Mesa once - Portada del libro

Mesa once

Lora Tia

Capítulo 2

MASON

Mason Dimitri era un hombre del Renacimiento.

Y prefería mantenerse alejado de L'Éclipse en la medida de lo posible por esa razón. Tenía un socio que reclutaba mujeres para su empresa porque a él no le gustaba ensuciarse las manos, no así.

Octavia, esa investigadora, y sus agentes, lo observaban como buitres; no podía darles ninguna ventaja.

Elnora estaba en otra liga. La miró mientras esperaban la limusina en el parking subterráneo.

Las mujeres que le proporcionaba Ricario solían seguir siempre el mismo patrón: desesperadas y un poco bastas. Por eso nunca pujaba por ellas.

Aunque no le gustara acudir mucho, no podía alejarse completamente de L'Éclipse; era el club privado donde la mafia y los cárteles se reunían para hacer negocios.

Y donde, de la manera más discreta, se subastaban mujeres.

Esta noche, su reunión con el cartel de Adrien para cerrar la negociación del Paso de la Costa era la razón por la que estaba allí.

Al llegar, echó mirada a la famosa mesa once y no pudo apartar los ojos: Elnora tenía una belleza devastadora.

Su vestido era ajustado y envolvía una figura pequeña y esbelta que estaba deseando explorar. No pudo evitar sentir una descarga eléctrica de deseo al fijarse en esos hermosos ojos color avellana que hacían juego con el ombré de su pelo.

—Una entrada secreta subterránea, ¿eh? Qué pintoresco —dijo Elnora, con un tono acusador en su voz. Sus ojos volvieron a recorrerlo, y sus labios se apretaron.

—No es secreta, Elnora.

Sus ojos se entrecerraron un poco mientras volvía a esperar.

¿Qué hacía Elnora en un lugar como ese? ¿En la mesa once? Necesitaba desesperadamente saber dónde y cómo había llegado a las manos de Ricario.

Tal vez podría preguntarle, pero prefería que ella me lo contara por su cuenta, aunque no parecía que tuviera intención de hacerlo.

Observaron cómo la limusina se detenía frente a ellos y ella le dirigió una mirada sospechosa.

—Siento haberle hecho esperar, señor Dimitri —dijo el chófer, apresurándose a abrir la puerta.

Mason lo ignoró y le hizo un gesto a Elnora para que entrara. Ella subió tranquilamente y él, en cambio, esperó, preguntándose por qué había roto esa regla por ella.

Nunca había pujado antes por la mesa once, pero al ver a Elnora, ahora en la parte trasera de su limusina, no había podido evitarlo. Sabía que Antonio se reiría mucho de él por eso.

Pero había ganado, y ella era su premio.

Con el que hacer lo que quisiera.

A diferencia de las otras mujeres subastadas en L'Éclipse, ella no parecía preocuparse por lo que él pretendiera hacer con ella, y eso lo estaba matando de curiosidad.

—¿Señor? —lo llamó el chófer, sacándolo de sus pensamientos.

Mason subió a la limusina tras ella, que lo estaba esperando colocada en el asiento de tal manera que quedaran uno en frente del otro. La mirada rebelde de Elnora no era propia de una dama de Ricario.

—Supongo que no nos dirigimos a ningun sitio para comer ni tomar nada, ¿verdad? Quiero decir, que eso podríamos haberlo hecho aquí.

Ahí estaba de nuevo, esa cosa extraña en ella. ¿Creía que iba a ser su amante? Hizo una pausa.

—¿Tienes hambre? —preguntó Mason. No le importaba ir a comer algo por el camino.

—No.

Y no dijo nada más, sólo lo observó con una chulería intencionada en sus ojos.

—¿Entonces por qué me preguntas eso?

—Era una manera de preguntar a dónde nos dirigimos.

Ella se encogió de hombros con una despreocupación que lo irritó. Por un momento, al mirarla a los ojos, con aquellos labios rosados curvados en una sonrisa malvada, supo por qué había ido a por ella.

Elnora irradiaba placer.

—¿Dónde crees? —Mason se lo preguntó sinceramente. ¿Acaso no sabía cómo funcionaba esto? Ella era suya, y no podía esperar a que llegaran a su casa para demostrárselo.

Para desenvolver su fascinante regalo. Sus ojos se deslizaron sobre ella y, tras recorrer su cuerpo, volvieron a centrarse en su mirada.

Nerviosa, Elnora habló: —Sorpréndeme.

Su respuesta le hizo cosquillas debajo del ombligo, y se recolocó en el fino cuero marrón del asiento de la limusina.

—Oh, tengo intención de hacerlo.

Elnora se rio en voz baja y luego apartó la mirada de él mientras se relamía los labios, ocultándole su expresión. Odiaba que hiciera eso; quería verlo todo, saberlo todo de ella.

Así que se movió, acercándose más. Elnora se giró hacia él, con la tensión y la sorpresa reflejadas en sus ojos mientras lo miraba. Estaba claro que ella pretendía aguantar, a pesar de lo evidente que era su deseo.

Mason respiró su aroma: flores de cerezo mezcladas con el aroma limpio del jabón. Le cogió la cara y sintió que se estremecía en su mano. Su mirada se dirigió a los labios rosados que lo habían estado provocando desde que se fijó en ella.

—Cuidado, Ícaro, podrías quemarte —ronroneó.

Necesitó todo su esfuerzo para contener su deseo, su fascinación, su asombro. Sonrió un poco y trazó el contorno de sus labios con la yema de su dedo.

Se separaron, temblando bajo su contacto, y Elnora se esforzó por sostenerle la mirada.

—No quiero otra cosa El.

Cuando los ojos de ella se clavaron en los suyos, él se esforzó por recuperar el aliento. Luego se inclinó lentamente hasta que sus labios cubrieron los de ella en un beso feroz y posesivo.

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