50 sombras se queda en nada con este libro

De todas las personas, tenía que ser el rey mi compañero. 

¿Por qué? No quería un compañero; no necesitaba un compañero. Y mucho menos a él. 

El gobernante de todos los licántropos y lobos. Las lobas se habían lanzado durante siglos a sus pies. Suplicando por la oportunidad de estar a su lado. Dispuestas a derribar a cualquiera en el camino para obtener siquiera un vistazo de sus ojos oscuros por la oportunidad de que pudieran ser ellas las elegidas. De ser reinas. De que el licántropo más poderoso de la historia, el mayor alfa, fuera su compañero. 

Pero tenía que ser yo.

Desde mi escondite en los Jardines Reales, calmé mi acelerado corazón y mi respiración, y recé -recé- para que no me hubiera visto. Que no me hubiera olido o sentido. Que, tal vez, no hubiera sentido el vínculo que nos unía. 

Tal vez podría recuperar el aliento durante unos instantes y luego escabullirme y abandonar el baile sin que nadie supiera nunca lo que había pasado. Podría volver al hotel y decirles a mis padres que me había encontrado muy mal y que tenía que irme. Podría...

Mis pensamientos se interrumpieron y se me erizó el vello de la nuca. El indicio de que un peligroso depredador estaba cerca. Me di la vuelta, con un grito ahogado en la garganta, sabiendo ya que mis plegarias habían sido en vano. 

El rey estaba de pie a unos metros, con una mirada casi feroz en sus ojos oscuros. Su pecho ancho y musculoso subía y bajaba rápidamente bajo el terciopelo negro de su túnica. Se lamió los labios, que se curvaron en un gruñido.

Retrocedí hasta el tronco de un enorme roble mientras él acechaba hacia mí, con los dedos clavados en la áspera corteza. Se detuvo a un milímetro de mí, tan cerca que pude sentir el calor que irradiaba su cuerpo, e inclinó la cabeza hacia abajo, su nariz recorrió mi cuello hasta llegar a mi mandíbula. 

Mi corazón se detuvo cuando él inspiró profundamente, una de sus manos se enroscó en los faldones de mi vestido, la otra presionó la corteza sobre mi cabeza. Estaba atrapada, clavada, como una mariposa en un lienzo. 

—¿Sabes cuánto tiempo llevo buscándote?. —Sus labios estaban junto a mi oído, su voz grave y rasposa—. Ahora que te he encontrado, nunca te dejaré marchar.

Por todos los dioses. Era innegable que el vínculo de pareja era fuerte, más fuerte de lo que pensaba. 

Dicen que no hay criatura en el mundo más temible que un licántropo enamorado de su pareja.

Cuando un licántropo pierde a su pareja, también se pierde a sí mismo. Su alma se ahoga en un pozo de desesperación, lo que nada de vuelta a la superficie es un monstruo. Un monstruo que matará a cualquiera en su camino, destruirá ciudades, derrocará imperios. Los ejércitos intentan detenerlo, pero no son rivales para él. No entienden su dolor. ¿Cómo podrían? Un licántropo solo tiene una pareja. Una oportunidad para la felicidad eterna. Así que si la pierde, no descansará hasta que haya infligido tanta agonía como la que ha soportado.

Pero, oh, Diosa, cuando un licántropo encuentra a su pareja... todo su mundo se reorganiza.

Y ahí está ella, en el centro de todo.
Su sol.
Su luna.
Su bien.
Su mal.
La persona por la que vivirá. Y la persona por la que morirá, también.
No hay pasión más grande.
Ninguna conexión es más fuerte.
No hay mayor éxtasis.

En el lapso de una sola mirada, lo sentí todo a través de sus ojos.

Tenía la boca seca como un hueso. La lengua y las extremidades se me congelaron. Segundos atrás, lo único que quería era escapar. Ahora, solo quería acurrucarme en él. Necesitaba sentir sus manos sobre mí. 

El rey me apartó un mechón de pelo de la cara, haciendo que un sonido embarazoso burbujeara en mi garganta. 

—Nunca en mi vida había visto a una chica tan hermosa como tú —me dijo en voz baja, con sus ojos color avellana escrutándome la cara. Me saltaron chispas por el cuerpo y se me revolvió el estómago de tanto elogiarme. 

