Divorciada de un paralítico - Portada del libro

Divorciada de un paralítico

Giss Dominguez

Capítulo 2

Brianna recorrió las calles con prisa. Primero, se cambió los tacones y se puso unas zapatillas. Le quedaba mucho camino por recorrer, no tenía dinero para pagarse un autobús, menos un taxi. Necesitaba cada céntimo que ganaba para poder sobrevivir.

Después de media hora de caminar sin parar, llegó a un edificio viejo donde incluso la escalera tenía algunos agujeros.

Abrió la puerta roja. Un gran número —el treinta y dos— estaba justo alineado con su cabeza. Cogió las llaves y la abrió.

Lo primero que se encontró fue a su madre. Estaba sonriendo junto con una pequeña bebé en sus brazos.

—Mamá...

—Hola cariño, aquí estaba con Emma.

—Hola bebé —dijo con una voz dulce, y abrazó a su hija.

—Cariño... Cómo me gustaría poder ayudarte más —dijo con tristeza su madre.

—Demasiado haces, mamá.

—Bueno cariño, de momento estamos las dos solas aquí pero en algún momento saldremos adelante. En fin, voy a preparar la cena.

—¿De verdad…? Es raro que podamos cenar —dijo confundida Brianna.

—Lo sé, pero me encontré unos billetes en uno de los bolsillos de mi pantalón, por eso hoy estamos de suerte.

—Gracias mamá... Ojalá pudiera traerte siempre la comida que me dan en el trabajo.

—No te preocupes cariño... Tú sabes que en algún momento nos apañaremos.

Brianna asintió mientras su madre iba a la cocina. A pesar de que vivían en un pequeño apartamento, Brianna se sentía bien con cada uno de los pequeños logros que había conseguido.

Dejó caer su cuerpo en el colchón de dos plazas que tenía.

No tenía muchas cosas. Después de quedarse en la calle, su padre se lo había llevado todo, dejándolas a ella y a su madre solas en la calle. Brianna sentía que todos la habían abandonado.

En su momento, no pudo decirle a Eduardo que estaba embarazada. Su secreto la llevó a seguir adelante, buscando trabajos desesperadamente; buscó y encontró trabajos de todo tipo hasta que finalmente encontró uno en esa empresa.

Su madre se había ofrecido a cuidar a su hija mientras ella trabajaba. Se habían dado de plazo dos años mientras las dos buscaban una manera de recuperarlo todo.

El sinvergüenza de su padre había cogido todas las propiedades y el dinero y los había escondido a nombre de otra persona. Ni siquiera tenían dinero para contratar a un buen abogado.

Solo tenían lo que les asignaba el estado. Brianna dejó a su niña recién dormida en una cama improvisada que tenía. La arropó después de darle un beso en la mejilla y se puso de pie para ayudar a su madre.

Al día siguiente, se encontraba a primera hora de pie frente a su jefe. Como siempre, él ni siquiera la miró, simplemente le ordenó qué hacer.

—Buenos días, señor —dijo ella.

—Buenos días, aquí tienes estos formularios, quiero que los rellenes y me digas cómo están los números de la empresa.

—Claro, señor. Pero yo soy simplemente una secretaria.

—Perdona, eres administradora de empresas, me sorprende que lo hayas... Olvídalo.

—Enseguida me pongo con ello, señor.

Dio la vuelta y comenzó a caminar.

—Espera... —dijo de repente su ex marido.

Al girarse lo miró con curiosidad.

—¿Qué ocurre?

—¿Cómo has estado? —preguntó de repente, y el corazón de Brianna dio un vuelco.

«¿Está preocupado por mí? ¡Eso es imposible!».

—Muy bien, ¿y usted?

—Maravilloso.

Ambos se quedaron en silencio, mirándose. Brianna sentía que se le iba a salir el corazón del pecho. Él simplemente estaba inexpresivo, con las dos manos apoyadas en el escritorio.

—Eres muy lenta. ¡A trabajar! —la regañó.

—Enseguida, señor —dijo cabizbaja y salió por la puerta.

En cuanto estuvo en el pasillo, dejó caer su espalda contra la madera fría.

Poco a poco se deslizó hasta llegar al suelo.

Sus manos se apoyaron en su pecho y sonrió. Su corazón latía con fuerza, como si fuera el primer día.

¿Aún lo quería? Al parecer sí. Movió su cabeza de un lado al otro.

Su cuerpo cayó hacia atrás.

—¡Auch!

—Aún sigues aquí —murmuró una voz, y ella no pudo verlo.

—Lo lamento —comentó y salió corriendo hacia su oficina.

Aún no estaba terminada el área donde ella comenzaría a trabajar. Lo único bueno era que le aumentarían el sueldo. Y le parecía bastante extraño que él la hubiera contratado sabiendo que era la ex mujer.

Pero a ella le daba lo mismo, solamente quería aprovechar cada céntimo extra que pudiera ganar.

En cuanto llegó, Melissa la cogió de la mano y juntas fueron a la cafetería.

