En el fin del mundo - Portada del libro

En el fin del mundo

Emily Writes

Arreglarlo

Savannah

Percy y yo habíamos mantenido este pequeño percance en secreto durante los últimos dos días.

Estuve tratando de averiguar de quién era la taquilla que abrí y cómo podía devolver la ropa si fuera de ese tal Damon Henley.

Dado que era el hijo del rey de los moteros y tenía una guerra abierta con la policía, siendo yo la sobrina del ayudante del sheriff, era algo complicado, según decía Percy.

Después de tres días, pensé que era el momento de encarar la situación y aceptar cualquier problema que ese Damon quisiera lanzarme.

Dos horas antes de que nos levantáramos normalmente para ir a la escuela, me escabullí de la casa y caminé hasta el supermercado que había unas manzanas más abajo.

Comprar una tarjeta regalo a las cuatro de la mañana me hizo recibir una mirada extraña de la cajera.

Volver a casa en menos de treinta minutos y colarme de nuevo fue tan fácil que pensé en hablar con el tío Jonah sobre la mierda de sistema de seguridad que tenía contratado.

Había hecho una carta de agradecimiento sin nombre para pedirle perdón por haberle “cogido prestada sin preguntar” su ropa y sus zapatos.

Y agradeciéndole que dejara el candado quitado para que pudiera usarla en ese momento de máxima necesidad.

Le añadí la tarjeta regalo como agradecimiento.

Incluso planché su ropa y la metí en una caja de terciopelo negro a la que le puse un lazo azul para que pareciera que me había tomado realmente en serio el hecho de guardarle la ropa.

Quería asegurarme de que este tipo supiera que no le estaba robando; fue por una emergencia real y le estaba realmente agradecida.

La escondí en mi mochila, y cuando Percy y yo llegamos a la escuela le pedí que me señalara a Damon Henley.

Le dije que era para asegurarme de no acercarme a él.

Creyendo la mentira, lo hizo.

—Vale, no mires todavía, pero es el del medio, el del pelo negro.El más alto junto al baño.

Señaló despreocupadamente sin girarse para indicármelo.

Actuando como si estuviera mirando por el pasillo, mis ojos dieron con el chico con el que tenía que hablar.

Percy hablaba de Damon como si fuera legítimamente el heredero de Lucifer, y al mirarlo pude conectar algunas verdades que casi me dieron ganas de reír.

Dicen que Lucifer era el mejor, el ángel más glorioso y guapo del cielo, y mirando a ese tal Damon Henley, vi que era cierto.

Damon, dulce niño Jesús.

Parecía un ángel caído del cielo, con una chaqueta de cuero negro y unos vaqueros rotos.

Tenía el pelo negro y oscuro, engominado hacia atrá para mantenerlo alejado de la cara... su longitud parecía sacada de un sueño húmedo...

Lo suficientemente largo como para que quisieras jugar con él, y que le daba ese aspecto de chico malo que fuma bajo las gradas.

Los tatuajes se le asomaban por el cuello en V de su camiseta blanca que dejaba ver también sus enormes hombros y su esculpida clavícula.

Nunca pensé que un cuello pudiera ser sexy, pero al ver como Damon se giraba para mirar al tipo que tenía al lado, dejando aún más al descubierto sus tatuajes, sentí como si mis bragas se desintegraran.

En todos mis diecisiete años y medio de vida nunca había visto un ser humano tan jodidamente guapo.

Debería ser ilegal.

Y cuando se peinó con los dedos, acariciando sus mechones formando una onda casi despeinada, me quedé embelesada.

Cuando crecí empecé a fijarme en los chicos muy pronto.

A los diez años, me metí en problemas por jugar a la botella, y a los trece verdad o reto era mi juego favorito.

Me di cuenta pronto de que me gustaban demasiado los hombres.

Nunca salí con nadie en serio ni llegué hasta el final, pero era de sangre caliente como mi madre intentaba explicarme.

Decía que era demasiado impulsiva y que necesitaba pensar las cosas antes de hacerlas.

Siempre aceptaba los retos, me rompí algunos huesos y me metí en problemas bastante a menudo mientras crecía.

En los veranos que Percy y yo pasábamos juntos, él se dejaba arrastrar por mis locuras aunque yo me aseguraba de que nunca tuviera la culpa.

Sin embargo, no me había sentido así, nunca.

Damon rebosaba sex appeal, y Dios, yo quería ser la esponja que lo absorbiera todo.

—Oye, Tierra llamando a Van. —Percy chasqueó sus dedos frente a mi cara, haciéndome caer de nuevo en mi dura y cruel realidad.

—Oh, no —susurré, lanzándole a Percy una mirada que le hizo llevarse el libro de texto a la frente.

