Vegas Clandestina - Portada del libro

Vegas Clandestina

Renee Rose

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18+

Summary

TE LO ADVERTÍ.Te dije que no pisaras el casino otra vez. Te dije que te alejaras. Porque si veo esas caderas moverse por mi suite, te pondré contra la pared y te lo haré fuerte. Y una vez que te haga mía, no te liberaré. Porque soy el rey de lo clandestino en Las Vegas y tomo lo que quiero.Así que corre. Mantente alejada de mi casino.O te ataré a mi cama. Te pondré de rodillas. Te destrozaré. Así que ven a mí, hermosa, si te atreves...

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Capítulo uno

Libro Uno: Rey De Diamantes

Sondra

Empujo hacia abajo el dobladillo de mi uniforme de servicio de limpieza, un vestido enterizo con cremallera. El número de un tono rosa medicamento llega a la parte superior de mis muslos y tiene un calce perfecto que abraza mis curvas y luce mi escote. Queda claro que los dueños del Casino Hotel Bellissimo quieren que sus mucamas luzcan tan ardientes como las chicas que sirven los cócteles.

Me dejé llevar. Llevo un par de plataformas con tiras cruzadas que son lo suficientemente cómodas como para limpiar habitaciones, pero a la vez sensuales como para mostrar los músculos de las piernas, y me peiné el cabello rubio que me llega a los hombros en dos coletas voluminosas.

Lo que pasa en Las Vegas, ¿no es cierto?

A mis amigas feministas del posgrado les daría un ataque con esto.

Empujo el carrito de limpieza no tan pequeño por el pasillo de la sección gran hotel del casino. Pasé toda la mañana limpiando los desastres de la gente. Y, permítanme decir, los desastres de Las Vegas son grandes. Parafernalia de droga. Semen. Preservativos. Sangre. Y este es un lugar caro, de clase alta. Solo llevo dos semanas trabajando aquí y ya he visto todo eso y más.

Trabajo rápido. Algunas mucamas recomiendan tomarse el tiempo para no sobrecargarse, pero todavía espero impresionar a alguien en el Bellissimo para conseguir un mejor trabajo. Por eso me visto como la versión casino de la fantasía de la mucama francesa.

Es probable que eso que me llevó a producirme haya sido lo que mi prima Corey llama La voz del error. Tengo lo opuesto al sexto sentido o la voz de la razón, en especial en lo que concierne a la mitad masculina de la población.

¿Por qué otra razón estaría en quiebra y despechada por un fiestero infiel que dejé en Reno? Soy una mujer inteligente. Tengo un máster. Tenía un puesto decente de profesora adjunta en la universidad y un futuro prometedor.

Pero cuando me di cuenta de que todas mis sospechas acerca de las infidelidades de Tanner eran correctas, puse mis bolsos en la Subaru que compartía con él y me fui a Las Vegas con Corey, quien me prometió conseguirme un trabajo repartiendo cartas con ella aquí.

Pero no hay ningún trabajo de crupier disponible en este momento (solo servicio de limpieza). Entonces ahora soy la última de la cola, estoy en quiebra, soltera y sin vehículo porque un conductor destrozó mi auto y se dio a la fuga el día que llegué.

No es que tenga en mente quedarme a largo plazo. Solo estoy tanteando el terreno en Las Vegas. Si me gusta, me postularé como docente adjunta en la universidad. Hasta he considerado ser suplente en la secundaria una vez que tenga vehículo para movilizarme.

Pero si consigo trabajo de crupier, lo tomaré porque ganaría tres veces más de lo que conseguiría en el sistema de escuelas públicas. Lo que es una tragedia por discutirse en otra ocasión.

Vuelvo al área principal de suministros que también se usa como la oficina de mi jefe y cargo mi carrito en la cueva del servicio de limpieza, apilando toallas y cajas de jabón en filas prolijas.

—Ay por el amor de Dios. —Marissa, mi supervisora, empuja su teléfono en el bolsillo de su vestido de servicio de limpieza. Es una ardiente mujer de cuarenta y dos años que llena el suyo en los lugares indicados y lo hace ver como el vestido que eligió usar, en lugar de un uniforme—. Hoy me faltan cuatro personas que están enfermas. Ahora tengo que hacer yo las suites de los jefes, —se queja.

