Propiedad de los alfas - Portada del libro

Propiedad de los alfas

Jen Cooper

La ofrenda

—¡Lorelai, corre!

—¿Qué, por qué? —pregunté.

—¡Ya están aquí! No puedes llegar tarde o nuestra familia será arrojada al Territorio de los Vampiros —gritó.

Respiré hondo. Nunca antes la había visto así.

Se echó un chal sobre los hombros y me cogió de la mano, abandonando nuestra cabaña y arrastrándome a través de las casas que hacían juego con la nuestra.

Hacía un frío que pelaba, y el calor del fuego y de los suelos de madera de casa había sido sustituido por hierba húmeda y barro blando. Ni siquiera me había puesto los zapatos. Al parecer, eso era menos infracción que llegar tarde.

Mi madre y yo corrimos por las cabañas hacia la hoguera mientras la música se apagaba y los aldeanos callaban.

El aire de la noche era frío y cortante mientras mi madre me empujaba a la fila con las demás ofrendas, todas con el mismo vestido de encaje de seda que yo. Sin embargo, llevaban los zapatos adecuados en los pies.

Respirando con dificultad, observé los carruajes oscuros sobre la grava detrás de la hoguera. Había dos, ambos negros con una cabeza de lobo en el lateral.

Mamá me acarició el pelo y me reajustó el vestido mientras las demás eran mullidas por sus propias madres.

—Mamá. —Le aparté la mano de un manotazo cuando intentó ponerme más derecha. Ya era más alta que las otras chicas, no necesitaba destacar más.

No me había puesto nerviosa antes, pero ahora sí; algo en el hecho de estar allí expuesta, esperando a que ellos salieran de los carruajes, hizo que mi corazón se acelerara.

—Complácelos, Lorelai. Hazlos felices —susurró mi madre.

—Tienen todo lo que puedan desear o necesitar en su lujosa mansión; tienen acceso a cualquier chica de todo el Territorio de los Hombres Lobo. ¿Cómo demonios voy a complacerlos con una vagina que nunca he usado antes? —pregunté en voz baja, y mi madre trató de ocultar su sonrisa burlona, sin conseguirlo, mientras me sujetaba la cara y me besaba la frente.

—Conozco los libros que lees, querida, sabes exactamente qué hacer. —Me guiñó un ojo y yo solté una risita que me hizo fruncir el ceño.

Lo ignoré y la abracé.

—Te quiero —susurré contra ella.

—Yo también te quiero. —Respiró y dio un paso atrás. Me miró, con los ojos llenos de orgullo, justo cuando la luna empezaba a proyectar sombras rojas por todo el lugar.

Inspiré y miré hacia arriba. La luna de sangre.

—Hostia puta —mordí, sintiendo las piernas como gelatina al darme cuenta de la gravedad de la situación.

No era solo sexo. Eran tres capullos alfa reclamando mi cuerpo a cambio de la protección de mi familia. Una familia que ni siquiera pude ver debido a sus estúpidas leyes.

Mi mirada recorrió la multitud, fijándose en unos ojos azul marino y un rostro casi idéntico al mío.

Mi hermano.

Era más alto que yo, con una barba incipiente que le cubría la mandíbula. Tenía el pelo oscuro como el mío, el cuerpo delgado como el mío y los labios carnosos como los míos.

Se me humedecieron los ojos al sentir que la conexión de mellizos me atravesaba, tan fuerte como siempre, y no me había dado cuenta de lo asustada que había estado por no sentirla.

Apreté los brazos con fuerza, el aire frío me puso la piel de gallina mientras le sonreía.

—Lucas —exhalé, y en cuanto el nombre salió de mis labios, una sombra cayó sobre mí.

Jadeé, retrocediendo ante el muro de un hombre que se alzaba sobre mí. Era enorme, con los músculos al descubierto y un calor corporal que irradiaba de su figura. Sus ojos verdes se clavaron en los míos y sus labios se curvaron mientras se apartaba el pelo oscuro de la cara.

Nikolai Ferus. El alfa de Las Praderas me miraba fijamente, pero fueron sus tatuajes los que llamaron mi atención: praderas que se convertían en bosque por todo el brazo, luego en océano, antes de estallar en llamas de tinta en el pecho.

Me gruñó y mis ojos se clavaron en los suyos. Me negué a acobardarme, a dar un paso atrás. No había hecho nada malo.

—¿Interrumpo algo?

Su voz ronca me revolvió el estómago. Miré detrás de él a mi madre, que estaba de pie con mi padre. Entrecerró los ojos y asintió una vez, y supe que tenía que hacerlo sentir orgulloso.

No podía defraudarlo después de no verlo durante años.

—No.

—¿Tienes las rodillas rotas?

Aquella voz volvió a revolver de algo dentro de mí, y sacudí la cabeza, viendo a las otras ofrendas inclinarse ante los alfas.

Los otros dos nos miraban, con los ojos llenos de hambre y los cuerpos tan llenos de en abdominales y músculos como el que tenía delante.

—Mierda, lo siento —maldije, agachándome como las demás antes de hacer una mueca por mi uso del lenguaje.

El más delgado de los alfas, Braxton Trux, el alfa de El Agua, soltó una carcajada antes de acercarse y poner la mano en el hombro de Nikolai.

