Luchando contra el destino - Portada del libro

Luchando contra el destino

Mackenzie Madden

Capítulo 3

ANNA

Anna abrió sus pesados ojos.

Miró a su alrededor somnolienta y se dio cuenta de que estaba tumbada en una cama que no era la suya, con una cortina blanca que la envolvía.

No podía ver mucho, pero sabía que no había estado nunca en esta habitación.

Anna bajó la mirada hacia su cuerpo y vio que estaba vestida con una fina bata de algodón y cubierta con una suave sábana blanca.

Levantó un brazo para frotarse los ojos y notó un tirón. Al mirar hacia abajo, vio una vía intravenosa pegada al pliegue de su brazo.

La luz de encima de su cama estaba apagada, pero al otro lado de las cortinas podía ver brillantes luces fluorescentes. El hedor de un limpiador abrasivo parecía llenar el aire.

Anna oyó unas voces que hablaban en voz baja en algún lugar de la habitación.

Cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia un lado, intentando distinguir las palabras, pero la cabeza empezó a dolerle con el esfuerzo.

Tosió, sintiendo la garganta extremadamente seca y áspera, y casi de inmediato, las voces se callaron.

La cortina situada frente a la cama se movió y una mujer con gafas de montura negra en la punta de la nariz y un moño desordenado sobre la cabeza se asomó y le sonrió a Anna.

—¡Oh, bien, estás despierta! Déjame avisar a Zach y luego vuelvo para ver cómo estás, ¿vale?

Desapareció antes de que Anna pudiera responder, así que esperó pacientemente a que la mujer volviera.

Unos minutos más tarde, la cortina de privacidad se corrió contra la pared, dejando al descubierto el resto de la habitación.

Había otras tres camas y varios equipos médicos repartidos por la habitación. Estaba claro que Anna estaba en la enfermería de la guarida.

La mujer se acercó a la cama de Anna arrastrando un tensiómetro.

Era bastante menuda y vestía un uniforme blanco con un estetoscopio colgado del cuello.

Le sonrió a Anna, levantó el tensiómetro y le preguntó: —¿Te importa si compruebo tus constantes vitales?

Anna respondió levantando el brazo, que la mujer envolvió eficazmente con el brazalete antes de pulsar un botón del monitor.

Mientras la curandera esperaba el resultado del tensiómetro, cogió la otra mano de Anna y le puso un clip de monitor cardíaco en el dedo índice.

Anotó todos los resultados en un papel que se metió en un bolsillo de la parte delantera de la camisa antes de quitarle el manguito y sentarse en un asiento situado junto a la cama.

—Soy Natalie, la curandera jefe de la manada. —La voz de Natalie era amable.

Anna se sintió cómoda por ella. Se preguntó si eso formaba parte del talento de una curandera.

—Siento ser una molestia —murmuró Anna con voz ronca antes de toser, sintiendo la voz áspera en su garganta seca—. No sé qué me pasó.

Cuando terminó de hablar, Natalie se levantó y se marchó momentáneamente, regresando con un vaso de agua y una pajita, que acercó a los labios de Anna.

Anna bebió un sorbo de agua con gratitud.

—No seas tan dura contigo misma —dijo Natalie suavemente mientras se sentaba de nuevo en una silla, poniendo el vaso de agua en una mesita de noche al lado de su silla—. Llevas inconsciente casi cuatro días.

—¿Cuatro días? ¡¿En serio?!

Natalie asintió con la cabeza, inclinándose hacia delante con los codos apoyados en las rodillas.

—Piper vino a verme poco después de que te trajeran aquí. Espero que no te importe, pero compartió algunas partes conmigo de la conversación que tuviste con ella. Me dijo que nunca te habías vinculado correctamente con Ala Gris... —Natalie se detuvo mientras Anna asentía.

—Así es. Nunca estuve totalmente conectada a la manada, pero no tenía ni idea de que sería así.

—Esa es la cuestión; no siempre es así.

Con el codo apoyado en la rodilla, Natalie levantó una mano y se golpeó la barbilla con el dedo índice, pensativa.

—Aunque Río de la Plata es una manada mucho más grande, entrar en el vínculo de la manada no debería haberte afectado tanto. Sin embargo, que Ala Gris te excluyera del vínculo de la manada durante tanto tiempo significó que te privaron de toda la energía que todo hombre lobo necesita para sobrevivir. Debes de tener algún tipo de conexión con la manada. Lo sé porque si no.... —Natalie hizo una pausa y respiró hondo, mirando atentamente a Anna—. Si no la tuvieras, ahora mismo no estarías viva.