Me intereso. Lo sé: esa es La voz del error. Tengo un morbo con todo lo mafioso. O sea, me vi todos los episodios de Los Soprano y memoricé el guion de El padrino.

—¿Hablas de las habitaciones de los Tacone? Yo las hago. —Es estúpido, pero quiero echarles un vistazo. ¿Cómo se verán los hombres reales de la mafia? ¿Al Pacino? ¿James Gandolfini? ¿O serán solo tipos normales? Quizás ya me los crucé mientras empujaba mi carrito.

—Me encantaría, pero no se puede. Es algo que requiere una autorización especial de seguridad. Y créeme, no quieres hacerlo. Son súper paranoicos y terriblemente quisquillosos. No puedes mirar algo equivocado sin meterte en problemas. De seguro no les gustaría ver a nadie nuevo ahí arriba. De hecho, podría perder el trabajo por algo así.

Debería sentirme intimidada, pero saber esto solo suma al misterio que creé en mi mente acerca de estos hombres.

—Bueno, quiero hacerlo y estoy disponible si quieres que lo haga. Ya terminé mi pasillo. ¿O podría ir contigo y ayudarte? ¿Hacer que termines antes?

Veo cómo mi propuesta comienza a escabullirse entre sus objeciones. El interés comienza a revolotear en su rostro, seguido por más preocupación.

Asumo una expresión esperanzada-servicial.

—Bueno, quizás podría funcionar... Al fin y al cabo, te estaría supervisando.

¡Sí! Me muero de curiosidad por ver de cerca a los jefes de la mafia. Tonto, lo sé, pero no lo puedo evitar. Quiero mandarle un mensaje a Corey para contarle, pero no hay tiempo. Corey conoce muy bien mi fascinación porque ya estuve sacándole información.

Marissa carga unas cosas más en mi carrito y nos dirigimos juntas hacia los ascensores especiales: los únicos que recorren todo el camino hasta el último piso del edificio y para los que el acceso exige una tarjeta magnética.

—Entonces, estos tipos son muy quisquillosos. La mayor parte del tiempo no están en sus habitaciones y en ese caso no te tienes que preocupar por mantenerte alejada de sus escritorios —me explica Marissa una vez que dejamos atrás el último piso público y quedamos solo nosotras en el ascensor—. No abras ningún cajón; no hagas nada que parezca entrometido. Estoy hablando en serio: estos tipos dan miedo.

Escucho el zumbido de las puertas al abrirse y empujo mi carrito; la sigo cuando dobla hacia la primera puerta. El ruido de voces masculinas fuertes viene de la habitación.

Marissa se estremece.

Siempre toca la puerta —me susurra antes de levantar sus nudillos para llamar a la puerta.

Es claro que no la oyen porque la charla ruidosa continúa.

Vuelve a tocar la puerta y la charla se detiene.

—¿Sí? —pregunta una voz masculina grave.

—Servicio de limpieza.

Esperamos mientras el silencio recibe su llamado. Luego de un momento la puerta se abre para presentar a un tipo de mediana edad con el cabello ligeramente encanecido.

—Sí, justo estábamos por irnos. —Se pone lo que debe ser una chaqueta de traje de mil dólares. Su barriga se ensancha un poco en su cintura, pero más allá de eso es extremadamente apuesto. Detrás de él hay otros tres hombres, todos visten trajes igual de buenos, ninguno lleva puesta su chaqueta.

Nos ignoran mientras se abren paso, retomando su conversación en el pasillo.

—Entonces le digo... —La puerta se cierra detrás de ellos.

—Uf, —respira Marisa, aliviada—. Es mucho más fácil si no están. —Mira alrededor a los rincones de las habitaciones—. Por supuesto que hay cámaras en todos lados, así que no es como si no nos estuvieran mirando. —Apunta a una pequeña cámara roja que brilla desde un pequeño dispositivo montado en la unión entre la pared y el techo. Ya las había notado por todo el casino—-. Pero es menos estresante si no estamos de puntillas a su alrededor, —mueve su cabeza apuntando al pasillo—. Toma el baño y las habitaciones, yo haré la cocina, la oficina y la sala de estar.

—Entendido. —Tomo los artículos que necesito del carrito y me dirijo hacia donde me indicó.

La habitación está bien equipada pero a la vez es impersonal. Muevo las sábanas y la colcha para hacer la cama. Es probable que las sábanas sean de 3.000 hilos, si algo así existiera. Eso podrá ser exagerado, pero, en serio, eran asombrosas.

