Un amor como este - Portada del libro

Un amor como este

Laila Callaway

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Chapter
15
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18+

Summary

Anastasja se muda a una nueva ciudad y decide visitar un club de BDSM. En su primera visita, le llama la atención el guapísimo Dom Ace Jackson. Cuando las circunstancias los juntan, él le pide que participe con él. Pero ninguno de los dos espera su química explosiva...

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19 Chapters

Capítulo Uno

Anastazja

Anastazja Gajeski no se percató de las miradas acaloradas que se posaban en ella, a pesar de estar recorriendo con sus enormes ojos cada centímetro del bullicioso club.

Su corazón latía demasiado deprisa, su respiración era demasiado agitada para que pudiera darse cuenta.

Se mordió el labio inferior y se dirigió directamente a la barra. Tenía un ticket que le valía para una consumición y decidió utilizarlo ahora. Le dio un largo sorbo al martini y se preguntó si había sido un error venir aquí.

Llevaba una banda que decía “Ocupada”, eso la protegía de las insinuaciones de los doms de la zona, y estaba muy agradecida por ello.

Normalmente, le habría encantado tener su atención, pero era su primera noche en ese club, era mejor que se controlara. Llevaba tres meses viviendo en esta ciudad buscando un club donde saciar sus necesidades BDSM.

Pero no era la primera vez que iba a un local de ese estilo. Solía frecuentar el de su ciudad natal antes de mudarse aquí, pero al no encontrar al dom adecuado para ella, se había limitado sobre todo a practicar el voyeurismo.

Encontrar la pareja adecuada era más difícil de lo que se podía pensar. Algunos doms esperaban demasiado de ella, mientras que otros no podían satisfacer sus expectativas. Sabía que tenía unos requisitos particulares y que no era la sumisa perfecta.

No le gustaba jugar con diferentes doms y buscaba una relación a largo plazo, una que se pudiera tener también fuera del club. No todos los doms querían eso.

Se dijo a sí misma que sólo había venido al club esta noche para echar un vistazo. Llevaba la bandapara mantenerse alejada de la arena y poder mirar a su alrededor sin distracciones.

Tras darle otro sorbo a su cóctel, volvió a echar un vistazo a la sala. Era un club BDSM de lo más común, parecido al de su ciudad, salvo que este tenía una decoración un poco más extrema.

La gente llevaba todo tipo de atuendos. Ella llevaba un modesto vestido negro corto, para no llamar la atención.

Pero poco se imaginaba la rubia explosiva que evitar la atención era imposible con su belleza. Su llegada había despertado la curiosidad de muchos de sus miembros.

Su pelo rubio y liso le caía hasta la cintura. Sus ojos eran hipnóticos, de un azul tan intenso que muchos se preguntaban si llevaba lentillas de color. Su piel era pálida y cremosa, sus rasgos angulosos y atractivos.

Evidentemente, era descendiente de Europa del Este, lo que no hacía sino aumentar su belleza.

Anastazja se terminó su copa y sacó el teléfono de su bolsillo para enviarle un mensaje a su hermana. Le escribió, maldiciéndola por haberla empujado a hacer esto.

Respiró hondo para tranquilizarse y se dijo a sí misma que la próxima visita sería más fácil y que estaba nerviosa porque era la primera vez.

Bajó del taburete en el que estaba sentada y decidió ir a ver alguno de los espectáculos. Quizás así olvidaría lo nerviosa que se sentía.

Un par de doms la saludaron con la cabeza mientras se paseaba por la sala. Ella les devolvió la sonrisa cortésmente, pero no hizo ningún otro movimiento que pudiera mostrar interés.

Había un par de shows en el local. Un hombre azotaba a su sumisa, que parecía disfrutar demasiado del “castigo”.

Anastazja pudo ver por qué estaba disfrutando: tenía un enorme consolador metido por el culo.

Se rio sutilmente de su situación y pasó al siguiente espectáculo. Embobada con el show de dos doms burlándose de una sumisa obediente, no se dio cuenta de que un nuevo par de ojos se fijaban en ella.

