El caballero - Portada del libro

El caballero

Laila Black

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Chapter
15
Age Rating
18+

Summary

Rosalie Millar tiene un lío de una noche con un apuesto desconocido y se promete no volver a hacer algo así jamás. El problema es que... ¡no se lo puede sacar de la cabeza! Y resulta que el desconocido no es tan desconocido: es Daniel Rossi, ¡el dueño de la empresa para la que ella acaba de empezar a trabajar! Al principio se pregunta si él recordará su tórrido encuentro, ya que no parece reconocerla. Pero cuando Rose escribe una historia erótica basada en su encuentro y la envía a un certamen... el manuscrito acaba en el escritorio del señor Rossi.

Clasificación por edades: +18

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La camiseta del caballero

ROSE

Me pellizqué las mejillas y me aparté el pelo detrás de las orejas. Las puertas del ascensor se abrieron con un suave tintineo justo cuando me puse en pie y la familiar imagen de su ático me dio la bienvenida.

—Has tardado mucho.

Daniel me arrancó la ropa en cuanto crucé el umbral de su apartamento, y mi vestido quedó hecho un desastre a mis pies. Me miró hambriento antes de abalanzarse sobre mí como un depredador.

—Joder, eres preciosa.

Comenzó a mordisquearme el cuello y luego lo lamió, aliviando el escozor con su lengua, con sus brazos envueltos fuertemente alrededor de mi cintura.

Impaciente, arranqué los botones de su camisa y la tiré al suelo. Me levantó, mis piernas se envolvieron instintivamente alrededor de su cintura mientras recorríamos los pasillos hasta dejarme caer sobre la cama.

Me sujetó las manos por encima de la cabeza y cada una de sus caricias me encendió el corazón. Me besó con la boca abierta y se detuvo en mi vientre, soltando su aliento fresco sobre mi piel caliente.

Sus ojos se clavaron en los míos antes de que su cabeza desapareciera entre mis piernas, acariciando el interior de mis muslos con la punta de su nariz.

—Rose. —Mi nombre rodó por su lengua como una poesía, su ligero acento provocó una explosión de calor en mi interior.

Era una advertencia, y debería haberme preparado para lo que hizo a continuación. Se me escapó un gemido y eché la cabeza hacia atrás cuando él comenzó a frotar hábilmente en clítoris, trazando círculos pecaminosamente lentos a su alrededor.

—Daniel, por favor. —Me retorcí bajo la dulce tortura, mi orgasmo estaba empezando a desbordarse. Girando la cabeza hacia un lado, cerré los ojos con fuerza ante la presión que crecía en mi interior.

—Mírame —me exigió, levantándome la barbilla con un dedo y rozándome los labios con otro. Me metió el pulgar en la boca y me observó fijamente mientras se lo chupaba.

De repente, volvió a centrarse en mi núcleo, y sus dedos comenzaron a entrar y salir de mí a un ritmo constante.

Le pasé la mano por su pelo negro azabache, brillante bajo la luz de la luna que entraba por las altas ventanas.

Mis caderas comenzaron a agitarse bajo su lengua, mis rodillas temblaban mientras gritaba de placer.

Me sujetó las piernas con firmeza, continuando con su asalto, llevándome rápidamente al límite una y otra vez. Sus dedos se dirigieron a mis pezones, pellizcando ligeramente mi carne sensible.

—Joder. —Culminé mi orgasmo y vi sus ojos llenos de lujuria.

Oí el inconfundible sonido de una cremallera desabrochándose y vi con asombro cómo abría el envoltorio del condón con los dientes y desenvainaba su longitud.

Me levantó las rodillas y me abrió los muslos, con la punta de su pene rozando mi entrada. Abrí la boca y solté un grito ahogado ante su tamaño, lo que le valió una risita. Era tan grande que me quemaba.

Me pellizcó suavemente el lóbulo de la oreja antes de susurrar: —Hoy no puedo ir despacio, amor.

Me estremecí al oír la palabra “amor”, y mi mirada chocó con la suya. —Me parece bien.

Antes de que pudiera respirar, me penetró, haciéndome gemir y arañar su espalda desnuda mientras me daba pequeños besos en la mejilla.

Apreté mis caderas contra las suyas, y la curva de su polla me hizo estremecer. Tomándose mi impaciencia como señal de aprobación, empezó a empujar aún más rápido, entrando y saliendo de mí, a un ritmo implacable.

Echó mis rodillas hacia atrás y las separó más, consiguiendo un ángulo más profundo. Estaba perdida, con su pulgar centrado de nuevo en mi clítoris.

—Eres increíble —gimió mientras sus labios se estrellaban contra los míos en una acalorada pelea. Su sabor a menta rozaba lo adictivo.

Hizo rodar mis pezones entre sus dedos, pellizcándomelos y arrancándome sensuales gemidos. Se llevó uno de mis pechos a la boca, chupó suavemente mi carne sensible y acarició el pezón con la lengua.

Sus embestidas se volvieron más rápidas y sentí que empezaba a llevarme de nuevo al límite. Le mordí ligeramente el hombro y emitió una serie de gemidos guturales mientras se corría violentamente, haciendo que yo explotara también.

Se dejó caer a mi lado, atrayéndome contra su pecho. Me tumbé encima de él, con todo mi cuerpo cansado pidiéndome dormir.

—Eres realmente increíble. —Lentamente, comenzó a dibujar pequeños círculos en mi hombro.

