Vegas Clandestina - Portada del libro

Vegas Clandestina

Renee Rose

Capítulo dos

Sondra

Bueno. Eso fue interesante. Mis piernas tiemblan cuando me paro. ¿Qué hará ahora? ¿Soy libre de irme? Me pongo la ropa con manos temblorosas y subo la cremallera de mi vestido hasta arriba, aunque ya haya visto mis senos.

Las bragas húmedas están en el tacho de basura, así que salgo sin ropa interior.

Decido que lo mejor por hacer es mantener la frente en alto y salir directo de ahí. Porque ni loca me quedaría para terminar de limpiar su suite después de lo que acaba de pasar. Tomo la manija de la puerta y respiro hondo. Aquí va la nada misma.

Él está parado en el pasillo frente a mi carrito y habla por celular. Está bloqueando mi salida.

Mierda.

Me quedo sin aliento otra vez al ver lo aterrador y sensual que luce; la forma deliciosa en la que viste su traje costoso, su cabello grueso y oscuro y enrulado en las puntas, sus ojos oscuros y penetrantes.

Termina la llamada y deja el celular en el bolsillo de su traje.

—Tu historia está comprobada, al menos por ahora. Seguiré investigando. —Sus ojos oscuros resplandecen, pero la amenaza que sentí allí antes se ha desvanecido.

Me enderezo, lo que hace que me mire las tetas.

—No encontrará nada.

Las comisuras de su boca forman una leve curva. Me mira como un león que estudia a su presa. Hambriento. Seguro de sí mismo. Mueve la cabeza de lado a lado, casi con tristeza.

—Una chica como tú... no debería estar limpiando habitaciones, —murmura.

Lo paso de largo, evitándolo.

—Sí, ya lo dijo antes.

El tipo me acaba de profanar por completo. Me desnudó y me miró hacer pis en su piso. Necesito salir de aquí rápido y no volver nunca. Me olvidaré de trabajar para la mafia. Tengo una vida que vale la pena vivir... en algún otro lado. Un lugar lejos de Las Vegas.

Empujo el carrito, aunque nunca terminé de limpiar su baño. Solo sal de ahí rápido, Sondra.

—Espera, —me ladra—. Deja el carrito. Tony te llevará a tu casa.

Se escucha un golpe a la puerta y entra un tipo enorme con un cable en la oreja. Al juzgar por los bultos a sus costados, va armado al igual que Tacone.

Mierda, mierda, tremenda mierda.

Doy un paso atrás, niego con la cabeza. Esto sí que no. No me subiré a un auto con este tipo para que me pueda disparar en la cabeza y tirarme de un muelle. Bueno, no hay muelles en Las Vegas. La Presa Hoover, entonces. No soy tan estúpida.

—Relájate. —Tacone debe haber visto como se me iba la sangre a la cara—. Llegarás sana a casa. Tienes mi palabra. Solo espera un minuto. —Sale de la habitación y entra a su oficina.

—Yo-yo tomaré el autobús, —le grito y me dirijo hacia la puerta e intento rodear a Tony—-. Es lo que suelo hacer.

Tony no se mueve de su lugar en frente de la puerta.

No tomarás el maldito autobús. —Tacone suena aterrorizante y me detengo. Vuelve con un sobre que le entrega a Tony y murmura algo que no escucho—. Ve con Tony. Es una orden, no una opción. —Tony ha estado parado allí con cara de piedra todo el rato. Ahora, levanta su mentón hacia mí.

Camino hacia la puerta, temblando como una hoja. Tony la abre, me hace señas de que salga y la vuelve a cerrar. Le echo una mirada al hombre musculoso a mi lado. Tony deja caer una gran mano sobre mi nuca.

—Estás bien.

¿En serio? ¿Este tipo se preocupa por mi bienestar?

Me hace subir al ascensor.

—¿Estás lastimada? ¿O solo asustada?

Cada pequeña parte de mi cuerpo tiembla.

