Buscando la felicidad - Portada del libro

Buscando la felicidad

Alissa C. Kleinfield

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Chapter
15
Age Rating
18+

Summary

Chris Anderson es un conocido hombre de negocios, pero lo que sus socios no saben es que también es un alfa ocupado luchando contra ataques de grupos rebeldes. Jolena tiene ganas de dejar su trabajo como camarera y ser la nueva asistente personal del señor Anderson, pero el comportamiento de este cuando se conocen les deja a ambos sorprendidos. Cuando Chris averigüe lo que le está sucediendo, ¿podrá convencer a Jolena para que sea su compañera de por vida?

Calificación por edades: 18+

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242 Chapters

Chapter 1

Capítulo 1

Chapter 2

Capítulo 2

Chapter 3

Capítulo 3

Chapter 4

Capítulo 4
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Capítulo 1

JOLENA

—¡La mesa cuatro quiere pedir, Jolena! ¡Jolena! —Michelle, la encargada del restaurante La Rosa Blanca, intentó llamar su atención pero no lo consiguió—. ¡Jolena! ¡Mesa cuatro!

—Eh, sí. Lo siento, Michelle, me distraje un momento. ¿Dijiste mesa cuatro? —Jolena sacudió la cabeza para despejar su mente y comenzó a caminar hacia los clientes que esperaban.

Cuando los últimos clientes de la noche se fueron, se hundió en una de las sillas de la sala. Había sido un turno de locos, con todas las mesas llenas y dos compañeros que llamaron para decir que estaban enfermos. Le dolían los pies de tanto correr.

Michelle se acercó a Jolena. —¿Está todo bien? —preguntó Michelle—. Hoy parecías distraída.

—Todo está bien. Yo estoy bien. No dormí bien anoche, eso es todo.

—Vete a casa, Jolena —dijo Michelle con una mirada comprensiva—. Ya has trabajado bastante por hoy.

—Pero todavía hay mucho que hacer. No te dejaré limpiar esto sin mí —protestó Jolena.

Todavía quedaba mucho por limpiar. Había que lavar los platos, volver a colocar las mesas para el turno de mañana y limpiar el suelo.

Así que sí, aún quedaba mucho por hacer antes de que todos pudieran volverse a casa.

—No, no, nos las arreglaremos. Todo irá bien. En el tiempo que has trabajado aquí, nunca has llamado diciendo que estabas enferma y nunca te has tomado un día libre.

»Vete a casa, es una orden —dijo Michelle, mientras agarraba el abrigo y el bolso de Jolena, los ponía en sus manos y la empujaba suavemente hacia la puerta.

—De acuerdo entonces —dijo Jolena—. Si realmente insistes.

Después de aparcar su viejo coche —de quince años— frente a su bloque de apartamentos, se quedó mirando por la ventana principal, con los pensamientos a la deriva. Llevaba siete años trabajando en el restaurante. Pero estaba cansada.

Cansada de ese aburrido trabajo... Podía hacer algo mejor que servir mesas. También estaba cansada de estar siempre preocupada por si podría llegar a fin de mes, ya que siempre parecía ser una lucha.

Había empezado a trabajar por las tardes cuando tenía dieciséis años. Había tenido que esforzarse mucho para sacar buenas notas en el colegio y trabajar al mismo tiempo en el restaurante.

Sus padres habían muerto en un accidente de coche pocas semanas antes de cumplir dieciséis años. Sin familia que la acogiera, se quedó en una casa de acogida hasta que tuvo la edad suficiente para cuidar de sí misma.

Había tenido que trabajar para poder pagar la universidad. Sus padres le habían dejado algo de dinero, pero no lo suficiente para pagar cuatro años completos. De alguna manera, lo había conseguido.

Se había licenciado hacía dos años, pero seguía trabajando en el restaurante. Buscaba un trabajo que se ajustara un poco más a su titulación, pero los empleos que le interesaban eran escasos. Y trabajar en el restaurante no era suficiente para pagar las facturas.

No podía dormir; cuando cerraba los ojos, veía billetes. Eso la mantenía despierta casi todas las noches. Un golpe en la ventana la sacó de sus pensamientos.

—Jolena, ¿qué haces ahí? Son las tres de la mañana —le dijo su compañero de piso.

Joe y Jolena compartían ese pequeño apartamento de dos habitaciones desde su segundo año en la universidad.

Estaban hartos de las residencias de estudiantes en las que vivieron durante el primer año. No les gustaban las fiestas ruidosas, ni la cantidad de borrachos que había, ni todo el desorden que nunca se limpiaba, así que decidieron compartir un apartamento barato cerca de allí.

Jolena cogió las llaves y el bolso y abrió la puerta para salir. Joe sostuvo la puerta mientras ella salía.

—Creo que tiene más sentido que te pregunte qué haces tú aquí —dijo Jolena mientras cerraba el coche y empezaba a caminar hacia la puerta principal de su edificio de apartamentos—. Pensé que ibas a dormir temprano.

