Y de pronto - Portada del libro

Y de pronto

M. H. Nox

Capítulo 7

HAZEL

Llegamos a una remota y hermosa casa señorial al borde del bosque.

El lujoso coche y la gran casa me hicieron preguntarme a qué se dedicaba Seth para poder permitirse todo eso a pesar de tener sólo treinta años.

Cuando nos detuvimos, me quedé sentada en el coche, mirando la casa que tenía delante, y como no mostraba ningún signo de querer salir, Seth se acercó y me abrió la puerta, cogiéndome de la mano mientras bajaba del coche.

—¿Esta es tu casa? —pregunté con incredulidad.

—Sí.

—¿Pero es tuya? ¿eres el dueño?

—Sí —se rió ante mi expresión de desconcierto.

—Ven, vamos, que hace frío. —Puso su mano en la parte baja de mi espalda y me llevó hacia la casa.

Pasamos por delante de una fuente gigante que ocupaba casi todo el espacio frente a la entrada. Probablemente se vería muy bonita cuando la nieve desapareciera y el agua cayera en cascada desde el centro.

—La casa ha pertenecido a mi familia durante generaciones —dijo Seth mientras entrábamos en un gran salón.

En el lado opuesto de la sala había una gran escalera que se dividía en dos a mitad de camino: una hacia la derecha y otra hacia la izquierda.

La casa era toda de piedra clara y madera oscura.

No sabía que había algo así por aquí. Era casi como un pequeño castillo y estaba completamente fuera de lugar en un pueblo americano de clase media como Pinewood Valley.

Seth se quitó el abrigo y se ofreció a coger el mío. Se lo entregué lentamente, todavía asombrada por lo que me rodeaba.

Desapareció por una puerta a la izquierda, cerca de la entrada, y volvió a salir sin abrigos. Luego procedió a conducirme más allá de la escalera, a través de un gran conjunto de puertas dobles en la pared de la derecha.

Entramos en una pequeña sala de estar.

Una chimenea ocupaba la mayor parte de la pared a nuestra izquierda. Las demás estaban llenas de cuadros antiguos en marcos adornados, algunos pintados en dorado y otros en marrón oscuro. Algunos eran de paisajes y edificios de tiempos pasados.

Uno de los más grandes era claramente un retrato familiar. Reconocí a Seth de pie entre un hombre mayor que se parecía mucho a él y una mujer de pelo largo y negro y ojos amables.

Tenía una especie de rostro atemporal. Todos estaban vestidos con ropa formal y parecían casi de la realeza.

—¿Son estos tus padres? —pregunté, poniéndome debajo del cuadro.

—Lo son —dijo, con una expresión extraña en su rostro.

Ya tiraría de ese hilo más tarde. Ahora mismo había algo más importante que necesitaba saber.

—Dijiste que me explicarías las cosas —le pregunté.

—Así es. Sentémonos. —Me indicó que me sentara en uno de los dos sofás a juego dispuestos alrededor de la chimenea.

Eran preciosos, con incrustaciones de nogal y tela de damasco a rayas amarillas y rojas que complementaban los colores del papel pintado.

Se podían ver también delicadas tallas en los paneles inferiores y en los frentes de los reposabrazos.

Junto a uno de los sofás había una mesa auxiliar redonda que sostenía una lámpara de mesa neoclásica con forma de urna de bronce de los Medici. Me pregunté si toda la casa estaba decorada con el mismo tipo de piezas antiguas que esta habitación.

A mi madre le encantaría todo esto. Estaba obsesionada con las antigüedades y me había llevado a innumerables subastas y museos. Sabía más sobre antigüedades de lo que nunca me había importado.

Me senté con cuidado en un extremo del sofá mientras Seth se sentaba en el extremo opuesto. Se giró hacia mí, con las cejas fruncidas.

—¿Por qué me miras así? —pregunté.

—Estoy intentando averiguar cómo empezar —explicó.

Se quedó quieto un momento antes de pasarse la mano por el pelo, algo que empecé a interpretar como una señal de frustración o estrés por su parte. Esperé pacientemente a que encontrara las palabras.