—Estoy bien. —Sueno deprimida. Me ubico lo más lejos posible de él y cruzo los brazos sobre mi pecho.

Tony me mira y frunce el ceño. El ascensor comienza a bajar.

—El jefe no es él mismo. Él no... —su ceño se frunce aún más— ¿Te tomó por la fuerza?

Bueno, eso es bastante dulce. El tipo en serio está intentando ver cómo estoy. Pero trabaja para Tacone, la cabeza de la familia criminal, así que no estoy segura de por qué siquiera me pregunta esto.

—¿Qué harías si te dijera que ?

Una furia sombría aparece en su rostro. Se adelante un paso en mi dirección.

—¿Eso fue lo que sucedió? —Hay un matiz de peligro en su voz.

Niego con la cabeza.

—No. No lo que tú crees. —Miro para otro lado—. Eso no. Algo más. —No lo miro, pero siento su mirada fulminante todavía sobre mí.

—¿Qué habrías hecho si decía que sí? —Le vuelvo a preguntar. Supongo que mi curiosidad obsesiva acerca de todo lo que tenga que ver con la mafia me lleva a repetir la pregunta.

Vuelve a juntar los labios y adopta otra vez su pose de soldado. Su señal de que no contestará.

Cuando el ascensor hace ruido al abrirse, me lanzo hacia adelante y me muevo entre la multitud de apostadores. De algún modo, él permanece justo detrás de mí. Su mano carnosa vuelve a caer sobre mi nuca.

—Ve más lento. Tengo órdenes de llevarte a casa.

—No necesito un aventón. Tomaré el autobús. En serio.

No quita su mano, pero la usa para dirigirme directo entre la multitud, que se separa con por gran marco e incluso mayor presencia.

—No te golpearé si eso es lo que crees.

Niego con la cabeza. No puedo creer que siquiera estemos teniendo esta conversación donde se habla de golpear a alguien.

—Es bueno saberlo. —Es todo lo que parezco ser capaz de decir.

Me lleva hasta otro ascensor: uno privado al que accede con su tarjeta magnética. Llegamos al último subsuelo que parece ser un estacionamiento privado. Me guía hasta una limusina y abre la puerta de atrás para mí.

—¿Iremos en esto? —Quizás es verdad que no me matará. Miro alrededor a los otros autos allí. Limusinas, Bentleys, Porsches, Ferraris. Fila tras file de autos lujosos llenan el piso. Guau.

Tony sonríe como si pensara que soy tierna.

—Sí. Entra.

—Eres tan mandón como tu jefe, —murmuro y él sonríe.

Hago lo que me dice. Todavía no estoy cien por ciento segura de que esta sea o no una sentencia de muerte, pero ahora mi respiración se estabiliza.

No pregunta mi dirección, pero maneja directo hasta lo de Corey y estaciona junto a la vereda de en frente a la casa adosada. Un escalofrío me recorre la columna.

Es un hecho que Tacone buscó información acerca de mí. ¿Es esta otra forma de hacerse el mandón? ¿Mostrarme que sabe dónde vivo y cómo encontrarme?

¿O es esta en realidad una entrega por cortesía?

Abro la puerta ni bien se detiene el auto.

—Espera. —La voz grave de Tony no tiene el mismo efecto que la de Tacone. No me quedo congelada. En vez de eso, corro hacia la puerta—. Dije, espera, —me grita y escucho la puerta cerrarse de un golpe—. El señor Tacone quería que te diera algo.

Espero que no sea una bala entre los ojos. Busco mis llaves a tientas.

No, estoy siendo estúpida. Me trajo a casa. El tipo no me matará. Me giro y lo miro correr hasta la entrada. Saca del bolsillo de su chaqueta el sobre que le dio Tacone y me lo da. Mi nombre está escrito en el frente en letra fina y prolija. Por alguna razón, me sorprende lo hermosa que es la letra de Tacone.

