Una propuesta inmoral - Portada del libro

Una propuesta inmoral

S.S. Sahoo

Duro despertar

BRAD

No podía creer que hubiera dicho que sí. Aunque era un hombre de negocios de éxito, aunque estaba acostumbrado a que me trataran como el magnate que era, me quedé sin palabras. Había algo increíblemente inocente en ella.

Y, sin embargo, ahí estaba, estrechando mi mano en un acuerdo que forzaría su vida a ir por un camino diferente. Podía estar de acuerdo en pagar las facturas médicas de su padre, pero de alguna manera, todavía me sentía en deuda con ella.

Habían pasado un par de días desde que había aceptado y hoy era el día en que íbamos a reunirnos para discutir los detalles del acuerdo.

La había invitado a tomar el té en el Plaza y había aceptado encantada. Y cuando me preguntó: “¿Qué plaza?”, no pude evitar reírme; la chica era realmente entrañable.

Acababa de sentarme en mi mesa habitual, la del rincón con sillones de felpa a ambos lados. Era cierto que muchos de mis socios frecuentaban este comedor, pero esta mesa, oculta tras arreglos florales y centros de mesa, facilitaba evitarlos.

Estaba revisando mis correos electrónicos cuando sentí que todo el ambiente de la sala cambiaba, como si una ráfaga de viento hubiera entrado en una sauna, dejando a todo el mundo renovado.

Levanté la vista y allí estaba. Entró nerviosa, mirando a su alrededor como una niña perdida. No pude evitar sonreír y sentirme aún más seguro de mi plan.

ANGELA

Esta mañana me he despertado sobresaltada, consecuencia de lo mucho que me había costado dormirme ayer. Tenía programado ir a tomar el té con Brad Knight a primera hora de la tarde. Uau, pensé, ~esa es una frase que nunca pensé que diría~. ¿Qué se pone la gente para ir a tomar el té?

¿Un traje?

¿Un vestido con volantes?

Pensé en pedirle ayuda a Em, pero entonces tendría que explicarle con quién había quedado y por qué. Y eso era otro problema. Así que, en lugar de eso, me puse mi atuendo normal de vaqueros y blusa, me calcé mis botas negras favoritas y salí por la puerta.

Tras consultar en Google, me enteré de que el Plaza no era en realidad una plaza, sino el Hotel Plaza. Frecuentado por gente rica, sus huéspedes solían ser hombres de negocios y famosos.

Y el té de la tarde no era solo manzanilla o orange pekoe. Era todo un acontecimiento. Leí todo esto en el tren, mirando los vaqueros desteñidos que había elegido ponerme. Iba a desentonar, eso estaba claro. Mis nervios se multiplicaban por segundos.

¿Me dejarían entrar?

En cuanto crucé las puertas, el conserje salió corriendo de detrás de su mesa y me levantó la mano para detenerme.

—¿Señorita?

—Hola, sí —tartamudeé—. Vengo a tomar el té.

Se limitó a enarcar una ceja.

—He quedado con el Sr. Knight —dije, sin creérmelo tampoco. Pero decir su nombre funcionó.

—Ah, perfecto —respondió. Su acento francés lo hacía aún más intimidante—. Sígueme.

En cuanto abrió las puertas del comedor, me quedé boquiabierta. La decoración estaba tan meticulosamente dispuesta, tan imposiblemente bien coordinada, que sentí que solo entrar lo estropearía.

Miré a mi alrededor, de mesa en mesa, sintiéndome como un extraterrestre. Y entonces vi a Brad en la esquina del fondo, de pie y saludándome con la mano. El conserje, que seguía a mi lado, enarcó otra ceja al mirarme.

—Gracias por su ayuda —dije en voz baja, y serpenteé entre las mesas llenas de gente que había visto en las revistas. Madre mía.

—Siéntate —dijo Brad en cuanto estuve a su alcance. Señaló el sillón de felpa que tenía enfrente y me sentí como si me hubiera hundido en una nube en cuanto me senté—. Gracias por acompañarme.

—Gracias por invitarme —respondí, llena de nervios—. Este lugar es increíble.

—¿Esto? —dijo, mirando a su alrededor—. No es nada. —Pero tenía una sonrisa en la cara, haciéndome partícipe de la broma—. Es algo a lo que te acostumbrarás.

—No creo que pudiera.

—Créeme —me dijo—, el brillo y el resplandor desaparecen. Hay un número limitado de botellas de champán que puedes comprar antes de darte cuenta de que no tienes a nadie con quien compartirlas. Pero para eso estás aquí.