Solo para entretenerme, froto una contra mi mejilla.

Es tan lisa y suave. No puedo imaginar lo que sería acostarse en esa cama. Me pregunto cuál de los tipos duerme aquí. Hago la cama ajustando bien las sábanas, como me enseñó Marissa, desempolvo y aspiro, luego me voy a la segunda habitación y después al baño. Cuando termino, encuentro a Marissa aspirando la sala de estar.

Apaga la aspiradora y enrolla el cable.

—¿Terminaste? Yo también. Vamos a la próxima.

Empujo el carrito y ella llama a la puerta de la suite que está al final del pasillo. No hay respuesta.

Abre con su llave.

—Es mucho más rápido con tu ayuda, —me dice agradecida.

Le sonrío.

—Creo que también es más divertido trabajar en equipo.

Me devuelve la sonrisa.

—Sí, por alguna razón no creo que aprobaran que fuera algo rutinario, pero es bueno para variar.

—¿Misma rutina?

—¿A no ser que quieras cambiar? Esta solo tiene un cuarto.

—No, —le digo. Me gusta la combinación cama/baño. Obvio que es por mi curiosidad obsesiva. Hay más objetos personales en una habitación y en un baño, no es que haya visto algo de interés en el último lugar. Claro que no estuve husmeando. Las cámaras en todas las esquinas me ponen nerviosa.

Este lugar es igual que el anterior, como si le hubieran pagado a un decorador para amueblarlas y fueran todas idénticas. Realmente lujosas, pero no con mucha personalidad. Bueno, por lo que entiendo, la familia Tacone (por lo menos los que manejan el Bellissimo) son todos hombres solteros. ¿Qué podría esperar?

Hago la cama y comienzo a desempolvar.

Oigo la voz de Marissa desde la sala de estar.

—¿Qué? —le pregunto, pero luego me doy cuenta de que está hablando por teléfono.

Entra un momento después, sin aire.

—Me tengo que ir. —Su cara luce pálida—. Llevaron a mi hijo a la guardia por un golpe en la cabeza.

—Ay mierda. Vete. Puedo con esto. ¿Quieres darme la tarjeta magnética para la última suite? Hay tres suites en este último piso.

Ella mira a su alrededor, preocupada.

—No, no debería. ¿Podrías solo terminar este lugar e ir para abajo? Llamaré a Samuel para decirle lo que pasó. —Samuel es nuestro jefe, a cargo del servicio de limpieza—. No te olvides de no acercarte al escritorio de la oficina.

—Por supuesto. Vete de aquí. —Hago un gesto con las manos para decirle que se vaya. —Ve a estar con tu hijo.

—Bueno. —Saca su bolso del carrito y se lo cuelga al hombro—. Te veo mañana.

—Espero que esté bien, —le digo a sus espaldas mientras se marcha.

Me echa una pequeña sonrisa por sobre el hombro.

—Gracias. Adiós.

Tomo la aspiradora y me dirijo a la habitación. Cuando termino, escucho voces masculinas en la sala de estar.

—Espero que puedas dormir algo, Nico. ¿Cuánto llevas? —pregunta una de las voces.

—Cuarenta y ocho horas. Maldito insomnio.

—Buena suerte, nos vemos luego. —Se cierra una puerta.

De inmediato, mi corazón late más rápido con emoción o nervios. Sí; soy una tonta. Luego, me daría cuenta de mi error al no salir sin más y presentarme, pero Marissa me tiene nerviosa con los Tacones y me quedo inmóvil. Aunque el carrito está en la sala de estar. Decido entrar al baño y limpiar todo lo que pueda sin ir a buscar artículos nuevos. Al final, me rindo, me pongo firme y salgo.

Llego a la sala de estar y saco tres toallas dobladas, cuatro toallas de mano y cuatro paños. De reojo observo los hombros amplios y la espalda de otro hombre muy bien vestido.

Mira por encima y luego se sorprende. Sus ojos oscuros me miran fijo, posándose en mis piernas y viajando hasta mis senos, después mi cara.

¿Quién carajo eres?

Debería haber esperado esa respuesta, pero igual me toma por sorpresa. Suena aterrador. Realmente aterrador y camina hacia mí como quien no está jugando. Es hermoso, de cabello ondulado y oscuro, una mandíbula cuadrada y con barba de varios días y pestañas gruesas que me atraviesan por completo.

