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La compañera del Rey Lobo

Así fue como se acabó el mundo.

El rey de los lobos, el monstruo mítico, el hombre majestuoso al que había llegado a amar y desear con cada uno de mis suspiros, yacía allí… desangrándose junto a su trono. Agonizando.

Alzándose sobre él había un engendro sonriente… el Señor de los Demonios. Me señaló con un dedo largo, oscuro y enjuto.

 

La compañera del Rey Lobo de Alena Des ya está disponible para leer en la aplicación Galatea. Lee los dos primeros capítulos a continuación, o descarga Galatea para disfrutar de la experiencia completa.

 


 

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1

BELLE

Así fue como se acabó el mundo.

El rey de los lobos, el monstruo mítico, el hombre majestuoso al que había llegado a amar y desear con cada uno de mis suspiros, yacía allí… desangrándose junto a su trono. Agonizando.

Alzándose sobre él había un engendro sonriente… el Señor de los Demonios. Me señaló con un dedo largo, negro y enjuto.

—Ahora eres mía —graznó, escupiendo fuego por la boca—. Annabelle… mi princesa de la oscuridad…

Caí de rodillas y lloré, invadida por la angustia. Pero mientras las lágrimas bajaban por mis mejillas, las sentí… burbujeando… hirviendo… derritiéndose sobre mi piel. Grité, desgarrando mi cara, tratando de hacer que aquello se detuviera.

Pero no había nada que pudiera impedir aquella transformación. Oí la carcajada del monarca demoníaco mientras mis lágrimas se convertían en cicatrices negras, mis ojos quedaban vacíos, mis labios… que nunca volverían a conocer el sabor de los suyos… el Rey Lobo al que amaba…

Lo había perdido.

Yo estaba perdida.

El mundo estaba acabado… Sólo la oscuridad gobernaba ahora…

***

Me desperté sobresaltada, temblando, hiperventilando, pero el mundo seguía a oscuras.

—¿Qué? —pregunté, alucinando—. ¿Qué está pasando?

Me di cuenta de que llevaba una máscara para los ojos y, en cuanto me la quité, pude comprobar que estaba sano y salvo en mi habitación.

Ufff…

Aquel maldito sueño de nuevo. Había sido recurrente durante semanas. Pero cada vez que me despertaba, no podía recordar ni un solo detalle. Sólo el terror, el pavor, la sensación de que algo grande se acercaba. Pero ¿qué?

Un fuerte golpe en la puerta me hizo estremecer.

—¿Cariño?

Me giré para ver a mi padre. Aquello era todo. Me reprendí a mí misma. Contrólate, Belle.

—¿Qué pasa, papá?

—Hay algo importante que tenemos que tratar.

Se sentó en mi cama. Mi padre era el alfa de nuestra manada, con una estructura de ladrillo, pero con una bondad silenciosa en sus ojos marrones que no tenía rival. Era ferozmente devoto de su familia, por lo que lo que dijo a continuación me impactó de lleno.

—Annabelle —dijo, bajando la mirada—. No sé cómo decir esto, pero es hora de que dejes atrás la manada.

Mis ojos se abrieron como platos.

—¿Cómo dices?

—Tu madre y yo te enviaremos a un lugar… seguro. Cálido. Lejos de aquí.

—¿De qué estás hablando? —pregunté, poniéndome de pie y retrocediendo—. ¡Esta es mi casa! No puedo dejar la manada. Pertenezco a…

—¡Perteneces a donde yo digo! —bramó, y me quedé callada.

Mi padre rara vez levantaba la voz. Aquello significaba que el asunto era serio. Significaba que él, el alfa de nuestra manada, tenía miedo de algo. Pero… ¿qué?

—¿Por qué…? ¿Por qué estás haciendo esto? —quise saber; y las lágrimas llenaron mis ojos.

