La saga de la profecía - Portada del libro

La saga de la profecía

H. Knight

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Chapter
15
Age Rating
18+

Summary

Tras la muerte de la madre de Estella Grove, su malvado padre, Philip, expulsa a Estella de la manada. Ella siempre ha creído que nació para caminar sola, así que cuando conoce al apuesto y poderoso Alfa Angelo, se sorprende cuando su lobo le susurra que es su compañera. Pero pronto aprende que no puede huir de lo que la Diosa Luna ha escogido, y el hecho de que Angelo pueda leer sus pensamientos hace que su vínculo sea innegable. Los dos deben detener los planes de destrucción de Philip, sediento de poder, y cumplir una misión mayor si son capaces de refrenar sus ardientes temperamentos (y pasiones) el tiempo suficiente.

Clasificación por edades: +18

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Capítulo: 1: El principio

Prólogo

ESTELLA

―¡Fuera! ―gritó mi padre en su tono Alfa antes de arrojarme fuera de casa. Aterricé en el suelo y me puse en pie justo cuando tiró mi bolso por la puerta.

Mi padre era el Alfa de la manada de Soto Verde. No era la manada más temida en la comunidad de hombres lobo. Demonios, apenas aparecía en el mapa.

Por lo que yo sabía, a mi padre no le gustaba precisamente hablar de otras manadas.

Estábamos en Misuri, donde pasábamos veranos calurosos y asquerosos inviernos nevados.

No era nada del otro mundo, pero mi padre estaba muy orgulloso del lugar. A solo una hora de Kansas, en medio de la maldita nada. Yo lo odiaba.

Desde la muerte de mi madre, mi padre, el Alfa Philip, era un gilipollas conmigo y con todos los demás de la manada. Al principio no nos iba tan mal, pero luego las cosas se pusieron feas.

Había descuidado algunos de sus deberes como Alfa y actuaba de forma irracional. No muchos estaban contentos con ello, y los ancianos de la manada finalmente le llamaron la atención sobre su comportamiento.

Había pasado un año y seguía sin poder mirarme a los ojos a menos que estuviera borracho. Decía que era porque le decepcionaba que todavía no tuviera pareja.

También dijo que pensaba que nunca la tendría, pero creo que el hecho de que me echara de casa tenía más que ver con que me parecía a mi madre. O tal vez se trataba de algo totalmente distinto.

Cambió cuando ella murió. Bebía más y me gritaba más. Nunca se lo conté a nadie. No sabía cómo hacerlo. ¿Cómo podría decirle a alguien qué clase de hombre era en realidad?

Sinceramente, también pensaba que nadie me creería de ninguna de las maneras. Además, era mi padre. Me daba mucho asco todo lo que me había hecho el año pasado, y no me atrevía a decírselo a nadie.

Todos simpatizaban conmigo, pero necesitaban a su Alfa, así que tuve que ceder. Me habían obligado a irme; iba a dejar de lado todo lo que conocía hasta el momento.

Por un lado, me alegraba alejarme de él, pero tenía miedo de que el mundo de ahí fuera fuera tan cruel como él.

―Me han enviado para escoltarte hasta la frontera de la manada ―dijo Ryan, el Beta, sin ni siquiera mirarme a los ojos. Puse los ojos en blanco, cogí mi mochila y seguí al Beta Ryan.

Ya era bastante malo que mi padre me echara de casa, pero ahora me echaba de la manada.

O me convertía en canalla o me mataría él mismo, pero los ancianos no parecían quererme muerta.

Si mi padre pudiera superarlo, los ancianos harían que me casara con Beta Ryan para criar cachorros y así continuar con el linaje. No es que quisiera eso, pero era mejor que ser una canalla.

Nadie de la manada se atrevió a dirigirme la palabra. Ni siquiera pude despedirme de mis amigos, los pocos que tenía.

Toda la manada recibió la orden de mantenerse alejada de mí y de no hablarme. Suspiré una vez que llegamos a la frontera, dándome cuenta de lo real que era esta situación.

―Aquí tienes algo de dinero. Te durará un tiempo ―dijo Beta Ryan, poniéndome el dinero en la mano. Asentí y lo metí en la bolsa. Se sentía mal por tener que hacerme esto; lo notaba.

―Intenta alejarte de las manadas de canallas y encuentra una manada que te acoja. Ve hacia el sur. Será mejor que viajes sola ―me explicó en voz baja.

No sabía nada de lo que había pasado entre mi padre y yo, y por eso le estaba agradecida.

―Gracias ―murmuré y pasé la frontera.

―Cuídate, Estella ―dijo Beta Ryan antes de caminar en dirección contraria. Era patético que apenas pudiera despedirse de mí. Esperaba más de él, pero claro, solo me hice ilusiones.

Me quité la ropa y la metí en la bolsa antes de atármela al cuerpo y transformarme. Ahora era una loba solitaria, y solo la Diosa Luna sabía lo que me esperaba.

Temía la sensación de lo desconocido.

Corrí. Corrí tan rápido y durante tanto tiempo como pude. Mi loba, Bell, estaba cansada y al final me hizo parar.

Llevaba un día entero corriendo y sabía que ya estaba lo suficientemente lejos como para empezar a buscar una nueva manada.

Olfateé y capté el olor de una manada cercana, pero me sentí muy escéptica ante el olor.

Me acerqué a la frontera, pero no la crucé.

El sol se estaba poniendo y no quería causar problemas. Tras asearme en un arroyo cercano, cambié a mi forma humana y me puse algo de ropa.

Cogí unos bocadillos de mi bolsa y comí. Estaba hambrienta.

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