Carrero - Portada del libro

Carrero

L.T. Marshall

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Chapter
15
Age Rating
18+

Summary

Emma Anderson tiene todo bien atado en la vida. Tiene un trabajo perfecto en un imperio de Manhattan, lo que le permite vivir una existencia tranquila, organizada y segura, algo necesario después de una infancia llena de abusos. Ha trabajado duro para llegar donde está y acaba de conseguir un ascenso increíble. Sólo hay un problema: el ascenso viene acompañado de un jefe que podría hacer descarrilar todo lo que creía necesitar en su vida. Jake Carrero, playboy multimillonario. Él es todo lo que ella no: compulsivo, dominante y seguro de sí mismo, con una actitud relajada sobre el sexo y las citas. A medida que sus vidas se entrelazan más y más, las líneas se desdibujan y los cuidadosos muros que Emma había construido empiezan a desmoronarse.

Clasificación por edades: +18

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83 Chapters

Chapter 1

Capítulo 1

Chapter 2

Capítulo 2

Chapter 3

Capítulo 3

Chapter 4

Capítulo 4
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Capítulo 1

Entrecierro los ojos en busca de algún defecto en mi inmaculada armadura (pelos sueltos, motas de polvo o telas arrugadas) y no encuentro ninguno.

Nunca me ha gustado mucho mi propio reflejo, con mi aspecto juvenil, mis fríos ojos azules y mis labios marcados. Pero hoy nada está fuera de lugar, y mi aspecto es el adecuado para mi nuevo papel de asistente personal de mi famoso jefe.

Por fuera parezco profesional y capaz, que supongo que es lo que importa: luzco tranquila e inflexible, con cada detalle en su sitio y la ropa impecable.

Siempre se me ha dado bien ocultar la verdad sobre cómo me siento por dentro.

Me deslizo sobre los tacones de aguja con un movimiento lento y cuidadoso, manteniendo el equilibrio con una mano apoyada en la pared. Al oír movimiento en la habitación detrás de mí, me chequeo en el espejo nuevamente.

—Buenos días, Ems. Dios, estás tan profesional como siempre —Sarah ahoga un bostezo al salir de su habitación y se frota los ojos con el dorso del puño infantilmente mientras yo la observo en el reflejo detrás de mí.

No es habitual que se levante tan temprano en su día libre. Desde que la conozco, a Sarah nunca le han gustado las mañanas.

Lleva una holgada bata rosa y su desordenado pelo rubio decolorado le sobresale de la cabeza en todos los ángulos, tan despreocupadamente adorable como siempre. Siento un gran afecto por ese manojo de alegre energía.

Sus ojos azules brillantes están cargados de cansancio mañanero y me observa atentamente con una sonrisa tonta en la cara. Demasiado atentamente para mi gusto.

—Buenos días, Sarah —sonrío ligeramente, intentando ignorar cómo me mira, y me enderezo para ponerme de pie.

Me doy la vuelta, levanto mi maletín del suelo y me dirijo a nuestro apartamento tipo loft.

Siempre soy consciente de mis movimientos y mis ademanes cuando estoy bajo escrutinio, incluso cuando es ella quien me inspecciona. Me libero de la tirantez de mis nervios de hoy, me trago el desgano, me esfuerzo al máximo por contener el remolino que siento en mi estómago.

—Recuerda, tienes que estar aquí a las diez... la reparación de la caldera —le recuerdo mientras arrastra los pies detrás de mí hacia la zona del salón, intentando distraerla de lo embobada que parece estar.

Repasar mi agenda mentalmente como si fuera una lista de tareas me da algo más en lo que pensar aparte de mi malestar de hoy.

—¡Lo sé, lo sé! Me dejaste un memo en la nevera, ¿recuerdas? —suelta una risita infantil y me lanza una mirada paciente, levantando una ceja con expresión casi indulgente.

Parece mucho más joven que su edad, y a veces olvido que fuimos juntas a la universidad. Hoy en día me parezco más a su tutora que a su compañera de piso, pero quizá siempre ha sido así, si soy sincera.

Suspiro de nuevo, aplacando el apretado nudo de aprensión que crece en mi interior, y le dirijo una pequeña sonrisa de valentía.

—No lo olvides —le digo con severidad, pero ella no reacciona. Está acostumbrada a mi tono serio y a la interminable organización de nuestras vidas.

Ella sabe que así es como hago las cosas; mi necesidad de controlar y tenerlo todo me hace sentir capaz.

—No lo olvidaré. Lo juro. No trabajaré hasta esta noche, así que voy a quedarme y relajarme ... Veré muchos episodios de Netflix.

Avanza perezosamente por la luminosa cocina blanca y gris hasta mi lado y empieza a prepararse un café. Con otra sonrisa brillante y soñolienta, coge del estante la taza que he lavado esta mañana.

Observo sus movimientos desenfadados por el espacio, confiada en su dominio cuando está en casa, y me da una sensación de calma.

Sarah siempre fue buena para hacerme sentir un poco más cuerda cuando lo necesitaba, nunca se dio cuenta de cómo yo recurría a esa manera suya tan relajada y sin complicaciones para poner los pies en la tierra.

—Me voy a trabajar —camino con paso firme hacia el pequeño vestíbulo junto a la barra que sobresale en el salón y levanto las pocas cartas abiertas del mostrador con las que aún tengo que lidiar hoy.

