En el fin del mundo - Portada del libro

En el fin del mundo

E.J. Lace

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Chapter
15
Age Rating
18+

Summary

Savannah Madis era una feliz y alegre aspirante a cantante hasta que su familia murió en un accidente de coche. Ahora vive en una nueva ciudad, va a un nuevo colegio, y por si eso fuera poco, está en el punto de mira de Damon Hanley, el chico malo del instituto. Damon está totalmente confundido con ella: ¿quién es esa listilla que no deja de sorprenderlo? Damon no puede quitársela de la cabeza y, por mucho que odie admitirlo, Savannah siente lo mismo. Se hacen sentir vivos el uno al otro. Pero, ¿será eso suficiente?

Clasificación por edades: 18+ (Contenido sexual gráfico, violencia)

Advertencia: este libro contiene material que puede considerarse molesto o perturbador.

Autora original: Emily Writes

Nota: Esta historia es la versión original de la autora y no tiene sonido.

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150 Chapters

Primer día

Savannah

—Rápido, chicas, vamos, vamos.

El entrenador Kline hizo sonar su silbato, provocando que las personas más cercanas a él se asustaran del estridente sonido.

Llevaba una camiseta deportiva gris que le marcaba la barriga cervecera, y unos pantalones de baloncesto blancos y azules demasiado cortos y ajustados para su figura.

Sus pintas de actor porno de los 70 eran hasta cómicas.

Seguro que usaba cera para el pelo y probablemente se pusiera autobronceador como un asqueroso pervertido.

Esa era la clase de vibra que desprende.

Tras una palmada, todas salimos de la pista y nos dirigimos a los vestuarios, entrando una por una.

Los bloques de hormigón armado recorrían el camino y las baldosas azules cubrían el suelo.

El dibujo de un lobo pintado en la pared era el emblema del instituto, que simbolizaba el espíritu juvenil, aunque no podía decir que el mío estuviera muy animado en este lugar de mierda.

Al menos, no todavía.

Sudorosa y asquerosa por el ejercicio físico forzado y el calor sofocante, supe que estaba lista para una ducha.

Que agosto fuera uno de los meses más calurosos y vivir en la costa no ayudaba.

Sólo era la tercera semana de clase y todavía no había logrado pasar desapercibida.

Todavía encontraba la manera de que me siguieran viendo como la chica nueva.

Si no era tropezando con los nombres de los profesores o haciendo algo que me señalara, era por las miradas interrogantes, los comentarios sarcásticos y los cotilleos sobre quién era y por qué Percy y yo somos inseparables.

Ninguno de ellos se molestaba en ocuparse de sus propios asuntos, pero oye, supongo que así es el instituto.

Entré en los vestuarios, cogí mi ropa e intenté abrir la estúpida cerradura de la taquilla, antes de rendirme por decimoquinto día consecutivo y dirigirme a las duchas.

Estos cerrojos eran demasiado complicados y aunque se supone que deberían ser prácticos, no lo eran en absoluto.

Percy me volvió a explicar cómo se abría y yo juro que le presté atención, pero cuando él no estaba, seguía sin conseguir que mi taquilla del gimnasio funcionara bien por mucho que lo intentara.

Ya había llegado tarde a clase unas cuantas veces por culpa de esto, ganándome dos faltas de asistencia en apenas un mes de clase.

Tragándome mi irritación, solo podía pensar en terminar la escuela, salir del instituto y olvidarme de una vez por todas de mierdas como esta.

¿Quién no puede hacer que un puto candado haga click bien?

Obviamente, yo.

Odiaba gimnasia, no sólo por la actividad física, que detestaba por completo, sino porque era la única clase en la que nos separábamos.

Percy era mi primo, mi único amigo en la escuela. No es que buscara hacer más, simplemente era más fácil tener a alguien de tu lado, y él trataba de ayudarme.

Realmente lo hacía lo mejor que podía.

