Primera oportunidad - Portada del libro

Primera oportunidad

Andrea Wood

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Chapter
15
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18+

Summary

Ryan Hurst, alias Steele, es el cantante de Steele’s Army y, sin duda, uno de los hombres más atractivos del planeta… o eso cree él. Y es que a decir verdad, ¿hay alguna estrella del rock que no piense así? Pero en Natalie Wright va a encontrar la horma de su zapato: una mujer a la que no le importa nada su fama y su fortuna. Los dos están frente a frente y solo puede acabar de un modo: explotando.

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106 Chapters

Chapter 1

Capítulo 1

Chapter 2

Capítulo 2

Chapter 3

Capítulo 3

Chapter 4

Capítulo 4
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Capítulo 1

«Es el corazón temeroso de romperse el que nunca aprende a bailar. Es el sueño temeroso de despertar el que nunca tiene una oportunidad.

Es el que no se deja llevar, el que no sabe dar. Y el alma temerosa de morir, la que nunca aprende a vivir».

—Bette Midler

Natalie

—¡Creo que me he enamorado perdidamente!

Eso es lo que mi mejor amiga Layla me grita en voz alta.

Está mirando la portada de un disco, babeando por el cantante de un grupo de rock del que nunca he oído hablar.

No me malinterpretéis: amo la música, respiro música. Es una parte de mi alma. Sólo que no tengo ningún interés en la venta de entradas de una banda de rock mainstream, la verdad.

Layla me dice que el nombre de la banda es Steele's Army; su cantante Steele es el hombre de sus sueños. El hombre por el que lo dejaría todo. Un hombre al que seguiría a cualquier parte.

Menciona que van a venir a nuestra universidad, en Boston. Nuestra universidad, la Berklee School of Music, se presentó a un concurso de radio y ganamos.

No quiero ir, pero me estoy preparando para hacerlo. Sé que Layla va a utilizar la tarjeta de amiga para que acepte asistir a esta lamentable excusa de concierto.

¿Qué es una noche de aguantar música de mierda e impersonal por mi mejor amiga?

Conozco a Layla de toda la vida. Nuestros padres eran mejores amigos, hasta que ocurrió la tragedia.

Odio recordar esos días. Siempre me duele. Celebrábamos todos los cumpleaños y las fiestas juntos, en familia.

Al vivir toda la vida enfrente y al estar nuestros padres tan unidos, cenábamos todas las noches juntos. Como una familia. Rotando para decidir quién sería el anfitrión.

Hasta hace cinco años. Layla y yo estábamos en mi casa por la noche, viendo películas mientras nuestros padres iban a una cena de recaudación de fondos para niños maltratados.

Nuestros padres siempre apoyaban a las organizaciones benéficas. Tenían la suerte de tener dinero más allá de sus sueños.

Yo también hago donaciones trimestrales, principalmente a organizaciones benéficas para niños o programas musicales, en recuerdo de ellos.

Todavía no conozco todos los detalles, ni quiero hacerlo. Creo que me jodería aún más si los supiera.

Recordando aquella noche... Era tarde, más tarde de nuestra supuesta hora de dormir, cuando oímos que llamaban a la puerta. Puse en pausa la película que estábamos viendo y fui a abrir.

Era un oficial de policía. Se presentó como el oficial Petty. Preguntó si yo era Natalie Wright. Le dije que sí. Luego preguntó si Layla estaba allí y si podíamos acompañarle.

Debería haber sabido que algo iba mal cuando no nos dijo por qué íbamos de camino al hospital. De hecho, no nos dijo nada en absoluto.

Cuando le dices a alguien que sus padres han fallecido y que los padres de su mejor amiga están en el quirófano, no quieres que esté sola.

Cuando entramos en Urgencias, me preguntó si quería ver los cuerpos de mis padres. Así fue como me dio la aplastante noticia.

No había manera de que pudiera lidiar con algo así, y realmente no deseaba recordar a mis padres de esa manera, así que me apresuré a declinar la propuesta.

