La bibliotecaria - Portada del libro

La bibliotecaria

V.J. Villamayor

Capítulo 2

Sacudió la cabeza. —Yo... no puedo pensar.

Damian le chupó el pezón con fuerza mientras sus dedos acariciaban el otro. Unas sacudidas de deseo la recorrieron desde los pezones hasta el coño, y notó lo empapadas que estaban sus bragas.

—Eres tan sexy —murmuró contra sus tetas—. Te deseo.

Damian se arrodilló en el suelo y le besó la parte interior de la rodilla, justo donde le llegaba el dobladillo de la falda. Empujó la tela hacia arriba y besó sus muslos, agarrando su pantorrilla y fijando el tacón en su hombro.

La posición hizo que ella abriera las piernas para él, y él continuó subiendo los labios por sus muslos, arrastrando el material hasta que se amontonó alrededor de sus caderas.

Con nula paciencia, metió un dedo bajo sus bragas y las apartó, utilizándolas para inclinar sus caderas hacia su lengua. La saboreó. Saboreó su deseo.

Monique gemía en su puño, y con el otro agarraba el pelo de Damian, metiéndole su dulce y húmedo coño en la boca. —Por favor —gimió—. Necesito más.

Damian gimió, chupando con la boca el clítoris de Monique, y las vibraciones de su garganta le arrancaron otro gemido. Introdujo dos dedos en su canal, bombeando su coño mientras seguía acariciándole el clítoris.

Eso fue todo lo que hizo falta para que la frenética respiración de Monique se detuviera por completo. El puño que tenía en la boca le impedía gemir, pero Damian sintió que le tiraba del pelo mientras le pasaba la lengua por el orgasmo.

Con un último lametón, Damian besó el interior de la pantorrilla de Monique y se levantó. Le quitó el puño tembloroso de la boca y le besó los labios, empujando la lengua hacia delante y poniéndose todavía más duro -si eso era posible- al pensar en ella saboreándose en su lengua.

—Sabe delicioso, Srta. M —le dijo con voz ronca, agarrándola por la barbilla y manteniendo sus labios entreabiertos.

—Yo también quiero probarte —respondió ella, sin romper el contacto visual con él.

Una vez más, Damian sonrió satisfecho y la agarró por la barbilla, empujándola hacia abajo. No le costó mucho ponerla de rodillas. Miró la tienda de campaña en la parte delantera de sus pantalones, y observó con los ojos muy abiertos cómo los bajaba y sacaba la polla, bombeándose con un gemido.

Monique se mordió el labio y se inclinó hacia delante para lamerle la cabeza mientras él volvía a acariciarse. Siempre, siempre, había algo erótico en ver a un hombre bombeándose la polla.

Quizá era la forma en que su erección pulsaba hacia su boca, o tal vez era ver cómo eran dueños de su propio cuerpo, tal y como les gustaba. Fuera lo que fuera, era sexy, pero ella le apartó la mano para tomar el mando.

Rodeó la cabeza con la lengua y usó una mano para acariciarlo como había hecho él, mientras con la otra le acariciaba los huevos. Con cada movimiento de la cabeza, profundizaba la succión, llenándose cada vez más la boca hasta que le dieron arcadas.

Damian gruñó, recogiéndole el pelo con las manos y moviendo inconscientemente las caderas. Su boca caliente lo estaba absorbiendo todo y, cuando sintió que ella retiraba la mano que le masajeaba los huevos para jugar con su clítoris, Damian la penetró aún más, llegando hasta el fondo de su garganta.

No eran tan silenciosos como podrían haber sido, pero menos mal que no había nadie cerca, porque Damian no pudo evitar el gemido que se le escapó cuando miró a Monique.

Sus labios carnosos subían y bajaban con fuerza por su tronco. Sus pesados pechos se sacudían con la acción mientras ella giraba las caderas sobre sus dedos.

Damian le tiró del pelo y los labios de Monique se despegaron de su polla. Jadeó bruscamente. —Maldita sea esa boca tuya.

