Primera víctima - Portada del libro

Primera víctima

Kira Bacal

Prólogo 2

—De acuerdo. —Zvi se atrevió a preguntar—: Entonces, ¿qué pensáis que es ese artefacto?

Ellesmere y Young intercambiaron una mirada. Sarah respiró hondo. —Creemos que es una nave.

—¡¿Qué?!

De nuevo se desató el caos. Esta vez fue Svetlana quien gritó por encima de los demás.

—¿Qué quieres decir con “una nave”? —preguntó ella, con la tensión del momento sacando a relucir su acento—. ¿Por qué creéis eso?

Young se encogió de hombros. —Eso es lo que parece. Es obviamente de origen alienígena, diferente a cualquier cosa que hayamos visto antes, y por lo que podemos ver, está de una pieza.

Rajan tragó saliva. —¿Está... activa?

Young sonrió. —Si la pregunta es si hay alguna carita verde apretada contra las mirillas, la respuesta es no. Creemos que está abandonada. No hemos podido detectar ningún uso de energía; pensamos que viaja por pura inercia.

—¿Se originó dentro del sistema? —preguntó Carlotta.

Sarah extendió las manos. —¿Quién sabe? Pero si tuviera que apostar, apostaría a que no. Nuestros escáneres de corto alcance han mostrado un montón de marcas en la superficie exterior, como si hubiera estado viajando durante muchos, muchos años.

—¿De qué escáneres de corto alcance estás hablando? —preguntó Kim—. ¿Intervinisteis los sistemas de vigilancia terrestre?

Young se rio a carcajadas. —No, no. Cogimos prestados los telescopios y los objetivos de alta potencia de las cámaras de Zvi.

—¡Por eso desaparecieron mis cosas! —exclamó el astrónomo—. Estaba a punto de decirles a los de psiquiatría que había un cleptómano a bordo.

—¿Qué aspecto tiene? —preguntó Shiru tímidamente.

Young sonrió. Se acercó a un armario y sacó un montón de impresiones que le envió flotando. —Compruébalo tú misma.

La nave era mucho más grande que su pequeña lanzadera, casi del tamaño de una estación espacial. Parecía que gran parte de la masa estaba dedicada a tres grandes cápsulas dispuestas en un triángulo equilátero alrededor de lo que debían ser los motores de la nave.

Tras varios minutos de silencio, Gutiérrez levantó la vista. —¿Qué hacemos ahora?

—En primer lugar, les diremos a los de Control de Misión que la radio está fallando, por lo que estaremos fuera de contacto durante varias horas. Entonces cambiaremos el rumbo para interceptar la nave alienígena. Sarah ya ha trazado nuestra ruta para que estemos detrás de los asteroides la mayor parte del tiempo. La tierra no podrá ver lo que estamos haciendo.

—¿Y después? —dijo Carlotta con inquietud.

—Luego igualaremos velocidades con la nave alienígena y, si encontramos algo que podamos usar como exclusa, la abordaremos.

—¿Y si no hay? —Zvi preguntó—.

—Incluso el Enterprise tenía esclusas de aire —retumbó Kim—. Pero probablemente podríamos hacer algo con las herramientas de nuestro kit de reparación de emergencia.

—¿Estamos todos de acuerdo? —Sarah preguntó—. ¿Debo transmitir el mensaje a la Tierra?

—En marcha. —Gutiérrez habló por todos ellos.

***

En seis horas, estaban listos para enviar un grupo de embarque. —¿Quién quiere ir? —preguntó Young, preparándose para repartir los trajes EVA.

—No podemos ir todos —se adelantó Ellesmere—. Si hay algún peligro, algunos de nosotros debemos permanecer aquí, listos para avisar a la Tierra.

—No es un aviso que me gustaría enviar —le comentó Zvi a Carlotta en voz baja—. Hola, Control de Misión, hemos encontrado una nave extraterrestre, nos hemos acercado para verla con más detalle y hemos descubierto que han venido para esclavizar el planeta. Aterrizarán dentro de unas horas, así que pensamos que os gustaría saberlo. Bueno, ¡cambio y corto!

—Muy bien. —Young le acercó un traje—. Ya que no quieres quedarte, puedes venir. ¿Alguien más?

—Yo quiero ir —dijo Shiru inesperadamente. Sus ojos brillaban de miedo y emoción.

Young la miró cariñosamente. —De acuerdo.

—Yo me quedaré a vigilar tus transmisiones —se ofreció Carlotta.

Rajan y Gutiérrez intercambiaron una mirada. —Yo también me quedo para asegurar que la estación médica esté lista en caso de problemas —dijo Rajan—. Juan, será mejor que vayas a en representación médica.

Juan Gutiérrez asintió con la cabeza y aceptó un traje espacial de Young.

—Yo también me quedaré. —Svetlana sonaba como si estuviera siendo obligada a pronunciar esas palabras—. Como piloto, me necesitarán más aquí.

—¿Kim?

—Yo prefiero inspeccionar el exterior de la nave un poco más, para ver qué puedo aprender sobre su material. Puedo hacerlo más fácilmente desde aquí.

Young asintió. —Muy bien, sólo quedamos Sarah y yo. ¿Alguien se opone a que vayamos los dos? Svetlana, estarás al mando mientras yo no esté. A la primera señal de problemas, lárgate de aquí.

—Todos llevaremos antorchas de acetileno con nosotros —dijo Sarah—. Nos servirán como armas, si es necesario. Además, en el peor de los casos, podéis abrir nuestros trajes en cuestión de segundos. Recordad, bajo ninguna circunstancia podemos poner en peligro la Tierra. Todos debemos estar preparados para morir antes de permitir que eso ocurra.

Todos asintieron.

—Si tenemos que huir, giraré la nave para que el alien quede atrapado en el escape del cohete. Eso debería acabar con ellos.

—Buena idea, Svetlana —replicó Young—, pero por lo que sabemos esta cosa puede atravesar el sol y permanecer indemne. No te arriesgues.

Parecía sombría. —Estaremos listos para salir en seguida. Raj puede quedarse en la estación médica, y Carlotta y yo estaremos en la sala de control. Si Kim se queda aquí en el mirador principal, podemos estar todos colocados y listos para una aceleración de emergencia.

—Bien.

Cuando todos tuvieron puesto sus trajes espaciales y se apiñaron en la diminuta esclusa de la nave, Svetlana accionó el botón de apertura. —Buena suerte.

—¿Nos recibes, Carlotta? —preguntó Ellesmere mientras el grupo salía hacia su nave.

Sus botas magnéticas los sujetaban contra la carcasa metálica, pero cada uno tenía una correa de seguridad sujeta a la esclusa como precaución adicional.