Me coloqué detrás de la cortina de ducha de color beige fluorescente que tienía la mitad del tamaño que debería tener, abrí el agua y me desvestí en lo que ellos llaman “privacidad”.

Me cambié rápidamente, escondiéndome de la vista del resto de las chicas, tratando de concentrarme en acabar lo antes posible.

Mientras me enjabonaba y me enjuagaba el sudor sucio del cuerpo, el resto de las chicas se fueron.

La habitación se llenó de silencio, y aunque me gustaba estar sola, esto era una mala señal.

Volvería a llegar tarde si no me daba prisa.

Terminé mi ducha en tres minutos más y giré los pomos cromados para apagar el agua.

Alcancé mi toalla, pero no encontré nada.

Una ráfaga de pánico me invadió.

Nada en el taburete de fuera, nada en el pequeño gancho junto a la puerta.

Nada.

Al apartar la cortina de la ducha y empujarla hacia mi pecho, miré a mi alrededor y no vi ni mi ropa ni a nadie.

¿Dónde coño está mi ropa?

Sentí que el pánico empezaba a correr por mis venas y me comía viva.

¿Quizá alguien la vio en el suelo y la llevó a mi taquilla?

Esperando que fuera así, arranqué la cortina de la ducha de sus anillas blancas y transparentes y me envolví en ella.

Busqué en el vestuario, pero no encontré ni rastro de mis cosas.

No quedaba nada en mi taquilla: ni mi bolsa de deporte, ni mis zapatos, ni mi sujetador, ni mis bragas, ni mi cepillo del pelo, nada.

Alguien debió cogérmelo todo, probablemente esas chicas estiradas que me habían estado enviando miradas de odio desde el primer día.

Comprobé los cubos de basura, rezando desesperada para que tal vez lo hubieran tirado ahí, pero mi suerte era una mierda.

Al doblar la esquina, miré por todas partes en busca de algo, incluso empecé a tirar de las taquillas al azar con la esperanza de encontrar una que estuviera abierta para poder tomar prestada algo de ropa.

Pero por supuesto, mi suerte era peor que mi vida en este momento, y no encontré nada.

Golpeando mi cabeza contra la taquilla, maldiciendo mi existencia, supe que solo tenía una única opción, y no era bonita.

Me envolví la cortina de la ducha alrededor de mi cuerpo con más fuerza, y asegurándome de que la parte superior, la central y la inferior estaban bien sujetas, salí corriendo.

Subí tan rápido como pude las cortas escaleras y llegué al primer piso de la escuela.

Luego arrastré el culo por el pasillo vacío hasta llegar al vestuario de los chicos y entré.

Afortunadamente no había nadie; la clase ya había empezado y estaba segura de que Percy se estaría preguntando dónde diablos estaba.

Rezando para que sus taquillas estuvieran etiquetadas igual que las nuestras, empecé a buscar por las filas el nombre de Percy.

Al llegar a la segunda fila, lo encontré.

Intenté luchar con todas mis fuerzas contra la cerradura, otra vez.

Pero no conseguí que se abriera.

Las lágrimas me escocían en los ojos y me manchaban la mejilla, haciéndome sentir la desesperación en mis huesos.

Llorar, envuelta en una cortina de ducha, después de haber irrumpido en el vestuario de los chicos tenía que ser un mínimo histórico.

¿Qué otra cosa podría superar esto?

Levanté la vista, y me dispuse a maldecir a Dios por permitirme seguir con vida, pero al girarme, capté un reflejo azul y gris.

Con el rabillo del ojo me di cuenta de que había una taquilla sin ese estúpido candado colgando y lo que parecía ser ropa metida dentro.

¿En serio voy a hacer esto?

¿Robarle a un inocente desconocido?.

No me queda otra.

Conteniendo la respiración, me deslicé frente a ella y la abrí de golpe, sacando la ropa y echándole un vistazo.

Una camiseta y un short de baloncesto, incluso un par de zapatillas, ¡gracias a Dios!

Grande, pero serviría.