—¿Quieres decir... que lo que hizo Ala Gris, dejarme fuera de esa manera... podría haberme matado?

Natalie asintió lentamente, y Anna sintió como si la hubieran dejado sin aliento.

Sabía que su familia la despreciaba, pero nunca habría imaginado que sus sentimientos fueran tan profundos como para matarla.

Los ojos de Anna empezaron a arder, y rápidamente apretó los labios, mordiendo con fuerza para distraerse.

Se negaba a derramar una lágrima por personas que nunca la habían amado. Anna odiaba que esto le hiciera tanto daño.

—Anna, vas a estar bien, ¿de acuerdo? Te uniste a nosotros justo a tiempo porque tu cuerpo está completamente agotado. Un pequeño hilo de energía te mantuvo en vida, pero una vez que llegaste a la mayoría de edad, necesitabas ser parte de una manada.

—¿Por qué? ¿Y qué les pasa a los lobos que no forman parte de una manada o del vínculo de la manada? —Anna sentía que su corazón se calmaba, pero su mente seguía dando vueltas, llena de emociones contradictorias.

—Hay lobos que sobreviven, pero sus mentes parecen estar diseñadas de forma diferente a lo habitual. Son lo que llamamos lobos solitarios. Un hombre lobo normal, sin embargo, necesita la energía que proviene del vínculo. Esa energía es una conexión psíquica que une al miembro de la manada con el alfa y, a través de él, con todos los demás miembros de la manada. Cada miembro alimenta de energía la conexión para que haya suficiente para todos y también para los jóvenes y vulnerables que no contribuyen tanto al vínculo. Un hombre lobo que se vea privado del vínculo de la manada, como tú, o que no lo tenga en absoluto, morirá o se volverá salvaje.

El tono de Natalie era tranquilizador, pero seguía observando atentamente a Anna, controlando su reacción.

—Entonces, ¿podría haberme vuelto salvaje?

La voz de Anna se entrecortaba mientras intentaba comprender todo lo que Natalie le decía, consciente de que era algo que debería haber aprendido hace mucho tiempo.

—No. —Natalie se acercó, con su mano flotando mientras esperaba permiso para tocar a Anna, que asintió con rigidez.

La curandera puso una mano reconfortante en el hombro de Anna, apretando suavemente.

—Estabas demasiado ida, Anna. No creo que hubieras sobrevivido lo suficiente para volverte salvaje.

Anna bajó la mirada, agarró la manta blanca que cubría sus piernas y la retorció entre los dedos.

Tras un largo momento, Natalie se levantó y sonrió a su paciente.

—Hablaremos de esto más tarde. Vamos a quitarte esto del brazo y a limpiarte y vestirte. Zach llegará en cualquier momento.

Agarró el brazo de Anna mientras hablaba y arrancó rápidamente la cinta que sujetaba la vía.

Anna se estremeció, pero no supo decir si fue por el dolor o por la mención del alfa.

Una vez que Natalie hubo terminado, Anna se levantó lentamente de la cama, sintiéndose extremadamente débil.

Sin embargo, al cabo de unos pasos, sintió que recuperaba las fuerzas.

Empezaba a sentirse aún más fuerte de lo que era, y Anna miró interrogante a Natalie, que parecía saber exactamente lo que Anna estaba pensando.

—Ahora que nuestro vínculo de la manada te está alimentando con toda la energía de la que habías sido privada, lo más probable es que seas más fuerte y capaz que antes. Esa es una de las razones por las que te desmayaste; tu cuerpo no pudo manejar toda esa energía a la vez, y se bloqueó.

Anna asintió, aceptando la explicación antes de dirigirse al cuarto de baño, al otro lado de la enfermería.

Después de ducharse, Anna se puso una camisa negra lisa y unos pantalones cargo negros que le había regalado Natalie.

Se cepilló los dientes e hizo una mueca al verse en el espejo.

Tenía sombras oscuras bajo los ojos y la piel pálida, casi enfermiza.

Anna se pasó los dedos por los mechones mojados de su pelo, tratando de deshacer los nudos antes de recogérselo en un moño desordenado.

