Los jinetes del infierno - Portada del libro

Los jinetes del infierno

Amanda Tollefson

Capítulo 2

MIA

HACE CINCO AÑOS

«Papi, voy a ir a la Academia de Artes y Letras en Oregón. Me han aceptado». Bajé corriendo las escaleras, sosteniendo mi carta de aceptación con una enorme sonrisa en la cara.

Mi padre no parecía contento. «¿Oregón? ¿Cuándo te presentaste allí, Mia?».

Se me borrócayó la sonrisa; cada vez que le hablaba de ir a algún sitio o de arte, me cerraba la boca. Sabía que le recordaba a mamá. Así que, al final, me dejó de lado y ya no le gustaba estar mucho conmigo desde que ella había muerto. Yo sSólo deseaba que me escuchara.

«Papá, he intentado contártelo. No me escuchas», intenté explicarle.

«Mia, no tengo tiempo para esto. Tengo que prepararme para la carrera al norte de California». Se levantó de la mesa para ponerse su abrigo.

«Papá, me voy a Oregón a estudiar en esta escuela de arte. Tengo casi diecinueve años. Ya soy adulta. ¿Por qué no puedes apoyarme en esto? Mamá lo habría hecho», le grité.

«No hables de tu madre. No vas a ir. No tengo tiempo ni yo ni mis chicos para seguirte a una escuela tonta. Fin de la discusión; ahora te veré en unos días». Con eso, salió por la puerta.

Las lágrimas caían por mis mejillas. Deseaba que mi madre siguiera viva. Sabía que ella me apoyaría hasta el final. Quería a mi padre, a los chicos del club y a las señoras mayores que estaban a mi alrededor. Pero ahora necesitaba hacer algo por mí misma. Corrí a mi habitación para empacar todas mis cosas.

Una vez que metí todo en mi pequeño Honda negro, volví a entrar en casa. Puse mi teléfono y la tarjeta sobre la mesa. Ahora, papá no tendría que rastrearme.

Subí a mi coche y me fui. Cuando empecé a pasar por delante de la sede del club, me saltaron más lágrimas. «Adiós, papá», susurré mientras me alejaba.

***

PRESENTE

—¿Recuerdas aquella vez que volviste del colegio y nos contaste a tu madre y a mí lo de un baile del colegio? Creo que dijiste que era el baile de bienvenida. Nos rogaste que te dejáramos ir.

Oí al que pensé que era mi padre hablando.

—Dijimos que podías ir. Hasta que empezaste a hablar con tu madre de un chico que te pidió que fueras. Cambié de opinión, por supuesto; nadie me robaría a mi princesa.

Lo oí hablar como si estuviera repitiendo un recuerdo.

—Eras muy sobreprotector conmigo —dije al despertar, con la voz rasposa.

—Mia. ¡Mia!, Dios mío, ¡estás despierta! Me asustaste, princesa. —Mi padre se acercó y me abrazó.

—¿Agua, por favor? —pregunté.

—Ah, claro. Aquí tienes. —Me dio un vaso de agua helada.

—Gracias —dije, devolviéndole el vaso.

—Princesa, ¿qué te ha pasado?

Sabía que me lo iba a preguntar. Sólo que aún no estaba preparada para contárselo a la gente. —Lo siento, papá, no me acuerdo —mentí.

—Está bien, princesa; no te presiones para recordar. Voy a buscar al médico y le diré que ya estás despierta. —Me besó en la frente y salió de la habitación.

Sabía que debería haberle contado a mi padre lo de Caleb o, al menos, lo que me había pasado en los últimos cuatro años. Pero no podía hablar de ello. Recordaba todos los detalles de aquella noche.

Normalmente, estaba borracho. Esta vez, estaba completamente sobrio. Cuando todo se desvaneció, cerré los ojos y decidí descansar.

***

HACE CUATRO AÑOS

No había estado en casa en un año. Echaba de menos a mi padre como una loca, pero necesitaba hacer esto por mí misma. No iba a renunciar a mi pasión por el arte. Había hecho algunos amigos aquí en Oregón, como Lexi, mi mejor amiga.

Estudiaba arte dramático. Era guapísima: pelo rubio largo, ojos verdes y un cuerpo estupendo. Lexi era el tipo de chica con la que te encantaría estar; era enérgica, guapa y con talento. Tuvimos clase de inglés juntas el primer año y congeniamos automáticamente.

