaina Duval llevaba una vida perfectamente feliz y normal con su madre, hasta el día en que cumplió dieciocho años. El día de su cumpleaños descubre que ha sido prometida al cruel y despiadado Valentino Acerbi, que pronto será capo de la mafia italiana. Sin poder elegir ni opinar, se ve arrastrada a su retorcido mundo y obligada a soportar cosas que ningún ser humano debería soportar, pero, ¿y si empieza a gustarle?

Clasificación por edades: 18+ (Advertencia de contenido: violencia, abuso sexual, violación, tráfico de personas)

Autora original: Cassandra Rock

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Placer y negocios

A Trinity le gusta el trabajo, pero eso no significa que sea siempre fácil. En un bar, tras un duro día en la oficina, conoce a Stephen Gotti: un caballero de puertas para fuera e insaciable en el dormitorio. Se enamoran rápidamente, pero Stephen tiene un gran secreto. ¿Asustará este secreto a Trinity?

Calificación por edades: 18+

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Nota: esta historia es la versión original de la autora y no tiene sonido.

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Desvanecido

Han pasado dos años desde que Lily perdió a su novio en un tiroteo. Cuando una prestigiosa universidad le hace una oferta de trabajo, tiene la oportunidad de acabar con sus demonios y empezar de nuevo, al menos hasta que conoce al irresistible presidente de la escuela. ¿Podrá Lily confiar su amor a un nuevo hombre, o sus oscuros secretos sólo le llevarán a un nuevo desengaño?

Calificación por edades: 18+

Autora original: Haley Ladawn

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Y de pronto

Hazel Porter es completamente feliz con su trabajo en la librería y su acogedor apartamento. Pero cuando un aterrador encuentro la arroja a los brazos de Seth King, se da cuenta de que hay algo más en la vida, ¡mucho más! Rápidamente se ve inmersa en un mundo de seres sobrenaturales que no sabía que existían, y Seth está justo en el centro: un Alfa feroz, fuerte y magnífico que no quiere otra cosa que amarla y protegerla. Pero Hazel es humana. ¿Podrá funcionar?

Calificación por edades: 18+

Autora original: nightnoxwrites

Nota: Esta historia es la versión original del autor y no tiene sonido.

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El Alfa Milenario

Eve tiene poderes más fuertes que la mayoría, pero cuando se le asigna una misión con un premio que no puede rechazar, empieza a preguntarse si es lo suficientemente fuerte para completarla. Con vampiros, hombres lobo renegados y deidades malvadas tras ella, la determinación de Eve se pone en duda, y todo eso antes de encontrar a su pareja…

Del universo de Lobos Milenarios.

Calificación por edades: 18+

Autora original: Sapir Englard

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Tranquilidad

Fuera del Reino de los Licántropos, Lilac, de dieciocho años, es una tímida mujer loba, pero es hermosa y todos a su alrededor se fijan en ella.

Cuando un olor que no puede ignorar la golpea y se ve obligada a reconocer sus impulsos, se encuentra mirando al infame Kyril Vasilio. Y se da cuenta de que no es sólo un licántropo más… también podría ser su pareja.

Calificación por edades: 18+

Autora original: Jessie James

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Tócame

Hace tiempo que Emily no se acuesta con nadie. ¿Y su última relación? Ni se acuerda, ¡fue hace tanto! Pero eso significa que está dispuesta a tener un buen ligue. Emily está a punto de conocer a alguien que le prenderá el corazón en llamas.

Calificación por edades: 18 +

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Los guerreros Torian

La Tierra está siendo atacada por una raza de monstruosos alienígenas que sólo quieren la destrucción total de la humanidad. Lilly y su hermana pequeña están atrapadas en medio de todo eso y se enfrentan a una muerte segura… hasta que el magnífico Rey Guerrero Bor llega desde otro planeta y las salva. Su misión es proteger a todos los humanos, pero ahora sólo tiene ojos para Lilly. ¿Se interpondrá su deber en el camino del amor, o lo sacrificará todo por ella?

Calificación por edades: 18+

Autora original: Natalie Le Roux

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La fuerza de la rosa

Tras la muerte de su padre, el rey, Deanna se encuentra en una peligrosa situación. Es una princesa bastarda, y su madrastra, la reina Rosaline, y su hermanastro, el príncipe Lamont, harán todo lo posible para conseguir expulsarla de la corte. Sola y sin nadie que la proteja, Deanna empieza a temer por su vida. Pero cuando empiezan a llegar los pretendientes para cortejar a la reina Rosaline, Deanna conoce a un apuesto forastero de una tierra lejana que puede ofrecerle la salvación que busca…

Calificación por edades: 18+

Autora original: Audra Symphony

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Esclava del dragón

¡Viaja al pasado en esta reinterpretación medieval de la excitante Ciudad Réquiem! Madeline ha servido a los poderosos dragones cambiantes de la Horda de Réquiem desde que era joven. En su decimoctavo cumpleaños, Hael, el mismísimo Señor Dragón, fija sus ojos verde esmeralda en Madeline. Tiene planes mayores para ella. ¿Será Madeline la servil esclava sexual que Hael requiere? ¿O será que este ser ultra sexy ha encontrado a su pareja?

Clasificación por edades 18+

Autora original: C. Swallow

Nota: Esta historia es la versión original de la autora y no tiene sonido.

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