Pensé en mi hermano, Sean, en mis mejores amigos, Joshua y Danny, y sobre todo en Gregory, el hombre al que creía estar destinada. ¿Cómo iba a vivir sin ellos? ¿Qué estaba pasando? Mi mundo se estaba escapando de debajo de mis pies.

—No puedo explicarlo —dijo papá—. Pero debes entender, Annabelle. Es por tu propia protección.

Protección ¿de qué?¿Tenía algo que ver con aquel maldito sueño? Si pudiera recordar los detalles, maldita sea. Pero no tenía miedo de lo que se ocultaba tras la pesadilla… fuese lo que fuese. No. Aquel era mi hogar. Y nada, nadie, me lo iba a arrebatar.

—Annabelle —dijo mi padre, viéndome darle vueltas a la cabeza—. No…

—Intenta detenerme —le desafié.

Y, antes de que supiera lo que estaba sucediendo, atravesé corriendo la habitación, la casa y el bosque tan rápido como mis pies podían llevarme.

***

Corría por mi vida. A lo lejos, podía oír la voz retumbante de mi padre.

—¡Vuelve aquí, Annabelle!

Pero de ninguna manera me iba a detener. Me transformé y sentí que un calor familiar se filtraba en mi piel. Mis miembros se estiraron y una pelambrera rojiza emergió de mi cuerpo, cubriéndome como una gruesa manta.

Ya a cuatro patas, me dirigí a mi lugar secreto en el bosque. Lo había descubierto cuando era mucho más joven. Sean, mi hermano mayor, se burlaba de mí sin descanso, lo que me hacía huir al bosque envuelta lágrimas.

—¡No eres mi hermana! —gritaba—. ¡Vuelve al lugar de donde has salido!

Era cinco años mayor que yo, y todo lo que anhelaba era ser amada por él.

Aquella noche me derrumbé en un claro, con la luna llena observándome desde arriba, cegándome con su majestuosidad fluorescente. Me habló en silencio, calmando mis preocupaciones. Era mi amiga secreta cuando me perdía en la oscuridad.

Ahora corría hacia allí, esperando encontrar el mismo consuelo y el mismo alivio que había sentido por primera vez trece años atrás. Ser enviada lejos significaba que también tendría que dejar atrás mi claro especial. No podía soportar aquella idea.

—¿Adónde podría acudir? ¿Dónde podría estar sola? Oh, querida Diosa de la Luna, no dejes que este sea mi destino. ¡No dejes que mi padre me envíe lejos!

—¡Belle, detente! ¡Espérame! —gritó Sean. El tiempo había ayudado a limar nuestras diferencias, haciendo que ahora fuésemos más cercanos. Sabía que a él le importaba, pero algo dentro de mí se negaba a que mis patas dejaran de correr. Necesitaba alejarme de todos.

Oí cómo cambiaba de forma detrás de mí, su gran cuerpo de casi dos metros se transformó en un enorme lobo gris tan rápido como fuerte. En cualquier momento alcanzaría a mi pequeña y débil loba.

Cuando me transformé por primera vez a los quince años, pensé que mi animal crecería, pero nunca lo hizo. A diferencia del resto de mi familia, mi loba siguió siendo pequeña y enclenque.

Lo que me hacía más fácil de atrapar.

El lobo de Sean saltó sobre mi espalda, inmovilizándome en el suelo. Intenté zafarme, mordiendo sus extremidades, pero fue inútil. Sean gruñó y me clavó las uñas en la piel.

Cediendo ante el dolor, volví a mi forma humana y me dejó levantarme. ¿Una de las escasas ventajas de ser un lobo de menor tamaño? Era la única de la manada que podía dejarse la ropa puesta cuando cambiaba de forma.

—Tenemos que hablar —dijo Sean, poniéndose la camisa.

—No voy a ir a ninguna parte —escupí—. Si papá te ha enviado tras de mí…

—Tienes que hacerlo, Belle. Es la única manera.

—No puedo creer que te pongas de su lado —respondí—. Por la Diosa de la Luna, ¿me vas a decir qué demonios está pasando?

