Mi guerrero - Portada del libro

Mi guerrero

Arri Stone

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Chapter
15
Age Rating
18+

Summary

Huyendo de un ex que la maltrataba, Opal cae literalmente en los brazos de Warrior, un misterioso campeón de boxeo. Pero aunque el seductor agarre de Warrior es suficiente para arrastrar a Opal a un romance vertiginoso, está a punto de descubrir que es difícil escapar de un pasado peligroso. En el competitivo mundo del boxeo, hay oponentes en cada esquina del ring... y jugar para mantenerse a flote a veces significa jugar sucio.

Clasificación por edades: +

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74 Chapters

Chapter 1

Capítulo 1

Chapter 2

Capítulo 2

Chapter 3

Capítulo 3

Chapter 4

Capítulo 4
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Capítulo 1

Llovía a cántaros y la ligera blusa que llevaba dejaba ver su sujetador blanco mientras la lluvia la empapaba.

La falda de tubo se le pegaba a los muslos mientras corría por la acera.

Nunca había llovido tanto. Llovía a mares.

Ya no le importaban las bailarinas que llevaba, sin embargo, sí le importaba que alguien la viera llorar.

Corrió todo lo que pudo para alejarse de él, ya no le importaba... Había conseguido salir y se había escapado.

La había tenido encerrada en una habitación los últimos seis meses, sin dejarla salir. Cada vez que estaba en casa, le permitía salir de ese cuarto, pero solo después de asegurarse de que todas las ventanas y puertas estuvieran cerradas.

Tenía las piernas cansadas y le dolían los pulmones, pero siguió corriendo. Sabía que él no estaría muy lejos, sobre todo si se detenía.

Por fin llegó a un lugar donde había una puerta entornada. Entró sin siquiera comprobar de qué lugar se trataba. Nada podía ser peor que el lugar del que había escapado.

Totalmente sin aliento, se dejó caer contra el respaldo de la puerta.

—Por favor, Dios, no dejes que sepa que estoy aquí.

Apoyó su cabeza entre las rodillas y las abrazó mientras lloraba.

—Por favor, Dios, por favor, por favor. No dejes que me encuentre.

Oyó el chapoteo de unos pasos, contuvo la respiración y trató de escuchar para ver si seguían avanzando.

Por el ruido de la lluvia no era capaz de conseguir quién estaba al otro lado de la puerta.

Entonces, rezó en silencio para sí misma. El plan tenía que salir bien. Había planificado cuidadosamente la huida; además, se había ganado la confianza de Gareth antes de huir.

Por desgracia para ella, él no tardó en darse cuenta de que se había escapado por la ventana de su habitación.

Y es que cada vez que llegaba el momento de encerrarla de nuevo en su cuarto, Gareth la obligaba a desnudarse y la revisaba a ella y a la ropa que llevaba puesta antes de volver a recluirla.

Ella odiaba que él la tocara, pero esta vez tenía que arriesgarse para poder escaparse.

La última vez, había estado con la regla.

Mientras estaban en casa, él le permitía preparar la comida en la cocina, pero siempre bajo su vigilancia.

Poco a poco, había empezado a relajarse cuando ella estaba fuera de su habitación; no le había dado ninguna razón para desconfiar de ella. No como para no poder ir al baño ella sola.

Sí, suena bastante horrible, pero así era él.

Cuando fue al cuarto de baño para cambiarse, el tampón que se introdujo contenía su salvación: su secreto para poder salir de ahí.

Era un poco arriesgado, pero lo cierto es que cuando ella tenía la regla, él era menos minucioso a la hora de «revisarla»..

Había encontrado una pequeña horquilla. No sabía de quién era, tal vez de la limpiadora, pero lo deslizó en el centro del tampón antes de introducírselo.

No sabía si funcionaría, pero era su única esperanza.

Actuando con la mayor normalidad posible, continuó como si nada los últimos cinco minutos antes de que se la llevara escaleras arriba y le ordenara que se desnudara, como de costumbre.

Al darse cuenta de que estaba con la regla, no la tocó y la dejó volver a su habitación antes de cerrarle la puerta.

Al oír sus pasos alejarse, esperó cinco minutos antes de ir al pequeño cuarto de baño que tenía anexo a su habitación y se quitó el tampón, con el alfiler dentro, sustituyéndolo por uno nuevo.

Manteniendo oculto el alfiler, cada vez que se quedaba encerrada en la habitación intentaba forzar la cerradura de la ventana.

Fue la mañana en que llovía con fuerza cuando la cerradura se abrió con un chasquido y se dio cuenta de que podía ser libre. Bueno, casi.

Sonrió para sí misma mientras el aire fresco entraba por la ventana con el frescor de la lluvia. No había sentido la lluvia en la piel desde antes de conocer a Gareth y que éste la encerrara en su casa.

Cuando lo conoció era un perfecto caballero, hasta el punto de que ella se preguntaba qué le pasaba. A los tres meses de relación, la convenció para que se fuera a vivir con él.

Cuando ella aceptó, él estaba encantado y la hizo muy feliz.

Todo cambió a la semana de convivir juntos.

Ahora que era el momento de huir, decidió ponerse los zapatos más sencillos que tenía ya que sabía que iba a tener que correr. No sabía a dónde, tampoco tenía dinero y no sabía hasta dónde llegaría.

Temía lo que pasaría si la encontraba. ¿La encadenaría bajo llave y sin ninguna posibilidad de escapar?

Gareth sólo le permitía llevar una sencilla blusa blanca y una falda de tubo; no soportaba que se vistiera de otra manera. Tenía que llevar esa ropa desde que se despertaba hasta que se acostaba.

Se sentó a llorar en silencio detrás de la puerta por la que se había escabullido, rezando para que él no la encontrara.

Había cerrado la puerta al entrar. Ahora se había dado cuenta de que no sabía dónde estaba. Miró hacia arriba y alrededor del lugar: había un gran pasillo que conducía a una siguiente puerta.

Se preguntaba si debía levantarse y ver qué había detrás de la puerta.

Se limpió la cara y se levantó cómo pudo hacerlo: tenías las piernas temblorosas. Con dolor en todo el cuerpo por todo lo que había corrido y por la tensión que tenía encima, se apoyó en la pared porque sintió que se mareaba.

Entonces, escuchó cómo él gritaba su nombre. Estaba cerca.

—Vamos. Haz que tus piernas caminen.

Mientras avanzaba por el pasillo hasta la siguiente puerta, apoyó la mano en el picaporte.

Estuvo a punto de abrirla cuando entró. Allí estaba él, con la lluvia cayéndole sobre el pelo y con toda su ropa empapada.

Los latidos de su corazón aumentaron unas cien veces por minuto mientras tanteaba el pomo de la puerta y el pánico se apoderó de su cuerpo cuando él empezó a caminar hacia ella.

—Vuelves a casa, cariño. Sabes que has sido una niña muy traviesa. Espero que estés deseando recibir el castigo que te he preparado.

Él hizo un movimiento para agarrarla, y lo único que ella pudo hacer fue gritar.

—No...

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