La compañera del Rey Lobo - Portada del libro

La compañera del Rey Lobo

Alena Des

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Summary

Así fue como se acabó el mundo.

El rey de los lobos, el monstruo mítico, el hombre majestuoso al que había llegado a amar y desear con cada uno de mis suspiros, yacía allí... desangrándose junto a su trono. Agonizando.

Alzándose sobre él había un engendro sonriente... el Señor de los Demonios. Me señaló con un dedo largo, oscuro y enjuto.

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Lazos familiares

BELLE

Así fue como se acabó el mundo.

El rey de los lobos, el monstruo mítico, el hombre majestuoso al que había llegado a amar y desear con cada uno de mis suspiros, yacía allí... desangrándose junto a su trono. Agonizando.

Alzándose sobre él había un engendro sonriente... el Señor de los Demonios. Me señaló con un dedo largo, negro y enjuto.

—Ahora eres mía —graznó, escupiendo fuego por la boca—. Annabelle... mi princesa de la oscuridad...

Caí de rodillas y lloré, invadida por la angustia. Pero mientras las lágrimas bajaban por mis mejillas, las sentí... burbujeando... hirviendo... derritiéndose sobre mi piel. Grité, desgarrando mi cara, tratando de hacer que aquello se detuviera.

Pero no había nada que pudiera impedir aquella transformación. Oí la carcajada del monarca demoníaco mientras mis lágrimas se convertían en cicatrices negras, mis ojos quedaban vacíos, mis labios... que nunca volverían a conocer el sabor de los suyos... el Rey Lobo al que amaba...

Lo había perdido.

Yo estaba perdida.

El mundo estaba acabado... Sólo la oscuridad gobernaba ahora...

***

Me desperté sobresaltada, temblando, hiperventilando, pero el mundo seguía a oscuras.

—¿Qué? —pregunté, alucinando—. ¿Qué está pasando?

Me di cuenta de que llevaba una máscara para los ojos y, en cuanto me la quité, pude comprobar que estaba sano y salvo en mi habitación. Ufff...

Aquel maldito sueño de nuevo. Había sido recurrente durante semanas. Pero cada vez que me despertaba, no podía recordar ni un solo detalle. Sólo el terror, el pavor, la sensación de que algo grande se acercaba. Pero ¿qué?

Un fuerte golpe en la puerta me hizo estremecer.

—¿Cariño?

Me giré para ver a mi padre. Aquello era todo. Me reprendí a mí misma. Contrólate, Belle.

—¿Qué pasa, papá?

—Hay algo importante que tenemos que tratar.

Se sentó en mi cama. Mi padre era el alfa de nuestra manada, con una estructura de ladrillo, pero con una bondad silenciosa en sus ojos marrones que no tenía rival. Era ferozmente devoto de su familia, por lo que lo que dijo a continuación me impactó de lleno.

—Annabelle —dijo, bajando la mirada—. No sé cómo decir esto, pero es hora de que dejes atrás la manada.

Mis ojos se abrieron como platos. —¿Cómo dices?

—Tu madre y yo te enviaremos a un lugar... seguro. Cálido. Lejos de aquí.

—¿De qué estás hablando? —pregunté, poniéndome de pie y retrocediendo—. ¡Esta es mi casa! No puedo dejar la manada. Pertenezco a...

—¡Perteneces a donde yo digo! —bramó, y me quedé callada.

Mi padre rara vez levantaba la voz. Aquello significaba que el asunto era serio. Significaba que él, el alfa de nuestra manada, tenía miedo de algo. Pero... ¿qué?

—¿Por qué…? ¿Por qué estás haciendo esto? —quise saber; y las lágrimas llenaron mis ojos.

Pensé en mi hermano, Sean, en mis mejores amigos, Joshua y Danny, y sobre todo en Gregory, el hombre al que creía estar destinada. ¿Cómo iba a vivir sin ellos? ¿Qué estaba pasando? Mi mundo se estaba escapando de debajo de mis pies.

—No puedo explicarlo —dijo papá—. Pero debes entender, Annabelle. Es por tu propia protección.

Protección ¿de qué?¿Tenía algo que ver con aquel maldito sueño? Si pudiera recordar los detalles, maldita sea. Pero no tenía miedo de lo que se ocultaba tras la pesadilla... fuese lo que fuese. No. Aquel era mi hogar. Y nada, nadie, me lo iba a arrebatar.

—Annabelle —dijo mi padre, viéndome darle vueltas a la cabeza—. No...

—Intenta detenerme —le desafié.