Ace

Ace Jackson acudió a trabajar aquella noche pensando que sería como cualquier otra. Como Dungeon Master (DM), su trabajo consistía en proteger a los clientes del club y asegurarse de que todo el mundo se comportaba de forma segura.

Había ocho DM en el piso inferior y cinco más en el superior que se turnaban para observar las distintas zonas.

Esa noche era el encargado de vigilar los diferentes espectáculos. Debía permanecer cerca de los escenarios y asegurarse de que se desarrollaban sin problemas.

Ace solía siempre acercarse más de lo necesario. Su cometido era intervenir si las cosas iban mal o si percibía que alguna sumisa corría el riesgo de sufrir algún tipo de daño que no había consentido.

Escuchaba lo que decían los doms, disfrutando de las interacciones con sus sumisas.

Echaba de menos sentir eso. Había pasado mucho tiempo desde la última vez. Demasiado tiempo.

Se había interesado por primera vez por el BDSM en el instituto. Lo había experimentado con su novia, y habían disfrutado de sus escenas juntos durante cuatro años.

Pero después de graduarse, ella decidió que quería una relación normal y que, aunque era divertido poder experimentar en la universidad, el BDSM no podía continuar más allá.

Ace descubrió que no podía hacerlo. Aunque disfrutaba de algunos aspectos de tener una relación normal, no podía vivir su vida sin el BDSM. Le ofrecía el control que necesitaba para poder funcionar.

Una vez soltero, las cosas se le fueron de las manos. Las sumisas del club se lanzaban a por él, desesperadas por tener algo con el hombre que había estado fuera del mercado durante los dos años que llevaba siendo socio.

A pesar de sentirse halagado al principio, terminó harto de las constantes peticiones. Cada vez que intentaba entablar una relación con una sumisa, se daba cuenta de que no tenían ningún tipo de conexión fuera del club.

Todas las citas a las que acudía fracasaban estrepitosamente. Había química durante el momento del show, pero cuando estaban vestidos, en un restaurante, la chispa desaparecía.

Ahora, tras un año de intentos fallidos, se había dado por vencido. Ocasionalmente, ayudaba en los espectáculos, sobre todo cuando otro dom necesitaba orientación o apoyo.

Por el momento, su plan era encontrar a una mujer fuera del club y atraerla al lado oscuro del BDSM.

Pero cuando esa rubia se acercó a ver el show, su plan se fue al traste. Los ojos de Ace abandonaron la escena para posarse lentamente en ella y recorrer de arriba abajo a la delicada sumisa.

Los tacones de aguja negros añadían centímetros a su estatura, pero él calculaba que medía alrededor de un metro setenta o un metro setenta y algo sin ellos. Su cuerpo menudo estaba comprimido bajo un vestido negro ajustado. Se ceñía a su culo y era lo bastante corto para mostrar mucha pierna.

Sus pechos parecían tener el tamaño justo para que sus manos los rodearan. Los dedos de Ace se cerraron involuntariamente en puños, sintiendo la urgente necesidad de tocarla.

Quería envolver ese pelo rubio suyo alrededor de sus manos para sostenerla exactamente donde la quería. Sus puntas perfectamente lisas rozaban su redondo culo mientras la chica caminaba moviendo las caderas.

Notó cómo la pequeña sumisa había atraído la atención de los doms más cercanos. Se sintió incómodo por su fastidio al ver que otras personas la miraban con lujuria.

Sacudió la cabeza y volvió a centrar la atención en el show. Se reprendió a sí mismo, recordándose que debía concentrarse. Las sumisas confiaban en él para que interviniera si las cosas iban demasiado lejos; no podía traicionar su confianza.

Pero por mucho que lo intentara, no pudo evitar que sus ojos se desviaran repetidamente hacia la rubia durante todo el espectáculo. Su rostro expresivo reflejaba todas sus emociones: puro y crudo deseo mientras veía a los doms tomar a su sumisa, empatía cuando la sumisa era azotada, y alegría cuando los doms ayudaron a la sumisa a levantarse sobre sus temblorosas piernas al final.