—¿Y? Quién. Carajo. Eres.

Entro en pánico. En vez de responderle, me doy vuelta y camino rápido hacia el baño, como si colocar toallas limpias en su baño fuera a arreglar todo.

Me persigue y entra detrás.

—¿Qué haces aquí? —Me tira las toallas de las manos.

Atónita, las miro desparramadas sobre el suelo.

—Soy... del servicio de limpieza, —le digo débilmente. Maldita sea mi estúpida fascinación con la mafia. Estos son los malditos Sopranos. Este es un hombre peligroso de la vida real que lleva un arma en una funda bajo la axila. Lo sé porque la puedo ver cuando viene por mí.

Sujeta la parte superior de mis brazos.

—Mentira. Nadie que luzca como —sus ojos se mueven de arriba a abajo por todo mi cuerpo de nuevo— trabaja como servicio de limpieza.

Pestañeo, no estoy seguro de qué significa eso. Soy linda, lo sé, pero no hay nada especial acerca de mí. Soy una chica rubia de ojos celestes, común y corriente, bajita y con curvas. No como mi prima Corey que es alta, delgada, colorada y sumamente bella, con la confianza en sí misma que eso le da.

Hay algo de lujuria en la manera en la que me mira, tanto que pareciera que estoy aquí parada en pezoneras y tanga en lugar de vestir mi corto y ajustado vestido de mucama. Me hago la tonta.

—Soy nueva. Solo llevo aquí un par de semanas.

Lleva círculos oscuros bajo sus ojos, y recuerdo lo que le dijo al otro hombre. Sufre de insomnio. No ha dormido en cuarenta y ocho horas.

—¿Estás poniendo micrófonos? —me pregunta.

—¿Có... —ni siquiera puedo responder. Solo lo miro fijo como una idiota.

Empieza a cachearme en busca de un arma.

—¿Es un engaño? ¿Qué piensan, que voy a tener relaciones contigo? ¿Quién te envió?

Intento responder, pero sus manos cálidas se deslizan por todo mi cuerpo y me hacen olvidar lo que iba a decir. ¿Por qué está hablando de tener relaciones conmigo?

Se para y me sacude un poco. Quién. Te. Envió. Sus ojos oscuros me cautivan. Huele al casino: a whiskey y a efectivo, y por debajo, a su propia esencia latente.

—Nadie... Quiero decir, ¡Marissa! —Exclamo su nombre como si fuera una contraseña secreta, pero solo parece irritarlo más.

Estira el brazo y mueve sus dedos con rapidez a lo largo del cuello de mi vestido de servicio de limpieza, como si buscara un micrófono oculto. Estoy bastante segura de que el tipo está medio loco; quizás delira por la falta de sueño. Quizás solo esté demente. Me quedo quieta, no quiero hacer que enloquezca.

Para mi sorpresa, tira de la cremallera que está en la parte de adelante de mi vestido; la baja del todo hasta llegar a mi cintura.

Si fuera mi prima Corey, hija de un cruel agente del FBI, le daría un rodillazo en las pelotas, con o sin arma. Pero me criaron para no crear problemas. Ser una chica buena y hacer lo que las autoridades me piden.

Por eso solo me quedo parada ahí, como una idiota. Un pequeño quejido sale de mis labios, pero no me atrevo a moverme, no protesto. Tira del vestido ajustado a mi silueta hasta que me llega a la cintura y lo jala con brusquedad por debajo de mis caderas.

Libero mis manos de la tela para poder taparme con ellas.

Nico Tacone me empuja a un costado para sacar el vestido que quedó a mis pies. Lo levanta y pasa sus manos por encima, todavía en búsqueda del micrófono mítico, mientras tiemblo en sostén y bragas.

Cruzo los brazos por encima de mis senos.

—Mire, no llevo un micrófono ni estoy colocándolos en el lugar, —respiro—. Estaba ayudando a Marissa y entonces la llamaron...

—Ahórrate la explicación, —me ladra—. Eres demasiado perfecta. ¿Cuál es el engaño? ¿Qué carajo estás haciendo aquí?

Estoy desconcertada. ¿Debería seguir discutiendo con la verdad cuando solo parece enojarlo? Trago. Ninguna palabra en mi cabeza parece la correcta.

Estira sus manos hacia mi sostén.

