Rebel Souls - Portada del libro

Rebel Souls

Violet Bloom

Capítulo 3

NATHAN

—¿En qué coño estabas pensando? —gritó Hawk, dándome un golpe en la cabeza.

—Mierda —dije frotándome el lugar donde me había golpeado, ignorando por completo su pregunta.

—¡Podrías haber echado a perder toda la misión! —gritó. Solo Hawk podía salirse con la suya hablándome así, pero si no se controlaba pronto, iba a tener que ponerle en su sitio.

—La misión ya estaba arruinada. Llevo tres semanas yendo allí casi todas las noches y no he visto una mierda. Me estaba preparando para irme cuando la vi.

Era mentira. Llevaba allí menos de diez minutos cuando aquella bomba morena, cuyo nombre aún desconocía, me llamó la atención y me distrajo por completo de mi misión.

—Le diste tu verdadero nombre, Blade —dijo, llamándome por mi nombre de carretera—. Y la tarjeta del único negocio legal que tenemos.

—Ha pasado más de una semana —dije. Tuve que esforzarme para que no se me notara la decepción—. Si no ha llamado ya, no lo hará.

—Aún no has tocado a Rain.

—No la he tocado desde que Jenny murió.

—¿Buscas a una mujer? —preguntó, con los ojos desorbitados por la sorpresa.

—Joder, no —respondí al instante—. Además, no está hecha para la vida en el club.

Eso solo era verdad en parte. Definitivamente, ella no estaba hecha para la vida en el club, pero sí era material de mujer. Material de esposa.

Joder. Siempre había pensado que mi padre no decía más que gilipolleces.

Decía que los moteros estábamos hechos de otra pasta. Nos follábamos a quien queríamos, pero en cuanto encontrábamos a “la elegida” nos centrábamos y no volvíamos a mirar a ninguna otra mujer. Siempre le dije que era mentira.

Joder, el viejo había tenido razón.

Podría hablar con él sobre eso. Pero entonces se lo diría a mamá. Y entonces todo el mundo lo sabría.

—Te folló en el baño de una discoteca sin siquiera saber tu nombre. Parece que encajaría bien aquí.

Casi escupo mi cerveza. —No —volví a decir—. Ella es diferente. No puedo explicarlo.

Hawk se limitó a encogerse de hombros. El infierno se congelaría antes de que decidiera buscarse a una mujer, así que no entendía lo que estaba pensando.

No sabía qué tenía ella. Pero era ella. Ella fue la que me hizo no querer estar nunca más con otra mujer.

Cuando la vi en la pista de baile, era como si se estuviera quitando los problemas de encima bailando.

Tenía los ojos cerrados y estaba demasiado absorta en la música para darse cuenta de que yo la miraba. O de cualquiera de los otros hombres de la discoteca que también la miraban.

Sin embargo, su amiga me había pillado y me había delatado. Me di cuenta de que le gustaba lo que veía, así que fui a por ello.

Debería haberle pedido su número.

—Tenemos que convocar iglesia.

No hablaba de follar en la discoteca, sino de cómo habíamos perdido casi un mes en un callejón sin salida. No estábamos ni remotamente cerca de averiguar lo que realmente le pasó a Jenny.

—Ya lo sé —le espeté, mirándole fijamente. Levantó las manos, admitiendo su derrota—. Treinta minutos —dije, bebiéndome el resto de mi cerveza—. Que vengan los chicos.

Me levanté y me dirigí a mi despacho. Me pasé las manos por el pelo, frustrado.

La muerte de mi hermana ya debería haber sido vengada. Cuanto más tiempo pasaba sin ella, peor hermano me sentía. Ella no merecía morir así.

No podía traerla de vuelta, pero podía vengarme de quien lo hizo.

Obsesivamente, comprobé mi teléfono, esperando, deseando que apareciera un número desconocido y fuera ella.

Pasaron treinta minutos. Mis chicos se avergonzarían si supieran con qué frecuencia miraba la pantalla de mi teléfono.

Joder.

Estaba perdido. Hawk ya lo sabía. Esperaba que supiera mantener la boca cerrada.

Cuando los chicos empezaron a entrar en tropel en la iglesia, esperé en silencio a que se calmaran. Sabían cómo funcionaba y lo hicieron casi de inmediato.

—Ha pasado casi un mes desde que Jenny murió. —El silencio pareció hacerse aún más fuerte.

Los ojos de Bear se llenaron de lágrimas mientras luchaba por contenerlas. Su padre había sido asesinado por un club rival cuando él y Jenny tenían trece años. Había vivido en la sede del club hasta que ingresó como miembro oficial a los dieciocho.