—Alto y claro —replicó Carlotta.

Young echó un vistazo a la nave alienígena que flotaba a pocos metros. Estaban exactamente a la altura del extremo de una de las cápsulas. —Esto es perfecto, Svetlana. Mantenla ahí.

—Entendido, camarada.

El uso por parte de Svetlana de dirigirse a su capitán de una forma tan anticuada indicaba que su sentido del humor estaba reviviendo. Como muchos de sus compatriotas, se refugiaba en el humor negro. Cuanto peor le parecía una situación, más probable era que Svetlana hiciera chistes.

—Zvi, dame un extremo de la cuerda.

Zvi no tardó en obedecer, manteniendo firmemente agarrado el otro extremo de la cuerda de diez metros.

Young se soltó la correa de seguridad y, tras echar un último vistazo para medir la distancia, se lanzó hacia la otra nave.

Cruzó la brecha y chocó con la nave alienígena. La fuerza con la que chocó lo dejó sin aliento, y su grito ahogado resonó en los auriculares de los demás.

—¿Estás bien? —preguntó Sarah ansiosamente, preparándose para correr en su ayuda.

—Muy bien —jadeó Young—. Kim, sea lo que sea de lo que está hecha esta cosa, mis botas no se pegan a ella. Por suerte hay un montón de pequeñas protuberancias, sólo Dios sabe para qué sirven, que hacen que sea fácil agarrarse.

—¿Puedes ver eso que pensamos que era una esclusa de aire? —preguntó Gutiérrez.

—Sí. Y me lo parece aún más desde este lado. Hay una especie de panel de control aquí, voy a ver si puedo averiguar cómo funciona.

—¡Maldita sea! Esto es difícil de hacer con una mano.

—¿Quieres ayuda? —Shiru se ofreció.

—Creo que... ¡ahí! ¡Algo se ha activado!

A pesar de la apariencia obsoleta de la nave, los movimientos de Young habían obtenido respuesta. El panel empezó a brillar con una fría luz azul y la escotilla que tenía delante se deslizó suavemente hacia un lado.

Young miró dentro con cautela. —Eso es, equipo. Venid aquí.

Zvi se acercó rápidamente al transbordador y uno a uno fueron tirando del puente improvisado hasta la extraña nave. —¿Estáis todos bien? —preguntó Young, una vez que todos se apretujaron en la pequeña cámara.

—Más o menos.

Gutiérrez miró a su alrededor con curiosidad. Había paneles de control que brillaban suavemente en ambos extremos de la sala. Mientras Young observaba la abertura por la que habían entrado, se impulsó hacia el panel opuesto y empezó a examinarlo.

—¿Creéis que será el mismo botón para cerrar la escotilla que para abrirla? —musitó Young, presionando sobre las marcas sensibles al tacto.

—¡Cuidado! —gritó Shiru cuando la puerta se cerró tan suavemente como se había abierto. Los cinco encendieron rápidamente las luces de sus cascos.

—Perfecto —dijo Sarah con amargura—. Esperemos que no sea una ratonera extraterrestre.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Zvi a nadie en particular—. ¿Intentar abrirnos paso hasta la nave?

—Tal vez ese otro panel abre la puerta interior —sugirió Shiru—. Juan, ¿qué ves?

—Este parece diferente al otro —respondió distraídamente—. Hay más botones y símbolos. Casi me resultan familiares.

—Oh, claro. —Zvi soltó una risita—. Esta es la famosa sonda espacial costarricense de vuelta de los confines de la galaxia.

—No, no, hablo en serio —insistió Gutiérrez—. Mira estos. ¿No te recuerdan a algo?

Las marcas que señalaba consistían en un grupo de pequeñas formas geométricas.

La primera mostraba una esfera simple rodeada por un anillo. En la siguiente, había dos esferas estrechamente asociadas unidas, mientras que la siguiente tenía cuatro esferas centrales rodeadas por dos anillos.

El siguiente símbolo tenía siete pequeñas esferas alrededor de las cuales había dos anillos y, tras un breve intervalo, otro.

El patrón continuaba de forma similar. Después venían nueve esferas con cuatro anillos en dos grupos de dos. Luego once esferas y cinco anillos, un grupo de dos y otro de tres.

—Luego doce en el centro rodeado por dos anillos, luego cuatro... —El rostro de Gutiérrez se arrugó de la concentración—. ¿Dónde he visto este patrón antes?

—Parecen sistemas estelares —ofreció Shiru—. Planetas girando alrededor de un sol.

—¿Qué quieres decir, Zvi? —preguntó Young—. ¿Reconoces a alguno de ellos?

El joven negó con la cabeza. —No, pero sabemos muy poco de otros sistemas planetarios. Es interesante que haya tantas estrellas múltiples representadas. Nunca he oído hablar de sistemas con más de dos soles, e incluso entonces las órbitas planetarias nunca tendrían esos simples arcos circulares.

—Quizás está simplificado, igual que nosotros dibujamos figuras simples para representar conceptos científicos complejos —sugirió Shiru.

—¡Ya está! —exclamó Gutiérrez—. ¡No son sistemas solares! ¡Son simples representaciones de los elementos!

—¿Qué? —Los demás se lo quedaron mirando.

—¡Mirad! —ordenó, clavando un dedo excitado en la primera figura—. Esto un electrón en órbita alrededor de un protón: ¡hidrógeno! Luego un electrón orbitando alrededor de un protón y un neutrón: ¡deuterio! Luego helio, dos protones, dos neutrones, dos electrones.

—Y litio. —Sarah continuó—. Tres protones, cuatro neutrones y tres electrones, con el espacio denotando las diferentes capas de electrones.

—¿Pero por qué? —preguntó Zvi, confundido—. ¿Por qué poner una tabla periódica en la esclusa exterior?

—¡Para que cualquiera que entrara pudiera elegir un ambiente apropiado! —adivinó Gutiérrez—. Mira aquí: cada vez que pulso sobre uno de los símbolos, se enciende una barra. Cuantas más veces pulso, más barra aparecen.

Hizo una demostración. El símbolo que pulsó, que representaba el oxígeno, se iluminó en color verde, al igual que la barra que aparecía sobre el gráfico.

—¿Ves? Si pulso otro, digamos nitrógeno, brilla de otro color.

Ahora la mitad de la barra era roja.

—Ves, el número de veces que pulso el panel corresponde al porcentaje de ese elemento dentro de la barra. Ahora bien. Si toda la barra simboliza el 100%, entonces esta es una manera fácil de indicar qué porcentaje de cada elemento está presente en nuestra atmósfera.

