Lobos Milenarios - Portada del libro

Lobos Milenarios

Sapir Englard

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Chapter
15
Age Rating
18+

Summary

Sienna es una mujer loba de diecinueve años con un secreto: es virgen. La única virgen de la manada. Está decidida a pasar la Bruma de este año sin ceder a sus impulsos primarios, pero cuando conoce a Aiden, el Alfa, se olvida de su autocontrol.

Calificación por edades: 18+

Autora original: Sapir Englard

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El Alfa en el río

No veía más que sexo.

Mirara donde mirara, tan solo había cuerpos vibrando, brazos y piernas moviéndose, bocas gimiendo.

Corría por el bosque jadeando, tratando de escapar de los fantasmas carnales que me rodeaban y que parecían invocarme con sus gritos. Únete a nosotros, me decían…

Pero cuanto más me adentraba en el bosque, más oscuro y vivo se volvía.

Algunos árboles se abrazaban entre sí como si se tratara de dos amantes. Otros, con raíces retorcidas y ramas delgadas, parecían depredadores. Acercándose a mí. Persiguiéndome.

Algo ahí fuera, en la oscuridad, me perseguía. Algo inhumano.

Y todas esas bocas ya no gemían. Gritaban.

Había orgías monstruosas por todas partes que cada vez se volvían más violentas. Sangrientas. Mortíferas.

En cualquier momento, la oscuridad iba a atraparme.

El sexo me iba a estrangular.

Cuando sentí que una raíz me envolvía la pierna como si fuera una serpiente, tropecé y caí por un agujero en medio del bosque. Pero no era un agujero.

Era una boca. Con dientes afilados y una lengua negra que se relamía los labios y estaba a punto de engullirme.

Intenté gritar pero no tenía voz.

Caí.

En lo más hondo.

Cada vez más.

Hasta que esa demencia sexual y violenta y yo nos convertimos en un solo ser… completamente consumido.

***

Parpadeé. ¿Qué demonios estaba dibujando?

Sentada en la orilla del río, con mi cuaderno de dibujo en la mano, miré incrédula mi propia creación. Había dibujado algo muy inquietante... y sexual.

Eso solo podía significar una cosa: la Bruma estaba cada vez más cerca.

Pero no me dio tiempo a profundizar en esos pensamientos, porque el sonido de unas risas cercanas me distrajo. Me di la vuelta y vi a un grupo de chicas a su alrededor.

Aiden Norwood.

Nunca lo había visto ahí, en la orilla del río, el lugar al que solía ir para dibujar y despejar la mente. Los de nuestra especie no solían frecuentarlo.

¿Por qué? No lo sé.

A lo mejor es por la calma, ya que se espera que actuemos como salvajes siempre. Quizás es el contraste con el agua y el fuego que arde en nuestro interior. O tal vez sea que siempre he considerado que ese lugar era mi escondite.

Un lugar secreto donde no era una más de la manada. Donde era solo yo, Sienna Mercer, una artista autodidacta, pelirroja, de diecinueve años. Una chica aparentemente normal.

El Alfa se dirigió hacia el agua ignorando a la pandilla de chicas que le seguía. Parecía que quería que le dejaran en paz. Sentí curiosidad. Me entraron ganas de retratarlo.

Sabía que era arriesgado dibujar al Alfa, claro. Pero, ¿cómo iba a resistirme?

Empecé a dibujar su contorno. Metro ochenta y cinco, pelo negro azabache revuelto y ojos verdes dorados que parecían cambiar de color cada vez que movía la cabeza: Aiden era la pura definición de un tío bueno.

Estaba empezando a dibujar sus ojos cuando movió la cabeza y olisqueó algo.

Me quedé paralizada a mitad de trazo. Si me pillaba, si veía lo que estaba dibujando...

Pero entonces, para mi alivio, volvió a mirar al agua y se perdió de nuevo en sus oscuros pensamientos. Incluso con tanta gente a su alrededor, el Alfa parecía estar solo. Así que lo dibujé solo.

Siempre lo había observado desde lejos. Nunca había estado tan cerca. Pero ahora podía ver sus bíceps bien marcados debajo de su camisa y su columna vertebral curvada, que favorecía la transformación.

Imaginé lo rápido que podría transformarse. Inclinado, con ojos como los de un animal salvaje en busca de algo, ya parecía estar a medio camino de la transformación.

Un hombre, sí. Pero era algo más: era un hombre lobo.

Su belleza me recordó que la Bruma se acercaba rápidamente. La época del año en la que todos los hombres lobo a partir de los dieciséis años enloquecen de lujuria, la temporada en la que todos, y cuando digo todos son todos, follan como locos.

Una o dos veces al año, ese hambre imprevisible, esa necesidad física ~se apoderaba de toda la manada.~

Los que no tenían pareja de verdad se buscaban un compañero para la temporada y se entretenían para satisfacer sus necesidades.

En otras palabras, no había nadie en la Manada mayor de dieciséis años que fuera virgen.

Al tener a Aiden cerca, me pregunté si los rumores que circulaban sobre él eran ciertos.

Si esa era una de las razones por las que estaba ahí, ignorando a las chicas, meditando en la orilla del río.

Algunos decían que hacía meses que Aiden no se llevaba a ninguna mujer a la cama, que se estaba distanciando de todas.

¿Por qué? ¿Tenía una pareja secreta? No, las cotillas de la manada ya la habrían olido.

Entonces, ¿cuál era el motivo? ¿Qué iba a pasar con nuestro querido Alfa si no tenía pareja para cuando la Bruma comenzara?

No es de tu incumbencia, me reprendí a mí misma. ¿Qué me importaba a mí con quién se acostara Aiden?