Las golpeo, con el corazón bombeando como si hubiera hecho dos clases seguidas de spinning. Hace caso omiso de mi débil resistencia. El sostén tiene el gancho adelante y es obvio que él se destaca en quitar ropa interior femenina porque me lo saca más rápido que al vestido. Mis senos aparecen con un rebote, y él los mira con furia, como si yo los hubiera exhibido para tentarlo. Examina mi sostén, luego lo arroja a un costado y me mira fijo. Sus ojos vuelven a bajar hacia mis senos y su expresión se vuelve incluso más furiosa.

—Tetas de verdad, —murmura, como si eso fuera un delito penal.

Trato de ir hacia atrás pero me choco con el inodoro.

—No estoy escondiendo nada. Solo soy una mucama. Me contrataron hace dos semanas. Puede llamar a Samuel.

Se acerca. Es trágico, pero la amenaza endurecida en su bello rostro solo aumenta lo atractivo que me resulta. Es real que tengo los cables cruzados. Mi cuerpo se entusiasma con su cercanía, mis partes se humedecen. O quizás es el hecho de que me haya prácticamente desnudado mientras él está ahí parado con toda su ropa. Creo que esto es un fetiche para algunos. Parece que soy una de ellos. Si no estuviera tan asustada, estaría realmente caliente.

Toca mis nalgas con su palma, sus dedos cálidos se deslizan sobre la tela satinada de mis bragas, pero no me está toqueteando, continúa su trabajo de forma eficaz, en busca de micrófonos. Desliza un pulga debajo del refuerzo y pasa la tela por sus dedos. Siento mariposas en el estómago.

Ay Dios. La parte de atrás de su pulgar roza mi abertura húmeda. Me encojo por la vergüenza. Levanta la cabeza y me mira fijo con sorpresa, sus fosas nasales se ensanchan.

Luego su ceño se frunce de repente como si lo fastidiara que me haya calentado, como si fuera un truco.

Ahí es cuando todo se empieza a ir a la mierda de verdad.

Saca su arma y me apunta a la cabeza; en realidad empuja el cañón frío y duro contra mi frente. Qué. Carajo. Haces aquí.

Me hago pis encima.

Literalmente.

Que Dios me ayude.

Me quedo helada y el pis gotea entre mis muslos internos antes de que pueda detenerlo. Me arde la cara por la humillación.

Ahora, el enojo y la indignación que debería haber sentido desde el principio empieza a salir. Es justo el momento menos indicado para ser insolente, pero lo miro con bronca.

—¿Qué es lo que le pasa?

Se queda mirando fijo las gotas en piso. Creo que va a... Bueno, no se qué creo que hará (darme un latigazo con su pistola o algo así), pero su expresión se relaja y guarda el arma en su funda. Parece que al final reaccioné como debía.

Toma mi brazo y me arrastra hacia la ducha. Mi cebero está dando vueltas para intentar reconectarse. Para entender qué carajo sucede y cómo puedo salir de esta situación muy loca y muy jodida.

Tacone se mete y enciende el agua; sostiene su mano debajo del chorro como para controlar la temperatura.

Mi cerebro todavía no se encendió, pero lucho para liberar mi brazo de su agarre.

Me suelta y sostiene la palma de su mano hacia arriba.

—Bueno, —dice—. Métete. —Saca su mano de la ducha y apunta con la cabeza hacia el chorro—. Límpiate.

¿Va a entrar conmigo? ¿O esto en serio se trata de lavarse?

A la mierda. Soy un desastre. Entro, con las bragas puestas y todo.

No sé por cuánto tiempo me quedo parada ahí, ahogada por la conmoción. Después de un rato, pestañeo y empiezo a tomar consciencia. Entonces me desespero. ¿Qué carajo está pasando? ¿Qué me hará? ¿En serio hice pis en su piso? Me quiero morir de la vergüenza.

Mantén la calma, Sondra.

Jesucristo. El jefe de la mafia que está parado del otro lado de la cortina de baño piensa que soy una policía narco. O una espía o un soplón, como sea que lo llamen. Y me acaba de desvestir hasta dejarme en bragas y me apuntó un arma a la cabeza. Esto solo se puede poner peor. Un llanto intenta escapar de mi garganta.

No llores. No es un buen momento para llorar.