—Esto es terriblemente conveniente —dijo Young con escepticismo—. ¿Por qué diseñarían algo que fuera tan sencillo de usar?

—Quizá supusieron que tendrían compañía y lo hicieron deliberadamente para que otras especies pudieran descubrirlo.

—Y puede que estemos viendo en ello lo que nos gustaría ver. Quizá sea su forma de escribir, o denote la diferencia entre grados de metano —replicó Young.

—La secuencia es demasiado regular para eso —argumentó Gutiérrez—. ¿Quieres que prediga el resto del gráfico? Después del carbono viene el nitrógeno; tendrá catorce esferas y...

—De acuerdo, digamos que estoy dispuesto a aceptar ese argumento por ahora. ¿Cómo sabían que seríamos capaces de ver esta parte del espectro electromagnético?

Gutiérrez suspiró impaciente. —Por lo que sabemos, la pared también emite radiación infrarroja y ultravioleta. O quizá rayos gamma.

Shiru cogió la placa de radiación del exterior de su traje. —No se ha registrado ninguna exposición a radiaciones nocivas —informó aliviada un momento después.

—También podría tratarse de un simple espectáculo de luces diseñado para divertir a los cautivos —señaló Sarah—. Aun así, supongo que deberíamos proceder como si Juan estuviera en lo cierto. ¿Estás de acuerdo, Will?

Young se encogió de hombros. —¿Por qué no? Vale, Juan, intenta crear una atmósfera lo más parecida a la de la Tierra que puedas.

—Bien. —Varios minutos después, se volvió hacia ellos. La barra estaba llena de color verde, rojo, azul y naranja—. He hecho una mezcla de oxígeno y nitrógeno, con un poco de argón y otros gases traza.

—Maldito pedante… —se burló Zvi—. O2 puro habría sido suficiente.

—Sólo quería impresionaros a todos con mis conocimientos de las estructuras atómicas de los elementos. —Gutiérrez le devolvió la sonrisa.

—¡Eh! —Shiru volvió a señalar el panel—. ¡Ha aparecido otra barra!

—¿Para qué es eso? —preguntó Young sorprendido y alarmado.

Gutiérrez lo miró fijamente. —No lo sé. El otro tablero no ha cambiado.

—Quizá sea un dispositivo a prueba de fallos. ¿Tal vez haya que introducir la fórmula atmosférica dos veces, para asegurarse de que se ha hecho bien? —se preguntó Shiru.

—Pero sólo hay un botón que brilla —protestó Zvi—. No toda la tabla periódica como antes.

—¿Qué más se puede esperar que especifiquemos sobre nuestros requisitos de soporte vital? —Ellesmere reflexionó en voz alta—. Ya les hemos dicho lo que respiramos...

—¡Pero no les hemos marcado la densidad de los gases! —estalló Gutiérrez—. ¡Debe ser eso!

—¿Y cómo probamos esa hipótesis? —preguntó Young.

—Dejadme pulsar el botón, y los demás mirad los manómetros de vuestros trajes, los que usamos para saber cuándo se ha represurizado la esclusa de la lanzadera. Decidme si la presión a nuestro alrededor cambia en respuesta a mi manipulación.

—Ve con cuidado —amonestó Ellesmere, pero todos hicieron lo que Gutiérrez les ordenó.

—¿Y bien? —preguntó unos instantes después—. Tengo la barra a media luz.

—La presión ha subido —dijo Young con evidente asombro en su tono—. Sólo un poco más y será perfecto para nosotros.

Al cabo de un minuto, sus trajes les indicaron que estaban rodeados de una presión atmosférica similar a la de la superficie terrestre.

En cuanto el gradiente de presión se estabilizó, la escotilla interior se deslizó hacia un lado y se encontraron ante una abertura oscura.

—¡Mierda! —Young levantó su arma, asustado—. ¡No me lo esperaba!

Sarah se asomó con recelo a la oscura nave. —No parece que haya un comité de bienvenida para recibirnos. Puedes bajar la antorcha, Will.

—La presión se mantiene estable —dijo Gutiérrez, estudiando la lectura de su traje—. ¿Creéis que presurizaron toda la nave para nosotros?

—¿Quiénes? —Shiru preguntó nerviosa.

—Probablemente algún tipo de sistema automático —dijo Zvi reconfortante—. Si hubiera alguien vivo en esta nave, sin duda ya se habría hecho notar.

—A menos que no quieran que los veamos. —Tragó saliva.

—¡Juan! —El grito de Will resonó en sus auriculares—. ¿Qué demonios estás haciendo?

Las manos de Gutiérrez estaban en el cierre de su casco. —Quiero probar el aire. Si nuestras conjeturas son correctas, puede que ya no necesitemos estos trajes.

—¡Un momento! —La voz de Sarah contenía tal asombro que todos los ojos se volvieron hacia ella—. Acabo de darme cuenta de que ya no estamos flotando.

Se miraron fijamente. Era cierto. Ya no flotaban ni dependían de la cuerda para mantenerse en su sitio.

Aunque la presión sobre sus formas era mucho más ligera que en la tierra, era incuestionable que existía un vector gravitatorio que los sujetaba suavemente contra el suelo.

—Ocurrió tan gradualmente que ninguno de nosotros se dio cuenta —continuó Sarah, aún conmocionada—. Pero esto significa que han dado con una forma de inducir gravedad artificial, independiente del entorno.

—Razón de más para explorar la nave —dijo Gutiérrez—, y por mi parte preferiría hacerlo sin estos voluminosos trajes.

—¡Espera un minuto! —Young ordenó—. Si te equivocas...

—La nave está presurizada, no hay de que preocuparse —argumentó Gutiérrez razonablemente—. Sólo me levantaré el casco y aspiraré rápidamente. Si me desmayo, podéis cerrármelo y enviarme de vuelta a la lanzadera. Raj puede cuidar de mí.

—¡Podría causarte todo tipo de daños pulmonares! —La voz agitada de Rajan llegó a través de la radio—. ¡No te arriesgues tan tontamente!

Gutiérrez miró fijamente a Young. —Es un riesgo que estoy dispuesto a correr.

Young se lo pensó un momento y luego asintió con la cabeza. —De acuerdo. Shiru, ponte a su otro lado. Te quiero lista para cogerlo si se cae.

Con ambos colocados a su alrededor, Juan se desenganchó y se levantó lentamente el casco.

—¿Y bien? —preguntó Sarah con fuerza—. ¿Estás bien?

—Sí, Madre de Dios. —La voz de Gutiérrez sonó distante ahora que su boca ya no estaba junto al micrófono del casco.

