La hija del Rey Alfa - Portada del libro

La hija del Rey Alfa

S. J. Allen

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Chapter
15
Age Rating
18+

Summary

Gianna tiene veinte años y siempre ha tenido una personalidad salvaje. Seha pasado toda la vida tratando de salir de la protección de su padre y de su madre. ¿Lo logrará? ¿O sucederán cosas que le hagan cambiar su mentalidad?

Clasificación por edades: +18

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99 Chapters

Chapter 2

La bruma

Chapter 3

Primer toque

Chapter 4

Enraizado
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Noche de chicas

GIANNA

—Y entonces me levantó y me estampó contra la pared... Te lo digo, ¡fue tan jodidamente sexy que no pude soportarlo!

—¡No me lo creo! ¡Tienes mucha suerte! Quiero decir, me gusta Harry; de verdad. Es solo que no creo que él se caliente como yo, ¿sabes? ¡Quiero pasión e intensidad cruda! ¡Esa mierda es una locura! ¿Verdad, ¿G? ¿G? ¿GIANNA?

Salí de mi ensoñación. —¿Eh? ¿Qué? —Miré al espejo que tenía enfrente y vi a las chicas mirándome fijamente.

Liv parecía ligeramente curiosa, pero Emily daba golpecitos con el pie y tenía los brazos cruzados. Parecía enfadada. Debían estar hablando de su sexo en periodo de bruma con cualquier tipo con el que estuviera esta temporada.

¿Mark? No.

¿Neil? No.

¡Ralph! ¡Eso, era Ralph!

—Gianna, ¿me estabas escuchando? —le espetó.

—Sí, nena, ¡claro que sí! Ralph y tú habéis tenido una bruma tan buena esta tarde que te ha estampado contra la pared, ¿verdad? —dije, sonriéndole ampliamente.

Chasqueó la lengua con frustración. —Se llama Ron.

¡Mierda!

¡Ralph era taaaaan de la temporada pasada! —Puso los ojos en blanco y nos reímos.

Cogí mi barra de labios y empecé a aplicarla. Chocolate intenso, mi favorito. —¿Y tú, Liv? ¿Te han empotrado contra la pared? —Le guiñé un ojo.

Sonrió tímidamente y se sonrojó. —No exactamente, no, pero espero que pase pronto —soltó una risita, y Emily le dio un codazo.

Sonreí y continué maquillándome. Nunca había llegado a experimentar una bruma.

Mi padre, el rey alfa, y mi madre, una poderosa hechicera, habían sido obligados por el consejo de ancianos a reprimir a mi lobo cuando yo era apenas una niña.

Al parecer, no se debería permitir que alguien con mis capacidades anduviera por ahí sin control. Era sencillamente inaudito. Puse los ojos en blanco ante esa idea.

Mi madre y yo hablábamos de ello cada temporada. Ella sabía que escuchar las historias de bruma de mis amigas me hacía sentir más excluida que de costumbre.

Mis amigas eran geniales y las quería, pero yo siempre sería de la realeza, la princesa, la hija del rey alfa.

La bruma, también conocida como temporada de apareamiento, ocurría una o dos veces al año cuando todos —y digo todos— follaban como locos...

Mamá me había dicho que las ataduras de mi lobo empezarían a romperse cuando encontrara a mi pareja.

Ella había dicho que mi pareja calmaría mi alma de lobo y, que una vez que aceptara todo mi poder como su pareja, sería libre de nuevo.

Una parte de mí no podía esperar; otra parte se preguntaba si algún hombre o lobo podría manejar mi alma salvaje.

En realidad, solo había me había transformado a mi forma de lobo una vez. Tenía unos diez años, quizá once. Mis padres habían insistido en que el consejo esperase hasta que hubiera experimentado como mínimo una transformación antes de suprimirme.

Mi hermano Diego y mi padre me guiaron durante esa experiencia. Duró horas, cada hueso de mi cuerpo se rompía y se transformaba. Mi cuerpo estaba cubierto de sudor por la fiebre.

Me dolió, lo admito, pero Diego me prometió que mejoraría con cada transformación hasta que fuera tan fácil como respirar.

Muchos humanos pensaban que los hombres lobo se convertían en bestias con forma de hombre que corrían a dos patas, pero en realidad nos transformamos en lobos completos.

Teníamos el mismo aspecto que los lobos normales, salvo que éramos un poco más grandes. Si un humano nos viera, pensaría que se había encontrado con un gran lobo salvaje.

Nuestro pelo se extendía por todo el cuerpo, convirtiéndose en nuestro pelaje. El color de nuestro pelo viene determinado por el color de nuestra piel.