Me apoyo contra la pared de azulejos, mis piernas están muy gelatinosas como para estar de pie. Lágrimas calientes se derraman por mis mejillas e inhalo.

La cortina de la ducha se abre un poco justo al lado de mi cara y me voy hacia atrás de repente. No sabía que estaba parado justo afuera de la ducha.

***

Nico

Minchia. Mierda.

Las dudas que me quedan acerca de la chica se evaporan cuando la oigo llorar. Si me equivoqué, es un error realmente grave. Porque en serio no quiero tener que explicarle a mi jefe de Recursos Humanos por qué desnude a una de nuestras empleadas y le apunté un arma a la cabeza. En mi baño.

En serio me volví loco de remate esta vez. El insomnio me está jugando una muy mala pasada; me está volviendo paranoico e impaciente. Necesito a mi hermano menor Stefano aquí para ayudarme a dirigir el lugar así puedo dormir al menos una hora por noche. Es el único en quien confío.

—Hola. —Suavizo mi voz. La chica está parada debajo del chorro de agua y remoja sus coletas a lo Harley Quinn y un par de bragas celestes satinadas que todavía tiene puestas.

Mierda que me gustaría arrancárselas y ver qué hay debajo.

Estoy bastante seguro de que está conmocionada, pero ¿quién podría culparla? Aterrorizo a mis empleados en mis mejores días y eso sin arrancarles la ropa y apuntarlos con un arma.

Su pecho se sacude mientras libera un sollozo silenciado y eso me enerva, al igual que lo hizo con el ruido al inhalar. De alguna manera, no creo que los agentes encubiertos o cualquier otro tipo de profesional se haría pis en mi piso y lloraría en mi ducha. Así que sí. En serio metí la pata aquí.

Me asomo y apago el agua, mojando todo la manga de la chaqueta de mi traje en el proceso.

—Oye, no llores.

Un mejor hombre se disculparía, pero estoy cien por ciento seguro de que hay algo raro aquí, así que me guardo la disculpa. Tiro de la cortina de la ducha, la saco para que quede parada en la alfombra de baño mientras la envuelvo en una de las toallas que quedaron en el piso. Como parece seguir conmocionada, engancho mis pulgares en el elástico de sus bragas húmedas y las llevo hacia abajo por sus piernas temblorosas. No debo ser tan depravado como creo serlo porque de alguna manera consigo no mirar lo que hay por debajo cuando me agacho y sujeto su tobillo para ayudarla a salir de la tela empapada.

Las arrojo al tacho de basura. Antes, tiré una toalla en donde se hizo pis y sus ojos se lanzan hacia allí ahora.

Sé que debe sentirse humillada por completo, pero la verdad es que no es la primera persona a la que he hecho que se haga pis. Creo que es la primera mujer. A la única que lamento haber asustado.

Está intentando silenciar su llanto, lo que, por supuesto, solo los transforma en resoplidos y jadeos ahogados. Ahora sí que me siento como un pendejo de primera.

—Ay, bambina. —Agarro dos esquinas de la toalla y la traigo hacia mí. Su piel mojada humedece mi traje, pero en todo lo que puedo pensar es en cómo se siente su silueta suave, exuberante y desnuda contra mi cuerpo. El agotamiento se va yendo de mis extremidades, lo reemplazan las llamas del deseo blanco-ardiente—. Shhh. Estás bien. —tiembla contra mí, pero sus sollozos se tranquilizan.

—¿Te lastimé?

Niega con la cabeza, sus coletas mojadas salpican una gota de agua sobre mi mejilla. La sigue con su mirada. Sus ojos recaen sobre una sección suelta en el frente.

Paso a sujetar la toalla con una sola mano y con la otra le quito el cabello del rostro.

—Estás bien, —le repito.

Parpadea hacia mí con sus ojos azules de pestañas largas. Me encanta tenerla cerca y cautiva donde la pueda estudiar mejor. Es tan hermosa como pensé en un principio, con piel de porcelana y pómulos marcados. No es solo la belleza lo que la hace especial. Hay otra cualidad que la hace parecer como si no perteneciera aquí. Una cara fresca e inocente. Y aún así no es demasiado crédula o joven. Tampoco es tonta. No puedo dar con lo que es.

No la libero. No quiero. El calor de mi cuerpo irradia a través de mi ropa húmeda e inunda mi mente con los pensamientos más sucios. Si fuera un caballero, la dejaría en la habitación para que se cambiara, pero no lo soy. Soy un pendejo con un casino hotel que dirigir.