—¿Qué? —Young gritó—. ¿Qué ocurre?

—Huele un poco a rancio —respondió Gutiérrez, arrugando la nariz—, pero sin duda es respirable.

Ocho suspiros de alivio resonaron por la radio. En la nave, Carlotta y Svetlana intercambiaron un abrazo de alegría y alivio.

Gutiérrez se enganchó el casco al lateral del traje y respiró hondo varias veces. —A mí me parece bien. Los demás, podéis destaparos…

Tuvo que acompañar sus palabras con gestos para hacérselo entender, pero pronto lo siguieron.

A continuación, dedicaron unos instantes a retirar la radio de cada uno de los cascos, montarla de nuevo y colocársela detrás de la oreja. El micrófono les colgaba a la izquierda de la boca y les permitía mantenerse en contacto con los de la lanzadera. Pronto los cinco estuvieron con la cabeza descubierta.

—¿Puedes oírme, Carlotta? —preguntó Sarah.

—¡Alto y claro!

—Llevad los cascos siempre con vosotros —instruyó Young con severidad—. Y no os quitéis ninguna otra parte del traje. No sabemos cuánto durará esta atmósfera, y si de repente falla… No tuvo que terminar la frase para que los demás lo entendieran.

Despegando las luces de sus cascos, las encendieron para iluminar el largo pasillo. Era sorprendentemente ancho y alto. —Deben de ser criaturas grandes —comentó Zvi.

—No necesariamente —objetó Gutiérrez—. Quizá simplemente les gusta tener espacio.

—Quizá tengan claustrofobia —dijo Shiru con un rastro de sonrisa.

—Tal vez son una especie aviar y vuelan por los pasillos. Eso explicaría por qué necesitan un espacio tan grande. —Sarah se encogió de hombros.

—Vamos —ordenó Young—. Os quiero concentrados. Sarah, mantente en contacto con la nave.

Avanzaron con cuidado por el pasillo, iluminando las paredes de color oscuro con sus linternas. —No tienen muy buen gusto por la decoración —resopló Zvi—. ¿Todo de un color? ¿Incluso el suelo?

—Tal vez son daltónicos.

—¿Eso es una puerta? —Shiru señaló.

—Si mi orientación es correcta, eso podría ser la entrada a una de las cápsulas. Hemos estado caminando a través de un túnel de conexión que probablemente utilizaron para llegar al motor más cercano o a una de las otras cápsulas. Esta debe ser la puerta que da a la parte principal de la nave —comentó Young.

Zvi se aclaró la garganta. —¿A la zona vivienda?

Young les devolvió la mirada. —Yo iré primero. Los demás quedaos aquí preparados.

Se prepararon.

—¡Maldita sea! —Young maldijo mientras intentaba manejar el panel de control que había a un lado de la puerta—. Estoy intentando hacer lo mismo que hice en la esclusa, pero las teclas están mucho más juntas. No puedo hacerlo con estos guantes.

Tras unos segundos de deliberación, se quitó los guantes y los metió dentro del casco.

—¿Podemos hacer lo mismo nosotros? —preguntó Gutiérrez con impaciencia. Odiaba más que los demás los voluminosos trajes EVA.

—Bueno... de acuerdo —dijo Young a regañadientes—. Pero no todos. Por si acaso.

Shiru y Gutiérrez se quitaron los guantes, mientras que Zvi y Ellesmere siguieron con los suyos puestos. Mientras tanto, Young había conseguido pulsar las teclas correspondientes del panel. —¡Listo!

Al igual que la esclusa, la puerta se deslizó suavemente hacia un lado.

—Qué demonios... —La voz de Young se entrecortó.

Estaban contemplando una sala de tamaño gigantesco. Toda la nave debía de estar ocupada por una sola habitación. La sala estaba llena, del suelo al techo, de hileras de andamios.

Las estanterías, de diseño inhumano, pero fáciles de manejar, llenaban la habitación. En cada una de las docenas de niveles había pequeños contenedores que brillaban de forma extraña.

Shiru comenzó a respirar con pánico en sus pulmones. —YO…YO…

—Santa María. —A Gutiérrez se le desencajó la mandíbula.

Incluso Zvi se puso a murmurar una oración de su infancia que recordaba a medias. Ellesmere era la única que conservaba una fracción de su compostura y describía aturdida la vista a la tripulación de la lanzadera.

Su silencioso murmullo despertó por fin a los demás de su asombro. —Echemos un vistazo —dijo Young—. Pero no toquéis nada. Puede haber trampas explosivas.

—¿Por qué? —desafió Gutiérrez—. ¿Por qué iban a ponérnoslo tan fácil para entrar, si sólo quieren matarnos?

—No lo sé, pero eso no significa que no vaya a ocurrir. Además, incluso algo tan benigno como su sistema de entrega de alimentos podría resultar peligroso para nosotros.

Todos reconocieron el mérito de su argumento y se adelantaron con cautela. Incluso sin discutirlo, se dividieron en dos grupos e investigaron los lados opuestos de la sala.

—Son todos iguales —informó Gutiérrez veinte minutos después, cuando se reagruparon. —Todos los contenedores tienen en su interior un bulto del tamaño de un puño.

—Todos parecen exactamente iguales, al menos superficialmente —añadió Shiru—. ¿Qué podrían ser?

—¿Crees que podríamos arriesgarnos a abrir uno de ellos? —sugirió Gutiérrez esperanzado—. Parecen orgánicos.

—Absolutamente no. —Young descartó la posibilidad de inmediato—. Es demasiado peligroso.

—¡Pero esa es la única forma que tenemos de aprender sobre ellos! Tal vez estas cosas estén en un estado de animación suspendida…

—Tal vez estén esperando a que su almuerzo los despierte —contraatacó Young—. O tal vez todos murieron de alguna terrible plaga. ¿De verdad quieres exponernos a Dios sabe qué? Actúa según tu edad.

Gutiérrez parecía con ganas de discutir. —Las posibilidades de que el mismo organismo patógeno nos afecte es...

—¡Desconocido! Así que olvídalo. He dicho que no.

—¿Crees que las otras estanterías tienen más de lo mismo? —Ellesmere desvió la atención de Young.

—¿Por qué una raza se tomaría la molestia de conservar estos pequeños bultos? —Zvi parecía perplejo.

—Quizá estemos en su versión de una fosa séptica —dijo Young, mirando las paredes—. El material es del color adecuado para ello. Los misterios siempre le ponían de mal humor.

—Si se tratara simplemente de aguas residuales, ¿por qué molestarse en envolverlas individualmente —preguntó Sarah enérgicamente—. No, debe ser algo más importante que eso.