Finalmente regresó a la otra habitación, deteniéndose a mirar a su alrededor.

Evidentemente, no había ventanas ni luz natural de ningún tipo. Anna empezó a sentir claustrofobia.

Deseaba desesperadamente sentir la brisa fresca en la cara, oler los árboles y sentir la hierba bajo los pies.

Con un nudo en la garganta, Anna se volvió hacia la curandera para contarle cómo se sentía. Natalie asintió en señal de comprensión.

—Necesitas salir a correr, y necesitas transformarte. Han pasado seis días desde que llegaste; ¿te has transformado desde entonces?

Anna negó con la cabeza y vio cómo el rostro de Natalie se tensaba con severidad.

—Nuestros cuerpos necesitan transformarse; es esencial para nosotros. Si has estado privada de energía durante tanto tiempo como dices, eso habrá mermado tus niveles de fuerza tanto en tu forma humana como en la lobuna, y esta última necesita mucha más de la que jamás necesitará la humana.

—Esto puede haber disminuido tu necesidad de transformación, pero definitivamente no es algo bueno. El lobo y el humano no son entidades separadas... Si perdemos una de las dos partes, la otra no puede sobrevivir. Justo después de reunirte con Zach, sal afuera, ¿de acuerdo? Te curará más que cualquier otra cosa.

Natalie sonrió suavemente, intentando quitarle hierro a sus serias palabras y mostrando lo preocupada que estaba.

—Anna puede salir a correr ahora; yo la acompañaré.

Esa voz profunda parecía llenar cada parte del alma de Anna, e inhaló bruscamente el aroma a sándalo y cítricos anulando el resto de sus sentidos.

Anna sintió que el corazón le latía con fuerza en el pecho y agradeció que no tuviera puesto el monitor cardíaco.

Rezó para que ninguno de los allí presentes tuviera el oído lo bastante agudo como para percibir los rápidos latidos de su corazón.

Sin embargo, era una esperanza tonta, porque si alguien tenía los sentidos lo suficientemente agudos como para captar un latido, sería un alfa o un médico.

—Vaya, Zach, sí que has llegado rápido. —Natalie le sonrió—. Pensaba que iban a entretenerte de camino aquí.

—Lo intentaron. —Zach le sonrió irónicamente a Natalie—. Les dije que tenía algo importante que atender, y no mentí. Estoy bastante preocupado por nuestro nuevo miembro de la manada.

Sus brillantes ojos azules se volvieron para mirar a Anna, con la sonrisa aún en los labios.

Ella se estremeció y lo miró por un segundo antes de bajar la vista a sus pies.

—Lo siento —murmuró ella, con las mejillas sonrojadas al darse cuenta de nuevo de que no sólo se había desmayado delante de él, sino también delante de toda la manada—. No sé qué me ha pasado.

—Natalie me ha puesto al corriente. Créeme, tengo algunas palabras que me gustaría decirle a Blake Williams sobre cómo te trató Ala Gris, pero lo dejaré para otro día. Vamos. Tenemos permiso de la curandera para salir a correr.

Su voz era sombría y contrastaba con la pequeña sonrisa que le dirigió a Anna cuando esta le lanzó una mirada.

Sus ojos se desviaron hacia Natalie, buscando una salida a la situación actual, pero la enfermera se limitó a sonreírle alentadoramente a Anna.

Se sentía demasiado vulnerable para salir a correr con el alfa... Anna nunca había conocido a nadie como él.

Rebosaba poder y autoridad, llenaba la sala y parecía absorber el oxígeno.

Zach se dio la vuelta y salió de la habitación, obviamente esperando que Anna lo siguiera, por lo que ella se apresuró a correr tras él.

Cuando lo alcanzó, tuvo que mantener un trote lento para seguir el ritmo de sus largas piernas.

Al cabo de un minuto, le devolvió la mirada y sonrió irónicamente, acortando el paso.

—Lo siento, a menudo olvido que no todo el mundo camina tan rápido como yo. —Anna se encogió de hombros, mirando hacia abajo y concentrándose en dónde ponía los pies.

Zach no pareció inmutarse por su silencio, saludando a cada miembro de la manada que se cruzaban en su camino a través del sistema de cuevas.

Llegaron a la empinada cuesta que conducía a la entrada de la cueva, y Zach se detuvo, esperando a que Anna fuera primero.

