El aullido del Alfa - Portada del libro

El aullido del Alfa

Bianca Alejandra

Esperanzados sin esperanza

LYLA

El corazón me latía con fuerza en el pecho mientras las palabras de Caspian resonaban en mi mente.

Huyamos juntos.

El tiempo parecía haberse detenido mientras nos mirábamos fijamente.

La luz del sol brillaba a través de las copas de los cipreses sobre nosotros, la luz dorada convertía el pantano en un lugar mágico.

El movimiento de las hojas al viento y el murmullo de las aguas que corrían lentamente eran como una canción de la naturaleza.

Las palabras de Caspian flotaban en el aire, cargadas de esperanza. Me sentí atraída por sus ojos y aparté la mirada antes de ahogarme en ellos.

—Ojalá pudiéramos —sonreí, tratando de alejar las mariposas que revoloteaban en mi estómago.

—¡Podemos! —se exasperó Caspian—. ¿Qué nos detiene?

—Tantas cosas... —insinué. Me alejé de él y miré alrededor del pantano—. Tenemos un hogar, Cas. ¿Adónde iríamos? No podemos huir y luego volver con la manada como si nada.

La Cumbre era una ceremonia de nuestra especie impregnada de tradición.

Ningún licántropo elegiría voluntariamente abandonar a su verdadera pareja. Aquello era tabú. suponía despreciar el regalo de la Diosa de la Luna.

Y eso pondría a la Manada de la Luna Azul en el punto de mira.

—No podemos hacerle eso a nuestras familias —señalé.

Caspian se acercó a mí y tomó mis manos entre las suyas. Su tacto era cálido.

—Sí, la manada estaría bajo presión durante algún tiempo —dijo Caspian—. Pero no durante mucho. La Jauría Real tiene problemas más graves que dos lobos fugitivos.

Su sonrisa fácil aplacó parte del miedo que había en mí y de repente no me pareció tan mala idea.

—Imagina lo que podríamos vivir, Lyla —susurró Caspian—. Solos tú y yo. En cualquier parte del mundo.

Mi corazón se aceleró al pensar en su propuesta. Podíamos hacer las maletas y salir a primera hora la mañana siguiente.

¿Adónde iríamos?

¿Qué haríamos?

—Estaba pensando que podríamos ir a Francia primero —dijo Caspian—. Ver la Ciudad Santa.

—¿Vamos a cometer algo parecido a un sacrilegio y lo primero que quieres hacer es ir a la Ciudad Santa de los licántropos? —pregunté entre risas.

Los ojos de Caspian brillaron con picardía. —Sí. Le daría la mano a la Diosa de la Luna y le diría: ¡gracias por nada!

Puse los ojos en blanco. Podía imaginarme perfectamente a Caspian haciendo eso con su sonrisilla.

—Y cuando salieras de la cárcel por haber hecho tal ofensa, ¿qué? —quise saber.

—Luego haríamos una gira por Europa —fantaseó—. O tal vez por Asia. O ambas cosas, ¿por qué no? —Sonrió y apretó su frente contra la mía—. No me importa adónde vayamos, Ly. Mientras estemos juntos.

Cerré los ojos y me dejé llevar por su idea.

Todo sonaba tan romántico.

El material del que están hechos los sueños.

¿Quién no querría viajar por el mundo con el amor de su vida?

Pero esa es la cuestión.

¿Es Caspian el amor de mi vida?

Mi burbuja de ensueño estalló de repente.

Sentí un pinchazo en lo más profundo de mi pecho.

—No podemos, Cas —dije con el corazón apesadumbrado.

Caspian suspiró y toda la felicidad que irradiaba se evaporó.

—¿No tienes curiosidad? —pregunté, pensando en la Cumbre—. ¿No quieres saberlo al cien por cien?

—No lo llamaría curiosidad... —Caspian se alejó de mí,y de inmediato eché de menos la calidez de su tacto.

—Lo siento —dije, sintiéndome miserable—. Sólo necesito saberlo para poder dejar todo esto atrás.

—De acuerdo.

—Por favor, créeme, nada me haría más feliz que descubrir que estamos predestinados —señalé—. Es que...

—Déjalo ya, Ly —me cortó Caspian con una suave sonrisa—. No te sientas culpable. No eres una mala persona por querer saberlo con seguridad. Somos licántropos. Está en nuestra naturaleza.

Caspian entornó los ojos contra el brillo del sol.

Yo también me aparté del resplandor.

Unos minutos atrás pensaba que la puesta de sol era hermosa.

Pero ahora me dolían los ojos.

—Yo también quiero averiguarlo —admitió—. Pero tengo más miedo que curiosidad. Supongo que estaba tratando de evitarlo.

—¿Miedo de que no estemos predestinados? —inquirí.

—Sí, pero por todo lo que supondría —confesó e hizo una pausa para ordenar sus pensamientos—. ¿Significaría que todo lo que hemos vivido era una mentira? ¿Que mis sentimientos por ti no eran reales?

Jadeé al sentir que mi corazón se rompía.

—¡No! —protesté, me adelanté hacia él y lo rodeé con mis brazos. Apreté mi cara contra su pecho—. Nunca.

Sentí que las lágrimas acudían a mis ojos, pero las disimulé. Miré a Caspian cuando estuve segura de que no iba a llorar.

—Te quiero, Cas. Y nada va a cambiar eso... vínculo de apareamiento o no, siempre serás importante para mí.

