Lazos con la mafia - Portada del libro

Lazos con la mafia

Marie Hudson

Reunión con el jefe

SHAY

Estar allí sentada con seis pares de ojos puestos en mí me estaba haciendo sentir muy incómoda. Conner cogió un chupito y se lo bebió de un trago.

—¿Has dicho que te llamas Shay? —Sus ojos azules me atravesaron.

Agachando la cabeza, respondí: —Sí, señor. Mi nombre completo es Shaylee, pero mis amigos me llaman Shay.

—Me gusta ese nombre —dijo con una sonrisa, al ver que yo estaba muy nerviosa. Hablaba con un acento muy marcado.

—¿Puedo preguntar de dónde sois? Tenéis un acento muy bonito.

—Somos de Italia. Nacimos y crecimos allí, luego nos mudamos aquí cuando nos hicimos mayores. Los padres de Zane aún viven allí, pero queríamos mudarnos aquí y vivir por nuestra cuenta.

Conner seguía mirándome mientras me decía de dónde eran.

—¿Sois amigos o hermanos? —No se parecían en nada.

Noah se deslizó hacia delante en su asiento.

—Somos amigos de toda la vida; nos conocemos desde pequeños. Nuestras familias están muy unidas y crecimos juntos.

—Supongo que es algo bastante bonito. Tener a alguien con quien jugar, digo. —Jugueteé con mis dedos lentamente.

—Estábamos juntos todos los días. Los padres de Zane son... —Se interrumpió y no terminó la frase.

Lo miré, y él negó con la cabeza mientras yo volvía mi atención a la mirada asesina que Zane le estaba dirigiendo.

Al volver a mirar hacia abajo, vi que se habían acabado sus bebidas y me levanté.

—¿Adónde vas? —Zane me miraba con exigencia.

—Se os han acabado las bebidas; iba a ir a por más.

—Esta noche no, mi amor. Te quedarás aquí para hablar un poco más con nosotros. También queremos saber más de ti.

—¿Por qué me llamas así? No es mi nombre.

Zane sonrió con malicia. —De donde somos, llamamos a las mujeres lo que vemos con nuestros propios ojos. Eso es lo que eres; «mi amor» será a partir de ahora tu nombre.

—Ojalá pudiera creerlo… —dije, aún de pie y mirando hacia la cortina en busca de una esperanzadora huida rápida—. Pero no creo que lo sea.

Zane se levantó y se acercó hacia mí. Me sobresalté cuando me arrinconó contra el cristal tintado del suelo al techo que daba a la pista de baile.

Apoyé las manos en el cristal mientras él me acorralaba con sus manos por encima de mis hombros.

—¿No crees que eres guapa? —Su aliento olía a una mezcla de humo de cigarrillo y a tequila.

Sus ojos se clavaron en los míos mientras esperaba mi respuesta. Se inclinó hacia delante hasta que sus labios quedaron a milímetros de los míos.

—¿Y bien? Te he hecho una pregunta.

—Muchos hombres me han dicho que sí, pero hay muchas otras mujeres más guapas que yo.

Intenté controlar mi respiración, que ahora empezaba a acelerarse debido al calor de su cuerpo a escasos centímetros del mío.

—¿Por qué dudas? ¿Por qué piensas que estás por debajo de los demás? —Sus ojos seguían clavados en los míos.

—Simplemente no me pongo en un pedestal tan alto en el que creerme intocable. Sé que siempre hay otra persona ahí fuera que es más lista, más guapa o que se merece las cosas más que yo. —Mantuve mi voz severa.

Se apartó del cristal y me cogió de la mano, llevándome de nuevo a la silla donde estaba sentada hace unos minutos.

—Pues tienes que empezar a ponerte en ese pedestal porque yo soy intocable, y ahora tú también lo serás —dijo.

—¿Perdón? —Me quedé mirándolo atónita—. ¿De qué estás hablando?