Sé que me estoy demorando y que estoy actuando de forma indecisa en comparación con mi eficiente rutina habitual. Normalmente ya estaría caminando hacia la estación de metro, a pesar de ser temprano.

—Toma —dice Sarah, sacando un sobre blanco de detrás de la tostadora y tendiéndomelo expectante para que lo coja.

—Antes de que se me olvide... Sé que probablemente ya te has ocupado de todo, como siempre —sus ojos brillantes me miran con afectuosa diversión.

—¿Qué es? —miro el largo sobre, lo cojo lentamente con dedos cuidadosos, mirándolo con el ceño fruncido, no hay nada escrito en el anverso.

—Mi mitad de los servicios públicos y el alquiler. Me pagaron rápido —sonríe alegremente y se dispone a prepararse el desayuno, abriendo una barra de pan y metiendo rebanadas en la tostadora.

—Ya. Y sí, ya me he ocupado de ello... Gracias —lo cojo y lo deslizo en mi bolso para depositarlo en el banco durante el almuerzo, hago una nota mental para no olvidarlo.

Habitualmente pago nuestras facturas al principio de cada mes, cuando me pagan. Tener un sueldo muy bueno en una gran empresa con un buen sueldo hace que no me cueste ningún esfuerzo asegurarme de que siempre estemos al día.

—No me sorprende —murmura, y me lanza otra mirada cariñosa con sus bonitos ojos y suaves suspiros, mientras me mira de reojo.

Niego con la cabeza, plenamente consciente de que prefiere que yo controle nuestros gastos. Nunca ha sido buena con el dinero, y dudo que se acordara de pagar el alquiler a tiempo sin mi eficiente presencia.

Me gusta ocuparme de las cosas; me da un propósito, control y un enfoque en mi vida que necesito desesperadamente para prosperar.

—No estaré en casa hasta las seis, Sarah. Supongo que para entonces estarás en el trabajo, así que que tengas un buen día.

Me alejo de la barra del desayuno y me dirijo a la puerta principal de nuestro apartamento, levantándome la chaqueta abrigada al pasar junto a la mesa del comedor y girándome con una sonrisa al llegar a la oscura puerta.

—Oh, espera... ¡Buena suerte en el primer encuentro con tu super guapo jefe, señorita Anderson!

Me sonríe entusiasmada, enarcando las cejas e inclinándose sobre la encimera, de modo que lo único que veo es su cabeza asomando desde la cocina en un ángulo extraño.

Parece desarreglada, pero guapa y demasiado despierta hoy. Le devuelvo la sonrisa vacía, no quiero delatar mis sentimientos ni mostrar debilidad.

—Gracias —mi cara se calienta ligeramente con el aumento de los nervios que golpean de nuevo con fuerza mi estómago, pero ignoro la sensación, tragándomelo todo con la pericia de una actriz experimentada.

—¿Estás nerviosa? —me pregunta frunciendo un poco el ceño, aún asomándose para ver cómo me ajusto el asa del maletín y me pongo la chaqueta por encima del traje.

Frunzo el ceño ante su pregunta y el nudo que se me hace en el estómago se intensifica un poco, pero niego con la cabeza.

Si se lo confieso a ella, me lo confesaré a mí misma, los nervios se apoderarán de mí y perderé mi ventaja.

Eso no lo permitiré, en absoluto.

—Claro que no. Nunca lo estás —añade rápidamente con una sonrisa y vuelve a meterse en su pequeño mundo culinario, sin darse cuenta de nada raro en mi comportamiento.

Sonrío de nuevo al verla retroceder y me doy la vuelta con un gesto de la punta de los dedos antes de salir por la puerta con la misión de ir a trabajar.

La dulce Sarah. Está tan segura de mis capacidades y de mi serena confianza en mí misma que a veces me pregunto si se acuerda de mi antigua yo.

¿Acaso me asocia con la chica que era cuando nos conocimos hace tantos años?

Cierro la puerta en silencio y me agarro al picaporte un segundo para respirar hondo y tranquilizarme, negándome a dejar que la emoción me domine y rompa mi coraza.

Miro el frío pomo plateado para tranquilizarme una vez más, calmo mi nerviosismo interior y aplaco mi ansiedad y mis miedos.

Puedo hacerlo.

Es por lo que tanto he trabajado; por fin se reconocen mis capacidades después de años de duro trabajo y de escalar posiciones en la empresa.

Necesito apartar las dudas internas y los últimos vestigios de mi Emma adolescente para centrarme en las tareas que tengo por delante y en las responsabilidades que asumiré después de hoy.

Es embriagador y abrumador, me pongo nerviosa por dentro y aprieto las manos contra mí como he practicado millones de veces en los últimos diez años.

Todos los días he trabajado para convertirme en la persona en la que me he convertido, esa persona segura de sí misma conocida como Emma Anderson.

Tardo un momento en poder alejarme de la puerta, pero al hacerlo, la armadura se desliza hacia arriba y la máscara se acopla completamente a mi rostro.

Cada paso que doy refuerza mi determinación y me devuelve a mi comportamiento habitual y a mi yo interior, que encuentra la fuerza de voluntad y la fortaleza necesarias para seguir adelante día tras día.

Me dirijo a la estación de metro.

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