La joya de la corona - Portada del libro

La joya de la corona

Ellie Sanders

Capítulo Tres: Audiencias

Primero me reúno con Kelgar.

Es uno de los dos caballeros y sospecho que está aquí simplemente como relleno, para que parezca más una competición. Aunque es un hombrerico, todos sabemos que no puede ofrecer lo que un señor de la guerra.

Estoy sentada en una silla frente a él mientras Manox se sienta al otro lado de la habitación, observando cada maldito movimiento.

Kelgar es educado, incluso caballeroso. Me pregunta por mi infancia, por lo que hago para ocupar mi tiempo.

Me pregunto qué habrá ofrecido a cambio, qué dote tendrá. Me habla de su casa, de sus caballos en particular. Por lo visto, son una gran pasión para él y me alivia que, en cuanto entra en materia, no se calle.

Habla y habla, llenando la incomodidad, y antes de que nos demos cuenta, Manox le avisa de que ha terminado la hora y este me hacieuna reverencia de despedida.

—Uno menos —murmura Manox y me doy cuenta de que odia esto tanto como yo, solo que yo no reacciono. No soy tan estúpida como para hacerlo.

Podría ser fácilmente una trampa, una estratagema para ver cuáles son mis verdaderos sentimientos y así poder transmitírselos a Emet y que luego mi hermano me haga pagar por ello.

Okini es el siguiente. Es el único otro caballero.

Por lo visto, vamos a quitarnos a estos dos de en medio antes de enfrentarme a los cuatro señores de la guerra. Al igual que Kelgar, me hace algunas preguntas antes de hablar de sí mismo.

Observo su rostro, actúo interesada, finjo cortesía y pronto hace una reverencia y se marcha.

Gariss es el tercero.

Sigo con lo que se ha convertido ya en una rutina, aunque cometo el error de poner las manos sobre la mesa delante de nosotros y él intenta tocarme. Manox se levanta de un salto, le ordena que retroceda y el pobre hombre parece mortificado.

Afortunadamente, Manox le anuncia que ha terminado su tiempo y el hombre se va antes de que la situación empeore.

Doy un sorbo a mi vaso de agua antes de que entre el siguiente. Estoy cansada. Estoy nerviosa.

Emet nos hizo esperar tanto para comer que ahora es tarde y lo único que quiero es irme a dormir.

—Princesa —dice el hombre, y me levanto para hacer una reverencia, viendo a Tonath delante de mí.

No sé por qué este hombre me inquieta tanto, pero apenas puedo sostenerle la mirada más de un segundo. Me hace una reverencia y luego mira hacia los asientos, pero no hace ademán de sentarse, así que me veo obligada a permanecer de pie ante él.

—Tu hermano lo tiene todo preparado, ¿verdad? —murmura en voz baja.

No sé qué responder y miro a Manox, que claramente no le ha oído.

—Estás muy callada; ¿se te ha comido la lengua el gato? —pregunta.

—¿Todo el qué? —le digo.

—Todo esto, esta competición. Está amañada, ¿cierto?

Aprieto los dientes. Me pregunto si se da cuenta del peligro que corro y de que sus preguntas lo empeoran.

—¿No te preocupa en absoluto, Princesa? —pregunta.

—¿Por qué debería? —digo, manteniendo mi voz tan tranquila como la suya.

—Te entretienes con pretendientes estando técnicamente prometida —afirma.

Mis ojos se abren de par en par y, por un segundo, siento pánico. —Yo... —Arrugo la cara—. Mi hermano...

—Por lo que veo, no le importa —dice, cruzándose conmigo.

—¿Y a ti sí? —le respondo.

Sus labios se curvan. —Conozco la reputación del Rey Kaldan. Sería un tonto si no me preocupara.

—Y, sin embargo, sigues aquí, quizás lo eres… —digo antes de poder contenerme.

Se ríe. —Bueno, veo que tienes sentido del humor. No eres solo la princesa cabeza hueca que profesas ser.

Miro a Manox. Ahora nos está observando. Está claro que la risa de Tonoth llamó demasiado la atención.

—Soy lo que soy —respondo—. Hago lo que ordena mi hermano.

Entorna los ojos. —¿Lo que ordena tu hermano? —pregunta en voz demasiado alta para mi gusto.

—Sí —digo, no porque quiera, sino porque tengo que hacerlo. Porque Manox está mirando, Manox está escuchando. No puedo decir nada más. No puedo hacer nada más.

Su rostro se vuelve algo agrio durante un segundo y luego hace una reverencia.

—Gracias, Princesa —dice.

—Todavía le quedan dos minutos más, Lord Tonath —dice Manox.

—He tenido todo el tiempo que necesitaba —responde Tonath antes de mirarme con lo que parece una mirada de desdén.

