Mi guerrero - Portada del libro

Mi guerrero

Arri Stone

Capítulo 2

Se abalanzó sobre ella para agarrarla y, para callarla, le tapó la boca con una mano. Ella intentó resistirse mientras él empezaba a arrastrarla hacia afuera.

Antes de salir, apareció un chico.

—Oye tío, ¿qué estás haciendo?

—Nada, sólo estoy llevando a mi novia de vuelta a casa. Hemos discutido un poco, eso es todo. —Gareth actuó con frialdad y templanza.

—¡Ayúdame! —Consiguió soltar Opal a través de la mano de Gareth.

—Hace esto todo el tiempo, no te preocupes. Una pequeña reprimenda cuando llegue a casa y listo. Ya sabes cómo les gusta a las mujeres. —Le guiñó un ojo como si aquel chico debiera entender que así era como a ella le gustaba.

Las lágrimas le corrían por la cara. Apenas podía respirar porque él le tapaba la boca y tenía la nariz llena de mocos.

—Kitt, ¿a qué viene tanto ruido? Estamos esperándote.

Cuando aquel tipo llamado Warrior se acercó, Opal le miró a los ojos, suplicándole con la mirada.

—Estoy aquí con un tipo y su novia fugitiva. —Kitt se encogió de hombros.

Gareth seguía intentando acercarse a la puerta que daba a la calle.

—Mm... Por favor... —intentó decir Opal a través de la mano de Gareth.

—Tu novia no parece estar bien. ¿Quizás deberías quitarle la mano de la boca? —Warrior dio un paso adelante.

—Está bien. Como le dije a tu amigo, es así todo el tiempo. Tuvimos una pelea, eso es todo. No vivo muy lejos. —Gareth les dedicó a ambos una sonrisa falsa.

Warrior miró a Kitty, que volvió a encogerse de hombros. ¿Qué podían hacer, verdad?

Estaban a punto de darse la vuelta y marcharse para volver al entrenamiento cuando Warrior se giró. Había algo que no le encajaba.

—Para.

Sólo esa palabra hizo que un torrente de alivio fluyera a través de Opal. ¿Había visto la súplica en sus ojos? Había estado rezando, pidiéndole en silencio que la salvara.

Gareth la sujetaba con una mano y le tapaba la boca con la otra, pero ahora tenía que decidir qué mano soltar para poder abrir la puerta.

No quería que ese hombre, que ahora caminaba hacia él, se enterara de qué iba la cosa. No iba a dejar que ningún hombre se llevara a su chica.

—Oh siempre es así. Puede ser un poco mocosa, si sabes a lo que me refiero... —Gareth se esforzó por hacerle ver que era un buen novio y que ella estaba un poco mal de la cabeza.

Quiso darle a entender que se la llevaba a casa para que pudiera tomarse su medicación.

Opal seguía llorando, pero a pesar de las lágrimas, consiguió ver los ojos del hombre que se acercaba a ella. Sus ojos eran tan oscuros que no podía decir de qué color eran.

—Vamos, Warrior. Deja que el chico se ocupe de ella si no está bien.

Mientras Warrior seguía caminando hacia ellos, pudo ver en sus ojos que había algo más. Estaba asustada, dolorida, perdida y rota.

Warrior era un hombre que no tenía a ninguna mujer en su vida. Sentía que una relación afectaría a su concentración cuando estuviera luchando.

La última relación que tuvo fue hace unos cinco años. Aquella experiencia le rompió el corazón. Lo más traumático fue que ella apareció antes de que él saliera al ring y, por supuesto, perdió el combate.

Le suplicó que volviera con ella. Le dijo que todo había sido un error. Que no volvería a ocurrir…

Warrior aceptó y se reconciliaron, sólo para que volviera a suceder, para que ella lo engañara con el hombre que lo había derrotado aquella noche. Le rompió el corazón.

Pero los ojos de Opal le contaban una historia diferente a la que el hombre le estaba contando. Warrior había aprendido a leer las miradas. Era algo que se le daba bien teniendo en cuenta que era un luchador.

Además, al verla tan hecha polvo, no podía dejar que ese hombre se fuera con ella.

—Disculpe, ¿cómo se llama, señor?

—Qué más te da, tío. Tengo que llevarla a casa. Necesita su medicación.

Opal intentaba desesperadamente llamar la atención de ese desconocido que estaba impidiendo que su captor la llevara de vuelta a Dios sabe dónde.

—¿Qué medicación toma?

Esta pregunta desconcertó a Gareth. Empezó a dudar, sin saber muy bien qué decir para salir lo antes posible de ahí.

—Mira, tío, no importa. Sólo necesito llevármela a casa.

—Verás es que ya he visto esto antes. —Warrior dio unos pasos hacia delante.

—¿Qué quieres decir? —Gareth se quedó perplejo.

Warrior se acercó. Lo bastante cerca como para ver que estaba muerta de miedo. No se le veía feliz ni que necesitara medicación.

—Déjame verla.

—Perdón pero creo que te estás metiendo en asuntos que no te interesan.

—Veo que no sabes de quién es la propiedad en la que estás. —Aunque era sólo el gimnasio de entrenamiento que Warrior usaba, él no debía saber eso.

—Tranquilo, si me permites, ya me voy. Nunca tendrás que preocuparte de que esto vuelva a pasar.

Incluso para Warrior, esas palabras, la forma en que las dijo, no le sentaron nada bien.

Entonces, Gareth soltó a Opal por un segundo. El tiempo justo para que él pudiera abrir la puerta. Y el tiempo suficiente para que Warrior agarrara el brazo libre que ella había extendido hacia él.

Mientras Warrior la cogía de la mano, le recorrió un cúmulo de emociones. Era como si hubiera una atracción entre ellos; ella estaba aquí por una razón, y él era su salvador.

Aferrándose a ella, Warrior sabía que ese hombre que decía ser su pareja no era un buen hombre.

—Suéltala. —Warrior se acercó más, agarrando su mano con más fuerza.

—Es mía. —Gareth seguía intentando sacarla, de vuelta a la lluvia torrencial.

Warrior sabía que este hombre no era rival para él, sobre todo si peleaban. No sabía por qué pero su corazón ya estaba desgarrado por esta mujer.

—Creo que eso depende de ella, y por lo que parece, estaba intentando escaparse.

—Siempre eligirá venir conmigo. Le doy todo. ¿Verdad, cariño? —Él estaba tirando de ella, intentando arrastrarla.

—¿Cómo va a contestarte si le estás tapando la boca con la mano?

—Porque a veces no sabe lo que dice. Como dije, necesita su medicación. —Seguía repitiendo lo mismo y no entendía por qué este hombre no lo dejaba marcharse.

Cuanto más hablaba, más necesidad tenía Warrior de ayudarla, de mantenerla a salvo entre sus brazos.

Su mano seguía sin soltarse de la de ella, principalmente porque ella no quería soltarse de él.

Con el otro brazo libre, volvió a tender la mano al desconocido, sin saber quién era, pero sabiendo que era su única esperanza de sobrevivir.

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