Primero me enfadé con el oficial, luego con los médicos por no poder salvarlos. Luego me enfadé por la crueldad de todo.

¿Qué clase de persona informa de esa manera a una niña de quince años de que ahora está sola en el mundo?

Más tarde, me enteré de que el agente sí trató de averiguar si tenía algún familiar cercano, y prefirió que ellos me dieran la noticia.

Recuerdo que nos preguntó si queríamos esperar en la sala de espera mientras los padres de Layla estaban en el quirófano. ¿A qué otro lugar hubiéramos ido?

Mientras estábamos sentadas en esa sala de espera esperando nerviosamente noticias de los médicos sobre el estado de los padres de Layla, fuimos asimilando lo que estaba ocurriendo poco a poco.

Empecé a quedarme dormida, sintiendo cómo me invadía una ola de vacío, haciendo que mi corazón se desprendiera de cualquier emoción. Cualquier emoción ahora inexistente. Porque ahora estaba sola en el mundo. Ellos eran mi única familia de sangre.

Mis padres eran hijos de familias monoparentales y mis abuelos, por ambos lados, fallecieron mucho antes de que yo llegara a este mundo.

Al parecer, nuestros padres se tomaron unas copas y, pensando que el padre de Layla era el menos borracho, fue él el que conducía.

Al ir a toda velocidad por la carretera, perdió el control del coche, lo que provocó que el vehículo se estrellara contra un guardarraíl, y mis padres salieran despedidos del coche.

Los paramédicos encontraron los cuerpos de mis padres a unos 15 metros del coche. Fueron declarados muertos en la escena.

El padre de Layla, Brian, había ido al menos a ciento quince kilómetros por hora, y ninguno de ellos llevaba puesto el cinturón de seguridad.

El padre y la madre de Layla se recuperaron. Tenían cicatrices de las heridas, fácilmente ocultas bajo la ropa, pero había otras cicatrices.

Menos visible para otras personas, pero que podía ver en sus ojos cada vez que me miraban durante los últimos cinco años.

Creo que por eso se hicieron cargo de mi tutela, por sentirse en la obligación con mis padres. Podría haberme ido a un hogar de acogida.

El dinero se habría guardado en un fideicomiso y, al cumplir los dieciocho años, me habrían dado de alta en el Estado y me habrían entregado una cuenta bancaria con el dinero.

Sé que me quieren a su manera, pero también creo que la culpa les corroía tanto que hacían cosas tanto por culpa como por amor.

Mis padres eran ricos. Los de Layla también lo son, y gracias a eso, mi vida está resuelta. Nunca he tenido que preocuparme por nada. Puedo hacer lo que quiera con mi vida.

Elegí ir a la universidad a muchos kilómetros de casa. Lejos de las miradas de compasión de toda la gente de mi ciudad natal. Con Layla.

Alquilamos un apartamento en lugar de vivir en una residencia universitaria. Nunca sabías con quién ibas a vivir, así que preferimos irnos a vivir juntas.

Es la única persona que nunca me trató de forma diferente después de la muerte de mis padres. La gente cree que debería odiarla. Odiar a sus padres. ¿Cómo podría hacerlo?

Todos bebieron; estoy segura de que no era la primera vez que se jugaban la vida viendo quién podía conducir en lugar de llamar a un taxi o a otro amigo. Podrían haber sido mis padres los que conducían.

Brian no quería que algo así ocurriera. Fue un accidente, un extraño accidente que nos cambió la vida para siempre.

—¿Nat? ¡NATALIE! —Layla chasquea los dedos delante de mis ojos y empieza a gritarme.

Me dice que tenemos que ir a comprar ropa para el concierto. Le digo que le toca a ella pagar ya que, para empezar, yo no quiero ir.

Debo haberme despistado pensando en el pasado. No ocurre a menudo porque no lo permito. Trato de meter los recuerdos en una cajita ordenada y los pongo en el fondo de mi mente.