Si fuéramos pareja, este momento me habría parecido verdaderamente bonito. Dulce. Tal vez incluso romántico.

Pero no lo éramos.

Él era mi jefe y yo su empleada.

Aunque aún no lo sabía

Soy Rose Millar, y esta es la historia de cómo acabé en la cama de mi jefe.

Aunque en el gran orden de las cosas, este hecho es trivial; lo que realmente importa es que el borrador de mi libro acabó en su mesa.

El borrador de una novela erótica.

Llena de detalles sobre él.

***

La luz del sol de la mañana brillaba contra mis párpados cansados, proyectando un tono dorado sobre la habitación desordenada. La ropa estaba esparcida por el suelo, y se me escapó un agudo gemido cuando vi mi vestido roto ahí tirado.

La cama estaba fría a mi lado y mi cara se volvió roja al pensar en la incómoda conversación que iba a tener lugar a continuación.

Repasé mentalmente los acontecimientos de la noche anterior y me acordé de algo: Daniel.

Es un comienzo. Al menos sé su nombre.

Me levanté, quejándome por el dolor que sentía entre las piernas. El sonido del agua corriendo llegó a mis oídos y mis hombros se relajaron mientras exhalaba un suspiro de alivio.

Busqué frenéticamente algo con lo que cubrirme y mis ojos se posaron en una gran camiseta negra.

Tras dudar un segundo, me cubrí el cuerpo desnudo con la tela y miré la puerta del baño con recelo. El sentimiento de culpa se apoderó de mí mientras caminaba ansiosamente de un lado a otro.

No puedo coger su camiseta sin más.

Tras la rápida nota mental de no volver a tener un rollo de una noche, empecé la búsqueda del tesoro de mis cosas. Encontré un zapato en la puerta principal y otro debajo de la cama antes de poner mis doloridos pies en ellos.

Una oleada de pánico se apoderó de mí cuando el ruido del chorro de agua se detuvo. Respiré lentamente y me giré para ver un bloc de notas junto a la mesilla de noche, con un bolígrafo encima.

Me acerqué para escribirle una nota, para decirle que le devolvería la camiseta, pero lo que encontré fue un mensaje perfectamente claro en primera la página.

Desayuna conmigo.

Se me cortó la respiración y mis mejillas se tiñeron de un rojo furioso al recordar las cosas pecaminosas que me había susurrado al oído mientras se abalanzaba sobre mí la noche anterior.

Maldiciéndome en silencio por no saber qué hacer, hice lo único que se me ocurrió.

Salí corriendo.

Dejé el bloc de notas y salí corriendo de la habitación, en dirección a la puerta principal, justo cuando se abrió la del cuarto de baño.

Sin atreverme a mirar atrás, cerré la puerta tras de mí, corrí por el pasillo y bajé las escaleras.

***

El agua tibia se deslizaba por mi piel desnuda, acariciando mi dolorido cuerpo. Mis dedos cansados encontraron mi núcleo mientras mis pensamientos volvían a la noche anterior. Suspiré.

Nunca había tenido un sexo así, tan duro y primitivo, tan piel contra piel.

Me sequé rápidamente con una toalla y limpié el espejo empañado, ya con la piel reluciente. Mi estómago comenzó a rugir descaradamente, pidiéndome algo para desayunar.

Cogí una taza de café de la cocina y cojeé hasta el salón, maldiciendo en silencio al hombre de la noche anterior.

Me acurruqué en el sofá y abrí el portátil para ver mi borrador. La escena que había estado esperando escribir se iluminó en la pantalla: la había dejado para el final.

Mis pensamientos volvieron a la noche anterior, a su aroma embriagador y su mirada oscura.

Mis dedos se clavaron en el cojín al recordar la forma en que mis orgasmos me habían sacudido y en cómo sus dedos habían conseguido erizar mi piel.

Con esos pensamientos rondándome por la cabeza, empecé a teclear, describiendo la noche con mi prosa.

No cabía la menor duda: había sido increíble.

Me sentí culpable al imaginar su sorpresa al ver la cama vacía.

Y su camiseta desaparecida.

El calor comenzó a recorrerme la piel y cada palabra que tecleaba me hacía arder más y más. El repentino sonido del teléfono me sobresaltó. Carraspeé y contesté.

—¿Hola?

—Hola, Rosalie, ¿cómo estás?

Contuve un gemido ante su voz demasiado alegre, reconociendo fácilmente la malicia en su tono.

No importaba cuántas veces le había pedido a mi supervisora que me llamara Rose, ella se había grabado a fuego lo de Rosalie.

—Estoy bien, gracias. ¿Tú cómo...?

—Vale, increíble, entonces puedes venir a la oficina hoy. —Lo dijo como una afirmación, cortándome.

—¿Perdón? Hoy...

—Sí, sé que normalmente vienes una vez a la semana, pero el nuevo jefe quiere conocer personalmente a cada empleado.

Me esforcé por entenderla. Las frases salían disparadas de su boca a una velocidad de cien quilómetros por segundo.

—Es muy amable por su parte...

Se rio fríamente: —Está lejos de ser amable; quiere hacer recortes de personal el primer día, así que hazte un favor y trae tu culo británico hasta aquí.

Ignoré su comentario, mi cara palideció: —¿Va a despedir a gente?

—Sí, y...

Ahora me tocaba a mí interrumpirla: —¡Iré en cuanto pueda!

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