Calor y agujetas - Portada del libro

Calor y agujetas

EL Koslo

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Chapter
15
Age Rating
18+

Summary

Hannah Daniels siempre ha sido un poco más grande que otras mujeres, pero nunca se ha preocupado. Es feliz tal y como es. Al menos la mayoría de las veces. Pero por salud le recomiendan que empiece a hacer ejercicio. Y tiene al instructor perfecto en mente: Jordan Mathis, que hará sudar a Hannah... de más de una manera.

Calificación por edades: 18+

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Proyecto tartaleta de mantequilla de cacahuete

Hannah

—Viendo los resultados de estas pruebas, tenemos que empezar a hablar de cambios en tu estilo de vida —me explicó, sentada frente a mí la doctora Isaacs. Suspiró mientras escaneaba el contenido de mi expediente antes de lanzarme una mirada calculadora.

—Ya voy al gimnasio —argumenté. La mayoría de la gente suponía que no lo hacía, basándose únicamente en mi tamaño, pero a menudo caminaba en las cintas de correr o utilizaba las máquinas de pesas ligeras. No notaba ninguna diferencia, pero seguía yendo.

—Sé que lo haces, y ha sido una bendición que hayas intentado mantenerte activa. Pero tenemos que empezar a plantear un enfoque de todo el cuerpo —señaló la doctora echándome una rápida ojeada por encima del puente de sus gafas.

—Doctora Isaacs, lo entiendo. Soy una chica grande. Siempre he sido fornida. He intentado hacer dieta antes, y no funciona.

Mi peso había sido una conversación constante con todos los profesionales médicos y miembros de la familia desde que tenía uso de razón.

La pobre Han tiene algún kilo de más... ~Siempre la misma cantinela.~

No era enorme, pero definitivamente no era delgada y nunca lo había sido.

—Creo que tenemos que hablar con un nutricionista y ponerte a hacer algo un poco más extenuante que caminar en la cinta un par de veces a la semana.

La palabra extenuante me hizo sentir vergüenza, pero sabía que para lograr resultados tendría que probar algo nuevo.

—No va a suponer una diferencia. Nunca ocurre. Estoy bien como estoy —señalé. Decir que estaba resignada a mi destino era un poco dramático: ya no quería complacer a todo el mundo.

—Puede que te parezca bien, pero la posibilidad de sufrir un ataque al corazón o un derrame cerebral antes de los cuarenta años será mucho más difícil de descartar —dijo la doctora Isaacs con el ceño fruncido.

No se había andado con rodeos, pero me pareció que estaba siendo un poco exagerada.

—No voy a tener un ataque al corazón —protesté. Mi voz salió un poco temblorosa, como si intentara convencerme de que los problemas de salud no eran inevitables.

—Tu colesterol es elevado, tus pruebas de esfuerzo indican que ya puedes estar desarrollando una obstrucción y tu porcentaje de grasa corporal está en el rango de la obesidad mórbida.

De acuerdo, tal vez estaba deslizándome en exceso hacia los límites de lo insalubre.

—No digo que debas comportarte como si fueras una supermodelo. Pero sí que tienes que tomarte tu salud más en serio —afirmó. La doctora Isaacs sonaba genuinamente preocupada, pero a mis veintitantos años me costaba mucho tomar aquella información en serio.

—Bien. ¿Qué tengo que hacer? —pregunté, y ella sonrió de inmediato.

—Tengo una lista de entrenadores personales que emplean programas que podrían adaptarse a tus características —dijo mientras tecleaba algo en el ordenador del escritorio.

—¡No! No quiero un entrenador personal. Siempre empiezan dar la turra sobre dietas keto y Atkins.

No me iba a meter en otra situación en la que un profesional del fitness —me sermonease sobre mis elecciones de estilo de vida.

—Algunos de ellos celebran sesiones en grupo. Podríamos empezar con eso y ver si te sientes cómoda —propuso. La ceja arqueada que dirigió en mi dirección indicaba que no iba a dejarme alternativa.

—Por favor, no quiero que me señalen. Odio ser la única gorda en esas clases y que todos me miren —rogué. Mi voz vaciló mientras respiraba profundamente.