—Hay cosas en este mundo que los humanos consideran mitos y cuentos para dormir —comenzó.

—Muchos de ellos son sólo eso —historias, mitos, inventos de los humanos—, pero algunos tienen algo de verdad. —Debió ver la confusión en mi cara, pero siguió.

—Sin duda habrás oído historias sobre criaturas de la noche. Hombres que se convierten en bestias con la luna llena, criaturas que sobreviven sólo con sangre y mujeres que preparan pociones en calderos y lanzan hechizos.

Me miró detenidamente, midiendo mi reacción.

—Vale —arrastré la palabra hasta convertirla en una pregunta.

—Voy a decirlo directamente. Va a parecer una locura, pero juro que todo es verdad.

Hizo una pausa y por un momento pareció que había recapacitado.

—Soy un hombre lobo.

—Sí, claro —me reí, pero su expresión seria me hizo dudar—. Va, en serio.

—Estoy hablando en serio. También hay vampiros y brujas. Las hadas vienen a nuestro mundo de vez en cuando, y hay otras cosas... cosas antiguas de las que no sabemos mucho, pero que están ahí fuera.

Me senté a mirarlo con la boca abierta.

¿Realmente esperaba que le creyera?

—Que la gente nos mire, que fuera capaz de hacer que esos hombres te dejaran en paz de la forma en que lo hice… todo esto tiene que ver con lo que soy.

—Y no soy cualquier hombre lobo, soy un Alfa. Eso significa que mi manada siente mucha curiosidad por cualquier mujer con la que pase el tiempo.

—A ver, supongamos que te creo —dije lentamente.

—¿Qué es un Alfa y por qué el hecho de que tú lo seas hace que tu manada esté interesada en mí?

—Un Alfa es el líder de la manada. Significa que lo que yo digo va a misa, como si fuera un rey, lo cual es apropiado teniendo en cuenta mi apellido —se rió sin humor.

—Por eso están tan interesados en ti. Soy su líder. Es como cuando los humanos se obsesionan tanto con la vida de los famosos.

—Todo esto es muy raro —respiré.

—Lo sé. —Levantó la mano hacia mí, pero luego lo pensó mejor y la dejó caer de nuevo en su regazo.

—¿Así que los hombres lobo, los vampiros, las brujas, las hadas y Dios sabe qué más andan por ahí entre nosotros?

—Sí. Aunque aquí, en Pinewood Valley, sólo hay hombres lobo. Es mi territorio y no dejo que otras criaturas vivan en mi tierra.

—Dejo que algunos pasen de vez en cuando, pero por lo general sólo entran a dar una vuelta si están por la zona.

—¿Por qué?

—Porque no quiero poner en riesgo a mi gente, sea hombre lobo o humano. —Su expresión era seria, pero había algo en sus ojos mientras observaba mi reacción que hacía que casi pareciera que tenía miedo.

—¿Tu gente? Ni siquiera sabía que existíais hasta hace unas semanas. Ciertamente no soy parte de tu gente.

—Claro que lo eres. Todo ser vivo en el territorio de un Alfa es su responsabilidad. Los humanos no saben de nosotros, por supuesto, y nos gusta mantenerlo así. —Mantuvo sus ojos fijos en mí mientras hablaba.

—Hace años, cuando los humanos aún creían en criaturas como nosotros, nos cazaban por miedo. No todos, por supuesto, pero la mayoría nos temían hasta cierto punto.

—Todavía hay cazadores por ahí, pero no tantos como entonces... ¿Estás bien, Hazel? —preguntó preocupado cuando me quedé sentada sin responder.

—Parece que vayas a desmayarte.

—Puede que sí —murmuré.

Estaba mareada, tratando de procesar todo lo que me estaba diciendo, y aunque no era propensa a desmayarme, esta bien podría ser mi primera vez.

—No sé si me creo lo que me dices. Puede que estés loco, pero no voy a huir, así que supongo que una parte de mí confía en ti.

—No sé si es la decisión más sabia. Confiar en mí, quiero decir. No es que te esté mintiendo, todo lo que te he dicho esta noche es cierto, pero yo soy un hombre lobo y tú eres humana. No es del todo seguro. —Su tono era grave.