Se preguntó si lo había hecho porque pensaba que ella tropezaría o se desmayaría al subir y prepararse así para atraparla.

Anna inhaló profundamente al llegar a lo alto de la pendiente —sin caerse— y salió de la cueva.

Sus ojos se cerraron mientras sus pulmones se expandían y el aire le despejaba la cabeza.

El sistema de ventilación de la cueva era muy bueno, pero no había nada como respirar aire puro.

Zach permanecía a su lado en silencio, y Anna podía sentir su mirada casi clavada en ella. Al cabo de un momento, se quitó la camiseta blanca por encima de la cabeza.

Anna había crecido en una manada, por lo que conocía muy bien la falta de pudor de los lobos.

La ropa que no se quitaban se desintegraba durante la transformación, y reponer la ropa destruida implicaba dinero, por lo que era práctica común desnudarse de antemano.

De hecho, muchos cachorros pasan sus primeros años desnudos, ya que es casi imposible controlar sus transformaciones hasta los cinco años.

Anna trató de llenar su mente de conocimientos inútiles para evitar centrarse en el gran macho que tenía a su lado, pero al final, sus ojos curiosos lo miraron.

Lo primero que vio fue un pecho ancho tan bronceado como sus brazos, lo que demostraba que pasaba mucho tiempo al aire libre sin camiseta.

Se dio cuenta de que su cuerpo estaba muy bien definido bajo un pequeño manto de pelo blanco y rizado.

Los ojos de Anna siguieron el vello que acumulaba y creaba un estrecho rastro que descendía por encima de unos musculosos abdominales, pasaba por el ombligo y llegaba directamente a la cintura de sus vaqueros.

Ella tragó saliva, viendo cómo sus grandes manos buscaban el botón de sus vaqueros.

Todo su cuerpo pareció congelarse, incluso mientras se gritaba mentalmente a sí misma que apartara la mirada del hermoso varón, sus ojos seguían fijos en los dedos de él... que no se habían movido del botón.

Anna se dio cuenta de que había pasado un largo rato así y sus ojos se movieron bruscamente hacia arriba, directos a unos azules brillantes.

Zach estaba completamente quieto, mirándola fijamente. Mientras ella lo observaba, arqueó una ceja y esbozó una pequeña sonrisa.

Podía ser que las manadas de lobos carecieran de pudor, pero eso no se extendía a mirar boquiabierta a tu alfa mientras se quitaba la ropa.

Anna sintió que se le encendía la cara, y rápidamente giró sobre sus talones y se dirigió hacia la roca en medio del claro, sin detenerse hasta que Zach estuvo fuera de su vista.

Al cabo de un momento, oyó un crujido y supo que Zach se estaba quitando el resto de la ropa.

Oyó lo que parecía una corriente eléctrica, casi como un zumbido.

Duró apenas medio segundo, pero Anna supo que el alfa se había transformado.

Anna respiró hondo, con los dedos aferrándose con fuerza al dobladillo de la camisa, pero sin quitársela todavía, mientras cerraba los ojos y dirigía toda su concentración hacia el interior, en busca de su loba.

Centró sus pensamientos en la transformación, imaginando sus huesos rompiéndose y extendiéndose, imaginando el pelaje creciendo en su piel y sus dientes alargándose hasta convertirse en colmillos; imaginó sus sentidos expandiéndose y mejorando los de su parte humana...

Transcurrido más de un minuto, Anna abrió sus ojos humanos, con la cabeza colgando en señal de decepción y la pena agolpándose en su cuerpo, haciéndola sentir casi estrangulada.

Respiró hondo antes de darse la vuelta y dirigirse hacia donde había dejado a Zach.

En su lugar había un lobo extremadamente grande.

Su cabeza estaba a la altura de sus hombros, y el pelaje que cubría su cuerpo era del mismo color que su pelo humano, salvo que en el lobo estaba definitivamente más cerca del blanco que del gris.

Sus ojos eran de un azul aún más brillante en esta forma, y en ese momento la miraban interrogantes.

Anna sólo pudo sacudir la cabeza miserablemente, mirando al suelo mientras murmuraba: —Lo siento.

Su voz era muy baja, pero sabía que sus oídos la oirían.

—Lo intenté. No he sido capaz de transformarme en mucho tiempo, ni siquiera sé si le ha pasado algo a mi loba.