Sean miró hacia otro lado. Sabía que debía de ser algo grave. Mi hermano no era alguien que evitara la confrontación. De hecho, tenía una gran reputación en la manada por golpear a quien lo mirara mal. O, para el caso, a cualquier pobre tipo que me mirara a mí.

—Viene a por ti, Belle —dijo Sean en voz baja—. Sabe dónde encontrarte. No puedes estar aquí cuando cumplas dieciocho años.

—¿Él? ¿De qué estás hablando? ¿Quién es él?

—Eso no te lo puedo decir. Si papá ha creído conveniente que no lo sepas…

—¡Es mi vida, Sean! —grité—. Merezco saber si alguien me persigue. Por favor… Dímelo. ¿Quién es? ¿Quién viene a por mí? ¿Es otro alfa?

—No, no es un hombre lobo. Es… es algo más.

—¿Algo más? ¿Qué quieres decir? ¿Qué más hay? Sólo humanos y licántropos.

—Hay muchas cosas que desconoces, Belle…

Sentí que el mundo que conocía y amaba se desmoronaba y que ni siquiera mi claro secreto podía protegerme de lo que vendría a continuación.

—Escucha, ¿recuerdas cuando te escapaste al bosque porque me burlaba de ti, y nadie pudo encontrarte en todo el día, y mamá se puso furiosa?.

—¿Y luego te castigaron durante una semana? —añadí—. Sí, por supuesto. Ese día te odié.

—Claro, yo también lo habría hecho —coincidió Sean con impaciencia, como si yo le impidiera explicar algo—. Pero, ¿recuerdas lo que te dije antes de que te fueras?

—Dijiste… dijiste que nadie me quería, y que mamá y papá me mentían. Eras un verdadero idiota por aquel entonces, ¿lo sabes? Hiciste de mi vida un infierno.

—También dije que te habían encontrado en la frontera de la manada.

—Lo que sea. Es la misma broma estúpida que gastan todos los hermanos mayores. ¿Qué importa? —le quité importancia. Pero mi cuerpo traicionó mis verdaderos sentimientos. Noté cómo mi corazón latía ferozmente en mi caja torácica. Se avecinaba una revelación, podía sentirlo.

Sean me miró con ojos culpables y dejó escapar un profundo suspiro.

—No era una broma, Belle.

Supliqué en silencio que sonriera o guiñara un ojo, cualquier cosa que indicara que me estaba tomando el pelo. En cambio, su rostro permaneció solemne.

—Pero… —me quedé muda.

—Una noche, papá volvió con un fardo en brazos y él y mamá discutieron. Nunca les había oído hacerlo de aquella manera. Así que me acerqué y empecé a escuchar a escondidas. Mamá quería quedarse contigo, pero papá estaba preocupado. Decía una y otra vez que debía haber algo más en aquella la historia. Dijo que alguien vendría a recuperarte algún día. Me apresuré a bajar las escaleras para ver de qué estaban hablando. Y fue entonces cuando te vi por primera vez, envuelta en aquella manta. Eras tan pequeña y frágil, Belle… Por eso estuve enfadado durante tanto tiempo. Tenía miedo de quererte porque pensaba que podías sernos arrebatada, y no podía soportar la idea de perder a mi hermanita. Me llevó un tiempo darme cuenta de que no importaba que viniera alguien, porque no era tu familia. Nosotros éramos tu familia.

Era demasiado para procesar de una sola vez. No sabía por dónde empezar. Miré a mi hermano, mi protector, mi amigo. Aquello lo estaba destrozando por dentro.

—¿Por eso eres tan sobreprotector? —pregunté.

—No puedo evitarlo —dijo, asintiendo—. Prometí que nunca dejaría que te pasara nada malo. Por eso tienes que volver ahora a casa conmigo, ¿de acuerdo?

—Primero, dime —exigí—. ¿Quién es? ¿Quién me persigue?