—¿Qué crees que deberíamos hacer ahora? —preguntó Shiru mirando a Young.

—Continuemos explorando el resto de la nave y veamos qué contienen las otras cápsulas. Luego podemos empezar a buscar el acceso a los motores. Tengo la sensación de que ese puede ser el hallazgo más importante.

—¿Crees que podrían haber logrado ir más rápido que la luz? —preguntó Zvi con entusiasmo.

—¡Eso es imposible! —Carlotta graznó por la radio.

Gutiérrez miró el contenedor más cercano, con el ceño fruncido por la irritación.

Entendía y respetaba la cautela de Young, pero le molestaba la restricción. Esto se estaba convirtiendo rápidamente en un trabajo para ingenieros y físicos.

Un científico sanitario como él tendría poco que hacer, a menos que se le ocurriera alguna forma de conseguir el permiso de Young para abrir uno de los bidones. Pero eso era poco probable; no se le ocurría ninguna manera de neutralizar las preocupaciones expresadas por el capitán.

Sin pensarlo, descargó su frustración golpeando la parte superior del contenedor más cercano.

El sonido atrajo a los demás rápidamente, con las antorchas preparadas. —¡Juan! ¡¿Eres idiota?! ¿Qué...? —Young dio dos pasos hacia él antes de que Ellesmere lo cogiera del brazo.

—¡Espera! ¡Mírale la cara!

—¿Juan? ¿Estás bien? —preguntó tímidamente Shiru.

Por el intercomunicador, Carlotta y los demás comenzaron a lanzar preguntas.

Gutiérrez se había quedado helado, con una mano desnuda apoyada sobre el recipiente. El color del bulto había cambiado ligeramente, adquiriendo un tono más rosado. También había empezado a latir, muy suavemente.

—¿Juan? —Sarah se puso al lado de Shiru—. ¿Puedes oírme?

El rostro de Gutiérrez se torció en una mueca de asombro. Sus ojos miraban fijamente a la nada.

—Parece como si hubiera visto un fantasma. —Zvi se estremeció—. ¿No deberíamos alejarlo de esa cosa? ¿Sabemos si respira siquiera?

—¡No lo toquéis! —Raj gritó—. ¡Iré tan pronto como pueda!

—¡Debe haber algo que podamos hacer! —se enfureció Shiru, girando hacia Young—. ¡Lo que sea!

Como siempre en una crisis, estaba tranquilo. —Mantén la calma. No le harás ningún bien haciéndote daño. Debe haber activado algún tipo de campo de energía que está teniendo un efecto paralizante hacia él. Cuando venga Raj, nos dirá qué podemos hacer.

—Will, no creo que esté paralizado. —Zvi estaba mirando a Gutiérrez tan de cerca como se atrevía—. Está respirando... creo.

—¿Ves? —Young se volvió hacia Shiru—. Se pondrá bien.

—¿No podemos siquiera... cerrarle los ojos? —se inquietó, deseando desesperadamente ayudar a su amigo.

—YO…Y…

Un susurro ronco hizo que Zvi diera un salto hacia atrás, alarmado. —¡Está tratando de decir algo!

Todos se acercaron a él. —¡Juan! ¿Puedes oírme? —gritó Young.

—No están muertos. —La voz de Gutiérrez sonó ronca, como si hubiera estado gritando durante horas. Sus ojos permanecían desenfocados, concentrados en algo dentro de sí mismo.

—¿Qué? —Las cejas de Ellesmere se alzaron—. ¿Cómo es posible que lo sepas?

Sus ojos finalmente se movieron, se enfocaron, encontraron los de Sarah y se clavaron en ellos. —Porque son telepáticos —dijo simplemente.

Shiru soltó un gemido; había recibido demasiados sustos seguidos. Zvi miraba a Gutiérrez bastante alarmado. —¿Hablas en serio?

—Les es difícil llegar a nosotros a través del contenedor —dijo Juan en voz baja, con la atención claramente puesta en otra cosa—. Pero una vez que ponemos la mano encima, pueden hacerlo.

—Juan, ¿puedes liberarte? —exigió Young.

—¿Por qué iba a querer? —respondió en un tono de leve sorpresa—. Esto es maravilloso. Nuestro primer contacto con una forma de vida alienígena.

—¿Qué te dice? —preguntó Sarah.

—Quiere... Ah, claro. —Sin avisar de sus intenciones, Juan se agachó y levantó la tapa, sus dedos encontraron infaliblemente el seguro de apertura.

Ellesmere gritó preocupada: —¡No! ¡No lo hagas! —Pero ya era demasiado tarde.

En cuanto se abrió el contenedor, Gutiérrez metió la mano y cogió al alienígena.

—¡Unh! —Ante el contacto directo, todo el cuerpo de Gutiérrez se volvió rígido.

Casi con la misma rapidez, se relajó y sonrió. Parpadeó un par de veces y miró a su alrededor, a los rostros desencajados de sus compañeros.

—Supongo que os he tenido preocupados por un rato —dijo sonriéndoles—. Pero no tenéis por qué estarlo. Estoy bien.

Levantó la mano y se colocó al alienígena en el lado izquierdo del cuello. Rápidamente, se acurrucó contra su piel oscura y la mayor parte de su volumen desapareció bajo el anillo del cuello de su traje EVA.

Mientras los demás lo observaban con expresiones que oscilaban entre el horror y la fascinación, el alienígena comenzó un proceso parecido al de una ameba que forma pseudópodos, y se movió hasta la línea del pelo de Gutiérrez.

—¿Qué-qué está haciendo en tu cuello? —Zvi tragó saliva.

—Oh, así podemos estar en contacto y tener las manos libres —respondió Gutiérrez con facilidad.

—¿Estás... bien? —preguntó Ellesmere, mirándolo de cerca.

El fisiólogo se rio. —Si te preguntas si mi mente ha sido tomada por una babosa espacial, la respuesta es no. Estas criaturas, que se hacen llamar Mynds, han venido en son de paz. Quieren ser nuestros amigos.

—¿Estás seguro? —preguntó Young con suspicacia.

—Por supuesto que estoy seguro —respondió Gutiérrez pacientemente—. Puedo ver dentro de su mente, Will. No hay engaño, ni motivos oscuros. Vinieron en son de paz, ¡y Madre de Dios! ¡Todo lo que pueden enseñarnos!

—¿Podemos hablar con él?

—Ya lo estáis haciendo. Todo lo que sé yo, lo sabe él.

—No. —Shiru sacudió la cabeza—. Quiero decir, ¿puedo hablar con él directamente?

—Son telepáticos. Lo único que tienes que hacer es tocar uno.