Sintió que le ardían los ojos, pero se sobresaltó cuando el lobo soltó un bufido. Se acercó a ella y su enorme cuerpo chocó contra su pierna.

Anna retrocedió tambaleándose ante la inesperada acción de Zach y se agarró a la piel que le rodeaba el cuello.

Sabía que probablemente debería soltarlo, pero su mano parecía tener mente propia, adentrándose aún más en la piel.

Empezó a sentirse reconfortada y, antes de darse cuenta, se había arrodillado junto al gran lobo y lo había rodeado con ambos brazos todo lo que había podido.

Un hocico húmedo le acarició el hombro y Anna suspiró.

El contacto físico era muy importante para su especie, pero su manada nunca había sido físicamente afectuosa con ella.

—Discutiremos esto más tarde.

Anna se apartó inmediatamente y miró a Zach sorprendida. Había oído su voz en su cabeza, y eso era completamente surrealista.

Unos penetrantes ojos azules la miraban sin pestañear.

~—Hablar así es parte de pertenecer a una manada. Te has perdido mucho siendo parte de Ala Gris. Por ahora, caminemos.

Anna asintió, aún sintiéndose completamente desconcertada por la voz que resonaba en su cabeza y que no era la suya.

Se levantó, pero mantuvo una mano enredada en el pelaje de Zach mientras caminaba a su lado. Dejó de preguntarse por qué se sentía tan reconfortada con él.

Lo único que sabía era que hacía mucho tiempo que no se sentía tan segura, y no estaba dispuesta a dejarlo pasar pensando demasiado en por qué podía ser.

***

Caminaron sin parar durante una hora, serpenteando entre árboles y arbustos.

Anna sonreía cada vez que miraba las largas patas del lobo, a ritmo con su paso humano. Parecía casi cómico.

Su mano permaneció firmemente enredada en el pelaje de Zach, y agradeció que él no le hubiera pedido que la retirara.

Al cabo de un rato, llegaron a una brecha entre los árboles. Anna se dio cuenta de que habían llegado al acantilado en el que había estado sentada hacía apenas cinco días.

Anna apartó por fin la mano del pelaje de Zach y fue a sentarse al borde del acantilado, en el mismo lugar en el que había estado cuando conoció a Mitch.

Oyó que el lobo se movía justo antes de sentir su sólido peso recostado justo a su espalda.

Ella se recostó contra él y, durante un largo rato, permanecieron sentados sin decir nada.

Anna tenía tantas preguntas… pero mientras contemplaba el infinito mundo que tenía delante, no quería romper el silencio.

Pensó en el pequeño mundo que había dejado atrás. El alcance de lo que Ala Gris le había hecho era una realidad escalofriante, y la había dejado confundida.

Si Ala Gris había estado tan empeñada en excluirla, no sólo de su manada sino del propio mundo, ¿por qué el alfa, Blake, había insistido en que se trasladara a Río de la Plata?

—Me pregunto lo mismo.

La voz de Zach en su cabeza sacó a Anna de sus pensamientos. Lo miró por encima del hombro. Tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada en las patas, el cuerpo completamente inmóvil contra el de ella.

—Creo que pretenden usarte como arma.

Anna frunció el ceño, giró el cuerpo para quedar completamente frente a Zach y se sentó sobre las rodillas. Él no se movió ni la miró.

—¿Cómo puedo ser un arma si ni siquiera puedo transformarme? —Anna sintió que se le volvía a hacer un nudo en la garganta, pero se armó de valor para evitar las lágrimas.

Ya era débil a los ojos del alfa; no quería empeorarlo.

—No creo que seas débil —Zach levantó su gran cabeza de sus patas y se volvió para mirarla.

~—Aunque te enseñaré a bloquear mejor tus pensamientos. Transmites casi todo.

Tardó un momento en asimilar sus palabras, pero cuando lo hizo, Anna jadeó y sintió que sus mejillas empezaban a arder de nuevo.

Este debe ser un número récord de rubores para un día.

—¿Has oído todo lo que he estado pensando? —Si un lobo pudiera sonreír, este lo estaría haciendo ahora mismo.

~—Más o menos. Me ha gustado mucho lo de “macho guapo”, aunque prefiero robusto que guapo, por favor.

Anna resopló y se levantó rápidamente para alejarse de él y volver hacia los árboles.

Pero no importaba lo lejos que se alejara del estúpido lobo. Todavía podía oír su risa resonando en su cabeza.

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