Sean suspiró, bajando la mirada. Sabía que las respuestas eran inminentes, aunque también sospechaba que no iban a aclararme nada.

—La semana pasada se lanzó un ultimátum al rey. Decía que te entregara o de lo contrario se declararía la guerra a todos los hombres lobo.

—¿El rey? ¿Una guerra? —tartamudeé—. ¿Qué podría tener eso que ver conmigo?

—Belle —dijo Sean, abrazándome con firmeza—, no tenemos demasiada información. Pero sabemos que es el gobernante de toda su especie. Sabemos que se llama… el Señor de los Demonios.

Un destello de imágenes horripilantes me golpeó en silencio. Un dedo negro y enjuto apuntando hacia mí. Una boca ardiente y carcajeante. El

sueño.

Aquello era lo que había soñado.

El Señor de los Demonios.

Ojalá pudiera contarte más —dijo Sean—. Todo lo que sabemos es que es increíblemente peligroso. Y está dispuesto a ir a la guerra si eso significa recuperarte.

Me quedé sin aliento, con las manos húmedas. Sentía que me estaba asfixiando.

—¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Qué quiere de mí?

—Belle… —susurró Sean, mirándome a los ojos—. Creo que eres… creo que es allí de donde vienes. Tú le perteneces.

Di un paso atrás, temblorosa, con los ojos desencajados, hiperventilando. Todo empezó a borrarse y sentí que mi cuerpo no pesaba. Me estaba cayendo.

Y de pronto podía escuchar su voz de nuevo… la voz de mi sueño…

Annabelle, mi princesa de la oscuridad…

La voz de Sean gritaba; intentaba alcanzarme. Pero estaba demasiado lejos. Era demasiado tarde. Mi claro secreto, iluminado por la luna, se hundía en la oscuridad, las estrellas se apagaban una a una.

Y cuando todo se volvió negro… cuando el mundo terminó a mi alrededor… todo lo que pude ver fue al otro hombre de mi sueño, el Rey Lobo, tendido sobre un charco de su propia sangre.

Belle —pronunciaron sus labios sin emitir sonido alguno—. Te amo.

Y entonces no hubo más que oscuridad.

 

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2

BELLE

—¿Estás bien? ¡Respóndeme, Belle! —oí una voz lejana que parecía la de mi hermano. ¿Era Sean? Mi cabeza palpitaba con tal violencia que apenas podía pensar con claridad. Pero entonces, a través del desenfoque, lo vi mirándome.

—¿Qué ha pasado? —pregunté. Sean suspiró.

—Cuando retrocediste, tropezaste y te caíste. Debes de haberte golpeado la cabeza con una piedra o algo así, porque estabas inconsciente.

Intenté incorporarme, pero seguía sintiéndome mareada. Me pasé los dedos por el nuevo y sensible chichón de la cabeza, recordando de nuevo destellos de nuestra conversación y del sueño.

El Señor de los Demonios.

El Rey Lobo.

La verdad sobre quién era yo realmente.

Sacudí la cabeza. Todavía era demasiada información para procesar del tirón. Comprobé mi entorno y me di cuenta de que estaba de nuevo en mi habitación, tumbada en mi cama.

—¿Me has traído de vuelta?

—Mamá y papá están esperando abajo —asintió Sean—. Cuando estén lista…

—No quiero verlos —dije, llorando—. No puedo creer que…

—Lo sé —dijo Sean, tirando de mí para abrazarme con fuerza—. Pero, Belle, siguen siendo tus padres. Aunque no sean los biológicos. Ellos te aman.

Amor. Algo en la palabra me recordó de nuevo el sueño… del Rey Lobo. ¿Me había dicho algo? No importaba. Lo que importaba era que todo lo que había tenido por cierto era una mentira.

¿Quién era yo realmente, me preguntaba? Siempre me había considerado la hija de un alfa de una manada poderosa. Otra típica loba. Ahora, el tamaño diminuto de mi bestia interior tenía sentido, supongo. Tenía sentido, porque no me parecía ni a mi madre ni a mi padre.