—Sí, lo sé —dijo Joe con ojos traviesos y se encogió de hombros—. Me crucé con una chica mona en el bar donde había quedado con unos amigos y, ya sabes, una cosa llevó a la otra. Ya sabes cómo son las cosas.

Empezaron a subir las escaleras y él empezó a hacerle cosquillas en la cintura.

—Dios mío, eres un mujeriego. —Jolena sonrió mientras corría por las escaleras, tratando de alejarse de sus dedos.

»La semana pasada, me prometiste que irías más despacio con las chicas. ¿Qué pasó con esa promesa? —Ella puso las manos en las caderas, fingiendo estar molesta. Ella ya sabía que él no sería capaz de mantener su promesa por mucho tiempo.

—Ya me conoces, es como una adicción —dijo Joe, mientras desbloqueaba la puerta y la abría para Jolena—. No puedo evitarlo. Cuando veo a una chica mona, tengo que hablar con ella. Si no, ya no funciono bien.

»No sería yo mismo si dejara de ver chicas. Y si no puedo tenerte a ti, necesito ver a otras chicas para conseguir algo de amor y atención. Sabes que un hombre no puede prescindir de eso…

A Joe le encantaba provocarla. Ambos sabían que su relación se basaba puramente en la amistad. Convertirla en una relación romántica sería incómodo.

Jolena empezó a caminar hacia la puerta de su habitación y miró por encima del hombro con una sonrisa. —Creo que me iré a dormir y trataré de olvidar lo que has dicho. Te veré por la mañana.

—Buenas noches, Jo —dijo Joe. Se dirigió a la puerta de su propia habitación, se giró frente a ella y la miró con sinceridad mientras seguía hablando—. Espero que realmente duermas bien esta noche.

—Buenas noches, Joe.

Al día siguiente, intentó levantarse de la cama. La última noche no fue diferente a las demás. Trabajó duro y trabajó hasta tarde.

Intentó volver a dormirse, pero en lugar de eso permaneció despierta, pensando en las facturas que se le acumulaban hasta que sus ojos le pesaban tanto, que no pudo mantenerlos abiertos por más tiempo.

Al entrar en la cocina para prepararse un café fuerte y un sándwich, se dio cuenta de que Joe ya se había ido. Abrió su portátil, un gasto extra para el que había tenido que ahorrar dinero. Lo había necesitado para los informes en la universidad.

Empezó a mirar las ofertas de trabajo que le interesaban. Tras treinta minutos de búsqueda, se dio por vencida y dejó el portátil a un lado, poniendo música y dirigiéndose a la ducha.

Cuando salió y entró en su pequeña sala de estar, vio que Joe estaba de vuelta, hablando por teléfono con alguien.

—Sí, lo sé —dijo Joe a la persona al otro lado de la línea.

Jolena rebotó en el sofá y empezó a jugar a un juego en su teléfono.

—Bueno, tal vez conozco a alguien que sería perfecto para ese trabajo. Le preguntaré lo que piensa y luego te llamaré, ¿de acuerdo?

Seguía hablando con la persona del teléfono, pero miraba con una sonrisa entusiasta a Jolena, intentando llamar su atención, agitando la mano delante de su cara.

—Sí, claro, te llamaré cuando sepa más. Sí, te llamaré lo antes posible. Adiós, Adina.

Se sentó en el sillón junto al sofá y miró a Jolena—. Puede que haya encontrado el trabajo perfecto para Ava. Mi hermana acaba de llamar y me ha dicho que están buscando una enfermera donde ella trabaja.

»Adina trabaja como enfermera en una clínica de Miller Creek, en los bosques de la base de las Montañas Grises, a unas tres horas de aquí. Allí vive toda una comunidad.

»Está muy aislada del resto del mundo. Ava siempre está dispuesta a la aventura; esto podría ser algo para ella.

Ava era una amiga en común que los dos conocieron cuando estaban en la universidad. Al igual que Jolena, buscaba un trabajo, pero en esta ciudad era difícil conseguir un empleo como enfermera.

Joe tenía razón cuando decía que a ella le gustaba la aventura. Durante las pausas para comer, no paraba de hablar de los países a los que quería viajar en cuanto tuviera suficiente dinero y saliera de la universidad.

Después de su graduación, viajó a China, y todavía les hablaba de ello.

—Bueno, ese trabajo podría ser justo para ella —le dijo Jolena a Joe—. Realmente se merece encontrar un buen trabajo, ya sabes. ¿Por qué no la llamas y se lo cuentas?

Jolena se alegró sinceramente por su amiga. —¿No tienen un trabajo para mí allí también?

—Tienes razón. La llamaré después de que te vayas a trabajar. Te vas en media hora, ¿verdad? —preguntó Joe amablemente—. No creo que tengan otras ofertas de trabajo.

«Es un buen amigo, está pendiente de todo todo», pensó para sí misma. Siempre se aseguraba de que se cuidara, y se preocupaba por ella de verdad.

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