—¡No, Vannah mala! Absolutamente no. —Me agarró del brazo y me sacó del pasillo.

Me metió en el comedor y me empujó a mi asiento.

—No lo hagas, y lo digo en serio. No intentes nada con él. Es una mala idea.

Sé que está hablando en serio, y es de risa lo mucho que intenta convencerme de que me aleje.

Si esto hubiera pasado hace seis meses, si fuera la misma persona de entonces, me habría acercado a él y habría empezado a hablarle.

Antes era capaz de hacer amigos al instante fuera donde fuera.

Solía atreverme a todo.

Tenía una confianza asesina; amaba mi cuerpo y me encantaba cómo me hacía sentir.

Lo mostraba y era dueña de cada centímetro de mi piel. Eso me ayudó a convertirme en la estrella del coro; gané todos los concursos, ya fueran en solitario o en grupo.

Me amaba.

Lo cual era súper raro siendo una adolescente.

El mundo que nos rodea se aprovecha de las inseguridades de los jóvenes y los hace vulnerables.

Ahora era esa chica que siempre pensé que tenía suerte de no ser.

Ahora estaba rota y me sentía insegura.

Tenía cicatrices, y las peores eran invisibles a los ojos.

Antes estaba llena de vida, siempre bromeando, me encantaba hacer reír a la gente.

Era brillante, cálida y alocada.

Sonreía todo el tiempo; yo era la fiesta.

Ahora, ya no queda nada de esa vieja versión de mí misma, solo lo malo.

Antes no tenía miedo.

Iba detrás de cualquier cosa o persona que quisiera; solía mandar en el escenario y vivir en el centro de atención.

Mirándome ahora, no lo creerías.

Parece una realidad tan lejana...

Esa chica murió con su familia.

La que despertó está hueca y oscura, atrapada en las sombras y odiando la idea de volver a cantar.

Es tranquila y reservada.

Cautelosa y retraída.

Ya no hay fiestas ni chistes que contar, ni risas que escuchar, ni sonrisas que regalar.

Ya no soy brillante ni alegre.

Pasé de Tigger a Ígor y de alguna manera Percy se olvidó de eso.

—Tranquilo, no voy a hacer nada. —Le quité las manos de los hombros y me moví un asiento más allá para darnos algo de espacio.

El traumatismo craneoencefálico, como cualquier otro traumatismo, es una mierda.

Después de todas las pruebas, las pastillas y la terapia, psiquiátrica y física, acabé con una gran lista de secuelas.

Antes solía ser sólo Savannah Gabrielle Madis.

Ahora era más mis secuelas que una persona.

Los médicos me pasaron por alto y sólo vieron los problemas de mi cuerpo y no los míos propios, lo que esos problemas le estaban haciendo y causando a lo que soy. O a lo que era, más bien.

Qué tipo de peaje me estaba haciendo pagar la medicina.

Era como si sólo vieran lo que tenía y no a mí.

Mi cerebro se quedó marcado y mutilado por el accidente de coche, junto con otras partes de mi cuerpo.

Hubiera sido más fácil si mi mente se hubiera salvado... como si no hubiera perdido ya lo suficiente, ¿verdad?

En mi siempre creciente lista de partes jodidas, tengo TEPT, claustrofobia, ansiedad, depresión, esquizofrenia desencadenada por el estrés y la lista no sólo sigue, sino que también cambia.

¿No es divertido?

Diferentes terapeutas me dan diferentes diagnósticos.

Sí.

Diversión asegurada.

También diferentes medicamentos.

Actualmente tomo un puñado por la mañana y por la noche, junto con la “medicación de rescate”. Que guardo en mi bolso como una manta de seguridad.

Cuando nos separamos para ir al gimnasio, traté de ignorar a las chicas del vestuario que se reían y cuchicheaban a mis espaldas.

Si fuera mi antigua yo, habría corrido a ocuparme de ellas, pero... las cosas habían cambiado.

Durante los últimos días había guardado todas mis cosas en mi taquilla de arriba.

Cuando empezamos a correr, antes de terminar la primera vuelta, le pregunté al entrenador Kline si podía ir a cambiarme las zapatillas.

Sabiendo que no me dejaría ir al baño, actué como si hubiera olvidado por completo que llevaba sandalias y no bambas.

Como es un gilipollas de los grandes, accedió y me dijo que me diera, que no quería tener que ir a buscarme.

Pensé que así podría volver a colarme en el vestuario y que me acordaría de la taquilla cuando la viera.

Con la tarjeta de agradecimiento y la caja ribeteada de terciopelo negro en mis manos, corrí hacia las puertas del vestuario de los chicos y intenté escuchar si había alguien dentro.

Al no oír nada, entré; sigilosa como siempre, canalicé mi 007 interior y me moví rápidamente por las filas de taquillas hasta encontrar la de Percy.