Pero la idea de que yo… pertenecíaal Señor de los Demonios… Y que él estaba dispuesto a hacer la guerra a los hombres lobo para recuperarme… Aquello no podía entenderlo.

Sólo había una manera de saber más. Respiré profundamente, miré a Sean y asentí.

—Muy bien —dije—. Vamos a hablar con ellos.

***

Mis padres nos esperaban abajo, en el salón. Tenían una expresión grave. Me dejé caer en una silla.

—Cariño, nos alegramos mucho de que estés bien —empezó mi padre.

—No deberías haber salido corriendo así —dijo mamá con severidad—. No después de…

—¿El ultimátum del Señor de los Demonios? —interrumpí, observando las expresiones conmocionadas de ambos—. Sí, Sean me lo ha contado todo.

—¡Sean! —exclamó mamá.

—Lo siento, chicos —se excusó Sean, mirando a un lado—, pero tiene derecho a saberlo. Tiene casi dieciocho años.

—Lo cual, aparentemente, es una especie de fecha límite —conjeturé—. ¿Os importa explicarlo? ¿Mamá? ¿Papá?¿O debería empezar a llamaros por vuestros nombres de pila?

Papá bajó la mirada, con los ojos más tristes que nunca había visto. No me gustaba hacerles daño de aquella manera, pero después de haber sido mantenida en la ignorancia durante tanto tiempo, estaba enojada y necesitaba desahogarme. Con cualquier cosa. Con cualquiera. Aquellos dos resultaban perfectos.

—Tienes derecho a enfadarte —concedió mamá—. Pero debes saber que mantuvimos en secreto la forma en que te encontramos por una razón.

—Para protegerme, lo sé. Papá ya me lo dijo.

—Pero no del Señor de los Demonios. Sabíamos que un día… regresaría… de una forma u otra. Estaba destinado a suceder.

—Entonces, ¿de qué?

Mamá y papá se miraron con un gesto de preocupación. Entonces, papá se inclinó hacia delante.

—La verdad es que nuestro rey… No siempre es el hombre más benévolo.

—Dices que… ¿Me estabais protegiendo del Rey Lobo? ¡¿Por qué?!

—Él nunca habría aprobado tu adopción —dijo papá—. De haberlo sabido, te habría expulsado de la manada hace años.

—¿Y qué pasa ahora?

—Por eso queremos enviarte lejos, Belle —dijo mamá—. Para que no pueda atraparte primero.

—¿Crees que realmente me entregaría? ¿Al Señor de los Demonios?

—¿Si eso significara proteger a todos los hombres lobo del mundo? —planteó papá, negando con la cabeza—. Creo que lo haría. Es la manera de hacer las cosas del rey Keith: Buscar el bien mayor.

Sacudí la cabeza con incredulidad. Y yo que pensaba que sólo tendría que preocuparme por un enemigo poderoso. ¿Mis padres decían que ambos eran malos?

Mamá empezó a llorar y papá le cogió la mano con ternura. La mirada que le dirigió me recordó lo mucho que mis padres significaban para mí. Y el uno para el otro. Después de todos aquellos años, seguían locamente enamorados.

A veces, no podía creer que su chispa siguiera tan viva y fuerte. Algún día me gustaría enamorarme de aquella manera. Pero ninguno de mis cuentos de hadas iba a hacerse realidad si el Rey Lobo y el Señor de los Demonios me perseguían.

¿Cómo iba a encontrar a mi pareja, si mi vida se estaba desmoronando?

—Haz las maletas, Belle —finalmente rompió el silencio papá—. Nos iremos a primera hora de la mañana.

—¿No tendré tiempo para… despedirme? ¿De mis amigos?

Se miraron de nuevo y luego mamá negó con la cabeza.

—No lo creo, Belle. No esta vez.