—Voy a recomendar algunas sesiones de entrenamiento por intervalos de alta intensidad para empezar. Puedes ir a tu propio ritmo, tomártelo con calma.

Hizo que pareciera fácil, pero yo sabía que sería todo lo contrario. Tenía pinta de suplicio. Cualquier cosa realizada con alta intensidad me sonaba a tortura.

—¿Esto es realmente necesario? —pregunté, sabiendo que mi médico probablemente no cedería.

—Voy a ser honesta contigo, Hannah. Me preocupa que tu porcentaje total de grasa corporal te genere graves problemas de salud en el futuro.

Bueno, aquello fue siniestro. La doctora Isaacs prácticamente clavó la tapa del ataúd para acallar mi protesta.

—Le diré a mi enfermera que te dé la información de contacto del centro de fitness que creo que deberías visitar.

—Gracias —repliqué, suspirando. La doctora únicamente estaba tratando de hacer bien su trabajo. Yo lo sabía... pero no tenía por qué gustarme.

Un sonido de pliegues llenó la pequeña consulta mientras movía mis nalgas sobre el incómodo papel blanco en que estaba sentada. Mis nalgas desnudas y aparentemente demasiado grandes.

—Quiero que conciertes una cita de seguimiento para dentro de tres meses. Me gustaría controlar tu evolución. Nuestro objetivo es que no utilices medicamentos, si es posible.

Se levantó y asintió antes de desaparecer por la puerta de la sala de examen, que cerró tras de sí.

Me puse los leggings y el top suelto: aquellas prendas ocultaban multitud de pecados; además, no sentía la necesidad de arreglarme en exceso para ir a la consulta del médico.

—Toc, toc —llamaron. Una voz alegre sonó desde el otro lado de la puerta cerrada.

—Estoy bien —suspiré mientras mis dedos jugaban con la sábana sobre mi regazo.

—¿Hannah? —preguntó una morena alta y delgada que la cabeza con una tableta en la mano.

—Esa soy yo —respondí, esperando que mi voz no sonara demasiado amarga. Por supuesto, la enfermera parecía una supermodelo.

—Vale... te voy a dar la información de contacto de algunos entrenadores que creo que te vendrían bien. Personalmente, trataría de pedir asesoramiento a Jordan.

Me guiñó un ojo mientras me entregaba un paquete de información.

—Ehhhh... ¿hay alguna mujer entrenadora en esa lista? —pregunté mientras me mordía el labio. Los entrenadores de fitness masculinos me intimidaban.

A quién pretendía engañar... todos los entrenadores hombres me intimidaban, pero que un dios rebosante de abdominales y sudoroso me recordara lo fuera de forma que estaba no era mi idea de pasar un buen rato.

La enfermera Kellie asintió mientras señalaba un nombre a mitad de la lista.

—Sí las hay. Pero Jordan es probablemente el mejor. Ayudó a mi marido cuando salió del centro de rehabilitación tras su operación de hombro —me confió, con una pequeña inflexión de adoración en su voz.

Una razón más para alejarme de aquel Jordan.

—Entiende que la gente tiene vidas reales y trata de ayudarles a desarrollar un plan de acondicionamiento físico que les facilite mantener su compromiso.

—También podría ir a ver a esta... eh... —recorrí la lista hasta que encontré el primer nombre de mujer—. ¿Mallory?

—Podrías... —asintió la enfermera, haciendo una mueca —, pero dudo que haya ingerido un solo carbohidrato en los últimos diez años, así que puede que no sea tu estilo.

—Ya que todo lo que he comido han sido carbohidratos.

—Oye… —me dirigió una mirada de advertencia seguida de su habitual sonrisa despreocupada—. Todo el mundo tiene que empezar por algún sitio. Estoy orgullosa de ti por tener la mente abierta en esto.

No me sentía así, pero sabía que tenía que intentarlo.

Ser un poco gordita de adolescente había dado paso a ser muy gordita de adulta. Había sucedido tan lentamente que no lo reconocí como un problema hasta que aparentemente ya era un gran problema.

Un problema frente al que la doctora Isaacs esperaba que yo tomara el control.

