Pistolas y realeza - Portada del libro

Pistolas y realeza

HF Perez

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Chapter
15
Age Rating
18+

Summary

Beau Anderson es una contable que quiere tener un hijo sin tener marido. Pero cuando se cruza con el dominante Dominic Vasiliy, surge un amor que ninguno de los dos esperaba.

Clasificación por edades: +18

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Mirando escaparates

Bel

¡Maldición! Otro fin de semana inútil. Bel llevaba quince días deambulando por los bares y nada. No sintió ningún hormigueo. Ningún cosquilleo. Ninguna atracción instantánea. O el tío en cuestión era gay, o era un gilipollas. O ambas cosas.

Ser virgen a los veintitrés años era bastante frustrante. Todo lo que Bel quería era un hombre que le atrajera, que le ayudara a deshacerse de la fina membrana de su coño. Que le ayudara a acabar con su virginidad.

Frunció el ceño. Parecía una adolescente universitaria. Pero, en realidad, ¿era mucho pedir? Hoy en día, la mayoría de las chicas se volvían locas en el baile de graduación.

Bel no era muy guapa, pero tampoco era tan fea. Uno de sus mayores pecados quizás es que era un poco exigente. Bueno, ¿quién no querría un cachas cachondo con el que acostarse?

Pero, por supuesto, no era estúpida. Bel no tenía ningún deseo de ser violada por un tipo cualquiera ni por ningún psicópata que anduviera suelto por las calles de San Francisco.

Tampoco quería quedar con alguien a quien conociera a través de Internet solo para descubrir más tarde a un abuelo haciéndose pasar por Liam Hemsworth. Puede que eso ya le hubiese ocurrido una vez, o puede que no. Se estremeció al pensarlo. No era un buen recuerdo.

Quería perder la virginidad a su manera. Esa era la razón principal por la que estaba aquí, tanteando. Quería sentir el lugar, por así decirlo.

El nuevo establecimiento al que había decidido ir el sábado por la noche era elegante. Estaba claro que toda la élite y los famosos habían optado por reunirse en el mismo lugar. Parecía prometedor. Al menos, eso esperaba.

Bel sabía que aunque no era un pibón, era atractiva y, en sus mejores días, era pasablemente guapa. Esta noche, se sentía especialmente bien con su vestido de Versace gris plateado: acentuaba sus pechos, su pequeña cintura, su vientre plano y sus largas piernas bronceadas. Era el cebo perfecto.

En la universidad, había intentado hacerlo con un deportista. El tipo era musculoso y guapo. Aunque no sentía nada por él, se había convencido a sí misma de que debía intentarlo. Porque sí. Y así lo hizo. Bel no se acobardó.

Así que allí estuvo ella, contando las pegatinas fluorescentes del techo de su habitación mientras el tipo estaba entre sus piernas, luchando por ponerse un condón en su media polla. Ella se quedó ahí, esperando. Y esperando. Y siguió esperando. Hasta que… no sucedió nada.

Cuando ella miró hacia abajo, él ya había acabado. Entonces, le echó de su habitación, sintiéndose más disgustada consigo misma que con él. Al día siguiente, todo el campus universitario se había enterado; para colmo, la habían tachado de ser una frígida zorra empollona.

Bel no quiso volver a intentar aquella humillante experiencia. Tenía cosas mejores que hacer. Y las hizo.

Había terminado la carrera en menos de tres años, antes de cumplir los veinte. Estaba inmensamente orgullosa de sí misma por ello.

Para ella, trabajar por cuenta propia era lo más importante. Era su propia jefa y la dueña de todo su tiempo. Todo lo que tenía que hacer era cumplir con los plazos, y eso era todo. Pero eso había cambiado hacía unas semanas.

A sus veintitrés años, la soltería la hacía sentirse sola. Deseaba, algún día, tener un hijo propio. Quizás. Tal vez.

A Bel no le interesaban las relaciones ni las ataduras. Solo quería el bebé. ¿Y por qué no? Tenía mucho dinero y era propietaria de una pintoresca casita. Aunque había crecido casi sola, sabía que podía ser una gran madre. ¡Creo!

Sabía que era un poco cruel utilizar a un hombre, pero ¿por qué no? Los hombres utilizaban a las mujeres con el mismo fin.

¡Mierda! Basta de sentimentalismos. Bel necesitaba un hombre, en concreto, una polla. Y en última instancia, un donante de esperma. Necesitaba desesperadamente experimentar un orgasmo alucinante, algo sobre lo que solo había leído.

Esperaba que ocurriera esa misma noche ya que estaba ovulando, o tendría que volver a intentarlo el mes siguiente.

Echó un vistazo rápido al interior del local poco iluminado... y nada. Con un fuerte suspiro, dirigió su atención al simpático camarero.

―¿Otra copa, señorita?

Notó su interés por ella. Había coqueteado con ella desde que llegó. Le dedicó una fina sonrisa y asintió.

―Martini seco, por favor. ―Bel apenas bebía alcohol, pero esta noche necesitaba valor. No con el camarero, sino con quien apeteciera.