Y, antes de que supiera lo que estaba sucediendo, atravesé corriendo la habitación, la casa y el bosque tan rápido como mis pies podían llevarme.

***

Corría por mi vida. A lo lejos, podía oír la voz retumbante de mi padre. —¡Vuelve aquí, Annabelle!

Pero de ninguna manera me iba a detener. Me transformé y sentí que un calor familiar se filtraba en mi piel. Mis miembros se estiraron y una pelambrera rojiza emergió de mi cuerpo, cubriéndome como una gruesa manta.

Ya a cuatro patas, me dirigí a mi lugar secreto en el bosque. Lo había descubierto cuando era mucho más joven. Sean, mi hermano mayor, se burlaba de mí sin descanso, lo que me hacía huir al bosque envuelta lágrimas.

—¡No eres mi hermana! —gritaba—. ¡Vuelve al lugar de donde has salido! Era cinco años mayor que yo, y todo lo que anhelaba era ser amada por él.

Aquella noche me derrumbé en un claro, con la luna llena observándome desde arriba, cegándome con su majestuosidad fluorescente. Me habló en silencio, calmando mis preocupaciones. Era mi amiga secreta cuando me perdía en la oscuridad.

Ahora corría hacia allí, esperando encontrar el mismo consuelo y el mismo alivio que había sentido por primera vez trece años atrás. Ser enviada lejos significaba que también tendría que dejar atrás mi claro especial. No podía soportar aquella idea.

—¿Adónde podría acudir? ¿Dónde podría estar sola? Oh, querida Diosa de la Luna, no dejes que este sea mi destino. ¡No dejes que mi padre me envíe lejos!

—¡Belle, detente! ¡Espérame! —gritó Sean. El tiempo había ayudado a limar nuestras diferencias, haciendo que ahora fuésemos más cercanos. Sabía que a él le importaba, pero algo dentro de mí se negaba a que mis patas dejaran de correr. Necesitaba alejarme de todos.

Oí cómo cambiaba de forma detrás de mí, su gran cuerpo de casi dos metros se transformó en un enorme lobo gris tan rápido como fuerte. En cualquier momento alcanzaría a mi pequeña y débil loba.

Cuando me transformé por primera vez a los quince años, pensé que mi animal crecería, pero nunca lo hizo. A diferencia del resto de mi familia, mi loba siguió siendo pequeña y enclenque.

Lo que me hacía más fácil de atrapar.

El lobo de Sean saltó sobre mi espalda, inmovilizándome en el suelo. Intenté zafarme, mordiendo sus extremidades, pero fue inútil. Sean gruñó y me clavó las uñas en la piel.

Cediendo ante el dolor, volví a mi forma humana y me dejó levantarme. ¿Una de las escasas ventajas de ser un lobo de menor tamaño? Era la única de la manada que podía dejarse la ropa puesta cuando cambiaba de forma.

—Tenemos que hablar —dijo Sean, poniéndose la camisa.

—No voy a ir a ninguna parte —escupí—. Si papá te ha enviado tras de mí...

—Tienes que hacerlo, Belle. Es la única manera.

—No puedo creer que te pongas de su lado —respondí—. Por la Diosa de la Luna, ¿me vas a decir qué demonios está pasando?

Sean miró hacia otro lado. Sabía que debía de ser algo grave. Mi hermano no era alguien que evitara la confrontación. De hecho, tenía una gran reputación en la manada por golpear a quien lo mirara mal. O, para el caso, a cualquier pobre tipo que me mirara a mí.

—Viene a por ti, Belle —dijo Sean en voz baja—. Sabe dónde encontrarte. No puedes estar aquí cuando cumplas dieciocho años.

—¿Él? ¿De qué estás hablando? ¿Quién es él?

—Eso no te lo puedo decir. Si papá ha creído conveniente que no lo sepas...

—¡Es mi vida, Sean! —grité—. Merezco saber si alguien me persigue. Por favor... Dímelo. ¿Quién es? ¿Quién viene a por mí? ¿Es otro alfa?

—No, no es un hombre lobo. Es... es algo más.

—¿Algo más? ¿Qué quieres decir? ¿Qué más hay? Sólo humanos y licántropos.

—Hay muchas cosas que desconoces, Belle...

Sentí que el mundo que conocía y amaba se desmoronaba y que ni siquiera mi claro secreto podía protegerme de lo que vendría a continuación.

—Escucha, ¿recuerdas cuando te escapaste al bosque porque me burlaba de ti, y nadie pudo encontrarte en todo el día, y mamá se puso furiosa?.

—¿Y luego te castigaron durante una semana? —añadí—. Sí, por supuesto. Ese día te odié.

