La CEO - Portada del libro

La CEO

Jessica Morel

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Chapter
15
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18+

Summary

Scarlett no suele confiar en la gente. La última persona en la que confió fue Jase, su novio de toda la vida, que la dajó en su graduación.

Pero una aventura de una noche con el sexy Nic está a punto de complicarse mucho más de lo que se habría imaginado. Tendrá que aprender a confiar en él, y rápido, porque de lo contrario puede que no sobreviva al despiadado mundo del sexo duro y las adquisiciones corporativas.

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Dirty Dancing

SCARLETT

En el momento en el que entro en la reunión de emergencia de la junta directiva y me encuentro con la mirada fulminante de mi abuela, sé que he cometido un error.

―¿Qué haces aquí? ―pregunto, sin molestarme en hacer que mi voz suene amistosa.

―Oh, Scarlett ―dice en un tono dulce―, qué bueno que nos honres con tu presencia. He oído que la fusión con Industrias Firefly se llevará a cabo la semana que viene.

Los demás en la mesa de conferencias nos observan en silencio, esperando a ver a dónde va esto.

―Sí ―le digo―. Ese es el plan. Sabes que ese es el plan. No veo por qué es tan urgente...

―Creo que deberías esperar, cariño ―su voz sigue siendo dulce como el almíbar, incluso cuando sus ojos oscuros están clavados en los míos.

―¿Por qué te importa? ―pregunto.

―Eres familia ―me dedica una sonrisa comprensiva. Un espectáculo para el resto de los presentes―. Dominic Peters ha estado jugando contigo.

―¿De qué estás hablando?

―No quiere comprar la compañía, Scarlett. Quiere tomarla.

Me burlo. ―Eso no tiene ningún sent…

―Nos han enviado un vídeo ―interrumpe, con el aire de quien juega su carta triunfal.

Hago una pausa. ―¿De qué?

―De usted y el Sr. Peters en una situación comprometedora.

Me congelo. Mis intestinos parecen anudarse. ―¿Qué?

―Creo que el vídeo se grabó en un club conocido como «Dirty Thoughts» ―dice mi abuela, que pronuncia cada palabra como si pudiera envenenarla―. Un club conocido por atender a gente de... cómo decirlo, ¿gustos particulares?

―No ―la palabra sale automáticamente―. No hay forma de que nos hayan filmado. Eso fue privado.

―Por supuesto, lo hemos mantenido en la más estricta confidencialidad ―dice la abuela, que vuelve a rezumar simpatía―. Pero debes comprender que si estos gustos sehicieran públicos... Bueno, no sería una buena imagen para los accionistas.

―¿Qué estás diciendo? ―pregunto. No me siento la cara. ¿Cómo es que hay un vídeo? ¿Cómo ha llegado hasta mi abuela?

―Dominic Peters puede sobrevivir a un escándalo sexual ―dice―. Fácilmente. Pero ¿tú? ―se ríe―. Ya pendes de un hilo así como estás.

El entumecimiento se desvanece ahora. Lo reemplaza una rabia ardiente. Con mi abuela, sí, pero ella es solo la mensajera. Sobre todo, quiero encontrar a Nic y asesinarlo.

―Con quién te relacionas a puerta cerrada es una cosa ―arrulla la abuela―. Pero yo me lo pensaría muy bien antes de confiar en este hombre profesionalmente.

Ya escuché bastante. Con un «Gracias» ahogado, me giro y salgo corriendo de la habitación, tan rápido como me permiten mis tacones.

TRES MESES ANTES

―¡Estamos de celebración! ―Beth se desliza en nuestra cabina con una botella de champán.

―Claro ―suspiro.

Claudia me pasa un brazo por encima del hombro. ―¿Qué te pasa, señorita Apática? Te mereces celebrarlo. Acabas de graduarte como la mejor de la clase, y dos meses después ya tienes un trabajo increíble listo.

―Quizá no debería tomarlo... ―murmuro.

―Se trata de Jase, ¿no? ―pregunta Beth. Me encojo de hombros―. Tienes que sacarte a ese imbécil de la cabeza, Scar. Te lo mereces.

―¿Cuándo empiezas? ―pregunta Jackie.

―El lunes ―es jueves, así que tengo tiempo de sobra para pensar antes de tener que presentarme en la oficina.

Mis compañeras de piso -Beth, Claudia y Jackie- son geniales para animarme. Compartimos habitación durante toda la carrera en la Universidad de Nueva York, y luego nos fuimos juntas a vivir a un apartamento en la ciudad. Son mis mejores amigas de por vida.

Pero, digan lo que digan, no estoy segura de que este trabajo sea una buena idea.

Claudia tiene razón: pasaron exactamente dos meses desde la graduación. Dos meses desde que Jason, mi novio de toda la vida, rompió conmigo de la nada.

Quiero ser senador a los treinta, nena ―dijo antes de que nos hubiéramos quitado las togas y los birretes―. La esposa de un senador tiene muchas exigencias. Y tú eres una mujer de carrera. No estás hecha para esa vida.