En definitiva, podría permitírmelo, pero asistir no fue mi idea, y no voy por ahí desparramando el dinero de mi cuenta bancaria en artículos materialistas frívolos.

Sólo gasto dinero en lo necesario. Cosas que necesito para salir adelante, como la matrícula de la universidad, los libros, el material para las clases, el champú, el jabón para el cuerpo y la comida.

No creo en los lujos porque hay mucha gente en este mundo olvidada de la mano de Dios que no está tan bien como yo.

Entramos en la primera tienda de ropa que ve Layla. Esta vez, no es una tienda de lujo. Por lo general, eso es lo que suele buscar Layla, siempre deseosa de comprar lo último en prendas de ropa de marca.

Camino despreocupadamente, echando un vistazo a los estantes de ropa. Miro detrás de mí para ver si Layla ha visto algo interesante.

Está mirando un minivestido púrpura, que sé que exhibirá todos sus activos mundanos. De ninguna manera yo me vestiría así. Me quedo con la camiseta cómoda y los vaqueros para cualquier ocasión.

Mientras Layla está en el probador, yo sigo echando un vistazo a las estanterías, con la esperanza de encontrar una camisa con algún tipo de estampado. Alrededor de la décima camisa que miro, por fin encuentro la indicada.

La saco de la percha. Es una camiseta de Tom Petty & The Heartbreakers de 1978 «Long After Dark Tour», de aspecto vintage. Está raída y hecha jirones, pero es mi estilo.

Vuelvo a colocar la percha vacía en el perchero y voy a buscar a Layla. Está de pie frente a un espejo examinándose. Yo también la examino.

Es guapa, no de manera cutre en plan «me he pasado cuatro horas peinándome y maquillándome», sino que tiene la clásica belleza natural. No necesita maquillarse.

Su pelo está siempre perfecto; es largo y negro, y le llega a la mitad de su espalda.

Su piel con un tono perfecto de bronceado hace que sus rasgos sean más notables: ojos de un verde esmeralda, grandes y redondos y con forma de almendra, con largas y gloriosas pestañas de las que cualquiera estaría celosa.

Tiene la nariz pequeña y los pómulos altos, los labios gorditos y rosados, y es una talla dos sin apenas curvas. No necesita nada superficial para resaltar su belleza.

No hace falta decir que somos polos opuestos. Me miro en el espejo por encima de su hombro.

Nunca me maquillo mi cara pálida. Nunca he sentido la necesidad de hacerlo y no me interesa llamar la atención.

Llevo el pelo recogido en un gran moño desordenado; me salen trozos de pelo por todas partes. Es de color marrón dorado, rizado con un toque de encrespamiento y largo: me llega hasta la parte superior del culo.

Tengo los labios redondos, del color del capullo de una rosa, y mi pequeña nariz tiene un ligero puente, lo que hace que mis ojos marrones cobrizos sobresalgan. No uso una talla dos. Tengo caderas anchas y michelines curvilíneos.

No soy de las que destacan, y pienso seguir siendo así.

Layla se ha decidido por el minivestido morado. Levanto la vista y agradezco en un susurro que por fin se haya decidido. Contaba con pasar al menos dos horas aquí antes de que lo hiciera.

El minivestido es más bien un trozo de tela sólo para cubrir las partes íntimas del cuerpo, pero lo suficiente para que cualquiera pueda distinguir exactamente lo que esconde.

Pensando en la camisa que elegí, resulta que tengo en mi armario un par de vaqueros de lo más chulos para combinar con ella.

Nunca entenderé a la gente como mi mejor amiga Layla. ¿Por qué querría pasarse toda la noche en un concierto con ropa incómoda? ¿Por tener una oportunidad con un miembro del grupo? Para mí no vale la pena.

No para de hablar de Steele. Aparentemente, él venía de la nada, se montó un grupo de música, y ¡BAM! Estrella del rock número uno en las listas de éxitos...

Me quedo callada. No me interesa una banda que genera dinero vendiendo imágenes de chicos malos y sexo, haciendo música mediocre que no significa absolutamente nada.