—¡Un momento! —interrumpió Young—. No sé si esto es una buena idea. Una persona es suficiente. No hay que correr riesgos.

—¿Qué riesgo —Gutiérrez extendió los brazos—. Nos están dando la bienvenida. Nosotros deberíamos darles también la bienvenida. Es así de sencillo.

—Quiero hablar con uno de ellos —dijo Sarah en voz baja.

—¡Tú también no! —exigió Young, girando para enfrentarse a ella.

—Will, este era el objetivo de la misión. ¿Por qué vinimos a investigar la nave si no estábamos dispuestos a llegar hasta el final? Todos los argumentos que les dimos a la tripulación de por qué debíamos ser nosotros los que investigáramos la nave siguen siendo válidos. ¿Quién mejor que los astronautas para hacer el primer contacto con una raza alienígena? ¿Confiarías esto a los políticos?

Young se mordió el labio, indeciso.

—Es maravilloso —dice Gutiérrez—. De repente soy capaz de utilizar todo mi cerebro, no sólo la fracción que el hombre suele utilizar. Es como ponerme unas gafas por primera vez y ver el mundo como realmente es. Siento que mis pensamientos han adquirido una nueva claridad; ahora puedo entender las cosas mucho mejor.

Young parecía cada vez menos feliz. —¿Esa cosa está jugando con tu mente?

—¡No, no! —Gutiérrez sacudió la cabeza con impaciencia—. Para nada. Me está ayudando a pensar; no me está diciendo qué pensar.

—Will, creo que tienes razón en ser precavido, pero necesitaremos a más de uno para interactuar con los alienígenas...

—Mynds —añadió Gutiérrez.

Sarah asintió. —Mynds, entonces. Creo que soy lo suficientemente lógica para hacerlo.

—No lo sé.

—¡No tenemos nada que perder, maldita sea! —Por primera vez, la calma de Sarah se desvaneció un poco y Young pudo ver las emociones que se agitaban en su interior.

Bajó la voz para que sólo él pudiera oírla. —Me niego a pasarme el resto de mi vida presidiendo inauguraciones de tiendas y actos de viviendas sociales —siseó—. Esta es mi última oportunidad de hacer algo significativo con mi vida, y pienso hacerlo.

Zvi dio un codazo en el hombro de Young. —Afronta la realidad. Ninguno de nosotros tiene nada a lo que volver. Seguirá haciendo falta un milagro para revocar la decisión del Consejo Mundial, pero ahora tenemos a nuestro alcance los ingredientes necesarios para hacerlo. ¿Vas a dejarlo escapar? De una forma u otra, tenemos que averiguar todo lo que podamos sobre los Mynds. Con suerte, podremos usarlos para restaurar el programa espacial.

—Nosotros también lo hemos hablado —dijo Carlotta por radio—. Estamos de acuerdo en arriesgarnos. Si el programa espacial desaparece, la vida tal y como la conocemos se habrá acabado. ¿Qué podemos perder?

—Mira —continuó Zvi—, soy la primera persona que desconfía de las propuestas amistosas. Mi pueblo no puede permitirse creer demasiado a nuestros vecinos. Pero esto no son palabras vacías; Gutiérrez dice que es telepatía. No puedes mentirle a alguien que está dentro de tu mente.

—¿Cómo sabes lo que pueden o no pueden hacer? —espetó Young—. ¿De repente eres un experto en telepatía?

—¿Qué quieren? ¿Por qué han venido? —le preguntó Shiru a Gutiérrez.

—Quieren ser nuestros amigos. —Sonrió—. Estarían encantados de ayudarnos a intentar convencer al Consejo Mundial de que el programa espacial es importante. Incluso se han ofrecido a compartir su tecnología con nosotros. Sólo quieren ayudar.

—¿Y si nos negamos? —preguntó Young con suspicacia.

—No pasa nada —le aseguró Gutiérrez—. No quieren interferir en nuestras vidas. Están dispuestos a darnos toda la ayuda que solicitemos, y nada más. Entienden que queramos desarrollarnos a nuestro ritmo, pero prometen enseñarnos todo lo que puedan. Si se lo pedimos, quiero decir.

—¿Por qué han venido aquí? —Young repitió la pregunta de Shiru—. ¿Son la versión alienígena de los Cuerpos de Paz? ¿Somos el planeta atrasado al que han venido a ofrecer ayuda exterior?

Gutiérrez perdió la sonrisa. —No —dijo en voz baja—. Son refugiados. Su planeta fue destruido por un terrible enemigo. Sólo unos pocos Mynds escaparon del cataclismo.

—¡No me extraña que sean tan complacientes! —exclamó Shiru, conmovida—. Tienen miedo de que no les dejemos quedarse aquí. Deben de estar muy cansados de vagar por la galaxia.

—No te pongas así —gruñó Young—. Deja el corazón y la ternura para más tarde. Esta podría ser la nave de avanzada de una flota de invasión.

—¡Oh, basta! —Shiru respondió bruscamente—. Estaban muertos en el espacio cuando llegamos, y además, ¡Juan puede leer sus pensamientos! Yo digo que nos pongamos en contacto con ellos.

—¿Sarah?

Ella asintió. —Estoy de acuerdo. No tiene sentido detenerse ahora. Si están dispuestos a ayudarnos en nuestra lucha por permanecer en el espacio, seríamos tontos si no aceptáramos la oferta. Will, no me considero una idiota, ya lo sabes.

Young asintió a regañadientes. —De acuerdo. Pero yo me contendré.

—Como quieras —dijo Gutiérrez amablemente—. Los Mynds no quieren obligar a nadie a nada.

***

Al final del día, todos, excepto Young, llevaban un Mynd en el hombro. Cuando el grupo de embarque regresó al transbordador, trajo consigo a cuatro Mynds más para la tripulación que seguía a bordo.

Hasta donde Young podía ver, la personalidad de nadie había cambiado mucho, aunque la gente empezaba a hablar más deprisa y de forma abreviada, como si los patrones de habla normales les llevaran demasiado tiempo.

Todos estaban de acuerdo con Gutiérrez: los Mynds venían en son de paz; estaban extremadamente deseosos de complacernos; no tenían planes de conquistar la Tierra; el contacto telepático era indoloro; de hecho, era incluso placentero.

Palabras como completado y ~cumplido ~aparecían una y otra vez.

Estaban de nuevo todos reunidos en la sala principal del transbordador. —¿Puede alguien decirle a los Mynds...? —empezó Young.

Ocho cabezas se sacudieron simultáneamente. —No funciona así —corearon los demás, y luego intercambiaron miradas de sorpresa, que rápidamente se disolvieron en carcajadas.