Eran amigas desde que iban al colegio, esa relación no había cambiado en ningún momento.

Melissa ayudó a Brianna a poder entrar en esa empresa. Nunca quedaba ninguna vacante hasta que un buen día apareció. Pero era temporal: por baja de maternidad.

Brianna sentía que su futuro era muy incierto.

—Estás roja. Dime, ¿qué te ha pasado? —preguntó Melissa mientras las dos bebían una taza de café.

—No lo sé, fue un poco extraño. Me preguntó cómo he estado todo este tiempo.

—Yo creo que a él le interesas, solamente se hace el duro.

—¡No! ¡Por supuesto que no le intereso! Pero si me abandonó estando embarazada.

—De un bebé que él desconocía. Tal vez estaba pasando por un mal momento o algo y...

—No creo que exista ninguna justificación para que me dejara como lo hizo. Yo siempre lo quise, siempre cuidé de él y siempre fui fiel. La verdad, entiendo su comportamiento de ahora.

—No importa, ahora tal vez sea una oportunidad para averiguar qué le pasó ¿no te parece?

—No lo sé.

Volvieron a trabajar, y la cabeza de Brianna solo daba vueltas. Ese día, a diferencia del anterior, tenía mucho trabajo.

Tuvo que descargar e imprimir durante horas archivos de la empresa, compararlos con los nuevos y anotar cada una de las cifras registradas por la empresa. Cuando quiso ver el reloj ya eran las ocho de la noche. Melissa ya se había ido a su casa y quedaban pocos empleados. Al terminar, cogió las carpetas y llamó a la oficina de su jefe.

—¡Pasa! —Oyó del otro lado y ella entró.

—Ya he acabado, señor. ¿Puedo irme?

—Sí, vete —comentó con un tono de voz desinteresado.

Ella asintió y simplemente se dio la vuelta para poder marcharse. Sus pasos fueron más rápidos que su corazón.

A medida que avanzaba se sentía feliz de poder volver a su casa.

El único problema era la distancia que tenía que recorrer. Ya había anochecido, la neblina poco a poco estaba cayendo. Estiró la mano, sintiendo que en cualquier momento desaparecería.

Se abrigó y acto seguido se cambió los tacones nada más llegar al banco que quedaba enfrente de la empresa. Ya lista con sus zapatillas deportivas ―por cierto, agujereadas― comenzó su caminata.

Las farolas la acompañaban haciéndola sentir menos sola. No pasaron ni quince minutos cuando se sintió levemente observada. Pero prefirió ignorar esa sensación.

A lo lejos había un vehículo de color azul, largo, al estilo limusina.

—¿Por qué caminarás sola…? —se preguntó Eduardo mientras le había pedido a su chofer seguirla a la distancia.

Ella estaba muy distraída como para darse cuenta.

—Señor, ¿quiere que volvamos a su casa?

—No, vete despacio, me parece una tontería que camine a estas horas sola. ¿Acaso quiere que le ocurra algo? —preguntó.

—No lo sé señor, pero yo creo que ese no es su problema.

—Si tantas ganas tienes de irte a tu casa, hazlo. Me buscaré a otro chofer —comentó Eduardo con voz fría.

—Lo-lo siento, señor.

Mientras el coche avanzaba lentamente por la calle, Eduardo vio cómo la joven se abrazaba a sí misma y cómo aceleraba sus pasos cada vez más.

Después de cuarenta minutos de caminata, finalmente entró a un edificio deteriorado; aquello le sorprendió.

—¿Y este lugar tan feo?

Sabía que era rica. Entonces, ¿por qué entraba en ese lugar?

«Tal vez tiene un amante… Y yo aquí, esperando por ella. Ni siquiera sé qué demonios hago aquí», pensó Eduardo.

—Avanza, ahora sí volvemos a casa.

—Enseguida señor.

Al día siguiente, volver a la oficina fue una tortura para Brianna. Le costaba bastante trabajo tener que enfrentarse a diario a su ex marido, era duro fingir que no le ocurría nada estando cerca de él.

—Hola, señor. Le traje su café —dijo Brianna.

—Gracias, ahí tienes otras carpetas. Necesito que vayas al depósito a buscar más archivos.

—Enseguida, señor —comentó ella acelerando el paso y alejándose rápidamente de él.

Para él, tenerla cerca significaba que ella podría descubrir su secreto, pero en cuanto entró en la empresa sabiendo que ella trabajaba ahí no pudo resistirse a contratarla como su asistente.

Tal vez era un error, pero no sabía por qué lo hacía.

Como siempre, su asistente cerró la puerta, era lo único que él le había pedido desde el primer día. Al verse tranquilo dentro de su oficina, Eduardo movió su silla de ruedas hasta finalmente abrir una puerta a un lado de la mesa.

Flexionó sus brazos hasta estar apoyado en la silla de ruedas.

Siguiente capítulo
Calificación 4.4 de 5 en la App Store
82.5K Ratings
Galatea logo

Libros ilimitados, experiencias inmersivas.

Facebook de GalateaInstagram de GalateaTikTok de Galatea