Creo que una canción debe conmoverte. Deslizarse por tu columna vertebral y ponerte la piel de gallina, con el corazón latiendo al ritmo de la canción. Incluso tal vez te emocione hasta el punto de hacerte llorar.

O hacerte sonreír y ponerte de buen humor para el día que está por venir. Esa es la música que yo escucho, de la que soy una verdadera fan. Música que sólo puedo soñar con hacer.

Cuando crecí, mi padre escuchaba a todos los grandes, lo que hizo que yo también me enamorara de ellos. Es algo que he llevado conmigo y a lo que siempre me aferraré.

No importaba dónde estuviéramos. Siempre tocaba algo de música con mi padre o tarareábamos la melodía de una gran canción en voz alta. Él es la razón por la que decidí especializarme en música.

Quiero recuperar esa música que te hace sentir bien, las canciones que te hacen sentir como si te hubieran arrancado el corazón.

Las canciones que te hacen sentir que, independientemente de lo que ocurra en tu vida, todo irá bien. La música es terapia, mi terapia.

Cuando salimos del centro comercial, le digo a Layla que la veré luego para cenar en su restaurante italiano favorito. Necesito un tiempo a solas conmigo misma, así que opto por volver a casa andando.

Estos son los momentos en los que sé que se preocupa por mí. Prefiere hacer de niñera y saber dónde y cómo voy a pasar el día para saber que estoy bien y que no me voy a hacerme daño a mí misma.

Nunca le he dado motivos para que crea que lo haré, pero sufro de ansiedad y ataques de pánico. Me estreso, me excedo con todo. Me preocupo demasiado.

Sobre todo por cosas que están fuera de mi control, mi miedo alcanza cotas inimaginables, pero aún así me niego a tomar cualquier medicamento recetado.

¿Para qué? ¿Para sentirme adormecida? Prefiero vivir en un estado de miedo constante y preocuparme por todo que pasarme la vida caminando como una zombi, sin sentimientos.

La ansiedad empezó a dominar mi vida poco después del accidente. Es algo difícil de manejar, de lo que nunca me he podido librar.

Cuando me dan ataques, me siento asfixiada e insegura sobre cómo voy a seguir viviendo mi vida sin que la gente sepa lo mucho que me afecta todo realmente. Lo debilitante que me hace sentir.

Solía tener ataques de pánico nocturnos. Empezaba con una sensación de mareo, luego aparecían las náuseas, que me hacían forzar la respiración, y luego se intensificaba hasta llegar a hiperventilar.

Todo el tiempo, mi corazón palpitaba y mis miedos eran tan grandes que parecía que estos ataques no iban a desaparecer nunca.

Aprendí que pasear me ayudaba cuando sentía que la ansiedad se abría paso. Algo en el aire fresco me calmaba, me ayudaba a racionalizar mis miedos.

Ahora, los demonios nocturnos son recuerdos débiles. Me he esforzado bastante para mantenerlos a raya. Por lo general, el monstruo sólo se revela cuando tengo un día cargado de emociones.

Mientras salgo a la calle, me pregunto en qué demonios estaba pensando al decirle a Layla que iría a pie. Estoy al menos a ocho kilómetros de casa. Por suerte, el calor es soportable y el sol brilla.

Boston es una ciudad preciosa, mantiene mucha historia. Más de una vez he recorrido el Camino de la Libertad, tratando de retener todo el conocimiento a mi alcance.

El puerto de Boston, a sólo unas manzanas de mí en todo momento, es un lugar maravilloso para encontrar la paz cuando estoy luchando contra los recuerdos del pasado.

Dos horas después, entro en nuestro apartamento. Layla está en el salón hablando con un tipo.

Esto es típico. Acaba con chicos que acaba de conocer. Ya le he dicho que me preocupa, pero es su decisión. Así es como se las arregla.

Todo el mundo tiene su propio vicio, algo a lo que acude. Un hábito o una adicción tal vez, para salvarse de los sentimientos. De enfrentarse al pasado.