—Te lo explicaré —ofreció Zvi—. No se trata de tener una conversación en tu mente, Will. No se intercambian palabras. Es sólo, bueno, que compartes tus pensamientos. Lo que tú sabes, lo sabe tu Mynd, y viceversa.

—¿“Tu Mynd”? —Young sonó sorprendido—. ¿Qué estáis, apareados de por vida?

Zvi se rio avergonzado. —En cierto modo, sí. Este tipo de intercambio es, bueno, es muy íntimo, Will. No puedes cambiar de Mynd como cambias de calcetines.

—Espera. —Young se levantó alarmado—. ¿Quieres decir que no podéis separaros de ellos?

Sarah se encogió de hombros. —Supongo que podríamos —dijo con indiferencia—. Pero, ¿por qué íbamos a querer hacerlo? Nunca he pensado con más claridad en toda mi vida. ¿Quién querría renunciar a eso?

Shiru se estremeció. —Sería como hacerse una lobotomía.

—No me gusta lo que estoy oyendo —dijo Young nervioso—. Parece que os hayan lavado el cerebro o algo así.

—Will, soy médico —dijo Rajan con facilidad—. Confía en mí cuando te digo que estamos bien. Nos he revisado a todos y no hay efectos secundarios perjudiciales. En todo caso, ¡nos sentimos mejor ahora que tenemos a los Mynds con nosotros! Los Mynds no nos están lavando el cerebro, no estamos enganchados a ellos. Es sólo que son tan, tan útiles, que es difícil de contemplar volver a vivir sin ellos.

Young volvió a su asiento, algo apaciguado. —¿Seguro que estáis todos bien?

—Por supuesto —prometieron todos. Incluso Kim le sonrió.

—Tenemos que hablar de cómo contárselo a la gente de la Tierra —dijo Sarah—. No es el tipo de noticia que podamos transmitir a todo el mundo a la vez.

—¿Por qué no? —Young frunció el ceño—. ¿Cuál es el gran secreto?

—¡Causaría el pánico en las calles! —Carlotta gesticuló con su habitual dramatismo—. Las masas no están preparadas para una información como esta. Hay que prepararlas, poco a poco.

Kim asintió. —Pero los líderes deben ser informados, para que la preparación pueda comenzar.

—¿Cómo proponéis hacerlo? —preguntó Young.

—Cuando volvamos, seremos bastante famosos —dijo Sarah—. Los últimos astronautas y todo eso. Será sencillo conseguir citas con los líderes de nuestras respectivas regiones. Nos llevaremos algunos Mynds para que puedan comunicarse directamente con ellos. Entonces podremos poner en marcha nuestro plan.

—¿Nuestro plan?

—Para rescatar el programa espacial. Y para decidir cuánta tecnología de los Mynds queremos adoptar —explicó Svetlana—. Saben cómo viajar más rápido que la luz.

—¡Piénsalo! Podremos colonizar la galaxia entera —exclamó Rajan—. ¡Por fin habrá espacio suficiente para todos los habitantes de la Tierra!

—Odio tener que ahogar tus planes —dijo Young—, pero creo que te encontrarás con algunos problemas si entras con esas cosas al hombro. Los encargados de la seguridad de los jefes de Estado suelen ser bastante paranoicos.

—Los Mynds No-Asociados pueden ocultarse fácilmente en un maletín —reflexionó Zvi.

Ante la mirada recelosa de Young, Shiru explicó: —Recuerda, tenemos que mantener a los Mynds en secreto hasta que los líderes mundiales se hayan enterado de su existencia.

—En realidad, en muchos casos no necesitaremos llegar siquiera al jefe de Estado —dijo Kim—. A menudo el jefe titular tiene muy poco poder. Necesitamos contactar con los líderes de poder que hay detrás del trono. Es a ellos a quienes necesitamos.

—No debería ser difícil. —Zvi se encogió de hombros—. Todos hemos estado en la escena política lo suficiente como para saber quiénes son los verdaderos mandamases, ¿verdad?

—Para empezar, no hay muchos de esos Mynds —advirtió Young—. Será mejor que os lo penséis dos veces antes de empezar a repartirlos como si fueran caramelos.

Los demás se sonrieron.

—Seremos muy selectos con quién contactamos —prometió Sarah—. Pero hay varios miles de Mynds en esta nave, y hay otra nave, ligeramente más grande, un poco más allá de Neptuno, que lleva unos cuantos miles más.

Young intentó ocultar la sorpresa que le causó la noticia de la segunda nave. —Bueno, siguen siendo sólo unos pocos miles. Hay miles de millones de personas en la Tierra. ¿Los Mynds pueden procrear o lo que sea que hagan hasta que algún día cada humano tenga un Mynd?

—No. —Rajan sacudió la cabeza—. Lamentablemente, los Mynds no pueden reproducirse fuera de su planeta natal. Estos son los últimos supervivientes de la raza.

—Así que sólo un grupo selecto de humanos recibirá uno —continuó Svetlana—. Aun así, los Mynds tienen una vida extremadamente longeva. Un Mynd puede vivir muchas generaciones, pasando de huésped en huésped.

Young se rascó la cabeza. —Eso está bien, supongo.

—Cuando contactemos con los líderes mundiales...

—Un momento —interrumpió Young el comentario de Gutiérrez—. ¡Todavía no me habéis explicado cómo vais a entrar a verlos con un Mynd en el cuello!

Rajan y Gutiérrez intercambiaron una mirada. —Sería fácil implantárnoslos, ¿no? —preguntó Juan.

Rajan asintió. —Hay mucho espacio en la cavidad abdominal. Sería un procedimiento sencillo.

—¡Oh, no! —Young gritó—. ¡Vi esa película! ¡De ninguna manera vais a meteros a esos alienígenas ahí dentro!

—Es la única solución lógica —respondió Sarah—. Además, ya están en nuestras mentes. ¿Qué diferencia hay con que también estén en nuestros cuerpos?

—¿Qué pasa con el rechazo? —le preguntó Young a Rajan—. A menudo se rechazan las donaciones de órganos, si implantas un alienígena, ¿no reaccionará el cuerpo contra él?

Rajan movió la cabeza positivamente. —No.

—¡No puedes saber eso!

El médico sonrió. —En realidad, sí puedo. No habrá rechazo. El cuerpo tratará al Mynd como un objeto inerte. Confía en mí.

Young lo miró confuso. —¿Cómo puedes saberlo?

—Los Mynds me lo dijeron.

—¿Cómo pueden ellos saberlo?

Rajan se encogió de hombros, despreocupado. —Simplemente lo hacen. ¿Por qué no se lo preguntas tú mismo?