Sentí que se me escapaban las lágrimas. La realidad de mi situación no se había hecho patente hasta aquel instante. Mamá se inclinó hacia delante para abrazarme y yo retrocedí.

—No lo hagas. Sólo… déjame en paz.

Mamá y papá asintieron, se levantaron y salieron de la habitación, dejándonos a mí y a Sean en silencio. Me apretó el hombro.

—Oye —dijo—. Al menos puedes despedirte de una persona.

—¿Tú? No te ofendas, Sean, pero estaba pensando más bien en…

—No me refiero a mí —guiñó un ojo. Justo en aquel momento, se oyó un fuerte golpe en la entrada principal. Mis ojos se abrieron al máximo y Sean sonrió, acudiendo a contestar.

—Relájate. El Señor de los Demonios no llama a la puerta —dijo Sean.

Muy gracioso, Sean.

Cuando volvió, lo hizo acompañado por Gregory… el chico del que estaba locamente enamorada. Aquel al que siempre imaginaba cuando pensaba en quién podía ser mi pareja.

—Hola, Belle —dijo, sonrojándose y bajando la mirada.

Gregory era el hijo del beta de la manada. Era tímido, pero de una manera muy entrañable. Tenía un pelo negro rizado que le caía hasta los hombros y unos ojos verdes muy vivos con largas pestañas. Me encantaba ver cómo se retorcía los mechones de la nuca o cómo se mordía el interior de la mejilla cuando estaba nervioso.

Tenía un cuerpo de infarto, que yo había contemplado en muchas ocasiones, pero lo llevaba con la inseguridad de un adolescente larguirucho, encorvando sus anchos hombros y manteniendo la barbilla baja.

Nunca había entendido por qué se mostraba tan inseguro teniendo un aspecto tan increíble.

Sean sabía que estábamos unidos, pero no sabía lo que yo sentía por Gregory. O, al menos, eso creía yo. No obstante, algo en su sonrisa cómplice sugería lo contrario.

—¡Vaya! —comenté—. ¿Qué te trae por aquí, Gregory?

—Supongo que… Bueno, sólo quería comprobar cómo estabas… Me he enterado del… del ultimátum.

Creyendo que podía ser mi última oportunidad, me acerqué a Gregory para besarle la mejilla y demostrarle lo mucho que significaban sus atenciones para mí. Entonces oímos un alboroto fuera.

Los lobos aullaban. Podía oír los arañazos de sus garras mientras rodeaban la casa. Antes de que pudiera preguntar qué pasaba, mi padre bajó corriendo las escaleras y salió volando por la puerta. Sean y Gregory le siguieron de cerca.

—¿Adónde vais? —pregunté en vano. Entonces, alcancé a ver a mi madre, con su hermoso rostro demudado por la preocupación.

—Está aquí —anunció con un susurro tembloroso.

—¿Quién? ¿El Señor de los Demonios?

—No. El rey.

No me gustó lo asustados que estaban todos. La presencia del Rey Lobo en nuestra casa era algo muy inusual. Después de lo que mis padres me habían contado, sabía que sólo podía significar una cosa.

Salí y mi padre extendió un brazo para detenerme.

—Es demasiado tarde —dijo, impotente. No podía soportar ver aquella desesperación en su rostro. Era el alfa de la manada, y cualquier emoción que no fuera la confianza suprema era motivo de alarma.

Tengo que ser fuerte por todos nosotros. Aunque no sea la verdadera hija de este hombre, fui criada como una cachorra alfa, y puedo actuar como tal.

No pasa nada, papá. Llévame ante el rey.

—No dejaré que te aleje de nosotros. Te lo juro, Belle.

Pero ambos sabíamos que aquella era una promesa que no podía cumplir. El Rey Lobo era el alfa supremo, y nadie, incluido mi padre, tenía la potestad de desobedecerle.

Respiré hondo y avancé, pasando por delante de mi padre. Las piernas me temblaban mientras la adrenalina me invadía.