—Gracias —repuso. Nos sonreímos el uno al otro, con los ojos empañados—. Lo mismo digo.

Me levanté de puntillas y apreté mis labios contra los suyos.

Permanecimos así en los brazos del otro durante un rato, sin que ninguno de los dos quisiera soltarse.

—Mierda —dijo Caspian finalmente—. Qué bajón de conversación.

—¿Y de quién es la culpa?

—Lo siento nena —dijo. De repente frunció el ceño—. Bueno, en el peor de los casos, si mi pareja verdadera es otra persona... espero que esté buena por lo menos.

Me reí y le di un golpe en el pecho.

—Imbécil.

Me sonrió.

El sol se había ocultado tras el horizonte y empezaba a anochecer. El canto de las cigarras y las ranas resonaba a nuestro alrededor.

—Será mejor que volvamos —dijo Caspian—. Mañana nos espera un gran día.

—Sí. Un gran día.

Me dio la mano y juntos volvimos a caminar hacia la Jauría Real.

Para bien o para mal, la incertidumbre iba a terminar en unas horas.

Y solo esperaba que fuera un final feliz.

SEBASTIAN

—¿Nervioso?

Me giré cuando Cayo se sentó a mi lado en la azotea del hotel Fleur de Lis.

—Sí, mira cómo me tiemblan las manos —dije con sarcasmo, completamente inexpresivo. Miré hacia el pantano que rodeaba la mansión. Observé las tierras que me pertenecían y pensé en las familias que las habitaban.

Tanta gente. Y yo era el responsable de su bienestar.

—Como si tuviera tiempo de estar nervioso por la Cumbre.

—Tengo un buen presentimiento sobre este año —reflexionó Cayo.

—Eso es lo que dijiste del año pasado.

—Sí —asintió Cayo, solemnemente—. Pero este año es de verdad.

—Bien.

Eché una mirada de reojo a mi estoico beta. Había sido el beta de mi padre antes de ser el mío. Nos conocíamos desde que yo era un mocoso.

Nunca fue de los que se entretienen con tonterías, pero se empeñaba en que yo encontrara a mi verdadera pareja en cada Cumbre.

Todos los años se había equivocado.

—Eres un romántico empedernido, ¿verdad? —le pregunté.

Se limitó a mirarme fijamente como respuesta. Su mirada sin emoción era la única respuesta que necesitaba.

—¿Por qué insistes tanto en esto, entonces? —quise saber.

—Eres el Alfa Real —me recordó Cayo.

No se me olvida.

—Y la manada necesita una Luna.

—Estoy comprometido con Magnolia.

—Eso es otra cosa.

Suspiré y le di una palmada a un molesto mosquito que me acababa de picar en el cuello.

—¿Por qué, Cayo? Magnolia es perfecta para el papel. Es inteligente y ferozmente leal. Nadie en la Manada Real la pondría en tela de juicio.

—Tienes razón —reconoció Cayo—. Magnolia sería perfecta para la Jauría.

—Entonces, ¿a qué te refieres?

Me miró fijamente, con sus ojos oscuros ilegibles.

—Pero ella no es perfecta para ti.

Parpadeé, desarmado por la repentina franqueza de Cayo.

—Me importa mucho Magnolia —dije—. Es una de mis mejores amigas.

—Pero ella no es tu pareja verdadera.

Me aparté de él y miré hacia el recinto del hotel. Algunas personas seguían afuera, aprovechando los últimos minutos de luz.

Hombres y mujeres ansiosos recorrían los campos, mezclándose y hablando, esperando encontrar a su pareja verdadera.

Podía sentir su ansiedad. La excitación. Su única preocupación era si serían o no bendecidos por la Diosa de la Luna el día siguiente.

No les importaba la política, la economía, la logística ni las relaciones entre manadas.

Llevaban una vida sencilla y feliz.

Qué bonito.

—Por desgracia, no todos podemos concedernos el lujo de esperar a nuestras parejas verdaderas —señalé frunciendo el ceño—. Me las he arreglado bien todos estos años sin una.

—Ten un poco de fe, Sebastian —me recomendó Cayo. Se levantó y puso una mano en mi hombro—. La alegría de conocer a tu mitad no es algo que debas descartar tan rápidamente.

Mi beta me dejó solo en el tejado para que pudiera meditar.

Contemplé a todos los que habían acudido a la Cumbre en la lejanía.

¿Estará ahí mi pareja verdadera?

Pero cuanto más miraba, menos esperanzas sentía.

No vi a nadie que me interesara.

Si realmente estuviera, al menos sentiría algo cuando la viera, incluso antes de la ceremonia.

¿No?

Suspiré y me levanté para estirar las piernas.

Cayo se equivocaba. Iba a ser igual que el año pasado.

Justo cuando me di la vuelta para irme, algo me llamó la atención. Dos siluetas salían del pantano y caminaban hacia la mansión.

Lyla y su novio.

Mis ojos acudieron a ella como una polilla a la luz.

Me vio y me hizo un pequeño saludo. De repente sonreí.

Asentí con la cabeza mientras las palabras de Cayo volvían a revolotear por mi mente.

Este año es de verdad.

Lyla me mostró una sonrisa y desapareció en el interior del hotel.

Sacudí la cabeza, volviendo a la realidad.

—No te hagas ilusiones, Sebastian —murmuré en voz baja para mí—. Otro año, misma Cumbre.

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