Ace nunca se había decantado por la belleza convencional o artificial. Le gustaban las mujeres naturales, las que combinaban belleza y personalidad. Enseguida se dio cuenta de que aquella mujer tenía ambas cosas.

En cuanto se dio la vuelta para seguir su camino, captó su mirada. El tiempo se detuvo por un instante, sus miradas se cruzaron y sus corazones latieron al mismo ritmo.

Sus mejillas estaban ahora calientes. La chica rompió la mirada antes de darse la vuelta. Cuando levantó la mano para apartarse el pelo de la cara, Ace vio el brazalete de Ocupada en su muñeca.

La decepción lo inundó. Fue como un puñetazo en las tripas.

No está disponible, obviamente. Es demasiado seductora para no haber sido comprada ya.

Obligó a llevar su mirada de nuevo hacia el espectáculo y trató de sacudirse el sentimiento de tristeza que se había apoderado de él.

Anastazja

Los shows no lograron apartar mi mente del DM. Nuestros ojos se habían cruzado solo unos segundos, pero esos segundos habían sido más placenteros que cada minuto de tiempo que había pasado con mi exnovio.

Era como si la atracción sexual se hubiera tragado el aire a nuestro alrededor.

No tenía ni idea de si el DM también lo había sentido, pero por la mirada ardiente que me dirigió perecía que sí.

Era un DM, lo cual era irritante. No había ninguna posibilidad de participar en ningún show con él. Y menos esta noche, ya que era mi primera noche, pero esperaba volver.

Observé algunos espectáculos más y me encontré frustrada, incapaz de quitarme al sexy DM de la cabeza. Era guapísimo comparado con todos los presentes, y un auténtico dios si lo comparabas con el público de fuera.

Nunca había visto a alguien tan guapo que me hiciera detenerme en seco. Tenía el pelo de un intenso color chocolate, lo bastante largo para estar despeinado, pero lo bastante corto para que no le cayera sobre los ojos.

Sus ojos. Oh, sus ojos.

Podía ver su color a leguas: una mezcla de gris y verde, como la salvia. Su rostro era verdaderamente el de un Adonis, con una nariz fuerte y aguileña como la de un emperador romano, pómulos prominentes y labios carnosos. Su bronceado, más oscuro que el de cualquier otro, encendió mi deseo al instante.

Llevaba el mismo atuendo que los demás DM: camisa y pantalones negros. La camisa debía de estar hecha a medida para él, ya que se ajustaba perfectamente a cada centímetro de sus abultados músculos.

Una banda blanca con las letras DM impresas en ella se envolvía alrededor de su bíceps.

Maldiciéndome en voz baja, comprobé mi teléfono y vi una llamada perdida de Agnieszka, mi hermana.

Los teléfonos no deben usarse en la zona principal, ya que pueden incomodar a otros miembros, que podrían pensar que les estás grabando.

Así que salí a la zona exterior. Marqué el número de mi hermana y escuché el tono de llamada. Contestó después de dos tonos.

En un polaco demasiado rápido hasta para mí, me confirmó con entusiasmo que había conseguido el trabajo para el que se la había entrevistado la semana pasada. La felicité y compartí su entusiasmo.

Llevaba mucho tiempo queriendo un nuevo trabajo y, tras una semana de silencio por parte de la empresa, a las dos nos preocupaba que no lo consiguiera.

Salté y brinqué mientras la escuchaba,, rebosante de alegría. Prometimos volver a hablar mañana y nos despedimos.

—Zadzwonię do ciebie; pa, siostrzyczka. [Te llamaré; adiós, hermanita].

Colgué y guardé el teléfono en el bolso. Me di la vuelta y me quedé helada de sorpresa cuando vi al DM haciendo guardia junto a las puertas del patio.

Sus ojos me acariciaban con un deseo palpable. Era imposible no verlo.

—Umm, ¿hola?

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