Sean y Gregory ya se habían transformado en lobos, mientras que otros miembros de la manada empezaron a acudir en pequeños grupos: enloquecidos, enseñando los dientes y mordiéndose unos a otros. Sus aullidos conmovedores se elevaron a los cielos, rindiendo tributo a la Diosa de la Luna, pidiendo fuerza y valentía.

Cuando me vieron, corrieron hacia mí, formando un feroz escudo de colmillos y gruñidos feroces. Eran una manada de soldados leales y estaban dispuestos a dar su vida para protegerme a la hija de su alfa.

Tal vez era así porque no estaban al tanto de la verdad.

—Todo esto es muy noble, pero yo en vuestro lugar me retiraría…

La advertencia la realizó una voz con un timbre profundo. Situada detrás del escudo de lobos, no pude ver al hombre al que pertenecía, pero aquella voz por sí sola fue suficiente para hacer que mi corazón temblara y mis piernas cedieran. Me sentí mareada.

¿Me está provocando esto, o son mis propios nervios?

—Por favor, mi rey —gruñó mi padre—. Es mi hija. No podemos…

—¡Apártate! —gritó nuestro soberano, esta vez emitiendo una orden alfa que ni siquiera la mente más fuerte podría resistir.

En cuestión de segundos, todos los lobos, excepto Sean y mi padre, se sometieron inclinando la cabeza.

Mi hermano y mi padre hicieron frente a la orden con todas sus fuerzas, esforzándose por tolerar el dolor explosivo de sus cabezas.

Mi padre se clavó los dedos en las sienes, moviendo la cabeza de un lado a otro como si le estuvieran devorando la mente desde dentro.

No podía soportar ver a mi familia así. Me lancé hacia delante y levanté las manos.

—¡Basta! ¡Detente, por favor! Iré contigo. Pero no les hagas más daño —rogué.

Sean aulló y se desplomó, libre por fin de la tortura del rey. Miré a mi padre, que yacía inmóvil en el suelo.

—Se pondrán bien —auguró el rey—. Ahora, ven aquí, muchacha. Deja que te vea.

Finalmente me giré para contemplar a nuestro monarca en toda su colosal maravilla.

Tenía unos ojos negros sobrecogedores, con tal profundidad que parecía que podías caer y seguir cayendo en ellos para siempre. Sus pestañas eran espesas, su mandíbula cincelada como si fuera de piedra.

Me sentí atraída hacia él por un misterioso magnetismo, quería conocerlo en todos los niveles. Sus anchos hombros, su pecho musculoso y sus abdominales marcados se agitaban con cada una de sus respiraciones. No podía dejar de mirar, experimentar, imaginar…

Un momento. ¿Qué demonios me está pasando?

Me sacudí el estupor. Él era el enemigo. ¡No había más que ver lo que les había hecho a mi padre y a mi hermano! Estaba allí para llevarme.

—Así que eres Belle, ¿eh? —preguntó.

Lo único que pude hacer fue asentir como respuesta. Distinguí un atisbo de sonrisa en sus labios, un brillo en sus ojos, como si supiera algo de mí que yo ignoraba.

Por un segundo, recordé el lejano sueño en el que el Rey Lobo yacía moribundo, susurrando cuatro palabras para mí: Belle, te amo.

¿Cómo podría aquel hombre, aquella bestia, aquel rey despiadado , amarme alguna vez? Era imposible. Sin decir nada más, se transformó en el lobo más grande que jamás había visto. Entonces, me colocó sobre su espalda con una pata letal.

No pude resistirme a él. Me giré para ver a Sean y a mi padre aullando desconsoladamente. Pero no había nada que pudieran hacer.

De repente, sentí que volaba por el aire. Los árboles pasaron ante mí como manchas borrosas mientras me agarraba desesperadamente al pelo del rey Keith.

No tenía ni idea de adónde me llevaba… pero sabía que, en adelante, mi vida no volvería a ser la misma.

 

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