Respiro y tiemblo.

—¿Eso es todo?

La piel alrededor de los ojos de Tony se arruga.

—Sí, es eso.

Trago.

—Bueno. Gracias.

Sonríe algo burlón y se va sin decir otra palabra.

Mis manos tiemblan mientras pongo la llave en la cerradura.

Ya pasó. Un mal día, nada más. Nunca más tengo que volver ahí. Sí, saben dónde vivo, pero me trajeron a casa sana y salva. Nada más sucederá. Ya probé un poquito de la mafia, justo lo que quería. Mañana comenzaré a enviar solicitudes para un trabajo normal. Uno que no incluya personajes clandestinos y cuestionables con manos cálidas y ojos oscuros y penetrantes. Uno sin armas o el ruido de las monedas en las máquinas tragamonedas.

Uno sin Tacone.

***

Sondra

Dean, el novio de Corey, está sentado en el sillón mirando televisión.

—Hola, Sondra. Parece un poco demasiado contento de verme.

Mi estómago se tensa, tomo más consciencia de mi falta de ropa interior. El tipo tiene el hábito de mirarme de forma lasciva y temo que de algún modo se dé cuenta de que no hay nada debajo de mi vestido tan corto.

—Hola, —murmuro.

Me mira de arriba abajo y se detiene demasiado tiempo en mis senos.

—¿Qué sucede?

No hay manera de que le cuente acerca de este día tan demente. A Corey, sí, pero no a él. Por desgracia, no tengo mi propio cuarto (me estoy quedando en su sillón), así que no puedo esconderme en ningún lugar. Lo primero en mi lista es ganar lo suficiente como para pagar el depósito de mi propio sitio, está incluso por encima de conseguir un auto que ande.

Voy hasta mi maleta que está en la esquina y tomo algo de ropa antes de encerrarme en el baño. Solo entonces me doy cuenta de que todavía tengo en mis manos el sobre del señor Tacone. Meto el pulgar por debajo de la solapa y lo abro. Se deslizan seis billetes lisos de cien dólares junto con una nota.

Respiro hondo. Para alguien que está básicamente en la ruina y que solo ha comido fideos de ramen durante la universidad y el posgrado, es un montón de dinero. Tuve becas y ayudantías en la universidad, pero incluso así seguía por debajo de la línea de pobreza. Tampoco ser docente adjunto es justo algo que pague las cuentas.

La nota está escrita con la misma caligrafía prolija del sobre.

Sondra—

Lamento haberte asustado. La plata no lo arregla todo, pero a veces ayuda. Espero que vuelvas a trabajar mañana.

—Nico

Mi corazón se acelera. Nico ¿Firmó con su nombre de pila? Y se disculpó. No en persona, pero igual, es una disculpa.

Espero que vuelvas a trabajar mañana.

Me viene a la mente la imagen de su rostro inclinado solo a centímetros del mío mientras sujetaba la toalla que me ataba a él. Mis piernas tiemblan. ¿Quiere que vuelva?

Adivinó correctamente que pensaba renunciar y nunca volver a ese lugar de nuevo. Me abanico con los seis billetes de cien dólares. Algunos tomarían una postura moralista. Dirían que no lo dejarían comprar su silencio o conformidad o lo que sea. Pero ese no es mi caso. Tiene razón. La plata ayuda muchísimo a solucionar las cosas.

Igual, es un pendejo que me apuntó un arma a la cabeza. Y que me desnudó. Y me hice pis. Fue lo más humillante que me pasó en toda la vida.

Pero mi sentimiento de profanación se desvanece cuando recuerdo la forma en la que también me llevó a la ducha, me cubrió con la toalla y murmuró, estás bien.

Me quedo mirando fijo el dinero. Seiscientos dólares más cerca de mudarme del sillón de mi prima y de conseguir mi lugar. Seiscientos dólares más cerca de tener otro auto. Puedo hacer las compras y pagarle a mi prima por lo que me prestó.