Llevaba enamorado de ella desde los quince años. Ella le rompió el corazón al pobre desgraciado. Él quería que fuera su mujer, pero ella decidió convertirse en policía. Había bebido hasta casi morir cuando lo rechazó.

Habían pasado casi tres años y la luz por fin empezaba a volver a sus ojos. Entonces ella murió.

Cualquier misión que nos propusiéramos para vengarla, él la usaría como misión suicida. Tenía que asegurarme de que eso no sucediera.

No estaba tan unido a él como a Hawk y Bender, que eran literalmente como hermanos para mí, incluso sin el parche del club, pero hubo un tiempo en que pensé que se convertiría en mi cuñado.

—Y no estamos más cerca de averiguar quién la mató. —Una serie de gruñidos bajos siguieron a mis palabras—. Mi operación encubierta no tuvo éxito.

Le lancé una mirada a Hawk, instándole a que mantuviera la boca cerrada. Lo hizo. A veces era listo.

—He llamado a mi contacto en los Bloodhounds —dijo Bubbles, antes de que pudiera preguntar.

Asentí con la cabeza. —¿Eco?

—He estado tratando de averiguar quién era el otro policía encubierto que estaba con Jenny. El problema es que no sé si es hombre o mujer o si entraron antes o después de ella en la misión.

Pulsó algunas teclas de su teclado antes de girar el portátil hacia mí. Me incliné hacia delante, con los codos apoyados en la mesa, mientras analizaba las dos fotos que aparecían en su pantalla.

—A estos dos no puedo entenderlos. José Rodríguez y Stacy Summers. Solo existen sobre el papel desde hace unos años.

—Busqué sus fotos en todas las bases de datos que pude piratear y no encontré ni una. Alguien creó sus identidades.

—Eso no significa que sean policías —añadió Bender.

—Cierto —dije mientras más murmullos de acuerdo recorrían la sala—. Sigue buscando.

—¿Y si cogemos a un traficante de la calle? — sugirió Hawk—. Usarlo para llegar a su jefe. Su jefe para llegar al jefe de su jefe y así hasta llegar a la cima.

—Complicado —dije—. Si saben que vamos a por ellos, vendrán a por nosotros primero —Las fosas nasales de Hawk se abrieron y me di cuenta de que quería discutir.

El padre de Hawk había sido presidente, mientras que el mío era su vicepresidente. Todos esperaban que Hawk fuera el siguiente en ser elegido para el mando, pero a la hora de la verdad, yo era el mejor para el puesto.

Hawk era un poderoso ejecutor. Podía torturar a cualquiera y sonsacarle información. Pero actuaba sin pensar.

¿Yo? Yo era tranquilo y sereno, evaluando constantemente los posibles resultados y cómo hacer que esos resultados favorecieran al club.

A veces aún le resultaba difícil asimilarlo. Había estado convencido de que conseguiría el mazo hasta los veintitrés. Joder, los dos lo creímos.

Pero cuando su padre nos sentó y nos dijo que se jubilaba, había dejado claro quién creía que era mejor para el puesto. Hawk se lo tomó bien, diciendo que nunca había querido el mazo de todos modos.

La mayoría de la gente pensaba que una vez dentro del club no había salida. Eso era cierto en su mayor parte.

Pero a los que querían retirarse, se lo permitíamos. Habían demostrado su lealtad y no había razón para creer que eso cambiaría si se retiraban.

Oficialmente seguían formando parte del club, pagaban sus cuotas y montaban sus motos cuando era necesario, pero no votaban y solo recibían una fracción de los beneficios de nuestros negocios.

El padre de Hawk y el mío eran hijos de dos de los miembros fundadores. No podíamos haber elegido otra vida. Y aunque hubiéramos podido, no lo habríamos hecho.

Nadie dijo nada. Era la primera vez que me sentía realmente desamparado desde que me convertí en presidente seis años atrás. Y se trataba de mi propia hermana, lo que me hacía sentir aún más impotente.

—Eco, sigue investigando —dije—. Bubbles, quiero que me avises en cuanto tu contacto llame con algo útil. —Ambos asintieron—. ¿Algo más?

Silencio.

—Podéis retiraros. —Los chicos se levantaron rápidamente, saliendo de la habitación a empujones como niños pequeños al salir de la clase. Hawk permaneció sentado.

—Bear —lo llamé antes de que pudiera salir de la habitación y le di una patada al taburete en el que había estado sentado Bender, señalándolo.

—¿Presi? —preguntó, sentándose.

—No puedo permitir que vayas por tu cuenta —empecé.

—Ni idea de lo que estás hablando, Presi. —Su actitud impasible me estaba cabreando.