Nunca me pelearía con ella porque yo también hago cosas con las que ella tampoco está de acuerdo. Decido ir a mi habitación porque no quiero fastidiarle la noche mostrando mi desaprobación.

Nuestro apartamento tiene un tamaño decente. Consta de dos dormitorios y tres baños. Ambas tenemos nuestro propio baño conectado a nuestras habitaciones, dejando un baño para los invitados.

Adyacente al salón está la cocina comedor, un gran arco que deja una planta abierta.

Hay un pasillo fuera de la sala de estar donde se encuentra el baño de invitados, a la derecha antes de nuestros respectivos dormitorios. Todo es bastante compacto y moderno, con electrodomésticos actualizados.

No he intervenido en la decoración; se lo he dejado todo a Layla ya que no tiene un gusto extremadamente ecléctico. Así que confié en ella para que se sintiera como en casa de la manera que quisiera.

Layla y yo nos mudamos aquí el verano pasado, unas semanas antes de que empezaran las clases, para poder hacernos una idea de la ciudad y de dónde estaba todo.

La única habitación que he tocado algo es la mía. Las paredes de mi habitación son de un blanco alabastro y están desnudas. Tengo dos grandes ventanales en la parte superior de mi cama de matrimonio.

Suelo dejar las ventanas abiertas para que entre la brisa del puerto. Dos mesas de noche adornan cada lado de mi cama. Una foto bien enmarcada de mis padres está centrada en la parte superior de la derecha.

A mi izquierda está el cuarto de baño, y a mi derecha mi cómoda de seis cajones, situada junto a mi armario. No es una habitación del tamaño de una mansión, pero se ajusta a mis necesidades, y es mía.

Abro la puerta y la cierro mientras me quito la camisa y los pantalones. El restaurante favorito de Layla es de categoría, así que no puedo entrar con aspecto de adolescente hipster.

Tengo unas cuantas prendas que hablan de mi vida anterior. Me dirijo a mi armario, abro la puerta y cojo algo de ropa, sin comprobar que coincida.

Decido darme una ducha rápida y cambiarme. Espero que Layla esté lista cuando yo lo esté. Quizá no se lleve al chico con nosotras.

Abro la puerta de mi cuarto de baño, enciendo la ducha, eligiendo dejar que el agua se caliente durante unos minutos. Por lo general, me enfrento a un fuerte choque sensorial en mi sistema al entrar en la ducha nada más abrir el grifo.

Un chorro de agua helada es una forma bastante fácil de despertarse rápidamente.

Sin demorarme bajo la ducha, me lavo el pelo y el cuerpo con rapidez y salgo de ella, secándome el cuerpo y envolviéndome una toalla en el pelo. Vuelvo a entrar en mi habitación.

Tras dejar la ropa sobre la cama, cojo el vestido negro de diseño y lo examino. Llega hasta las rodillas, lo cual es aceptable. Me pongo unas medias de color carne y unos tacones negros de tiras.

Me desenredo el pelo pasándome los dedos por él, deshaciendo los nudos que encuentro. Luego cojo el bolso y salgo al salón.

Layla está esperándome sola. Gracias a Dios. No me hubiera gustado hacer de sujetavelas y que fuera una cena incómoda. Está lista, con chaqueta y todo.

—¿Todo listo? —pregunta Layla.

Asiento con la cabeza y salgo de nuestro apartamento mientras ella cierra. Unos segundos después, se une a mí en el ascensor y bajamos al vestíbulo del edificio.

La interrogo sobre el nuevo tipo. Ella responde con evasivas. Así es como sé que es otra aventura poco seria. Al salir de nuestro edificio, empezamos a caminar hacia el garaje de la calle de enfrente.

Muchos estudiantes universitarios que optan por no vivir en el campus eligen apartamentos aquí: en un edificio seguro y protegido, que ofrezca un enorme aparcamiento bien iluminado.

Cuando llegamos a su coche, saca las llaves del embrague y pulsa el botón de «desbloqueo». Me subo en el asiento del copiloto y ella en el del conductor.