Todavía no se quién carajo es esta chica o cómo terminó en mi suite. Y en serio, alguien va a pagar por esto. Más aún porque la chica salió perjudicada.

Correcto. Si mi cerebro estuviera funcionando mejor, podría reconocer que soy el único que puede ser culpable por esa parte, en especial porque todavía la estoy reteniendo desnuda y captiva.

—Es solo que una chica que luce como tú no suele limpiar cuartos en Las Vegas, —le ofrezco la excusa más patética de la historia. Igual es real. Estoy seguro de que hay más chicas como ella. Pero no las veo por aquí. Todo lo que veo son estafadoras con implantes de senos que intentan conseguir algo. Las profesionales. Mujeres que utilizan sus cuerpos como armas. Y no tengo ningún problema con ellas. A mí también me complace usar sus cuerpos.

Pero esta; ella es diferente.

Sus labios gruesos de color cereza se separan, pero no dice nada.

No puedo evitar tocarla. Muevo mi pulgar por su labio inferior, lo llevo de un lado al otro sobre la piel carnosa.

Sus pupilas se dilatan, me alienta a seguir tocándola.

—Una chica como tú suele estar en el escenario (algún tipo de escenario) incluso si es un simple club de caballeros.

Cierra un poco los ojos, pero no me callo.

—Una chica como tú podría ganar una millonada vendiéndose. —María, Reina de la Paz, quiero besar a la chica. Bajo los labios pero logro detenerme ante los suyos. Es claro que un beso no sería bien recibido. Podré ser un cabrón aterrador, pero no fuerzo a las mujeres—. ¿Sabes cuánto pagaría un hombre como yo por una noche contigo?

Esta vez en serio fui muy lejos. Trata de librarse de mí. No la suelto, pero levanto la cabeza. Junta sus labios por un momento antes de decir,

—¿Me puedo ir?

Me relajo, pero niego con la cabeza.

—No. —Es una sílaba decisiva, corta y seca.

Ella se estremece. Las pupilas dilatadas se reducen de nuevo por el miedo. No me gusta verla asustada tanto como me gusta verla suave y temblando, abierta a mí, como lo estaba hace un momento. Pero es una distinción sutil porque disfruto de la posición de poder de tenerla aquí, a mi merced.

—Todavía necesito algunas respuestas. —La acorralo contra la encimera del lavabo, luego la levanto por la cintura y dejo caer su trasero desnudo sobre el mármol frío. La toalla se abre cuando la suelto y me da otro vistazo a sus senos grandes y perfectos mientras ella lucha por encontrar las puntas de la toalla para poder cerrarla.

Sacudo la cabeza para despejarme del torrente fresco de lujuria que me recorre rápidamente. Mi miembro se puso duro como una piedra. Soy un hombre que está acostumbrado a obtener todo lo que quiere, lo que suele incluir mujeres. El hecho de que esta no esté disponible solo hace que la desee aún más.

—En serio, —murmuro—. Pagaría cinco grandes por una noche con una chica como tú. —Incluso mientras lo digo, sé que no la querría de esa manera. Quiero persuadir hasta que esté predispuesta.

Y esa es mi idea más extraña hasta el momento. Porque nunca jamás paso el tiempo en citas.

—No soy una prostituta, —me responde bruscamente, mientras brillan sus ojos azules.

Su enojo me saca de mi fantasía causada por la falta de sueño. Pestañeo varias veces.

—Lo sé. Solo digo que podrías ganar mucho dinero en esta ciudad.

Muevo la cabeza. ¿Qué carajo estoy diciendo? No quiero que esta chica se convierta en una de esas mujeres.

Y ella solo quiere salir de aquí cuanto antes. Así que tengo que volver a mi interrogatorio.

—¿Quién eres y por qué estás aquí?

Respira algo temblorosa.

—Me llamo Sondra Simonson. Mi prima, Corey Simonson, trabaja aquí como crupier. Ella me consiguió este trabajo de servicio de limpieza mientras espero que aparezca algo mejor. —-Habla rápido, pero no suena ensayado. Y tiene los suficientes detalles como para sonar creíble—. Marissa es mi jefa, y me ofrecí a ayudarla a limpiar las habitaciones aquí porque todos los que suelen hacerlo estaban en su casa, enfermos. Su hijo se golpeó la cabeza y tuvo que dejarme aquí sola. Todo lo que hice fue limpiar. —Levanta el mentón, aunque su pulso tiene un ritmo acelerado en su cuello.