—Estoy dispuesta a intentarlo. Pero el primero de esos 'entrenadores' que se burle de mis muslos y insinúe que buenos amigos se llevará una buena bronca.

Intenté parecer intimidante, pero ni siquiera me engañaba a mí misma y mucho menos a la enfermera Kellie. La primera vez que uno de aquellos entrenadores hizo un comentario crítico, supe que no volvería a poner los pies en un estúpido centro de fitness.

—Te prometo que Jordan no lo hará. Puede que te haga trabajar duro y te obligue a hacer ejercicios que realmente no quieres, pero nunca te avergonzaría —respondió Kellie mientras acariciaba mi mano con suavidad.

—Toma... este es un pase gratuito de cuatro clases. Sólo tienes que ir y probar primero. Luego puedes preocuparte de hablar con Jordan —me aconsejó mientras dejaba caer un pase de papel en mi mano.

Podía hacerlo. Se me daba bien pasar desapercibida.

—Estoy deseando ver hasta dónde has llegado cuando vuelvas dentro de unos meses —dijo con una sonrisa alentadora.

—Sin presión, ¿eh? —comenté. Le devolví la sonrisa mientras se levantaba y se dirigía a la puerta.

—Lo harás muy bien.

No estaba convencida de que sus palabras fueran sinceras, pero al menos intentaba animarme.

—Gracias —respondí en voz baja. . Todavía no estaba segura de todo aquel asunto. Pero tenía que hacer algo si no quería llenar mi botiquín con frascos de medicamentos.

Después de pagar, bajé por el ascensor hasta mi coche. Me había tomado la tarde libre en el trabajo, así que tenía unas horas para matar hasta la cena.

Mi nevera estaba bastante vacía; últimamente no me gustaba pedir comida para llevar y sabía que tenía que dejar de depender de otros para preparar mi comida.

—Ohhh... Allá voy, tienda de comestibles —mascullé. Obviamente me sentía entusiasmado con todo aquel proceso.

No estaba de humor para ver a todas las mamás en estupenda forma y a los tipos musculosos comprando en el supermercado saludable así que me detuve en el establecimiento más cercano a mi apartamento y recé por mí.

—Puedes hacerlo. Es sólo comida —me dije. Cogí una bolsa reutilizable del asiento trasero y me dirigí al interior.

Los productos frescos siempre me ponían ansiosa, así que me dirigí a la sección de congelados y cogí un paquete de judías verdes, lo que era un buen comienzo.

Entonces me dirigí al expositor de la carne y cogí un paquete de pechugas de pollo presazonadas. Podía comer las sobrantes para almorzar.

Lo siguiente fueron los huevos. Luego, el yogur: pasé por alto los que sabía que contenían mayoritariamente azúcar en favor del yogur griego. Podía hacerlo. Aquello no era tan malo.

Si evitaba los pasillos que albergaban las cosas que realmente quería comer, todo iría bien. Cogí un poco de leche, añadí un paquete de palitos de queso y me dirigí a las colas de la caja.

—Vaya, ¿en serio? —exclamé. Por supuesto, las chocolatinas tenía que tener un descuento irresistible... La zona de cajas caja era donde la tienda de comestibles colocaba todos los artículos para tentar a la gente.

Mi madre odiaba llevarnos al supermercado cuando éramos pequeños por la temida cola de la caja.

Qué mejor lugar para que un niño perdiera la cabeza que un estrecho y confinado pasillo lleno de caramelos y llamativos juguetes en miniatura.

Tal vez había otra fila con menos gente. De esa manera sería más fácil mantenerme alejada de la temida oferta de dulces.

—Joder —murmuré en voz baja mientras contemplaba a la gente inmóvil y con la mirada perdida mientras esperaban su turno en todos los malditos carriles.

Las cajas de autocobro no parecían mejor opción, y me encontré maldiciendo a todas las personas que deberían de estar currando a las tres de la tarde de aquel miércoles.

¿Qué hacía toda aquella gente allí? ¿No tenían un empleo?

Me uní a la cola y traté de evitar el contacto visual con las barritas de chocolate. No debía prestarles atención, o estaría perdida.