—Claro, yo también lo habría hecho —coincidió Sean con impaciencia, como si yo le impidiera explicar algo—. Pero, ¿recuerdas lo que te dije antes de que te fueras?

—Dijiste... dijiste que nadie me quería, y que mamá y papá me mentían. Eras un verdadero idiota por aquel entonces, ¿lo sabes? Hiciste de mi vida un infierno.

—También dije que te habían encontrado en la frontera de la manada.

—Lo que sea. Es la misma broma estúpida que gastan todos los hermanos mayores. ¿Qué importa? —le quité importancia. Pero mi cuerpo traicionó mis verdaderos sentimientos. Noté cómo mi corazón latía ferozmente en mi caja torácica. Se avecinaba una revelación, podía sentirlo.

Sean me miró con ojos culpables y dejó escapar un profundo suspiro.

—No era una broma, Belle.

Supliqué en silencio que sonriera o guiñara un ojo, cualquier cosa que indicara que me estaba tomando el pelo. En cambio, su rostro permaneció solemne.

—Pero… —me quedé muda.

—Una noche, papá volvió con un fardo en brazos y él y mamá discutieron. Nunca les había oído hacerlo de aquella manera. Así que me acerqué y empecé a escuchar a escondidas. Mamá quería quedarse contigo, pero papá estaba preocupado. Decía una y otra vez que debía haber algo más en aquella la historia. Dijo que alguien vendría a recuperarte algún día. Me apresuré a bajar las escaleras para ver de qué estaban hablando. Y fue entonces cuando te vi por primera vez, envuelta en aquella manta. Eras tan pequeña y frágil, Belle… Por eso estuve enfadado durante tanto tiempo. Tenía miedo de quererte porque pensaba que podías sernos arrebatada, y no podía soportar la idea de perder a mi hermanita. Me llevó un tiempo darme cuenta de que no importaba que viniera alguien, porque no era tu familia. Nosotros éramos tu familia.

Era demasiado para procesar de una sola vez. No sabía por dónde empezar. Miré a mi hermano, mi protector, mi amigo. Aquello lo estaba destrozando por dentro.

—¿Por eso eres tan sobreprotector? —pregunté.

—No puedo evitarlo —dijo, asintiendo—. Prometí que nunca dejaría que te pasara nada malo. Por eso tienes que volver ahora a casa conmigo, ¿de acuerdo?

—Primero, dime —exigí—. ¿Quién es? ¿Quién me persigue?

Sean suspiró, bajando la mirada. Sabía que las respuestas eran inminentes, aunque también sospechaba que no iban a aclararme nada.

—La semana pasada se lanzó un ultimátum al rey. Decía que te entregara o de lo contrario se declararía la guerra a todos los hombres lobo.

—¿El rey? ¿Una guerra? —tartamudeé—. ¿Qué podría tener eso que ver conmigo?

—Belle —dijo Sean, abrazándome con firmeza—, no tenemos demasiada información. Pero sabemos que es el gobernante de toda su especie. Sabemos que se llama... el Señor de los Demonios.

Un destello de imágenes horripilantes me golpeó en silencio. Un dedo negro y enjuto apuntando hacia mí. Una boca ardiente y carcajeante. El sueño.

Aquello era lo que había soñado. ~El Señor de los Demonios.~

Ojalá pudiera contarte más —dijo Sean—. Todo lo que sabemos es que es increíblemente peligroso. Y está dispuesto a ir a la guerra si eso significa recuperarte.

Me quedé sin aliento, con las manos húmedas. Sentía que me estaba asfixiando.

—¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Qué quiere de mí?

—Belle... —susurró Sean, mirándome a los ojos—. Creo que eres... creo que es allí de donde vienes. Tú le perteneces.

Di un paso atrás, temblorosa, con los ojos desencajados, hiperventilando. Todo empezó a borrarse y sentí que mi cuerpo no pesaba. Me estaba cayendo.

Y de pronto podía escuchar su voz de nuevo... la voz de mi sueño...

Annabelle, mi princesa de la oscuridad...

La voz de Sean gritaba; intentaba alcanzarme. Pero estaba demasiado lejos. Era demasiado tarde. Mi claro secreto, iluminado por la luna, se hundía en la oscuridad, las estrellas se apagaban una a una.

Y cuando todo se volvió negro... cuando el mundo terminó a mi alrededor... todo lo que pude ver fue al otro hombre de mi sueño, el Rey Lobo, tendido sobre un charco de su propia sangre.

Belle —pronunciaron sus labios sin emitir sonido alguno—. ~Te amo.~

Y entonces no hubo más que oscuridad.

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