Tan pronto como se va, Manox se acerca a mí. —¿Qué le has dicho? ¿Qué te ha preguntado? —sisea.

—Estuviste aquí, lo oíste todo —respondo.

Sacude la cabeza. —No se lo digas a tu hermano.

—¿El qué?

—Que habló de él. Que le preguntó por él.

Asiento con la cabeza. Sé exactamente a quién se refiere. Y de ninguna manera se lo mencionaré a mi hermano.

Vesak entra, interrumpiéndonos, y Manox se congela por un segundo.

—Lord Vesak —saluda al señor de la guerra—. Por favor, siéntese —añade tan suavemente como puede.

Vesak mira de Manox a mí y me coge de la mano antes de que Manox pueda impedírselo y me guía hacia los asientos. Está claro que Manox está demasiado nervioso por lo que ha dicho Tonath para hacer nada más.

—Eres muy guapa —dice con un acento marcado.

Le ofrezco una pequeña sonrisa.

—Por supuesto, todos los hombres deben decirte esto.

No sé cómo responder.

—Si me eliges, Princesa, me harías el hombre más feliz del mundo. Dedicaría mi vida a tu comodidad. Construiría un gran palacio para ti. Tendrías músicos dando serenatas a cada paso...

—Eso suena muy intenso —respondo.

Se ríe entre dientes. —No, Princesa. Es lo que te mereces. Te compraría los vestidos más finos, cubriría tu piel con las joyas más caras. Serías la más cuidada de las criaturas, la más fina de las reinas.

—Pero yo no soy una reina —digo rápidamente.

Ha quedado perfectamente claro que, aunque soy princesa, ese título desaparece en cuanto me case. Que mi marido no tendrá ningún derecho a la realeza.

—Serás la reina de mi corazón —dice.

Creo que se me cae literalmente la mandíbula al suelo y veo a Manox por el rabillo del ojo intentando no reírse a carcajadas. Continúa así durante cinco agonizantes minutos más, y luego da gracias a los dioses de que se le haya acabado el tiempo.

Me hundo en mi silla exhausta una vez que se ha ido.

—Queda uno, Princesa —dice Manox y yo suelto un suspiro. Solo queda uno para acabar con este momento de tortura, pero ¿cuánto tiempo me espera a su lado?

Luxley se pavonea en la habitación.

Los otros han sido respetuosos y prudentes, pero hay algo en la forma en que este hombre me mira que me inquieta.

Mira a Manox y luego me recorre con la mirada, observándome mientras hago una reverencia y mirando lascivamente por debajo de mi vestido cuando puede.

Se sienta y no dice nada durante unos minutos, y me pregunto si va a hablar.

—Estás callada —dice—. Muy callada.

Asiento con la cabeza.

—Eso me gusta. A mí también me gusta la obediencia. Veo cómo eres con tu hermano. Cómo le obedeces. Te ha educado bien.

Me muerdo la lengua, decidida a no responder.

—¿Sabes montar?

—Sí.

—Bien. ¿Sabes bailar?

—Sí.

—¿Cantar?

—Sí.

Parece un interrogatorio. Es implacable, sus ojos también lo son. Nunca se apartan de mí, ni por un segundo.

—Levántate —me dice, y miro a Manox, que asiente para que haga lo que me dice.

Me trago un suspiro y me pongo en pie. Me tira de la mano y grito a medias, pero Manox no hace nada para detenerlo. Por lo visto, a este señor de la guerra le han dado rienda suelta.

Me mira fijamente, me rodea, me evalúa. —Serás una buena esposa —murmura. Cierro los ojos porque está claro por qué lo dice; no me elogia a mí, sino a mi cuerpo.

—Tu hermano dice que eres virgen, ¿es verdad?

—Está intacta, mi señor —dice Manox, poniéndose en pie como si percibiera que el ambiente de la sala está cambiando.

—¿Intacta? —sonríe.

—¿Nunca te ha tocado ningún hombre? No para follar, sino para ver, para jugar…

Mis ojos se abren de par en par y me pongo roja mientras doy un paso atrás.

Se ríe de mi respuesta. Al parecer, le ha dicho todo lo que quería saber.

—Me gusta que tengas miedo, princesa —murmura—. Voy a disfrutar haciéndote mía.

Antes de que pueda responder, antes de que pueda reaccionar, Manox da la hora por finalizada y yo corro hacia la puerta, hacia mi habitación, para alejarme de este hombre.

Siguiente capítulo
Calificación 4.4 de 5 en la App Store
82.5K Ratings
Galatea logo

Libros ilimitados, experiencias inmersivas.

Facebook de GalateaInstagram de GalateaTikTok de Galatea