Así que suponer que el interés era mutuo no sería un error. Dirigió de nuevo su mirada hacia el interior poco iluminado.

El lugar estaba abarrotado. Hombres con ropa informal. Mujeres apenas vestidas con miradas provocativas. Algunos bailaban en la pista. Algunos habían encontrado pareja para pasar la noche. Bien por ellos.

Bel estaba a punto de pedir otra copa cuando alguien cerca de la entrada llamó su atención. Se quedó boquiabierta y parpadeó. ~¡Maldita sea!~ Parecía un dios con toda esa arrogante seguridad que desprendía, como si fuera el dueño del mundo.

Era alto y muy musculoso bajo su traje de Armani negro. Estaba hecho a medida y se ajustaba a su físico perfecto; se ceñía alrededor de sus muslos tonificados, su abdomen marcado, su pecho ancho y sus hombros anchos.

Sus ojos se abrieron de par en par. Observó detenidamente su nariz bien definida y su mirada penetrante. Respiró hondo. Su piel, repentinamente sensible, se le erizó.

Era tan monstruosamente guapo que la dejó sin aliento.

No se dio cuenta de que le había estado mirando descaradamente hasta que sus miradas se cruzaron. Por un momento, la gente que los rodeaba se desvaneció y quedaron los dos solos.

Sus ojos grises oscuros brillaban con fuerza. La mandíbula, que la tenía fuertemente apretada, le crujió. Entonces, sintió cómo sus mejillas empezaban a arder; sentía vergüenza. De repente se dio cuenta de que ese chico la había sorprendido mirándole descaradamente y aquello no le gustó nada.

Este era el primer hombre por el que se sentía totalmente atraída, y estaba claro que a él no le interesaba. ¡Joder! La vida era muy injusta.

¿A quién quería engañar? Ese tipo podía tener a la mujer que quisiera. Un hombre como él solo tenía que chasquear el dedo y las mujeres aparecerían frente a él, arrastrándose de rodillas. Obviamente, él no era para ella. Y ella no estaba tan desesperada. O eso creía.

Decidió quedarse unos minutos más y luego irse a casa. De todas formas, era una idea estúpida. Había desperdiciado dos fines de semana en lugar de trabajar y ganar más dinero.

Sí. Era hora de seguir adelante y olvidar la loca atracción que sentía por aquel hombre. Ojalá. Sacudió mentalmente la cabeza y apretó la barbilla.

Lamiéndose las heridas ―su orgullo estaba herido―, Bel se dirigió al rincón oscuro de la pista de baile, cerca de la señal de salida. Lo sabía todo sobre mantener las apariencias. Un baile y se despediría de ese lugar.

Disfrutando del ritmo de la música, se dejó llevar con los ojos cerrados y contoneando las caderas. La cara de ese tipo seguía apareciendo en su cabeza. ¡Dios! ¡Que te vayas!

Intentó pensar en otras cosas y distraerse para no volver a mirarle, pero fue inútil. Realmente deseaba a ese hombre.

Había una necesidad palpitante en su interior que no podía quitarse de la cabeza. Sus muslos se apretaron inconscientemente. Sabía que estaba mojada.

La música estaba a punto de terminar y ella había tomado la decisión de irse a casa. Entonces, soltó un sonoro grito ahogado cuando alguien la empujó suavemente contra una pared y unas manos fuertes rodearon sus caderas, guiando su ritmo.

Se le congeló todo el cuerpo y decidió, a quien fuera que la hubiera tocado, dejarle las cosas claras. Nadie la tocaba sin su consentimiento.

Su aliento, cerca de su oído, le hacía cosquillas en la piel. El hombre que estaba detrás de ella inclinó la cabeza para besarle el cuello y luego lamérselo. Bel se estremeció.

―¿Bailas para mí, moya lyubov? ―murmuró, acercando sus labios sobre la piel de ella. ~¡Oh, Dios! Es él~. Ella sabía que era él. No tuvo que girar la cabeza para mirarle. No tenía ni idea de por qué, pero estaba segura―. Hmm... ¿Se te comió la lengua el gato, nena?

Confianza, Bel. Esta era su única oportunidad de echar un polvo. Y nada menos que con él. Se aclaró la garganta. ―¿Y si estoy... bailando para ti?

Se quedó sin aliento. Él tiró de ella más cerca, acercándola aún más a él, hasta que sintió su pene empalmado por encima de su coxis. Ella respondió moviendo las caderas. Él maldijo en un idioma extranjero y luego gimió. Qué bien. El deseo era recíproco.

―¡Joder! Te deseo… ―su voz era ronca debido a la excitación. Para que tuvieran un poco de intimidad, tiró de ella hacia el rincón oscuro.

Esta vez estaba frente a él. Sin espacio entre ellos, la miró, buscando sus ojos. Los suyos seguían brillando con fuerza. Estaban llenos de lujuria.

Vacilante, le rodeó la nuca con los brazos y le tiró de la cara hacia abajo. Él era más alto que ella a pesar de llevar tacones. Imaginando lo que ella quería, la cogió del culo para levantarla, acercando aún más sus cuerpos antes de aplastar sus labios contra los de ella.