Mi teléfono se convirtió en mi distracción después de colocar la compra en la cinta transportadora. Podía hacerlo, todo iba bien.

—Mierda. Lo siento —levanté la cabeza al oír la voz de la agotada mujer que tenía delante. Llevaba en la parte delantera de su carro a un niño pequeño que parecía bastante orgulloso de sí mismo por haberse llenado las manos con chucherías.

—Oh... está bien. Mire... pásemelos y los dejaré en su sitio —le dije mientras extendía la mano hacia ella, tratando de no establecer contacto visual con la temida tentación.

—Muchas gracias. A este diablillo le encanta el chocolate —explicó. Su voz era tensa, y sabía que lo estaba pasando peor que yo en el pasillo de las tentaciones.

—¿No nos pasa a todos? —reí al ver cómo el niño entrecerraba los ojos al ver cómo me llevaba su botín ilícito.

—Es cierto. Gracias. Intentaré mantener sus traviesas manitas aquí arriba —dijo. Frunció el ceño mientras lanzaba a su hijo una mirada que pretendía intimidarle

El niño se rió mientras su madre le empujaba fuera de la zona de peligro y pasaba por delante de la cajera hacia el final de la cinta.

Retrocedí y traté de encontrar los huecos en los que había cogido los dulces, colocando suavemente las malvadas barras de caramelo de nuevo en su lugar.

Intenté no mirar demasiado las etiquetas ni imaginar a qué sabrían aquellas pequeñas; me limité a recolocarlas rápidamente.

—Mierda... —murmuré mientras me agachaba e intentaba recoger un paquete de tartaletas de mantequilla de cacahuete que se había caído al suelo.

Un par de zapatillas de tenis grises, grandes y muy gastadas, aparecieron en mi campo visual, y quise evitar invadir el espacio personal de la persona que estaba detrás de mí mientras alcanzaba el paquete.

—Un momento... déjame ayudarte —una voz profunda sonó cerca de mi oído cuando el hombre se agachó y cogió el paquete que me costaba alcanzar y lo puso suavemente en mis dedos—. Creo que esto es tuyo.

—Bueno… —me enderecé y sentí que mi cara se sonrojaba cuando el paquete se arrugó en mis dedos. Joder. Por supuesto, tenía que ser un hombre así de atractivo quien recogiera la bolsa de tartaletas de mantequilla de cacahuete a la que había estado intentando resistirme.

Era alto, con cintura ceñida, enormes bíceps que asomaban por las mangas de su camiseta de compresión ajustada de color azul marino, unos pantalones cortos deportivos oscuros que daban paso a unas pantorrillas de vello escaso y bien definidos y, por supuesto, las zapatillas de tenis grises ya mencionadas.

Su pelo castaño rojizo estaba un poco enmarañado; parecía que acababa de llegar del gimnasio o de hacer ejercicio al aire libre. Probablemente le gustaba correr.

Grupos de pecas cubrían el puente de su nariz y sus mejillas; también tenía algunas en sus antebrazos atractivamente musculosos.

—Gracias —deslicé. Mi cuerpo era hiperconsciente del perfecto espécimen de macho que había colocado un bote de proteínas en polvo, un paquete de espinacas y otro de filetes en la cinta detrás de mí.

Unos ojos verdes y cautivadores levantaron la vista de su teléfono y entraron en contacto con los míos, y me sonrió suavemente antes de reanudar el envío de mensajes.

Mi cara ardía cuando me di la vuelta y rogué que la cajera fuera más rápido. No me gustaban demasiado aquel tipo de situaciones.

El tipo en cuestión no volvería a fijarse en mí si me lo encontraba en otro lugar. La gordita nunca resultaba atractiva.

—¿Va a llevárselas? —oí decir. La joven cajera señaló el paquete de tartaletas de mantequilla de cacahuete que tenía en la mano, y las arrojé sobre la cinta como si estuvieran ardiendo.

—Yo… no... —balbucí. Pero un vistazo a la discreta sonrisa en el rostro del apuesto hombre detrás de mí zanjó el tema.

¡Daba comienzo el Proyecto Tartaleta de Mantequilla de Cacahuete!

Yo iba a por todas.

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