—Ahora eres mía, mi amor. A partir de ahora serás mi novia y estarás a mi lado. Luego, con el tiempo, nos casaremos y tendremos hijos.

Iba a salir corriendo de la sala cuando dos hombres se pusieron delante de mí. Me di la vuelta y vi que Zane había movido la muñeca, diciéndoles que hicieran exactamente lo que él quería que hicieran.

—No soy un trofeo al que puedas decirle lo que tiene que hacer. ¡Ni siquiera uno que puedas ganar! Puedo tomar mis propias decisiones sobre a quién quiero ver y a quién no.

»No sé absolutamente nada de ti, ¿y vienes aquí pensando que puedes decirme que soy tuya y que somos novios así, sin saber absolutamente nada de mí? —dije, cruzándome de brazos y manteniéndome firme donde estaba.

Se levantó lentamente y se volvió hacia mí con una mirada que me dio miedo. Sus palabras destilaban veneno cuando habló.

—Por eso estás aquí, para que podamos conocernos mejor. —Chasqueó el dedo y otro hombre le entregó una carpeta, que abrió.

—Veamos, eres Shaylee Morris, tienes veintidós años, y vives en el 2364 de Parkinson Road. Por lo que veo, vives en un edificio de apartamentos de lujo, para ser más exactos en el sexto piso, en la suite dos.

»Tienes un BMW plateado de hace seis años y acabas de pagarlo. ¿Necesito entrar en dónde naciste, creciste o cuánto dinero tienes en el banco?

—¿Cómo has conseguido toda esa información sobre mí? —pregunté, bajando los brazos y mirando la carpeta que tenía en la mano.

Sonrió como el mismísimo diablo y se sentó dándome la espalda.

—Ven, te hablaré de mí… —dijo señalando la silla en la que me había sentado hacía unos minutos. Permanecí de pie y no me moví.

Vi que asentía con la cabeza y los dos hombres que estaban ahí me agarraron y me sentaron en la silla, sujetándome los brazos hacia atrás.

En ese momento me sentía furiosa e intenté luchar contra ellos, pero me agarraban con tanta fuerza que me resultaba imposible que me soltaran. A todo esto, Zane me miraba con frialdad e indiferencia.

—No te haré daño, pero si no dejas de pelear con mis hombres, te darán algo para que te relajes y podamos hablar como es debido.

Uno de los hombres sacó una jeringuilla con un líquido transparente. Me la enseñó y yo me quedé quieta.

—Buena chica. Ahora relájate, ponte cómoda, y tendremos una agradable conversación.

Miré rápidamente alrededor de la sala; podría haber unos setenta y cinco hombres cerca, pero ninguno se acercó a nosotros.

Asentí a Zane y los hombres me soltaron.

Nunca antes había estado en esta sala, así que observé todo lo que había a mi alrededor y vi lo bien que estaba decorada; había lujo por todas partes, desde los muebles hasta la alfombra de felpa bajo nuestros pies.

—¿Eras tú el que estaba antes en el callejón? —Intenté calmar mis nervios, que ahora mismo estaban fuera de control.

La sonrisa de Zane me confirmó inmediatamente la respuesta a esa pregunta.

—Sí, estaba esperando a que apareciera un amigo cuando pasaste por aquí. Me llamaste la atención, y cuando te vi trabajando en la barra de abajo, le avisamos a Alec para que te enviara aquí arriba y así pasaras la noche conmigo.

»Así que ahora, vamos a conocernos.

Volvió a chasquear el dedo y la mayoría de los hombres se marcharon, excepto los dos que me habían sentado y los otros con los que había hablado antes.

Si quería huir, no había forma de evitar a los tres hombres sentados frente a mí y a los otros dos que hacían guardia junto a la cortina de la sala.

Suspiré y me acomodé en la silla para la supuesta conversación.

Siguiente capítulo
Calificación 4.4 de 5 en la App Store
82.5K Ratings
Galatea logo

Libros ilimitados, experiencias inmersivas.

Facebook de GalateaInstagram de GalateaTikTok de Galatea