¿Por qué me afectaban tanto sus palabras? Esto no era normal, pero nada en esta situación lo era.

—¿Podrías... podrías darme un poco de espacio, por favor? —conseguí decir.

El rey arqueó las cejas y replicó:

—¿Cómo puedo estar seguro de que no huirás? No quiero tener que atraparte de nuevo, pero lo haré si es necesario.

Me estremecí ante la amenaza de su tono. Por mucho que intentara convencerme de que el rey no era guapísimo, mi cuerpo me decía lo contrario.

—Dime cómo te llamas —me dijo.

—Aarya. Aarya Bedi. 

—Aarya —dijo el Rey lentamente. Como si la palabra fuera un caramelo, derritiéndose en su lengua—. Ven.

Mi cuerpo respondió de inmediato, una cálida vibración me invadió cuando me cogió de la mano y empezó a guiarme a través de los jardines y de vuelta a Palacio, al salón. No tuve más remedio que seguirle. Con el corazón y los pensamientos acelerados, entré a su lado en el salón. Los cientos de invitados se volvieron hacia nosotros. Pero solo podía concentrarme en uno. 

Hunter.

El chico que me había roto el corazón hacía menos de un día, de pie en primera fila con su nueva compañera a su lado.  Toda la noche había parecido que fingía que yo no existía. Pero ahora no podía quitarme los ojos de encima. 

Rápidamente aparté la mirada. El calor se acumulaba en mis mejillas.

—¿Ahora puedes dejarme marchar? —le pregunté al Rey, en voz tan baja que solo él pudo oírme. 

—No. Nunca pensé que te encontraría; casi me doy por vencido —respondió Adonis en voz baja, casi para sí mismo. Volvió a tirar de mí hacia delante, hacia el centro de la multitud. Se separaron para nosotros, creando un camino que conducía directamente a los tronos. 

Habría sido el momento perfecto para decir algo romántico, pero el pánico se apoderó de mí y solté: —Bueno, es que yo no estaba pensando en una pareja después de que me rompieran el corazón.

El agarre del rey Adonis se estrechó contra el mío.

—¿Quién demonios tenía tu corazón antes que yo?

—¿No me estarás diciendo que nadie te ha roto el corazón antes? —pregunté, esquivando su pregunta.

—¿Quién era? —gruñó Adonis.

Sacudí la cabeza, agradecida de que hubiéramos llegado a la parte delantera de la sala. Que nos viéramos obligados a girarnos de nuevo para mirar a la multitud, los tronos ahora a nuestras espaldas. 

—Súbditos reales —dijo el Rey a la multitud brillante e incrustada de joyas—. He encontrado a mi reina. Inclinaos.

Se me cayó el estómago y toda la sala se postró ante nosotros. Todos los pares de ojos cayeron al suelo en reverencia. Todos menos uno.

—Es él, ¿no? —Adonis susurró.

—N-no —tartamudeé. Aunque Hunter era el que me había roto el corazón, no quería que le pasara nada malo. Y el tono de Adonis contenía oscuras promesas.

—No me mientas —gruñó en mi oído.

Y entonces, antes de que pudiera decir una palabra más, me soltó las manos de la cintura y cruzó la habitación.

En un instante, Adonis tenía a Hunter inmovilizado en el suelo.

La Guardia Real entró en acción, llamando a todos los presentes.

—¡Atrás! ¡Atrás!

La túnica de Adonis estaba a punto de partirse. Estaba a punto de cambiar. Y entonces no se sabía lo que podría hacer en su forma de licántropo.

Pero no podía quedarme de brazos cruzados y ver cómo mi compañero hacía pedazos a mi primer amor.

Así que mientras multitudes de personas huían de la furia de Adonis, yo corría directamente hacia ella.

Continúa la historia y descubre cómo la ardiente pareja lidia con el intrigante y peligroso mundo imperial y hace frente a antiguos amantes, a siervos celosos y más… te invitamos a que saborees las delicias de un romance lujoso e indulgente que hace que 50 sombras parezca un cuento infantil. 😈🥵