—¿Bebes champán a la hora del té? —pregunté confundida. En ese momento, el camarero se acercó. Llevaba pajarita, y ensé que bien podría ser modelo. Este miró a Brad.

—Sr. Knight, ¿lo de siempre?

Brad le hizo un rápido gesto con la cabeza y desapareció sin mirarme siquiera. Pero entonces Brad se inclinó hacia delante y me di cuenta de que se estaba preparando para empezar “La conversación”.

—Bueno, Angela, lo que quizá no sepas de mi hijo Xavier, es que ha pasado por muchas cosas. Crecer conmigo como padre no es fácil, al contrario de lo que muchos puedan creer. Hay mucha presión. Y la presión en pequeños confines....

—Explota —terminé. Y entonces sentí que la sangre me subía a las mejillas. ¿Acababa de interrumpir a Brad Knight?

Pero este se limitó a asentir.

—Exacto. Xavier ha estado actuando como un loco últimamente. Y creo que tú... tienes la habilidad de enraizarlo. De recordarle lo que es importante. Eso es lo que te propongo.

—Así que, yo me caso con tu hijo, y tú te aseguras de la salud de mi padre... de sus facturas médicas...

—Así es, de todo —dijo, con una seguridad que me hizo confiar en él—. Siempre y cuando me asegures que nuestro trato, nuestro acuerdo, nunca será contado a nadie más. Nadie puede saber por qué haces lo que haces. Ni tu familia, ni tus amigos. Ni Xavier. Ni si quiera mi hijo.

Me entregó un documento de varias páginas. Vi que era un contrato, con al menos treinta cláusulas. Y entonces me vino a la mente el rostro de mi padre, el rostro que había visto en la cama del hospital, pálido y débil.

Mi mente me decía que parara, que me lo pensara mejor, pero era como si mi mano funcionara por sí sola. Cogí el elegante bolígrafo de la mano de Brad Knight y firmé el contrato.

Luego, con la mano aún temblorosa, le di un sorbo al té humeante que el camarero-modelo me puso delante.

***

Brad3pm, Central Park.
BradSesión de fotos preboda.
Brad¿Quieres que te envíe un coche?
AngelaNo hace falta.
AngelaIré andando.

Un par de días después de la reunión en el Plaza. Brad me estaba enviando las instrucciones por mensaje de texto. Nunca había oído hablar de una sesión de fotos preboda. Claro, sabía que los novios se hacían fotos en la boda, pero ¿semanas antes?

Brad me había dicho que me pusiera algo con lo que me sintiera cómoda, así que supuse que se trataba de algo informal. Pero en cuanto salí de la estación de Columbus Circle, vi a Brad de pie al borde del parque.delante de una caravana, el tipo de caravana que utilizan los actores para los rodaje. Este me hizo señas con la mano para que me acercara, con auténtica emoción en el rostro.

—¡Angela! ¡Ven!

—¡Ya voy! —dije a un volumen incómodo. Ni gritando ni susurrando.

Cuando crucé la calle y estaba a pocos pasos de alcanzarle, me fijé en que tenía la puerta del remolque abierta y pude ver el caos que se desarrollaba ahí dentro.

—Aquí tienes un peluquero, un maquillador y un estilista para ti —dijo dando una palmada a la chapa del vehículo—. Tómate tu tiempo. Empezaremos a rodar a la hora mágica.

—¿La hora mágica? —pregunté, porque eso era lo más confuso que había dicho.

—Entre las cuatro y media y las seis y media —contestó, y luego susurró—: Eso es lo que dicen los fotógrafos..

Antes de que pudiera responder, una de las elegantes mujeres del interior de la caravana me metió dentro y cerró la puerta tras de mí.

XavierLlegará tarde.
BradEso es inaceptable, Xavier.
Brad¿Xavier?
BradHijo, respóndeme.

No podía creer la cara que me devolvía el espejo. Llevaba el pelo recogido en lo alto de la cabeza, en una complicada trenza, con un par de mechones sueltos enmarcándome la cara. Tenía un aspecto elegante y desenfadado a la vez. En otras palabras, no parecía para nada yo.

La maquilladora, Sky, había tardado más de una hora en maquillarme. Mis ojos estaban suavemente delineados con tinta marrón oscura y el colorete de mis mejillas me daba un aspecto sonrosado. En realidad, nunca me maquillaba, como mucho me ponía máscara de pestañas algún día puntual, y con tanto maquillaje me sentía como si estuviera jugando a disfrazarme.