La mayoría de las veces, los ojos de los lobos son de un suave amarillo dorado, pero hay algunas excepciones a la regla. Hay unos pocos cuyos ojos siguen siendo del mismo color que sus ojos humanos. Como he dicho, siempre hay excepciones.

Terminé de maquillarme, apartando esos pensamientos de mi mente, y me admiré en el espejo. Maldita sea, ¡me veía bien!

Llevaba botas de motorista con una falda de cuero y una blusa verde caqui. Muy chic, pensé, sacando mis mechones blancos como el hielo de la goma del pelo y dejando que mi cabello cayera por la espalda.

Oí a las chicas chillar detrás mío: —¡G! ¡Estás estupenda, chica!

—¡Sí, G! ¡Te ves increíble!

Me di la vuelta. —¡Gracias, chicas! ¡Y tu también! ¡Vaya!

Emily llevaba un vestido rojo ceñido que iba muy bien con su piel olivácea y bronceada y su pelo oscuro, rizado que caía suelto sobre los hombros.

Liv llevaba una falda vaquera azul con una camisa blanca sin mangas; sus mechones dorados estaban recogidos en un elegante moño desordenado, que yo nunca podría conseguir sin parecer un vagabundo.

Maldita sea, tenía unas amigas muy guapas. Sonreí y cogí mi copa. Esta noche iba a ser una buena noche; podía sentirlo.

—Vamos, terminemos nuestras bebidas y salgamos de aquí antes de que Diego nos descubra y me delate a papá —dije, apurando mi vodka con tónica.

Las chicas se rieron y Liv se sonrojó. —Pero Diego está muy bueno —dijo.

—¡Asqueroso, Liv! —La empujé y puse los ojos en blanco.

Brindamos con nuestras copas por una buena noche y acabamos nuestras bebidas.

Pensé en Diego mientras salíamos de casa hacia la ciudad. Era mi hermano mayor, el siguiente en la línea de sucesión para ser rey alfa, y se tomaba muy en serio sus futuras obligaciones.

Pesada es la cabeza que lleva la corona y todo eso. Puse los ojos en blanco al pensar en ello. Era mi protector, como él decía, siempre interviniendo cuando lo necesitaba...

Pero nunca lo había necesitado. Yo era fuerte, mucho más fuerte que él, y él lo odiaba.

Mis hermanos y yo no éramos solo lobos; éramos brujas, bueno, mitad y mitad, en realidad. Todos teníamos habilidades especiales.

Diego tenía superfuerza y velocidad; sus sentidos estaban aumentados, lo que le convertía en el rastreador perfecto. No importaba dónde estuvieras o lo lejos que estuvieras, Diego siempre te encontraría.

Su lobo era el más grande. Con un metro ochenta y cinco de altura, se elevaba por encima de mi metro sesenta y dos.

Su pelo negro azabache significaba que su piel de lobo también era negra como el azabache, y sus penetrantes ojos verdes hacían que a todas las lobas les flaquearan las rodillas, tanto en su forma humana como en la de lobo; algo que le encantaba.

Yo era la siguiente.

Con mi pelo blanco como el hielo y mis ojos azules como el glaciar, yo era un lobo blanco. Las madres contaban historias a sus cachorros para irse a dormir, historias sobre un lobo blanco al que no se había visto en más de una década, ya que solo se me había permitido una carrera en mi forma de lobo.

Había oído algunas historias sobre el lobo blanco, un lobo raro, lo llamaban.

Algunos lobos me miraban con curiosidad, preguntándose si tal vez yo era ese lobo. En realidad, nadie sabía si el lobo blanco era realmente un hombre lobo o simplemente un lobo salvaje, pero nadie se atrevía a preguntar.

Mis poderes eran un poco más complicados que los de los demás. Mi madre dijo que siempre supo que yo tendría un talento desmesurado.

Y luego estaban los mellizos, Lucas y Levi, ambos altos como Diego, con 1 metro 80 de altura. Como nuestra madre, tenían el pelo dorado y los ojos verdes.

También tenían las tres T: telequinesia, telepatía y teletransporte. Eran fuertes por separado, pero mucho más cuando estaban juntos.

—¡Estamos aquí!

El chillido de Emily me sacó de mi ensoñación cuando el taxi se detuvo frente al club.

—¡Oh, no! ¡Mira la cola! Estaremos esperando mucho tiempo —gimió Liv, sus manos tirando de su chaqueta alrededor de sí misma con fuerza mientras salía.

—Chica, ¿eres tonta? ¡Estamos con la realeza, perra! Vamos a recibir un tratamiento VIP. —Emily puso los ojos en blanco ante Liv. Me reí y salí del taxi tras ellas.

—No os preocupéis, chicas, lo tengo todo controlado —dije por encima del hombro, dirigiéndome al portero de la puerta.

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