Damian apenas había terminado la frase cuando Monique volvió a agacharse y empezó a chuparle los huevos. Su lengua se deslizó hacia atrás todo lo que pudo para lamerle desde los huevos hasta el duro pene, antes de girar alrededor de la cabeza.

Damian apenas podía sostenerse. La guió hacia arriba, pasando los brazos por debajo de sus piernas y levantándola contra la estantería una vez más. Cayeron más libros y, con un rápido movimiento de los dedos para apartarle las bragas, penetró profundamente su coño desesperadamente caliente.

Monique gritó y él la hizo callar con los labios. La besó mientras la penetraba con fuerza. Con cada puñalada en su canal caliente, se tragaba un gemido de ella.

De algún modo, a través de la bruma de su follada animal, oyó pasos que se acercaban. Sin detenerse, inclinó a los dos hacia la oscuridad y ralentizó sus embestidas.

Monique por fin se dio cuenta de que había alguien cerca e intentó bajar de su comprometida posición con las tetas al aire, el coño reluciente y la polla de este hombre poseyéndola deliciosamente.

—Bájame —chilló ella cuando él se negó a cooperar.

Damian le mordió el lóbulo de la oreja y la penetró una y otra vez, con dolorosa lentitud. —Pensé que te gustaba el riesgo de que te pillaran, señorita M. —susurró diabólicamente, bombeando y moviendo las caderas.

—Imagina que la persona afortunada entrara en este pasillo y viera tu bonito coño en exhibición —embestida—. Ver a nuestra inocente y bien puesta bibliotecaria siendo follada como una putita —~embestida~.

—¿Verían tus jugos corriendo por mi polla? ¿Se pondrían tan cachondos como yo solo de pensar en tu aspecto? —embestida.

Los pasos fueron haciéndose cada vez más suaves hasta desaparecer por completo. Sin moros en la costa, Damian no pudo contenerse más. Agarró sus muslos con fuerza y se folló a Monique como un salvaje, ambos usando los labios del otro para acallar sus gemidos de éxtasis.

Damian la apoyó contra la estantería y le dio una palmada en el culo. La bofetada detonó a Monique, que alcanzó un clímax tan fuerte que no pudo evitar morder el labio de Damian.

Damian estaba perdido. Su coño lo apretó con fuerza y él gruñó una advertencia, —¡Me voy a correr, joder! Ponte de rodillas.

Damian bajó las piernas y Monique se derritió en el suelo con la boca abierta. Damian jadeó con fuerza mientras bombeaba su polla una, dos, tres veces y eyaculaba en la boca de Monique. Inclinó la cabeza hacia atrás mientras salían disparados más hilos de semen, algunos aterrizando en sus tetas desnudas y en los bordes de sus labios.

Con un gemido forzado, se tambaleó hacia atrás, hacia la estantería extrañamente robusta, y observó cómo ella tragaba, lamía el semen que se le había escapado de los labios y se frotaba los hilos que habían caído sobre sus preciosas tetas, alrededor de los pezones.

—Lo he dicho antes, y lo diré otra vez... Es usted condenadamente sexy, señorita M —Damian sonrió, todavía jadeando por lo fuerte que se había corrido.

Monique rió entre dientes, sintiéndose de pronto un poco avergonzada. —Todavía no sé tu nombre...

—Damian —se rió.

Monique se puso de pie lentamente, abotonándose la blusa pero dejando un botón extra desabrochado, mostrando su escote. —Ah, sí, te recuerdo, Damian. Tienes algunos libros atrasados.

Damian sabía que era mentira. Siempre visitaba la biblioteca con la esperanza de pillarla detrás del mostrador, y traer libros a menudo era su mejor excusa para seguir volviendo.

—Bueno, lo siento, Sra. M. Siempre puede volver a mi casa y... asegurarse de conseguir todo lo que necesita de mí.

Monique volvió a lamerse los labios. —Creo que podría hacer eso, Damian.

Fin del libro

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