Cogí mis nuevos hallazgos y los llevé a las duchas de los chicos, me vestí en una carrera loca por cubrirme con ropa de verdad, aunque no fuera la mía.

Sabiendo que mi chaqueta estaba en mi otra taquilla, a salvo, no me importaba ir sin sujetador hasta entonces.

Tener las tetas grandes era una mieda.

Si no llevas sujetador, es muy evidente.

No es que cuelguen súper bajo ni nada, es que... a grandes tetas, grandes problemas.

Resuelto el problema inmediato, sentí un tirón de orejas en mi conciencia.

No podía robarle la ropa a un desconocido.

Mi tío era el ayudante del sheriff, por el amor de Dios.

Pero la necesitaba.

¿Y si la tomo prestada?

Me la llevaré a casa, la limpiaré y luego la devolveré.

Sintiéndome mejor con ese resultado, volví a la taquilla, arranqué un trozo de papel del estante superior y con el bolígrafo que estaba tirado en el fondo escribí una nota.

—Te devolveré la ropa de gimnasia. Lo siento.

Pensé en poner mi nombre, pero creí que podría ir mejor si se la devolvía sin que nadie lo supiera.

Metí el papel por arriba y lo dejé colgado del ganchito para asegurarme de que lo viera.

Al cerrar el casillero, memoricé el nombre escrito en él para saber a quién devolvérsela, junto con una nota de agradecimiento y probablemente una tarjeta de regalo o algo así.

Me sentía como una mierda por coger eso.

Incluso con la pura intención de devolverlo, me sentía como una ladrona.

—Lo siento D. Henley —susurré en el silencio, dejando atrás el vestuario y esta pequeña debacle.

Cuando llegué a mi otra taquilla, sonó el timbre y todos salieron de sus clases para dirigirse a los pasillos.

Estos se llenaron de chicos de mi edad, y las miradas de reojo me hacían sentir muy incómoda.

Con los brazos en el pecho, me apresuré a abrir la puerta de mi taquilla y me cubrí con la chaqueta para ocultar mis tetas.

—¿Dónde...? ¿Qué llevas puesto? ¿Qué ha pasado? —Percy me miró con preocupación.

Su pelo rubio y liso caía por su frente y sus cálidos ojos marrones me estudiaban, buscando cualquier signo de preocupación.

—Esas malditas Barbies de plástico creo que me robaron mis cosas. Tuve que usar una cortina de ducha para cubrirme, luego pensé que podría usar tu ropa de gimnasia pero no pude abrir tu estupido candado.

—Por suerte encontré esto en una de las taquillas..

Me pasé los dedos por mi largo pelo color caramelo, apartándome un mechón de la cara mientras me preparaba para la última clase del día.

—Espera, ¿has corrido por la escuela desnuda y has entrado en el vestuario de los chicos? ¿De quién es la ropa que llevas? —Sus cejas se arrugaron.

El timbre sonó, indicando que era el momento de irnos.

Sacudiendo la cabeza y empujándome, Percy y yo caminamos hacia la clase.

Él un poco delante de mí, comentándome el trabajo que tendría que hacer.

La siguiente hora y media se me hizo interminable.

Volvimos a casa caminando, como todos los días. Con los chicos de la escuela que ya conducían pasando a toda velocidad por delante nuestro

—Sabes que puedo ir y volver de la escuela sola. Sé que echas de menos conducir, no tienes que dejarlo por mí.

El sol apretaba, haciéndonos sudar y obligándome a abanicarme la cara con una carpeta.

Miré hacia adelante, en la carretera, podía ver el calor que rezumaba de las aceras.

Percy tenía coche, carné de conducir y una plaza de aparcamiento en la escuela que había pagado.

—No pasa nada, Van. Caminar es bueno para los dos. —Percy me dio un empujón con el codo.

Pero yo sabía que solo estaba tratando de ser amable.

Echa de menos su coche y la conducción.

