La amiga de la vulpeja - Portada del libro

La amiga de la vulpeja

Ns. Nauti

Capítulo 2

MEGAN

Megan sintió que la ira estallaba en su interior ante las palabras del beta. ¿Cómo se atrevía a hablarle como si ella hubiera hecho algo malo?

No era una chica estúpida a la que podía tratar como quisiera sólo porque fuera humana.

—¿Por qué? ¿Sigues queriendo encarcelarme? —protestó.

El beta gruñó, enseñándole los dientes. Pero esta vez, Megan no retrocedió. Se acercó un paso más, hinchando el pecho al hacerlo.

Por un momento, juraría que vio al beta abrir los ojos, sorprendido. De repente parecía menos enfadado.

—Declan —gritó una voz detrás de él. Megan y el beta llamado Declan se giraron para ver al alfa que Megan había elegido para Myra.

—¿Qué pasa, Alfa Sloan? —preguntó Declan. La expresión en el rostro de su alfa hizo que su tono se volviera repentinamente serio.

—Mi compañera está en problemas —dijo el alfa llamado Sloan, con su voz llena de autoridad—. Vámonos.

Declan le dirigió a Megan una última mirada larga y escrutadora, luego saltó del escenario y siguió al Alfa Sloan fuera del club.

Espera, ¿dijo compañera? ¿El alfa es el compañero de Myra?

Pero entonces otra parte de las palabras del alfa volvió a ella. ¿Myra está en problemas?

¿Dónde se había ido? Debió haber huido mientras Megan miraba a Declan.

Megan sintió que el miedo inundaba su cuerpo. Había traído a Myra al club. La había subido al escenario. Y había estado demasiado ocupada mirando a Declan como para darse cuenta de que se había ido.

Si Myra estaba herida, era por culpa de Megan.

Sintiendo que el pánico subía por su pecho, Megan saltó del escenario.

—Apartad —gritó, empujando a dos hombres fuera de su camino.

Cruzó la pista de baile y siguió a Declan y a Sloan fuera del club.

El espectáculo que le esperaba en el callejón era espantoso.

Myra estaba en su forma de zorro, su pequeño cuerpo naranja yacía inmóvil en el suelo. Su pelaje estaba enmarañado y ensangrentado, y Megan podía ver profundos cortes en su piel.

El Alfa Sloan la acunaba en sus brazos mientras Declan vigilaba, y el otro beta hablaba rápidamente por teléfono.

Sloan le estaba murmurando algo en voz baja a Myra cuando esta levantó la cabeza, mirando fijamente a los ojos de Megan.

Megan se tragó un grito ahogado al ver los largos y oscuros cortes en el cuerpo de su amiga. Aquel movimiento de Myra pereció quitarle las últimas gotas de energía que le quedaban, y se desmayó en los brazos de Sloan.

—Noooooooo —gritó Megan, perdiendo completamente el sentido.

Se lanzó hacia delante, desesperada por llegar hasta su amiga. ¿Por qué estaban todos esos hombres ahí parados? Necesitaba un médico, ¡y rápido!

Sin embargo, antes de que pudiera llegar hasta Myra, unos fuertes brazos la agarraron por la cintura, reteniéndola. Megan luchó contra ellos, pero no pudo liberarse.

Alguien se inclinó hacia ella y sintió unos labios en la oreja. A pesar del pánico que sentía, Megan no pudo evitar estremecerse.

—Tranquila, mi pequeña descarada —susurró una voz suave—. Va a estar bien. Todos vamos a estar bien.

De repente todo era demasiado, y Megan sintió que su cerebro se apagaba.

Lo último que percibió antes de que la oscuridad se apoderara de ella fue un olor delicioso, algo dulce y suave, pero fresco y ácido a la vez.

***

Fuertes brazos la sostenían.

Unos labios rozaron su nuca, encendiendo un fuego en su interior.

Sintió que dejaba escapar un gemido, incapaz de contenerlo.

Mientras ásperas y fuertes manos se deslizaban por su cuerpo, poniéndole la piel de gallina.

—Gime para mí, mi pequeña descarada —susurró una voz tan suave que hizo que su corazón se derritiera.

Un olor llenó sus sentidos, tan dulce que la llevó al límite.