—¿Cómo funciona? —pregunté después de incorporarme en silencio, tratando de procesar la información.

—¿Cómo funciona el qué?

—Lo del hombre lobo. ¿Te atan por la luna llena, estas obligado a cambiar una vez al mes o como va?

—Eso es un mito —se rió Seth—. Podemos transformarnos cuando queramos. Y tampoco nos parecemos a esas extrañas criaturas mitad hombre y mitad lobo con las que a menudo nos ilustran.

—Nos parecemos bastante a los lobos normales, sólo que mucho más grandes, lo que significa que técnicamente deberíamos llamarnos cambiantes, no hombres lobo, pero a nadie le importa la semántica —explicó.

—Oh. —fue una respuesta algo escueta, pero no podía encontrar otras palabras en ese momento.

Seth se acercó a mí y puso una de mis manos entre las suyas. Mi mano parecía tan pequeña en su fuerte y cálido agarre...

—Hay algo más de lo que tenemos que hablar, pero puede esperar por ahora. Estás cansada, te llevaré a casa.

—Pero tengo más preguntas —objeté.

Seth suspiró y cerró los ojos brevemente.

—Está bien. Te dejaré preguntar un poco más, pero luego te llevaré a casa. Necesitas dormir —dijo con severidad.

—Y comida —añadió mientras mi estómago rugía vergonzosamente.

—Los lobos —ya sabes, los normales— tienen los sentidos agudizados.

—Sí —me miró con recelo.

—Entonces, ¿tú también?

—Sí —respondió brevemente.

—¿No vas a explicarme más?

Me miró un momento antes de responder.

—Tenemos los sentidos agudizados: el olfato y el oído, y nuestra vista es bastante buena. Somos más fuertes y rápidos que los humanos.

—Especialmente en nuestra forma de lobo. Incluso podemos seguir el ritmo de la mayoría de los vampiros cuando estamos transformados, y son muy rápidos —comenzó.

—Y además podemos curarnos prácticamente al instante. Las lesiones que los humanos tardan semanas en curar, a nosotros se nos curan en días, y luego es como si nunca hubieran existido.

—Pero tienes cicatrices —dije antes de poder detenerme.

—Lo siento —murmuré mientras miraba nuestras manos.

—No pasa nada. No son precisamente discretas, y entiendo que te lo preguntes después de lo que acabo de contarte.

Volví a mirar hacia él. No parecía enfadado ni ofendido.

—Estas cicatrices me las hizo otro hombre lobo. Hace ya mucho tiempo. Tenía dieciocho años en ese momento y era un nuevo Alfa. Había otro que quería el título y nos peleamos.

—Había estado con una bruja que había hechizado sus garras. Casi pierdo por ello, al no poder curarme, pero gané. Las heridas nunca se curaron bien, así que me quedaron estas cicatrices.

Sus ojos buscaron los míos, y no se lo que vio allí, pero de repente se levantó de un salto y extendió la mano para ayudarme a levantarme.

—Creo que es suficiente por hoy —dijo. Su tono no dejaba espacio a la réplica, y obedientemente dejé que me pusiera en pie y me llevara a casa.

No dejé de echarle miradas furtivas durante todo el trayecto en coche hacia casa. Mi mente daba vueltas mientras trataba de procesar todo lo que me habían dicho. Seguía esperando que me entrara el pánico, pero nunca pasó.

Me siguió hasta la puerta de mi edificio cuando llegamos allí, entonces me agarró la barbilla, mirándome intensamente, girando mi mirada para que nuestros ojos se encontraran.

—Gracias por compartirlo conmigo, aunque aún no esté segura de qué creerte —le dije.

—Que duermas bien —fue todo lo que respondió antes de soltarme y llevarme hacia la puerta.

Cuando subí a mi apartamento, me dirigí a la ventana de mi cocina que daba a la calle.

Estaba de pie, apoyado en su coche, y su rostro se levantó para encontrarse con mi mirada cuando empujé las cortinas.

Lo saludé y él me devolvió el saludo con una sonrisa en la cara. Cuando me asomé de nuevo un momento después, tanto él como su coche se habían ido.

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