Pero como le dije que no me subiría a ningún otro vehículo para salvar mi vida, decidió seguir mi locura para intentar hacerme sentir mejor por estar sola.

No siempre fui así.

Pero hace cinco meses mi vida cambió.

Un día fuimos a dar un paseo en coche, para ir al cine, y empezó a llover.

El neumático del lado del pasajero estalló, nos metimos de lleno en un charco y, por la velocidad y la poca adherencia, nos salimos de la mediana y caímos al río.

Papá murió en el impacto.

Mamá nos sacó a Morgan y a mí del coche, pero fue arrastrada por la corriente y se ahogó.

Morgan murió de neumonía en el hospital una semana después.

Me desperté dos semanas después y descubrí que toda mi familia había desaparecido.

Percy y su padre, el tío Jonah, eran lo único que me quedaba.

Un accidente de coche fue peor que el Armagedón en el caso de mi familia.

Aunque sólo fue... mi mundo el que terminó.

La vida continuaba.

La gente que me rodeaba seguía riendo y sonriendo, haciendo planes del futuro y pensando en su felicidad, pero yo no.

No había vuelto a sonreír ni a reír desde entonces.

En la terapia asignada por el tribunal a la que estaba obligada a ir, eso era lo que estábamos trabajando.

¿Pero cómo podía reírme sin pensar en que la risa de Morgan era la más contagiosa y ahora se había perdido para siempre?

¿Cómo podía sonreír sin recordar la sonrisa de mamá iluminando la habitación y haciéndome sentir siempre en casa?

¿Qué iba a volver a hacerme reír ahora que ya no iba a volver a escuchar los chistes ridículamente cursis de papá que me hacían gemir y poner los ojos en blanco?

—Siento que hayas tenido un día de mierda, ¿la pizza lo mejoraría? —Percy marcó el código en la puerta principal, dejando que se desbloqueara y se abriera.

El aire acondicionado frío y ruidoso nos golpeó como si un muñeco de nieve helado que nos soplara un beso.

La casa del tío Jonah era bonita, y ahora también era la mía, como les gusta recordarme.

Era más pequeña que la casa de mi familia, pero como sólo estaban Percy y mi tío, no necesitaban mucho más.

Un sencillo edificio de dos plantas de ladrillo blanco con una piscina en la parte trasera y un bonito porche en la parte delantera, en el que mi tío mandó poner un columpio para mí.

Estaba en un buen barrio, no estaba en el sofocante centro ni en una aburrida urbanización privada.

Se encontraba un poco apartada, , pero había otras casas dispersas por la carretera que se podían ver desde el porche.

—La pizza lo hace todo mejor. —Puse los ojos en blanco y subí las escaleras.

Arrojando mi bolsa al suelo y despojándome de la ropa del desconocido, me puse mi pijama.

Ponerme un sujetador y unas bragas me hizo sentir humana de nuevo.

Mi camiseta negra de la Odisea me caía por el pecho y no me marcaba la figura.

Mis sencillos pantalones cortos negros de chico eran lo suficientemente largos como para cubrir las marcas de autolesiones que asomaban en la parte superior de mis muslos.

Al meter la camisa y los pantalones cortos del desconocido en la lavadora, me aseguré de añadir más jabón para que oliera bien y estuvieran bien limpios cuando se los devolviera.

Luego, le pasé un paño a las bambas azules y grises intentando darles algo de brillo.

—¿Crees que debería comprar una tarjeta regalo de alguna tienda, o, no sé, de algún supermercado? Eso quizás es una apuesta más segura, ¿no?

Percy dejó la consola y se sentó en el sillón gris que enmarcaba el salón.

La pantalla plana del televisor colgaba de la pared frente a nosotros como un faro que atraía nuestra atención.

—¿De quién es la ropa? Probablemente lo conozca lo suficiente para poder darte alguna idea.

Percy se metió un Cheeto en la boca y me acercó la bolsa mientras me sentaba a su lado.