Quizás no me mate ir a trabajar mañana. Sí, fue una completa humillación, pero es probable que nunca vea al tipo otra vez. Me ahorraría el trabajo de buscar otro trabajo temporal mientras pienso qué hacer con mi vida.

Largo el aire despacio e intento borrar la visión de Tacone moviendo mi pelo hacia atrás, quitándolo de mi rostro, con su mirada fija y penetrante. No lo tendré que ver de nuevo. Y eso es algo bueno. Es algo definitivamente bueno.

***

Nico

Sondra Simonson. Es su nombre real. Le pedí a seguridad todo lo que pudieran encontrar acerca de ella y que me trajeran el archivo. Junto con el video de nuestra interacción.

Resulta que Samuel, el jefe del servicio de limpieza, ya había despedido a Marissa, la jefa de Sondra, por dejarla en mi suite, pero lo llamé yo mismo y le dije que estaba bien.

Y solicité que Sondra reemplazara a la que se encargaba del servicio de limpieza de la suite penthouse de forma habitual.

Pero si no renuncia, definitivamente la querré en mi habitación de nuevo.

Desnuda.

Preferentemente desnuda y dispuesta esta vez, pero sería un maldito mentiroso si dijera que no me gustaría verla un poco asustada. Había algo tan atractivo acerca de la manera en la que temblaba y a la vez se excitaba cuando la desnudé.

¿O me lo había imaginado?

Me enteraré pronto. ¿Dónde está este maldito video? Parezco un adicto esperando su próxima fumada. No puedo esperar a ver su video. Me masturbaré toda la noche viendo sus labios provocativos y sus grandes ojos azules decorando mi pantalla.

Alguien llama a la puerta.

—Soy Tony. —La voz grave del hombre que es mi mano derecha resuena a través de la puerta.

—¿Sí?

—Ya la dejé. —Entra y me mira, cauteloso. Sé que no vino solo para decirme eso. Entró para averiguar qué carajo había pasado. Por qué mandé a la mucama a su casa mojada y asustada.

Está preocupado por mí. Mi estado mental comienza a derrumbarse por no poder dormir. Es muy inteligente como para preguntarme lo que sucedió sin más. Sabe que le diría que se meta en sus malditos asuntos. Pero ha hecho una carrera en torno a pararse a mi alrededor en silencio, como guardaespaldas, disponible cuando necesito a alguien en quien confiar.

No es familia. Ni siquiera es italiano. Es solo un tipo grande y fiel de Cicero que decidió que yo era la persona a quien iba a seguir hasta el mismísimo infierno. Creo que se podría decir que es lo más cercano que tengo a un amigo.

Si los Tacone tuvieran amigos en serio.

—Es nueva. Creí que lucía extraña, así que la desnudé para ver qué ocultaba.

Un músculo en la mandíbula de Tony se tensa, pero no dice nada. Tony es defensor total de las mujeres. Su mamá fue gravemente abusada por su papá y él todavía siente que debe ajustar cuentas con cualquier tipo que manosee a una mujer. Es probable que, si llegara a eso, incluso a mí.

Pero no suelo maltratar mujeres.

Este fue un caso especial.

Aprieto los labios y me encojo de hombros.

—Puede que también le haya apuntado un arma a la cabeza mientras la interrogaba. —Le cuento en caso de que haya problemas y tengamos que limpiar los efectos colaterales. Espero que Sondra no haga un escándalo. No creo que lo haga.

Y por alguna razón eso me molesta demasiado.

Tengo muy mal gusto para los hombres.

Inteligente, bien educada, una figurita atractiva como ella no debería pasearse por ahí con un defecto fatal que la pone en peligro. En especial no en Las Vegas.

Pero es probable que sea ese mal gusto lo que también hizo que fuera manejable y dócil en mis brazos. Esos pezones espectaculares se endurecieron, su vagina se humedecía para mí. Y ni siquiera estaba intentando seducirla. Estaba tratándola duro como un loco trastornado.