Manteniendo la voz baja, me incliné hacia delante, obligándole a mirarme a los ojos. —Si no creo que puedas seguir órdenes, te encerraré en una celda cuando vayamos a llevar a cabo esta misión.

Su rostro palideció. Sabía que no bromeaba. —Te quiero como a un hermano, tío —le dije en un tono menos duro—. Yo también la echo de menos. Pero cuando hagamos esto, lo haremos bien. Entramos enteros y salimos enteros.

Se limitó a asentir, pero vi los demonios contra los que luchaba en su interior. Ahora que estábamos los tres solos, dejó caer algunas lágrimas aisladas.

—¡Joder! —maldijo, echando la cabeza hacia atrás mientras lanzaba un grito de agonía.

—Tardé tres años en superar que me dejara para ser policía. Si se hubiera enamorado y casado, me habría quedado destrozado. Pero habría estado bien, sabiendo que era feliz y estaba a salvo, ¿sabes?

—¿Pero esto? —respiró hondo— ¿Cómo puedo vivir en un mundo donde ella simplemente se ha ido?

—Igual que yo —le digo—. Un día a la vez. Joder. Si eso es demasiado, una hora, un minuto, un segundo. —Había empezado minuto a minuto, pero ahora estaba en el punto en el que podía tomármelo día a día.

—Mantente alejado de los problemas, hombre. Si necesitas hablar...

Me cortó antes de que pudiera continuar. —Puedo acudir a ti. Lo sé.

—Joder, no —dije, provocando su risa—. Para eso está Doc. —Los tres nos reímos y me sentí bien. Reír había sido difícil desde que ella se había ido—. Fuera de aquí.

Una vez que se marchó, Hawk se encendió un cigarrillo. —¿De verdad crees que se va a ir de rositas?

—¿Recuerdas cómo era cuando ella lo dejó? —Hawk hizo una mueca al invadirle los recuerdos.

No había sido bonito.

—¿Y tú? —disparó, con voz acusadora— ¿Y esta chica?

—Déjalo —le dije—. No va a llamar. —Intenté parecer indiferente, aunque allí en medio de la iglesia sentía que el teléfono me quemaba en el bolsillo.

Me miró, sin creerse nada de lo que salía de mi boca, pero no hizo más comentarios. —Necesito un trago —le dije.

Nos dirigimos hacia el bar. Brenda nos dio un chupito a cada uno y una cerveza fría. Mientras miraba a mi alrededor, vi a los chupasangres que se pegaban a cualquier hombre soltero, que eran muchos.

Solo dos de mis chicos estaban casados, el resto se había comprometido eternamente con la vida de soltero. Vi a Rain en la esquina; estaba claro que me había estado esperando, porque en cuanto me vio se acercó.

—Hola, cariño —sonrió seductoramente. El apodo me hizo estremecer.

—Rain. —La saludé con la cabeza antes de girarme para hablar con Hawk, pero el cabrón ya había desaparecido.

Lo vi deslizándose en una cabina junto a uno de los aspirantes que estaba ligando sin remedio con una de las chupasangres más jóvenes, cuyo nombre nunca recordaba.

—¿Quieres ir arriba? —preguntó Rain, rodeando mi cuello con sus brazos.

—No.

—No seas así —me dijo, con sus uñas ridículamente largas, postizas y pintadas de neón arañándome la piel.

—Rain —grité—. Suéltame. —Su tacto me hizo estremecer. No me importaba que se hubiera acostado con la mitad de mis hermanos y se la hubiera chupado a la otra mitad. Podía hacer lo que quisiera; estaba soltera.

La idea de que la morena de la discoteca estuviera con un montón de otros tíos ni siquiera me molestaba. Mientras una vez la pillara fuera solo mía, su pasado era solo eso. Pasado.

En lugar de escucharme, Rain se apretó aún más contra mí. —Puedo hacer que te sientas bien —susurró, acercando su boca a mi oído.

—No.

—Blade. —Mi nombre salió de su boca en un gemido de deseo. Ni siquiera sabía mi verdadero nombre.

Pero la chica de la discoteca, sí.

Si no se ponía en contacto conmigo, tendría que volver e intentar encontrarla de nuevo. Había pasado más de una semana y aún no sabía nada de ella. A cualquier otra la habría olvidado hace tiempo. Pero a ella, no.

—Rain. Déjame en paz. —Estaba tratando de mantener mi voz baja, sin querer causar una escena, pero ya había algunos ojos sobre nosotros.

—¿Qué pasa, cariño?

Cristo.

—Rain. Quítame las manos de encima ahora mismo, joder —dije, tan alto que todo el club, todos los Rebel Souls y todos los chupasangres de la sala se volvieron a mirar.

El dolor se reflejó en su rostro y se le llenaron los ojos de lágrimas, pero me dejó ir. Solté un largo suspiro, sin darme cuenta de que lo había estado conteniendo.