—¿Todo bien? —dijo Brad, llamando a la puerta entreabierta, pero se detuvo en seco al verme.

Llevaba un vestido blanco de encaje que me llegaba a las rodillas y unos tacones de cinco centímetros que me producían ansiedad. Apenas podía andar sin caerme, pero a nadie parecía importarle. Brad se fijó en mi aspecto.

—Estás preciosa —me dijo de una manera tan paternal que e inmediatamente me imaginé a mi propio padre diciendo lo mismo. Sonreí.

Me cogió de la mano y me llevó fuera, asegurándose de que pisaba bien la hierba. Estuve a punto de caerme un par de veces, pero cuando vi el montaje de la sesión de fotos en el parque, me olvidé por completo de los zapatos.

Había luces colgadas de los árboles, una enorme manta de pícnic sobre la hierba y una tabla de embutidos y botellas de vino frío en una mesa cercana. Parecía la decoración de un programa de HGTV.

—Esto es... increíble —dije, volviéndome hacia Brad.

—Espera a ver la boda —dijo, guiñándome un ojo. Todo aquello era increíble. Volví a mirar a mi alrededor, dándome cuenta de lo que faltaba.

—¿Dónde está Xavier?

Brad dudó —era la primera vez que lo veía inseguro—, pero antes de que pudiera articular palabra, su atención se desvió hacia algo que había detrás de mí, yna enorme sonrisa envolvió su rostro.

—Perdona, cariño —dijo, y luego pasó rápidamente junto a mí, yendo a abrazar a su hijo.

Fue entonces cuando lo vi. Xavier Knight.

¿Era realmente el mismo hombre con el que me había topado en Central Park aquel día? Sabía que era guapo, pero viéndolo ahora sin la gorra de béisbol y las gafas de sol...

Wow.

Xavier sobresalía por encima de todos, el traje que llevaba perfectamente entallado resaltaba su musculoso cuerpo. Abrazó a su padre y luego me miró, con aquellos ojos azules como el hielo penetrando directamente en mi alma.

Tuve que recordarme a mí misma que debía respirar.

Brad lo llevó hasta donde yo estaba y me besó en la mejilla con un suave —Hola.

—Hola —dije, con los ojos fijos en el suelo, sintiendo que me empezaban a sudarme las palmas de las manos.

La sesión de fotos en sí se hizo en quince minutos. Sonreímos y nos miramos a los ojos. Bueno, lo intamos.

Mirarle era como mirar al sol. De una intensidad casi insoportable. Pero cada vez que apartaba la mirada, el fotógrafo me gritaba: —¡A los ojos!. —Y que me gritara un fotógrafo de lujo era aún más embarazoso que el rubor que me producía cada vez que hacía contacto visual con mi prometido.

—Esto va a impresionar al Times —dijo el fotógrafo cuando terminamos—. No había visto una pareja tan atractiva desde Jennifer y Brad.

Aunque le había oído claramente, sabía que no podía estar hablando de mí. Me sentía incómoda y mis mejillas debían de tener ya el color de los tomates maduros.

Pero entonces vi a Xavier caminar hacia mí, con una botella de vino en la mano, y mis nervios aumentaron aún más. Va a esperar algo de ti. Tienes que hacer algo de esposa. ¿Pero qué diablos significaba eso?

Vi a Brad a unos metros de mí, estrechando la mano del fotógrafo, y cuando me vio mirándolo sonrió. Entonces vio a su hijo que venía hacia mí, y su sonrisa aumentó. Me volví hacia Xavier, que estaba ya a prácticamente a mi lado.

—Encantada de conocerte —le dije, porque me sentía obligada a decir algo, pero no sabía por dónde empezar. Me sonrió, pero algo no encajaba. Esa sonrisa tenía algo extraño. Como si no encajara en la expresión de Xavier.

Miré al suelo, esperando que dijera algo. Pero en lugar de eso, bajó sus labios hasta mi mejilla.

—Sé lo que estás haciendo —empezó, y sus palabras golpearon mi oído de inmediato—. No creas que tus sonrisitas bonitas y tus coloretes inocentes van a funcionar conmigo. Puedo verte. Más allá del peinado, el maquillaje y el vestido. Puedo verte.

Sus labios rozaron ahora mi otra mejilla, y entonces sacó aún más veneno por esa boca. —Puedo verte, puta cazafortunas. Y te odio, joder.

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