Espero a que continúe, no porque todavía tenga mis sospechas, sino porque me gusta escucharla hablar.

Ella sigue balbuceando,

—Me acabo de mudar aquí de Reno... Enseñaba historia del arte en el centro de formación Truckee Meadow.

Inclino la cabeza e intento asimilar esta nueva información. Solo empeora el hecho de que esta chica esté en mi habitación.

—¿Por qué hay una profesora de historia del arte trabajando como una maldita mucama en mi hotel?

—Porque tengo muy mal gusto para los hombres, —dice de golpe.

—¿Es cierto? —Me esfuerzo en no sonreír. Llevo mi cadera hasta estar contra la encimera y entre sus muslos separados. Cuando se sonroja, sé que debe estar pensando en lo cerca que están sus parte íntimas al descubierto de la parte de mí que más desea tocarla.

Ahora me fascina aún más esta hermosa criatura. ¿Qué tipo de hombre le gusta a una profesora de historia del arte?

Traga y asiente.

—Sí.

—¿Seguiste a un tipo hasta aquí?

—No. —Suelta el aire en un suspiro—. Dejé a uno. Al parecer teníamos un interés en común por el poliamor.

Levanto una ceja. Ella me estudia también a mí con sus ojos azules e inteligentes ahora que se está disipando su miedo.

—Solo digamos que la imagen de encontrarlo con tres chicas en nuestra cama estará siempre grabada en mi mente. Entonces —se encoje de hombros— tomé nuestro auto y conduje a Las Vegas. Pero el karma me siguió porque me chocaron cuando llegué.

—¿Y cómo es ese tu karma?

—Porque la mitad del auto le pertenecía a Tanner y yo lo robé.

Hago un gesto de indiferencia.

—¿De quién era el nombre en el título?

—Mío.

—Entonces es tu auto, —le digo, como si yo fuera el que emite el veredicto final en todo lo que respecta a su ex—. Igual eso sigue sin explicar qué haces en mi baño.

O quizás sí. Mi cerebro todavía sigue en corto circuito por la falta de sueño. La verdad es que es probable que no quiera dejarla ir. Me gustaría atarla en mi habitación e interrogarla con mi látigo de cuero toda la noche. Me pregunto cómo luciría esa piel pálida con las marcas de mis manos sobre ella.

Es mucho, Tacone. Intento retroceder. La habitación aparece y desaparece ante mi visión. Mierda, necesito dormir.

Ella pestañea rápido. ¿Porque no me deja irme?

Tenía razón. Es inteligente.

Las comisuras de mi boca se sacuden.

—Con poco aviso solo pude conseguir trabajo en servicio de limpieza. Preferiría trabajar como crupier. ¿Piensa que podría ayudarme? —Ahora se vuelve desvergonzada.

Es extraño, no siento la necesidad de bajarle los humos como me suele pasar con mis empleados. A no ser, por supuesto, que eso tenga que ver con el hecho de que está desnuda y a mi merced.

Ah, sí. Ya lo comprendí.

Pero la sugerencia de tenerla trabajando como crupier me fastidia. No sé si es porque Las Vegas la arruinaría en un mes o porque de verdad quiero seguir teniéndola en mi habitación. Limpiando mis pisos. Desnuda.

—No.

Se estremece porque digo la palabra de forma muy dura. Definitivamente me cuesta regular mi comportamiento. Pero solo se encoje de hombros.

—Bueno, esto es temporal de todos modos. Solo hasta que gane lo suficiente como para conseguir un auto nuevo y encontrar un trabajo en docencia.

Bueno, incluso si no confiara en mis instintos, creo que es quien dice ser. Lo que significa que no tengo un buen motivo para retenerla como prisionera aquí. Camino hacia atrás y la miro por un largo tiempo una vez más ahora que sé más acerca de ella. En serio. Me la quiero quedar.

Pero teniendo en cuenta las cosas que le hice, es probable que renuncie apenas salga de mi suite. Apunto hacia su vestido arrugado y su sostén que están en el piso.

—Vístete.

Antes que hacer o decir alguna otra cosa más que traumatice a la chica, me voy del baño y cierro la puerta al salir.

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