―Podría arreglármelas ―dije, odiándome a mí misma incluso cuando las palabras salían de mi boca. Realmente no quería una vida relegada a ser el caramelo colgado del brazo de alguien. ¡Pero yo amaba a Jase! Habíamos estado juntos durante tres años. Podríamos hacer que funcione.

―Quizá si fueras a hacer un máster y a ser directora general de la empresa de tu padre ―dijo―. Eso es lo que siempre pensé. Seríamos una pareja poderosa. Pero, en vez de eso, ¿solicitas todos estos trabajos de asistente de bajo nivel? ¿A qué viene eso?

―Lo siento ―dije, con voz fría―. No sabía que solo salías conmigo para tener acceso a Roberts Enterprises.

―No lo hacía ―dijo, en un tono conciliador―. Es solo que no creo que estemos en el mismo camino, profesionalmente hablando. Mejor cortarlo ahora, ¿no?

Pasé dos meses maldiciendo a Jase. «¿Trabajos de asistente de bajo nivel?». ¿En serio? Todo el mundo comienza en el nivel inicial después de la graduación.

Durante la universidad, hice prácticas algunos veranos en Roberts Enterprises. Mi padre, Michael Roberts, es el director general, y estoy segura de que quiere que algún día sea su sucesora.

Pero no quiero su nepotismo. Sobre todo porque apenas ha sido un padre para mí.

Durante toda mi infancia, ni siquiera supe quién era mi padre. Me criaron mis abuelos, los padres de mi madre, en una granja de Texas. Los quiero con locura. Son toda la familia que necesito.

Michael Roberts me envió un correo electrónico durante mi segundo año. Una larga serie de divagaciones, disculpándose por haber abandonado a mi madre antes de que yo naciera. Al final, me ofrecía unas prácticas.

Fui. Pensé que tendría que estar loca para dejar pasar la oportunidad. Pero, ahora que tengo mi título, es hora de demostrar mi valía, en lugar de aceptar más limosnas.

Sin embargo, trabajar como ayudante del director general de uno de los competidores de Roberts Enterprises es como buscarse problemas.

―¡Oye! ¡Tierra a Scar! Cariño, estamos de celebración ―Claudia me ofrece una copa de champán antes de beberse la suya.

―Háblanos de tu nuevo jefe ―sugiere Jackie.

―No sé mucho ―admito―. No me entrevistó. Solo fue una representante de RRHH.

―¿Pero trabajarás para Dominic Peters, el soltero multimillonario más sexy del país? ―aclara Beth.

―Seré su asistente ejecutiva ―les explico. Las chicas chillan.

―Es genial. Nadie lo ha visto desde que se hizo cargo de la empresa de su padre. Es tan escurridizo ―dice Jackie.

―Chicas, en serio, estoy emocionada por el trabajo, no por el hombre. Y ni siquiera estoy segura de estar tan entusiasmada con el trabajo. ¿Qué pasa si hay una cláusula de no competencia, o algo así?

―Preocúpate de eso más tarde. Por ahora, celebremos ―dice Claudia―. ¡Voy a por chupitos! ―y sale corriendo hacia el bar.

Un minuto después, vuelve a nuestra cabina con una enorme bandeja de chupitos de tequila con lima y sal. Debe haber por lo menos cincuenta. Las tres nos quedamos boquiabiertas mirando la bandeja y luego a ella.

―Claudia, esto son como chupitos para todo el bar. ¿Cuánto te costó? ―pregunto.

―Lo pagamos nosotros ―responde una voz masculina. Un tipo con traje azul marino y pelo rubio a lo patinador pasa el brazo por los hombros de Claudia, que se pone muy colorada.

―Chicas, este es Eric ―dice, señalando al chico patinador―. Matt ―un chico con traje gris, camisa blanca, pelo corto―. Luke ―traje negro, camisa azul pálido, pelo negro.

Los tres son injustamente guapos. Mis amigas intercambian miradas, intentando averiguar quién ligará con quién.

―Ah, y este es Nic ―añade cuando un cuarto tipo aparece sosteniendo un vaso con hielo, como si no estuviera de humor para chupitos.

Este podría ser el tipo más sexy de todos. Traje negro, camisa negra, corbata negra, pelo castaño claro y penetrantes ojos azules, rodeados de gafas con gruesas monturas negras. Me muerdo el labio mirándolo, y no me pierdo cómo sus ojos se clavan en mi boca.

―¡Así que, chupitos! ―dice Matt, deslizándose en la cabina. Rápidamente nos emparejamos. Claudia con Eric, Beth con Matt, Jackie con Luke... y yo con Nic.

No me quejo en absoluto. Quiero decir, el chico es impresionante. Pero todavía me duele la ruptura con Jase, no me acosté con nadie desde entonces.

Prácticamente puedo ver los músculos de Nic a través de su traje, pero sé que es un jugador con solo mirarlo. Sus penetrantes ojos azules gritan lujuria.

Quizá sea algo bueno. Quizá sea hora de dormir con alguien nuevo, sin ataduras, sin drama, y dejar atrás a Jase para siempre.