Mierda.

Tony guarda las manos en los bolsillos.

—Por dios, Nico. La falta de sueño te hizo paranoico.

—Lo sé. —Muevo los dedos por mi cabello.

—Debes tomar algo. ¿Probaste los medicamentos?

Tengo un estante repleto de fármacos que se supone deben ayudarme a dormir, pero o no funcionan o no me gusta cómo me hacen sentir luego. No es que me guste el estado de delirio en el que me encuentro ahora.

—Nah. Creo que podré dormir esta noche.

—Eso dijiste anoche.

Miro hacia los ventanales que tengo en mi suite penthouse.

—¿Así que la llevaste a casa? ¿Estaba bien?

—Estaba asustada. ¿La sobornaste?

La palabra sobornaste me hace apretar los dientes, aunque es justo lo que hice. Igual suena despreciable cuando lo asocio con ella. Es la misma razón por la que no quiero verla trabajando de crupier en mi piso. No quiero que toda la mierda que sucede en este casino la deprima.

No debería deprimirla yo.

Lo malo es que quiero ensuciarla de todas las formas posibles.

Si fuera un mejor hombre, me aseguraría de que nuestros caminos no se volvieran a cruzar. Pero no lo soy. No soy un buen hombre. La volví a meter en la guarida del león.

Tendré que esperar hasta mañana para ver si es tan lista como parece y si jura no volver a pisar este lugar otra vez.

***

Sondra

Me ducho y salgo del baño. No me sorprende encontrar a Dean acechando justo afuera, mostrándose en la cocina. Todavía no he decidido cómo decirle a Corey que su novio es un pendejo lascivo, infiel y bueno para nada. No tengo ninguna prueba. La forma en la que me mira y parece estar mucho más interesado en hablarme o en pasar el rato cuando estamos solos.

Considerando que soy un imán para los novios infieles, conozco esa onda.

Suelo intentar no estar cuando Dean está en la casa adosada sin Corey, pero el tipo de Tacone me trajo a casa muy rápido. Intentaré que vaya lo mejor posible.

—Hola, Dean. ¿Tienes ganas de llevarme a la tienda? Hoy me pagaron. —Por revisarme desnuda.

Esta vez cuando se me viene a la mente el recuerdo de las manos grandes y cálidas del señor Tacone (Nico) buscando por mi cuerpo, ya no hay miedo. Una fantasía breve pasa por mi mente: él bajándome las bragas por las piernas por otra razón...

¿Sabes cuánto pagaría un hombre como yo por una noche contigo?

¡Cinco mil dólares!

¡Deja de pensar en él!

Necesito olvidarme de que Nico Tacone es justo el tipo de hombre que me pone la piel de gallina. Oscuro. Peligroso. Impredecible. El mejor chico malo.

Sí, estoy en peligro de irme para el lado oscuro de nuevo. A lo grande.

Necesito mantenerme fuerte.

El novio de Corey suspira y pone los ojos en blanco; parece que no le queda cómodo llevarme a la tienda. Todo el tiempo me insinúa lo mucho que les debo desde el día en que llegué.

—Bueno, está bien, te llevaré. —Es probable que solo esté decepcionado de que no estaremos solos y juntos en la casa adosada.

No me importa cómo se tome este tonto el hecho de que me esté quedando de prestado en la casa. Corey y yo somos prácticamente hermanas. Crecimos en un pueblo de Michigan; primas que vivían en la casa frente de la otra. Su papá está en la fuerza policial y era un pendejo abusivo antes de abandonar a su mamá, así que ella pasó la mayor parte del tiempo en mi casa.

Pero un tipo nunca se interpuso entre nosotras y Dean parece ser uno de los que ama crear cualquier cantidad de escándalos. Necesito irme de aquí antes de que las cosas se vuelvan incluso más incómodas. Otra razón más para ir a trabajar mañana.

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