Se tragó su gemido mientras le metía la lengua hasta el fondo de la boca, explorando su sabor. Ella también lo saboreó, chupándole la lengua. Saboreó un toque de vodka. Era delicioso. Más fuerte que cualquier Martini.

Él respondió frotándole el pene mientras le acariciaba con deseo las caderas y el culo. El beso se prolongó hasta que no pudieron respirar y tuvieron que separarse para tomar aire.

Ambos jadearon con fuerza. Estaban pegados el uno al otro; no planeaban separarse hasta que su deseo mutuo se viera colmado.

―Yo... ―empezó ella, aclarándose la garganta seca― te deseo. su voz era un susurro, pero él la oyó.

―Podemos... ―Ella estaba a punto de decir que podían ir a un lugar privado, pero él negó con la cabeza. ¿Había cambiado de opinión? Debió ver la decepción en sus ojos porque su mirada se suavizó.

―Aquí no, detka. En mi hotel. Quiero follarte toda la noche. Y no quiero que nadie más vea tu delicioso cuerpo. ―~¡Dios! ~¡Cómo habla este hombre!

Asintió con la cabeza, consciente de que sus mejillas estaban al rojo vivo. Gracias a Dios, las luces eran tenues. No era el momento de perder el tiempo.

Para su sorpresa, él la levantó en sus enormes brazos y la llevó a la salida trasera del local. Sabía lo que hacía. A Bel le resultaba raro confiar en él así, sin más, pero su instinto lo hizo.

Ignorando las miradas deseosas de las otras mujeres del local, se aferró a su cuello y apoyó la mejilla en su pecho. Supuso que esa noche le había tocado la lotería. ¡Lo siento, zorras!

Fuera, hacía bastante frío y ella empezó a temblar. Él la abrazó más fuerte, compartiendo el calor de su cuerpo. Bel cerró los ojos y disfrutó de esa sensación.

El tipo soltó algunas órdenes en ruso. Inmediatamente, alguien les abrió la puerta de un coche y él la dejó suavemente sobre el asiento de cuero negro del vehículo. Inmediatamente después, él también se metió dentro y la acercó más a su cuerpo.

―Cierra el panel, Dmitry. ―su voz era tan grave e imperiosa que ella se estremeció al escucharlo. La puso a horcajadas sobre su regazo, con las piernas abiertas.

―¡Oh, Dios! ―dijo ella mientras el vestido corto que llevaba se le había levantado hasta las caderas; entonces él aprovechó para tocarle las nalgas y juguetear con el fino tanga rojo de seda y encaje que llevaba puesto.

No es que él estuviera más decente: su pene, empalmado y grueso, deseaba liberarse, y así lo hizo, creando contacto con su tanga que estaba completamente empapado.

―Me llamo Dominic, nena. Grita mi nombre cuando te corras. ―Como ahora estaban solos, el beso que compartieron fue sin restricciones. Con más deseo. Con más desesperación.

Le mordisqueó los labios y le metió la lengua en la boca. Sus manos también estaban ociosas. Cabalgó sobre su pene erecto, aún con la ropa puesta. Siguió y siguió, haciéndole perder la cabeza.

Ella protestó cuando él se separó del beso.

―Ya estamos aquí, cariño ―Él notó sus mejillas coloreadas y sonrió. Ella ni siquiera se había dado cuenta de que habían llegado al hotel.

Él salió primero, demostrando que era un caballero, y la ayudó a salir del coche. Sin embargo, en cuanto sus pies tocaron el suelo, volvió a estrecharla entre sus brazos, ignorando a los clientes del hotel que les rodeaban.

Sin detenerse en la recepción, se dirigió directamente a un ascensor privado, donde un hombre vestido de negro les abrió la puerta.

Tres hombres les siguieron al interior, lo que la puso nerviosa. ¡Mierda! Esperaba no haberse equivocado. Pero no quería a nadie más, solo a él. Él tuvo que darse cuenta de su expresión, ya que de repente se puso serio.

―Nunca te haré daño ni te compartiré con nadie, moya lyubov. Eres mía y solo mía ―Había fuego en sus ojos grises oscuros, lo que demostraba que había dicho la verdad. Ella le sonrió para hacerle saber que confiaba en él.

Era tan loco como parecía.

El tintineo del ascensor les indicó que estaban en su planta. Sus hombres les abrieron las puertas, pero no les siguieron. Inclinaron la cabeza y les dejaron solos.

Dominic la llevó hasta el único conjunto de puertas dobles del piso. El lugar parecía un ático. Una vez llegaron a la puerta de lo que Bel pensó que sería la habitación, la ajustó entre sus brazos para poder colocar la palma de su mano en un escáner, tras lo cual las puertas se abrieron, permitiéndoles entrar en una suite.

Se dirigió directamente a su elegante dormitorio. Se dio cuenta de que no había tenido ocasión de escanear la suite.

¡Dios! Ya está. Se había decidido. Y aunque quisiera marcharse, el hombre que la sujetaba tan posesivamente no la dejaría huir hasta haber saciado la lujuria de ambos.

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