Recreando ese día, me paré frente a ella y bajé. Efectivamente, la única taquilla sin un maldito candado era la de D. Henley.

Al abrirla, meto la caja con la tarjeta de agradecimiento dentro.

Sintiéndome bien por ello, cierro la puerta, dándome un pulgar arriba a mi misma, y chasqueo los dedos como si fuera la mejor antes de girar sobre mis talones...

...y chocar con una pared de ladrillos revestidos de tela.

Tras caer de culo al suelo, suelto un jadeo de pánico que sale involuntariamente de mi pecho.

Coloco una mano a mi nariz y me la froto en círculos para intentar aliviar el dolor, mis ojos se levantan para ver al ángel oscuro y sus dos matones frente a mí.

—¿Qué coño acabas de poner en mi taquilla? —gruñe Lucifer, con los brazos cruzados en el pecho como pitones abultados.

Si no estuviera tan sorprendida, podría haberme desmayado por la profunda voz masculina que sonaría como un dulce chocolate derretido en cualquier otra conversación.

Tuve que estirar el cuello hacia atrás para mirarle a los ojos.

—Habla, muchacha —ladra, mirando fijamente mi estado de shock.

—Pobrecita, deja de asustarla—, —coquetea el rubio cenizo de su izquierda.

—Ah, sólo quiere ser tu amiga, sé amable. —Suelta el chico de pelo castaño sucio de su derecha con una sonrisa encantadora y un movimiento de pestañas.

—No, no lo sé. Sólo estaba devolviendo algo. —Me pongo en pie, limpiando mis manos en mis pantalones cortos azules.

—¿Devolver qué? —Damon se adelanta; lanzándome una mirada podría hacer llorar a los bebés.

—Oh, mierda, ella es la que se llevó tu mierda, mira.

El rubio sostiene la caja, le entrega la tarjeta de agradecimiento al chico de pelo castaño y abre la tapa.

En ese instante, vi cómo el lazo azul que me tomé tanto tiempo en preparar caía al suelo y se reducía a nada en cuestión de segundos.

—Así que tú eres el pequeño y sucio ladrón. ¿Me deseas tanto que robas mi ropa sucia? Tía, debes estar realmente mal. —Damon recorre con sus ojos mi cuerpo como si le diera asco verme.

Siento que mis mejillas se encienden; la ira llega a mi torrente sanguíneo. Sumada a mi evidente vergüenza, formando la peor de las combinaciones.

Resoplo y pongo los ojos en blanco.

—Vaya, ¿cómo puedes ser tan engreído? Ni siquiera sé quién eres.

Sabemos que es mentira, pero la verdad es que no lo sabía cuando cogí su maldita ropa.

Sin pensármelo, me acerco a él; encararme con este imbécil no estaba en la lista de cosas por hacer, pero allá vamos.

Sus ojos se fijan en los míos sin titubear.

—En segundo lugar, no soy un ladrón. Cogí prestadas tus cosas sin pedirlas y ahora te las estoy devolviendo.

Me cruzo de brazos e imito su postura, devolviéndole también la mirada.

—Te he escrito una tarjeta de agradecimiento. Y oh, una tarjeta de regalo de 40 dólares para Murphy's. Agradecido.

El chico de pelo castaño se la entrega a Damon para que la mire, quien le da un rápido vistazo, antes de volver a intentar intimidarme mentalmente.

—Coger prestado algo sin pedirlo es robar. Eres una puta ladrona, sin mencionar mi ropa sucia... Maldita enferma —escupe, como si yo fuera inferior y estuviera 100% equivocada.

—No, en realidad, no lo es. —Respondo, altiva, con la cadera ladeada y los ojos clavados en los suyos en una muestra inquebrantable de dominio.

—Coger prestado sin pedirlo es de mala educación, pero si se devuelve, no es robar. Además te dejé una nota como garantía.

—Los ladrones no suelen dejar notas, ni les entregan regalos a sus víctimas. Créeme, si hubiera tenido otras opciones ese día, no habría ido a por tus desagradables pertenencias.

—Ahora, siento haber cogido tu ropa pero no tenía otra opción. La lavé, la sequé y la planché, dije que lo sentía, así que adiós y gracias por no tener un estúpido candado.

Señalé el candado plateado que colgaba del resto de las taquillas azules que nos rodeaban.

Dando un paso atrás, me di la vuelta y me alejé, pero cuando llegué a la puerta el rubio estaba de pie frente a ella.

—¿Quién eres? —susurró con una sonrisa y un brillo de asombro en los ojos.

—No soy nadie. —Igualé su nivel de voz, haciendo crecer su suave sonrisa.

—Oye, no he dicho que te puedas ir. Nadie me habla así —gruñó Damon detrás de mí.