—Eh... joder, se me ha olvidado. —Mi mente se quedó en blanco pensando en la etiqueta de la taquilla, haciendo que Percy se riera y sacudiera la cabeza.

Dato curioso sobre el traumatismo craneoencefálico, la pérdida de memoria es una de sus secuelas.

Ya sea a corto o a largo plazo, y el grado de gravedad, es cuestión de suerte.

El mío era bastante bueno. No es que fuera Ten Second Tom de 50 Primeras Citasni nada por el estilo.

Era solo que me resulta más difícil retener pequeños fragmentos de información cuando antes tenía la memoria de un elefante.

Ahora olvidaba las conversaciones con facilidad, estudiar era más difícil, me olvidaba de las cosas que necesitaba si no hacía una lista y aprenderme el nombre de alguien era ridículamente difícil para mí.

Pero eso no era todo. Tenía ataques aleatorios de ira incontrolable, pesadillas y migrañas enfermizas.

Golpearse la cabeza con la ventanilla del coche yendo a 75 millas por hora causaba esos problemas.

¿Quién lo diría, verdad?

También estuve bajo el agua durante un tiempo, algo de la falta de oxígeno hizo que algunas cosas se jodieran en mi cerebro.

—Te llegará, no te preocupes. ¿Dónde estaba la taquilla? —preguntó tras otro puñado de patatas fritas.

Utilizando mis manos, intenté repasar cómo estaban colocadas.

—Ni siquiera lo sé. Estando tu taquilla aquí, creo que su taquilla está de cara al exterior y tal vez la cuarta... —Cogí un puñado de patatas fritas y le dejé pensar.

—Creo que es mejor la tarjeta del supermercado, probablemente sea la taquilla de Noah, Patrick o Zack. Espera no, ¿dijiste que no tenía cerradura?

Sus ojos marrones se abrieron de par en par con preocupación al darse cuenta de quién podía ser la taquilla.

Asintiendo con la cabeza, arrojó el mando al suelo y se levantó.

—¿Era D. Henley? —Su voz me rogaba que dijera que no, pero el nombre me sonaba y estaba bastante segura de que era exactamente ese.

—No lo sé, ¿tal vez? Tal vez no. —Levanté una ceja al verlo, preguntándome por qué parecía tan asustado de repente.

Su rostro se volvió pálido.

—Nadie te vio, ¿verdad? —Se agachó frente a mí, colocándose a la altura de mis ojos.

—Por supuesto que no, estaba envuelta en una cortina de ducha. —No entendía por qué tanta preocupación.

Se llevó una mano a la cara y se la enroscó en el pelo, suspirando.

—Olvídate de devolver nada hasta que averigüe a quién se la has quitado, y no le digas a nadie lo que ha pasado. Ni siquiera a papá, ¿vale?

Asintiendo, se levantó de nuevo y salió del comedor en dirección al salón.

—¿He abierto la taquilla del hijo del alcalde o algo así? —Mi curiosidad se disparó.

Percy se detuvo, soltando una risa seca.

—Más bien el hijo del diablo. Damon Henley es el hijo de Lucien Henley, el líder de la banda del clan de moteros con el que papá siempre se pelea.

—Cuando consigue detener a alguno de ellos, siempre pasa algo, o bien se desestima el caso o desaparecen las pruebas, desaparecen los testigos... siempre se libran.

Sacudió la cabeza. Antes de que pudiera preguntar nada más, el tío Jonah entró por la puerta con tres cajas de pizza extra grandes y una sonrisa cansada torcida en los labios.

—Hola chicos, ¿cómo están mis soldados?

Su voz era alegre, pero podía oír el cansancio y el estrés colgando en sus boca.

Al igual que mi padre, el tío Jonah hacía todo lo posible por ocultar los problemas de los adultos a sus hijos.

Cosa que me hacía sentirme aún peor.

Ahora teníamos que hacer un control de daños para intentar no cabrear a una banda de moteros.

Genial.

Justo lo que necesitábamos.

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