Cuando se trataba de escapadas o de cualquier tipo de vacaciones, me quedaba aquí, en la casa adosada que había conseguido cuando me mudé a Oregónaquí. Me sentía sola. Echaba de menos a todo el mundo. Entonces Lexi decidió mudarse conmigo durante las vacaciones de verano; ahora, eran las vacaciones de Navidad.

Me alegraba de que Lexi se hubiera quedado conmigo esta vez. Me entusiasmaba no tener que volver a estar sola otra Navidad. Como Lexi pensaba que debíamos animar más la casa, pusimos adornos navideños.

«Vamos a Starbucks. Me apetece un chocolate caliente». Lexi entró en mi habitación, y se puso el abrigo.

«Sí, eso suena bien. Me vendría bien un descanso». Dejé el bolígrafo y me levanté del escritorio para ponerme el abrigo.

«Ha pasado más de un año, Mia. ¿Todavía no lo has llamado o enviado esa carta?».

Le había contado a Lexi todo sobre mi familia, sobre todo sobre mi padre y cómo hacía un año que no hablaba con él ni lo veía. Acabé omitiendo la parte de que eran del club de moteros «Los Jinetes del Infierno».

«No sé qué decir: Hola, papá, ¿cómo estás? Lo siento, me escapé, pero estoy bien, te quiero. No Lexi», dije mientras salíamos.

Me encantaba Oregón; había mucha vida aquí: tantos árboles, las montañas e, incluso, la nieve.

Finalmente, llegamos a Starbucks. Le dije a Lexi que fuera a buscar un asiento, mientras yo compraba nuestras bebidas y un panecillo para mí.

«Mia», el camarero dijo mi nombre.

Me acerqué al mostrador para coger nuestras cosas. Había empezado a caminar hacia Lexi cuando choqué con alguien, y todo se cayó.

«¡Oh, Dios mío! Lo siento mucho». Empecé a limpiarlo todo.

«Está bien. De todos modos, fue mi culpa», dijo el apuesto hombre de ojos azules.

No podía imaginar que esto me iba a causar tantos problemas.

***

PRESENTE

El flashback se desvaneció. Volví a la realidad cuando oí hablar al médico.

—Hola, Mia, soy el Dr. Taylor. He estado cuidando de ti mientras has estado aquí. ¿Cómo te sientes? ¿Algún dolor?

El médico, que tenía un aspecto similar al personaje de dibujos animados Dexter de El laboratorio de Dexter, se acercó a mi lado para comprobar mis constantes vitales, mientras mi padre se acercaba por el otro lado.

—Hola. Me palpita la mano, siento que me arde el pecho y las costillas me están matando —le expliqué.

—En una escala del uno al diez, ¿cuál es su nivel de dolor? —preguntó.

La puerta se abrió. Vi al tío Mason entrar y sentarse al lado de mi padre.

—Mi mano es como un siete; mi pecho es más o menos igual, pero no realmente. Mis costillas, sin embargo, son un ocho —le dije.

—Bien, pues tienes la mano rota por dos sitios; puede que tengamos que operarte, así que ese dolor es de esperar. El dolor en el pecho se debe a que tienes un gran corte; ese dolor y esa sensación de quemazón deberían desaparecer en un par de días. Tus costillas estaban dañadas por la paliza. Pudimos ayudar a que soldaran vendándolas —me explicó.

—Vale, gracias. ¿Cuándo puedo irme a casa? —Desde que murió mi madre, odiaba los hospitales.

—Vamos a mantenerte aquí unos días más. Sólo para vigilarte, ya que has perdido bastante sangre, sobre todo porque tu nivel de dolor sigue siendo algo alto —me dijo mientras anotaba algo en mi historial.

—¡Oh!, vale. Gracias, Dr. Taylor. —Me moví en la cama, tratando de ponerme cómoda.

—De nada. Haré que venga la enfermera y te dé algo para el dolor —dijo, y se marchó.

Giré la cabeza para mirar a mi tío y a mi padre. Les sonreí suavemente mientras una lágrima caía por mi mejilla. Había echado mucho de menos a mi familia. Nunca había querido que me vieran así.

En ese momento, la enfermera entró en la habitación para darme un analgésico.

—Lo siento, papá —susurré, cerrando los ojos mientras la medicina empezaba a hacer efecto.

Siguiente capítulo
Calificación 4.4 de 5 en la App Store
82.5K Ratings
Galatea logo

Libros ilimitados, experiencias inmersivas.

Facebook de GalateaInstagram de GalateaTikTok de Galatea