No conduzco. Tal vez algún día, pero por ahora, mi miedo es demasiado abrumador. Cada vez que he intentado sentarme al volante, me paralizo y mis manos son incapaces de moverse.

Incluso cuando está inmóvil, me es imposible, y mucho menos arrancarlo.

Layla saca el coche del garaje, siempre que me subo agradezco que estén los cinturones de seguridad. Nos vamos directas a cenar.

Durante el trayecto, Layla habla del concierto, de la alegría que le produce que nuestra universidad haya ganado, y de que siempre ha querido ver a Steele's Army en directo.

—Su música siempre me ha inspirado —dice Layla mientras yo intento contener la risa.

No me hace caso y continúa con su historia.

—Sabes lo mucho que me gusta la banda, Nat. Como mejor amiga mía que eres, deberías seguir fingiendo que también lo haces. Intenta no ser una Debbie Downer esta noche, ¿de acuerdo?

—Lo intentaré por ti, Lals —le digo para apaciguarla. Intentaré fingir que estoy disfrutando cuando estemos allí.

Entonces Layla me cuenta su plan de cómo va a colarse entre bastidores y seducir al cantante. Esto no es algo que me interese escuchar.

Soy incapaz de mantener mi interés en que siga hablando de una banda como una orgullosa groupie.

Miro por la ventana pensando en el pasado, en el presente y en el futuro, mientras murmuro respuestas genéricas a lo que ella sigue parloteando. Estoy segura de que no se da cuenta.

Unos treinta minutos después, llegamos al restaurante favorito de Layla: Antonio's. Un aparcacoches me abre la puerta antes de que yo misma lo haga. Al salir, me quedo embobada mirando la lujosa decoración.

Sobre mí hay un toldo negro con millones de luces doradas en miniatura que cuelgan como lianas, recreando la luz de las estrellas en el cielo nocturno. Layla se une a mi lado.

Nada más abrir la puerta, el olor de una mezcla de ajo, albahaca y pasta golpea mis sentidos en fuertes ráfagas. Se me hace la boca agua; estoy deseando comer y mi estómago ruge pidiéndomelo a gritos.

Miro a mi alrededor en el restaurante en el que he cenado no menos de cincuenta veces. Muchas paredes están formadas por botelleros de hierro forjado que contienen algunos de los vinos más caros y diversos del mundo.

Los tonos terrosos de la Toscana están colocados estratégicamente en todo el lugar para dar a la atmósfera la sensación de haber volado al corazón de Italia.

La anfitriona coge nuestros abrigos y nos sienta en nuestro lugar preferido, escondido en la parte de atrás. La mesa redonda, cubierta de blanco, está preparada para dos, con las copas de vino ya puestas y listas para ser llenadas.

La camarera se acerca a nuestra mesa y nos habla de las sugerencias del día. Rechazamos la propuesta, ya que sabemos lo que vamos a pedir. Cada vez que cenamos aquí pedimos lo mismo.

Después de pedir, miro a Layla y me doy cuenta de que tiene algo en mente. Sonríe con una gran sonrisa.

Mierda.

Sabía que esto iba a pasar. Está haciendo uso de la maldita tarjeta de mejor amiga de nuevo, dos veces en un día. Esto es poco común, incluso para ella. Así que automáticamente me pongo a la defensiva.

—Nat, entonces, sobre lo del concierto... El tipo que viste antes en nuestro apartamento, lo invité. Sé que no querías saber nada de citas, pero...

—No va a suceder, Layla. Realmente preferiría no ir, pero si insistes, entonces voy a ir sola —digo con mucho desinterés.

—Vive un poco —me ruega.

—Layla, sabes que te quiero y que haría cualquier cosa por ti. No pides mucho, pero no voy a hacer eso.

Suspira, resignando su esperanza al hacerlo.

—Por cierto, ¿cuándo es el concierto?

—No te preocupes, Nat. Tienes dos días para prepararte. Es el sábado.

Jodidamente genial.

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