Me empujo un rizo rubio detrás de la oreja y los ojos de Nic siguen la acción.

Cuando no nos estamos mirando, su pierna choca con la mía debajo de la mesa. Ese pequeño roce me acelera el corazón. Sus ojos se posan en mi camiseta negra de tirantes, y doy gracias por el sujetador push-up que ayuda a mi copa B.

Cálmate, Scarlett. ¡En serio!

En algún momento, vuelvo a dejar de mirar a Nic a los ojos y me doy cuenta de que somos los únicos en la mesa. Nic nota mi cara de asombro.

―Todos los demás se fueron a bailar ―me explica. Es la primera vez que oigo su voz grave y ronca, y prácticamente noto cómo me tiemblan los ovarios. ¡Dios mío!

Ah, claro ―digo, tratando de sonar media tranquila.

―Nunca has dicho tu nombre ―me dice. No sé si me lo está preguntando de verdad hasta que alza una ceja interrogante. Se quita las gafas de montura negra de la cara y las sostiene despreocupadamente en la mano.

―Eh... sí... Scar. Mi nombre es Scar. Quiero decir, Scarlett en realidad, Scarlett Miller. Todo el mundo me llama Scar ―divago.

Me estoy volviendo loca. Debería internarme en un manicomio.

Tienes acento ―afirma. De nuevo, no sé si está preguntando.

―Um, sí. Soy originaria de Dallas. Bueno, Irving, en realidad, pero eso es en el condado de Dallas ―y ahí voy, divagando de nuevo...

Asiente lentamente, con una sonrisa satisfecha.

Me encuentro apoyando los codos en la mesa para verlo más de cerca. Este tío tiene que saber que es guapísimo. Incluso las gafas son sexys. Cada parte de mí quiere saltar sobre la mesa y abalanzarse sobre él.

Oh, Dios mío, ¿acabo de pensar eso? Soy una puta...

Como si leyera mis pensamientos, Nic se inclina hacia mí al otro lado de la mesa. Me acaricia la cara con la mano y roza mi labio inferior con el pulgar. Luego, sin previo aviso, sus labios presionan los míos.

Al principio me sorprendo, pero no tardo en darme cuenta. Me muerde el labio inferior y jadeo, dejando que su lengua explore cada rincón de mi boca.

Aspiro su aroma. Sea cual sea la colonia que lleva, huele a caro. Todo en él destila dinero.

Él se aparta primero y, a juzgar por su sonrisa, no disimulo bien mi decepción. Sale de la cabina y me tiende la mano.

―¿Bailas?

―Uh, realmente no puedo...

―Yo puedo ―claro que puedes―. Te ayudaré.

―No, en serio, es...

―Levántate, Scarlett.

Me levanto despacio y cojo su mano entre las mías. Su mano grande envuelve la mía, pequeña, y de pronto literalmente me arrastra a la pista de baile, tirando de mí. Todo mi cuerpo empieza a calentarse ante su contacto.

―De verdad ―vuelvo a intentar―, no soy muy buena bailarina.

Nic se inclina hacia mí con una sonrisa satisfecha. Siento su aliento en mi oreja. Su voz ronca hace que me derrita.

―Cualquier mujer puede bailar. Solo necesita un hombre fuerte ―su aliento roza mi cuello―. Relaja las rodillas y muévete conmigo.

Me siento como Baby de «Dirty Dancing», aunque soydiez veces más descoordinada.

Una de las manos de Nic abandona mi cadera y roza mi mejilla.

―Eres increíblemente sexy cuando te ruborizas ―me dice al oído su voz ronca. Mis mejillas se calientan de nuevo y él se ríe―. Muy, muy sexy.

Mientras Nic me lleva de vuelta a nuestra cabina, siento el zumbido de mi teléfono en el bolsillo de mis vaqueros. Me acerco el teléfono a la oreja y me tapo el otro oído con el dedo para tapar el ruido.

―¡Hola!

Scar, soy yo ―apenas puedo oír a Beth por encima de la música del club. Nunca entendí por qué insiste en usar su teléfono como tal en lugar de mandar mensajes como una persona normal―. Llevaremos~ a los chicos a nuestro apartamento. Trae a Nic.~

Espera, ¿qué?

No oigo nada más. Nic me quita el teléfono y habla con Beth. Cuando me devuelve el teléfono, me coge de la mano y me lleva fuera.

Probablemente nunca volveré a ver a este tipo.

Aprovechando el momento, le rodeo el cuello con los brazos y aprieto los labios contra los suyos. Nic no necesita que lo anime. Me rodea la cintura con los brazos y me atrae hacia él.

Siento que su mano me agarra el trasero y me levanta. Lo rodeo con las piernas y casi olvido que estamos en una acera en pleno centro de Nueva York. Antes de que me dé cuenta, Nic me mete en una limusina aparcada.

―¿Me llevas a mi apartamento? ―pregunto, rompiendo el beso para recuperar el aliento por un momento dentro del coche.

―Al mío ―dice, con una sonrisa de satisfacción.

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