Tenía un tatuaje similar en el brazo, pero el suyo empezaba por el agua. El del otro empezaba con un bosque.

—Pon a esa delante —dijo, con su largo pelo rubio recogido en un moño y una trenza azul que le caía por la espalda.

Jadeé, levanté la vista y mis ojos volvieron a chocar con los de Nikolai. Era mi alfa. El alfa de Las Praderas. Podía sentirlo en cada parte de mí, pero su mirada me abrasaba, llegando incluso más allá de ese vínculo.

Su mandíbula era fuerte, sus pómulos altos y su pelo negro le caía sobre la cara, solo para que él se lo echara hacia atrás de nuevo. Asintió una vez y yo apreté los labios.

No quería ir delante.

Sus ojos soltaron los míos antes de recorrerme lentamente. Me estremecí bajo su mirada, con la piel erizada mientras inspeccionaba cada parte de mi cuerpo. Me sentí desnuda, como si pudiera ver a través del estúpido vestido que habían elegido.

—De pie —gruñó, y todas se pusieron de pie. Se acercó y mis pechos rozaron su torso mientras miraba hacia abajo.

—¿Por qué has llegado tarde? —preguntó, con un tono de voz peligroso que indicaba que me estaba amenazando, aunque sus palabras no fueran directas.

Me estrujé el cerebro en busca de una respuesta y opté por la verdad.

—Casi me equivoco de ropa interior. Señor —dije, mis ojos se encontraron con los suyos cuando sus labios se acercaron tanto a los míos que pude saborear el whisky de su aliento.

Una sonrisa se dibujó en su boca antes de echarse hacia atrás, dejando mi cuerpo ahogado en sensaciones que no comprendía. Sus dedos rozaron mi muslo y se me cortó la respiración.

Me levantó el dobladillo, dejando al descubierto el tanga blanco de encaje que debía llevar. Su dedo recorrió el ribete de encaje mientras mis ojos se cerraban, mi piel ardía donde él tocaba.

Se me aceleró el corazón. No tenía ni idea de por qué estaba reaccionando así, pero la idea de desnudarme para él me excitaba mucho más.

—Hmmm. Carruaje uno —gritó antes de dar un paso atrás.

Mis ojos se abrieron de golpe y él pasó a la siguiente chica. Volví a mirar a mi familia. Mi padre sonreía orgulloso y rodeaba a mi madre con el brazo. A ella se le llenaban los ojos de lágrimas mientras mi hermano apretaba la mandíbula.

Podía sentir su ira y quería ir hacia él. Quería abrazarle. Pero tenía que esperar hasta mañana.

Me tragué la emoción cuando se acercó el segundo alfa. El alfa de Los Bosques.

Era el mayor, pero su rostro era el más amable. Tenía el pelo castaño, más corto que los demás y alisado hacia atrás. Llevaba vaqueros, y sus músculos y su fuerte cuerpo se exhibían tanto como los de los otros dos.

La V de sus caderas bajaba por debajo de su cintura, y me mordí el labio al verlo. Los alfas eran sexys de cojones. Ni siquiera podía negarlo.

Mi cuerpo zumbaba ante la idea de estar bajo tanto poder. Derik Achlis se inclinó hacia mí y me olisqueó el cuello mientras yo me estremecía y su calor corporal calentaba mi piel helada. Sonrió satisfecho.

—Dale caña a Nikolai, es muy guapa —dijo en voz baja, rozándome la oreja con los labios antes de pasar a la siguiente chica.

Miré a Nikolai y tragué saliva cuando anunció que Portia Caldwell me acompañaría en el vagón uno.

Perfecto. Esta noche se acababa de convertir oficialmente en la peor noche de mi vida.

Portia, Miss Perfecta... Solo su nombre me ponía tensa. Era una rubia de piernas largas que siempre lo hacía todo bien, lamía culos como una profesional y nunca le caía mal a nadie, excepto a mí.

Era tan cabrona como la que más, y yo había sido el blanco de los desprecios de los aldeanos la mayor parte de mi vida por su culpa. Me dio la razón con sus siguientes palabras.

—Oh, gracias. Estoy muy agradecida Su Majestad, mi alfa, pero debo declinar su invitación. Sería impropio elegir voluntariamente estar en el mismo carruaje que una nacida en invierno. No le desearía mala suerte esta noche —dijo, tan dulcemente como la miel.

Puse los ojos en blanco y los tres alfas se volvieron hacia mí. Tuve que esforzarme para mantener la columna recta bajo sus miradas.

La mayoría de los humanos evitaban procrear en los meses previos al nacimiento del invierno, así que no había conocido a muchas como yo. A ninguna de hecho. Apreté la mandíbula y me preparé para la condescendencia.

—¿Has nacido en invierno? —preguntó Nikolai.

Asentí una vez…

Nikolai y Derik miraron hacia Braxton. Sus ojos se entornaron antes de volverse blancos. Asintió una vez y sus ojos volvieron al azul hielo de antes.

Volvió a mirarme antes de levantar la vista hacia la luna. La luna de sangre se había encrespado y Nikolai hizo un gesto con la cabeza hacia el carruaje.

—Carruaje uno.

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