Amor de medianoche

Amor de medianoche

—Nena.

Tiene que estar bromeando. Sabe que estoy agotada.

Había tenido una semana infernal. El trabajo era estresante, había hecho horas extras y la tensión ya me estaba afectando el sueño. Lo ignoré y me dispuse a volver al país de los sueños.

—Nena —mi marido se deslizó en la cama a mi lado y me acurrucó por detrás.

A pesar de la intrusión en mi sueño, volví a acurrucarme en su pecho desnudo. Siempre estaba tan abrigado, y yo agradecí el calor reconfortante de su cuerpo cuando su brazo se deslizó por mi cintura para atraerme contra él.

—¿Estás despierta?

—No... —refunfuñé en respuesta. Por favor, déjame dormir...

—Vale, buenas noches —me agarró de la cadera para apoyarme contra su pecho. Sus labios depositaron un susurro de beso en mi mejilla, y luego en la comisura de mis labios.

Giré la cabeza para devolverle el beso de buenas noches. En lugar de un beso rápido, nuestros labios se entrelazaron como siempre lo hacían en los años que llevábamos juntos.

Su agarre se tensó en mi cadera, y sentí cómo empezaba a endurecerse en la base de mi espalda. Su lengua me lamió los labios y agradecí el contacto con los míos.

Pronto, ya no era solo su cuerpo el que me daba calor. El calor floreció en mi interior y mi corazón empezó a acelerarse. Había algo en su tacto y en su beso que siempre encendía fuegos artificiales en mi cuerpo.

No pude contener el gemido que se me escapó cuando apretó su erección contra mí. Nuestros labios se separaron, pero no me atreví a abrir los ojos.

Un gruñido animal reverberó de él mientras sus dientes mordisqueaban mi cuello. Oh, mi... él sabía que era mi debilidad. Todo lo que tenía que hacer era darme unos cuantos besos en el cuello, y yo estaba muerta.

Su mano se movió desde mi cadera para deslizarse por debajo de mi camiseta y agarrarme bruscamente el pecho. Su dedo y su pulgar hicieron rodar mi pezón entre ellos, enviando descargas de placer del pezón al coño.

Grité. ¿Cómo no iba a gritar? Su boca era caliente y pesada contra mi cuello: lamía, chupaba, besaba y mordía. Me encantaba. Sabía que me quedaría indefensa solo con este tratamiento.

La humedad se acumuló entre mis muslos, y me revolví contra él, entregándome libremente y ofreciéndole mi cuerpo en bandeja para que hiciera lo que quisiera.

—Joder, qué guapa eres —gruñó mientras me rozaba la clavícula con los dientes para clavármelos directamente en un pezón. Trabajó mis pezones con pericia, con su cuerpo medio cubierto por el mío.

Mis manos se aferraron a su pelo, tirando, empujando, dirigiendo -ya no lo sabía-, mientras mi espalda se arqueaba para acercarme todavía más a él.

Su mano apartó mis bragas y unos dedos expertos acariciaron mi núcleo mientras él se reía contra mis pechos. —Estás muy mojada.

—Por supuesto que lo estoy... y te culpo completamente —gemí de vuelta.