Me di la vuelta y le sonreí.

Sí, lo sé.

Damon me había seguido por las taquillas, dejándome atrapada entre el chico rubio y su imponente cuerpo.

El rubio se llevó la mano a la boca para tapar una carcajada.

—¿Por qué la cogiste? —El chico de pelo castaño se apoyó en la fila de taquillas que tenía detrás.

—Porque la necesitaba. —Le miré a los ojos mientras respondía.

—¿La necesitabas por qué? —Damon arremetió.

Como no quería aumentar mi vergüenza, no quería decirle a nadie la verdad.

—Porque sí —respondí.

Aburrida ya de esta conversación, no quise añadir nada más.

Riéndose de mí, sus mechones negros y engominados se soltaron y empezaron a desplazarse hacia su frente.

Perdí el hilo de mis pensamientos por un segundo cuando vi que tres gruesos mechones de su pelo caían hacia delante y colgaban delante de sus ojos.

Su color oscuro parecía el de un cielo sin estrellas.

—No estoy buscando un juguete nuevo.

Su voz me sacó de mi pequeña ensoñación.

—No tengo ni idea de lo que eso significa.

Ensanché los ojos y apreté los labios para mostrar mi fastidio.

—No te voy a follar, chica.

—Bueno, gracias a Dios entonces~. —Levanté las manos al cielo con exageración sólo para cabrearlo.

Los otros dos chicos se rieron, pero el príncipe de las tinieblas que estaba frente a mí parecía estar tratando de entenderme.

—Sinceramente, estás tan lleno de ti mismo que crees que cogí prestada tu sucia ropa de gimnasia para llevarla a casa y así poder ¿qué? ¿Hacer alguna extraña mierda fetichista?

—Esa tiene que ser la razón por la que me la devuelves en privado, usando la discreción para que no se sepa quien la cogió o a quién se la quitaste.

—No sé nada de ti, ni tu nombre, ni cómo eres, nada. Pero no te preocupes, Ángel, no me haces mojar.

Arrugué la cara mientras sacudía la cabeza hacia él.

Los dos matones aspiraron y tosieron para disimular las carcajadas que soltaron.

Damon pareció sorprendido por mis palabras; la verdad es que yo también lo estaba.

No sabía que tenía este fuego todavía dentro de mí.

Los ojos de Damon se abrieron de par en par y sus fosas nasales se ensancharon con un chasquido de su definida mandíbula.

Me aseguré de que mis ojos nunca se apartaran de la oscuridad con la que me había cautivado.

Miré fijamente a esos interminables pozos oscuros y no titubeé.

—Tu nombre —gruñó.

—Lara Croft. —Sonreí, mirando al rubio que se reía detrás de mí.

—Tu maldito nombre, chica. —Sus brazos cayeron a los lados y su cara se puso roja.

—¡Bien! ¿Si te digo mi nombre me puedo ir?

Seguí su ejemplo y bajé las manos también.

Mantuvimos un duelo de miradas durante un minuto hasta que se lamió el labio inferior y respiró profundamente, lo que hizo que pareciera que estaba temblando de rabia.

—Dime tu puto nombre y podrás volver al gimnasio. —Lo dijo con tanta calma que fue como si fuera una persona diferente.

Actuando como si realmente fuera a decirle mi nombre, suspiré y bajé la mirada, actuando como si no quisiera hacer esto, pero me había arrinconado y esta era mi única oportunidad.

—Ginny —murmuré débilmente.

Su ceja se alzó pero no lo cuestionó.

—Apellido.

—¿Por qué? —Fingí miedo, preocupada por el motivo por el que lo necesitaba, como si fuera a delatarme o algo así.

—¡Apellido, chica! —Su cara se volvió a iluminar con el rojo que yo le sacaba con tanta facilidad.

—¡Joder, está bien! ¡Granger! ¿Contento? ¿Ahora puedo irme?

Pisé fuerte y disparé toda la actitud que pude hacia él.

—Adiós. —Se despidió sarcásticamente con alegría.

Me di la vuelta y miré al rubio; agarró el pomo de la puerta y la abrió para mí, haciendo una reverencia y sonriéndome como si le hubiera encantado el espectáculo que acababa de montar.

—Gracias, Sunshine. —Le dije adiós con la mano y fijé los ojos en Damon una vez más antes de doblar la esquina y perderlo de vista.

Me apresuré a volver al gimnasio, sin siquiera cambiarme los zapatos, lo que pasó desapercibido.

Ginny Granger.

Dos de mis personajes favoritos de Harry Potter.

Pensé en mi nombre completo falso.

En la última mitad del año no he querido ni reírme.

Pero pensar que el príncipe motorista malo piensa que mi nombre es sincera y verdaderamente Ginny Luna Granger casi me hace reír a carcajadas.

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