Era diez años mayor y, como la mayoría de los hombres lobo, solo se interesaba por alguien de su edad.

Para Aiden Norwood, el Alfa de la segunda manada más grande de Estados Unidos, yo no existía. Dejé a un lado mi enamoramiento de colegiala; sabía que era lo mejor.

Michelle, mi mejor amiga, estaba decidida a encontrarme algún follamigo. Ella ya había encontrado un compañero temporal, algo habitual entre quienes no tenían pareja antes de que llegara la Bruma.

Me intentó emparejar con tres amigos de su hermano, y todos parecían unos tipos decentes y habían sido francos al decir que me consideraban apta para pasar un buen rato en la cama, pero Michelle no entendía por qué los había rechazado a todos.

«Arg». Casi podía oír la voz de Michelle en mi cabeza.

«¿Chica, por qué eres siempre tan condenadamente exigente?»

Y la verdad era que tenía un secreto.

A los diecinueve años, yo era la única mujer loba virgen de toda la manada. Había pasado por tres temporadas de Bruma y, por mucho que me volviera loca por el sexo, nunca había cedido a mis deseos carnales.

Lo sé. Muy poco lobuno de mi parte el preocuparme por los sentimientos y las primeras veces, pero quería que la mía fuera especial.

No es que fuera una mojigata. En nuestra sociedad, no existía tal cosa. Pero, a diferencia de la mayoría de las chicas, me negaba a conformarme hasta encontrar a mi pareja verdadera.

Iba a encontrarla.

Estaba guardando mi virginidad para él.

Fuera quien fuera.

Seguí dibujando al Alfa pero cuando levanté la vista me di cuenta, para sorpresa mía, de que ya no estaba allí.

—No está mal. —Oí una voz a mi lado—. Pero los ojos podrían estar un poco mejor.

Me giré y vi que de pie, junto a mí, observando mi dibujo estaba…

El puto.

Aiden.

Norwood.

No me dio tiempo a recuperar el aliento cuando levantó la vista del dibujo y nuestros ojos se encontraron. Me puse tensa al darme cuenta de que estaba estableciendo contacto visual directo y aparté inmediatamente la mirada.

Nadie en su sano juicio se atrevía a mirar al Alfa a los ojos.

Solo podía significar una de dos: estabas desafiando el dominio del Alfa, lo que era prácticamente como desear tu propia muerte, o estabas invitando al Alfa a tener sexo.

Como no tenía intención de hacer ninguna de las dos cosas, mi única opción era apartar la mirada antes de que fuera demasiado tarde y rezar para que no malinterpretara mi gesto.

—Perdóname —dije en voz baja para evitar problemas—. Me has pillado por sorpresa.

—Perdóname tú —dijo—. No pretendía asustarte.

Esa voz. Incluso diciendo las palabras más educadas imaginables sonaban cargadas de amenaza. Como si en cualquier momento pudiera arrancarte la garganta con sus dientes en forma humana.

—No pasa nada —dijo—. De verdad. No muerdo… o al menos no siempre.

Estaba tan cerca que podía extender la mano y tocar sus músculos ondulados y su piel dorada. Alcé la mirada.

Una cara salvaje con rasgos muy marcados que no tenía razones para ser atractiva, pero lo era. Con unas cejas gruesas que parecían ásperas al tacto, como un indicio de su forma de hombre lobo.

Y una nariz que, aunque ligeramente torcida, sin duda por alguna pelea, no hacía que su aspecto fuera menos sexy.

El alfa se acercó un paso más, como si quisiera ponerme a prueba. Sentí que todos los pelos de mi cuerpo se erizaban de miedo. ¿O era la tentación que sentía?

—La próxima vez que me dibujes —dijo Aiden—, acércate.

—Oh... de acuerdo —balbuceé como una idiota.

Y entonces, tan rápido como había aparecido, Aiden Norwood se dio la vuelta y se marchó, dejándome sola junto al río. Suspiré, sintiendo que todos los músculos de mi cuerpo se relajaban.

No era habitual ver al Alfa fuera de la Casa de la Manada, la sede central para todos los asuntos de la manada. La mayoría de las veces veíamos al Alfa en reuniones o bailes. Siempre en un contexto formal.

Lo que acababa de ocurrir era extraño.

Podía imaginarme, por las miradas de envidia de las admiradoras de Aiden que lo habían seguido hasta el río para acabar siendo ignoradas, que este encuentro podía ser tergiversado con facilidad.

Incluso una interacción de un segundo con una hembra, especialmente con una cualquiera como yo, era suficiente para que las lobas más cachondas entraran en frenesí y quisieran derribar los muros de la Casa de la Manada para probar un bocadito de él.

Algo así estresaría al Alfa, sin duda. Y un alfa estresado suponía un alfa disfuncional, que a su vez suponía una manada disfuncional… creo que se entiende lo que quiero decir.

Nadie quería algo así.

Decidí, con la poca luz que quedaba del día, terminar de dibujar para despejar la cabeza. Solo yo y la paz del río.

Pero lo único que podía ver eran los ojos de Aiden Norwood.

Y qué mal los había dibujado. El Alfa tenía razón. Podía hacerlo mejor.

Si pudiera… acercarme más. ¿Pero cuándo volvería a estar tan cerca?

No sabía entonces lo que sé ahora. Que dentro de unas horas iba a comenzar la Bruma.

Que estaba a punto de convertirme en una bestia sexual. Y que Aiden Norwood, el Alfa de la Manada de la Costa Este, iba a desempeñar un papel muy destacado en mi despertar sexual…

Era suficiente para hacer aullar a una loba como yo.

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