—Just as the rough fingers penetrated her core.

***

Megan se despertó sobresaltada. Parpadeó.

Estaba tumbada en una cama de hospital, mirando fijamente una luz fluorescente que zumbaba sobre ella.

Intentó incorporarse, pero le pesaba la cabeza.

—No te levantes demasiado rápido —ladró una voz cerca de ella.

Megan se acomodó contra las almohadas y miró a su alrededor en busca de la voz.

Estaba en una especie de habitación de hospital, pero era más bonita que la de cualquier otro centro médico en el que hubiera estado. Las paredes eran de madera marrón rústica y la cortina que rodeaba la cama era de satén suave.

Su rostro se transformó en un ceño fruncido cuando vio a quién pertenecía la voz.

Declan. El capullo del club de anoche. Aunque tenía que admitir que estaba sexy, apoyado en la puerta con una chaqueta de cuero, las manos en los bolsillos y una sonrisa de satisfacción en la cara.

Anoche...

Al recordar los acontecimientos de la noche anterior, Megan se puso en pie de un salto, con los ojos muy abiertos. Inmediatamente se arrepintió.

Agarrándose a la pared para estabilizarse mientras la habitación le daba vueltas, graznó: —¿Myra? ¿Dónde está Myra?

—Relájate —gruñó Declan, y apartó la cortina que había junto a su cama, dejando al descubierto una segunda cama a su lado. Megan sintió que se le hundía el corazón.

Myra yacía en aquella cama, inconsciente, conectada a una docena de máquinas y aparatos diferentes. Megan se lanzó a sentarse junto a ella.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó, intentando que no cundiera el pánico en su voz.

—La atacaron unos rebeldes —respondió Declan, negándose a mirarla a los ojos.

—¿Ella... ella...?

—Sobrevivirá.

Megan sintió que el alivio la invadía, pero no pudo evitar sentir una punzada de fastidio ante el frío trato de Declan.

—¿Dónde estamos? —preguntó una vez que estuvo segura de que Myra estaba a salvo.

—En la Casa de mi manada. Te quedarás aquí hasta que sea seguro.

Megan sintió que la ira la inundaba. —¿Ah sí? ¿Quién lo dice?

—Lo digo yo —gruñó Declan, sin mirarla aún.

—¿Y por qué nos has traído aquí en vez de llevarnos, no sé, a un hospital? —preguntó Megan, con creciente enfado.

Declan se burló. —Porque este no es el primer ataque rebelde. Cada vez son más audaces, y no sabemos si los hospitales humanos son seguros.

¿Así que ahora tú decides lo que es mejor para nosotras? —Megan respondió, sin saber por qué estaba tan furiosa con ese insolente, imbécil divino.

—Te desmayaste.

—Me agarraste. Me asusté. —Megan no se dio cuenta de que Declan había empezado a andar.

—Signos de un carácter débil, supongo —se rio fríamente el beta.

—Oh, soy débil, ¿verdad? Ven aquí y te mostraré exactamente lo débil que soy.

De repente, Declan se lanzó hacia Megan y se detuvo a escasos centímetros de ella, con las fosas nasales encendidas.

Por un momento, sus miradas se cruzaron y una descarga eléctrica recorrió su piel. Por la forma en que los ojos de Declan se dilataron y por como apartó rápidamente la mirada, estaba segura de que él también lo había sentido.

Ambos respiraban con dificultad. El corazón de Megan retumbaba contra su caja torácica.

Declan exhaló con furia y Megan volvió a oler aquel aroma deliciosamente dulce. Se desprendía de él en oleadas, y de repente se dio cuenta de lo que era. Su caramelo favorito.

—Chocolate con menta —murmuró.

Declan le devolvió la mirada y ella sintió que su corazón se aceleraba.

Había algo en la forma en que la miraba. Hambrienta.

Pero justo entonces, un fuerte pitido les devolvió a la realidad.

Ambos dirigieron su atención a la cama de Myra, y Megan sintió que el corazón le daba un vuelco.

Myra estaba convulsionando en la cama. La pantalla en la pared p sólo mostraba una fina línea donde deberían estar los latidos de su corazón.

Se había parado.

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