Parecía enfadada.

Pisando fuerte —sí, como una niña pequeña— se dio la vuelta y salió de la sede del club, con el culo asomando por fuera de la falda de cuero y un top rojo que le cubría menos que un sujetador.

Brenda, siempre intuitiva, puso otro chupito y una nueva cerveza sobre el mostrador. —Gracias —dije, dedicándole una sonrisa y un guiño antes de dirigirme hacia donde estaba sentado Hawk.

—¿Estás bien?

—Sí —respondí.

—¿La rechazaste por la chica de la discoteca? —Le lancé una mirada acusadora, pero el aspirante que tenía al lado estaba tan absorto en lo que decía la rubia sentada en su regazo que podrían empezar a volar balas y no se daría ni cuenta.

—No. —No di más explicaciones.

A medida que avanzaba la noche, las actividades sexuales en el club no hacían más que aumentar.

Cuando subí a mi habitación, había un trío encima de la mesa de billar. Dios bendiga a los aspirantes que tendrían que limpiar esa mierda por la mañana.

A la mañana siguiente, cuando me desperté, bajé a tomar un café. Megan ya estaba preparando el desayuno mientras los aspirantes limpiaban el desorden de la noche anterior.

Acepté agradecido una taza de café y me dirigí a un reservado. Le di un sorbo y miré el móvil por enésima vez desde que me había despertado.

—Buenos días —refunfuñó Hawk mientras sorbía su propio café. Jugué con mi teléfono, dándole vueltas en la mano. Hawk se dio cuenta, pero guardó silencio.

—¿Quieres salir a montar en moto? —pregunté.

—Joder, sí —dijo, tragándose el resto de su café.

Nos dirigimos al aparcamiento y arrancamos nuestras motos. La mía era una Fat boy negra con el logotipo de los Rebel Souls pintado. La de Hawk era una Road King negra y roja.

No tardamos mucho en llegar a la autopista. El viento contra mi piel era la sensación más liberadora que había sentido nunca.

Seguí a Hawk mientras conducíamos por las carreteras del desierto, con un tráfico cada vez más escaso cuanto más nos alejábamos de la ciudad.

Incluso aquí, en medio de la nada, en mi moto, seguía sin poder quitarme a esa mujer de la cabeza.

Lo único que podía imaginarme eran esos torneados y blancos muslos envolviéndome mientras ella me rodeaba la cintura con los brazos, agarrándose fuerte mientras conducíamos.

¿Le encantaría la sensación y me diría que fuera más rápido, o se asustaría y enterraría la cabeza en mi espalda y se agarraría a muerte contra mí?

Esperaba lo primero, pero que me apretara más tampoco me parecía una mala opción.

Una vez de vuelta a la sede del club, Hawk encendió un cigarrillo antes incluso de bajarse de la moto. Había tenido que pasar cuatro horas enteras sin fumar. —Estás jodido.

—¿Por qué?

—Normalmente, cuando volvemos de un viaje, tienes una sonrisa de felicidad en la cara. La misma cara que pone un niño cuando su padre le da un billete de cinco y le deja libre en una tienda de caramelos.

—Pero ni siquiera este paseo lo consiguió. Estás pillado por esta chica.

—Lo sé —admití.

—¿Vas a volver al club?

—Sí —dije, encendiendo mi propio cigarrillo.

—Yo también —sonrió. Me quedé mirando—. Dijiste que sus amigas también eran monas. —Se encogió de hombros. Me reí de él mientras entrábamos en el club.

Como no estaba de humor para fiestas, me fui a mi habitación y solo bajé para cenar y pedir otra cerveza, marchándome antes de que nadie pudiera entablar conversación conmigo.

Aún era temprano, pero estaba agotado. Dejándome arrullar por el ritmo del bajo del piso inferior, soñé con sus ojos marrones y su pelo castaño.

***

Cuando me desperté, ya eran más de las diez. Hacía años que no dormía hasta tan tarde. Lo primero que hice fue mirar el móvil.

Nada.

Me fui directamente a la ducha. Cuando terminé, me envolví la cintura con una toalla y me dirigí al armario.

Mi teléfono sonó y lo cogí. Un número desconocido apareció en mi pantalla y lo abrí con impaciencia.

DesconocidoHola, Nathan. Soy Rachel... la chica de la discoteca. ¿Me recuerdas? ¿Quizás quieras salir mañana por la noche?

¿Acordarme de ella? No podía dejar de pensar en ella.

¿Y que si quería salir? Eso ni siquiera era una pregunta. Tecleé con impaciencia, fijando una hora y un lugar.

Por fin sabía su nombre.

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