—¡Maldita sea, lo haré! —Young gritó—. ¡Ya es hora de que me den algunas respuestas directamente!

—Bien —dijo Shiru con suavidad, sacando una última caja del contenedor en el que habían transportado a los Mynds—. Hemos guardado uno para ti. Sólo levanta la tapa.

***

El resto de la historia de la incorporación de los Mynds es fácil de contar. Los Mynds fueron presentados discretamente a ciertos políticos clave, y las esperanzas de la tripulación del transbordador se cumplieron por completo.

Siete meses después, cuando se hizo el anuncio general de la existencia de los Mynds, la población mundial lo aceptó con gran alegría y expectación. Los relaciones públicas habían hecho bien su trabajo.

El programa espacial se reabrió a bombo y platillo y rápidamente se puso en marcha una iniciativa de exploración y colonización.

Los humanos asociados a un Mynd no tardaron en ocupar puestos políticos y científicos clave. Su avanzado intelecto y su capacidad para utilizar los conocimientos y la tecnología Mynd los convirtieron en individuos muy valiosos y codiciados, pero modestamente preferían permanecer entre bastidores, evitando los focos de los cargos importantes.

Sin embargo, al cabo de unos años, todos los personajes importantes contaban con al menos un Mynd en su interior, y la humanidad se preguntaba cómo se las habían arreglado sin ellos.

Se iniciaron programas de selección en ciudades de todo el mundo para identificar a los niños susceptibles de convertirse en anfitriones de Mynds. Los seleccionados tenían que abandonar sus hogares para ir a las instalaciones de entrenamiento de los Mynds, pero sus familias se regocijaban al saber que los niños se convertirían en algunas de las personas más importantes del planeta.

Los humanos de poseedores de un Mynd eran universalmente respetados.

Quizá el logro más importante de los Mynds fue la instauración de la primera paz mundial en la historia de la Tierra. Los Mynds eran excelentes negociadores y su imparcialidad estaba fuera de toda duda.

No se les podía acusar de favorecer a ninguno de los dos bandos, y las rencillas seculares quedaron rápidamente zanjadas.

Una vez que la mayor parte del planeta alcanzó un estado de paz, los Mynds ayudaron a transformar el Consejo Mundial, en su mayor parte ineficaz, en una poderosa fuerza de gobierno. Las naciones miembros disfrutaban de tal riqueza y prosperidad, gracias a la tecnología asistida por los Mynds, que todas las naciones restantes clamaban por ser admitidas.

La aceptación de la Carta del Consejo, con su énfasis en los derechos humanos y la renuncia a la violencia, era un requisito previo para la entrada, pero incluso la nación más represiva cambiaba rápidamente de opinión cuando veía las delicias asociadas a la pertenencia al Consejo.

El terrorismo tuvo una muerte rápida. Los negociadores de los Mynds resolvieron la mayoría de las antiguas disputas fronterizas, y los pequeños grupos que persistieron a pesar de los Mynds fueron rápidamente localizados y eliminados.

La población local, que hasta entonces había tolerado o incluso secundado a los grupos técnicamente ilegales, cambió bruscamente de opinión cuando se dio cuenta de que las actividades del grupo podrían impedirles formar parte del Consejo.

Las fuerzas de seguridad locales, que siempre habían conocido los escondites de los terroristas, pero nunca se habían molestado en hacer nada al respecto, de repente despertaron y cumplieron su deber con venganza. Uno o dos casos de este tipo bien publicitados fueron suficientes; de repente, el terrorismo dejó de ser una opción profesional atractiva, no cuando la población local te colgaba de los talones en lugar de corear tus consignas.

La Agencia Espacial se convirtió en un poder importante del nuevo gobierno. Se reabrieron las estaciones espaciales y las bases lunares, se inició la construcción de una flota espacial y, en dos generaciones, los humanos vivían en nueve planetas de seis sistemas solares.

Las colonias eran aún pequeñas, y ninguna era autosuficiente, pero era un comienzo. Mientras tanto, las naves de la Agencia se adentraban cada vez más en el espacio, en busca de otros planetas aptos para la colonización.

Entonces, setenta y un años después de que los Mynds llegaran por primera vez a la Tierra, la humanidad se encontró con los Jannthru.

Al principio, la idea de otra raza alienígena encantó a la gente; después de todo, los Mynds habían inaugurado una era de prosperidad sin precedentes, ¿por qué iba a ser diferente este encuentro?

Curiosamente, fueron los Mynds quienes aconsejaron prudencia. Sin hacer acusaciones concretas, advirtieron del peligro de ser demasiado amistosos demasiado pronto.

En su excitación, los humanos descartaron el consejo y los Mynds, como siempre, se plegaron a sus deseos.

Una vez que vieron que los humanos estaban decididos a reunirse con los Jannthru, los Mynds colaboraron en los preparativos, explicando incluso que el protocolo tradicional para los primeros encuentros exigía que pequeños grupos de diplomáticos se reunieran en un lugar neutral, como una nave espacial construida para la conferencia.

La delegación humana estaba formada por dos docenas de diplomáticos No-Asociados (los Mynds habían insistido en que una ocasión tan trascendental correspondía exclusivamente a los humanos).

Pero treinta segundos después de que el transbordador Jannthru se acoplara a la nave de conferencias, toda la nave explotó sin dejar supervivientes.

La Tierra estaba conmocionada, pero aún no estaba preparada para aceptar la sugerencia de los Mynds de que la explosión se debía a la traición de los Jannthru. Se organizó una segunda conferencia, pero cuando la nave de los humanos se acercaba al lugar, una lanzadera Jannthru se abalanzó desde detrás de una luna y la destruyó.

Esta vez, la Tierra se mostró indignada y asustada. La humanidad les había tendido una mano en señal de amistad, y estas criaturas habían respondido con saña. ¿Qué significaba eso?

La respuesta, proporcionada por los Mynds, fue iniciar una guerra.

Tras el segundo ataque, los Mynds admitieron algo a regañadientes ante los aturdidos humanos: los Jannthru habían sido la raza que había destruido su planeta natal.

Los Mynds habían dudado en contárselo a la Tierra, no fuera a ser que su experiencia ensombreciera el encuentro de los humanos con los Jannthru, pero ahora que los Jannthru habían demostrado que su gusto por la crueldad y la sed de sangre no había cambiado, los humanos necesitaban saber a qué clase de enemigo se enfrentaban.

Por suerte, la gran flota de exploración podía adaptarse fácilmente en naves de guerra, y con nueve planetas produciendo material bélico, la Tierra y sus colonias estaban bien equipadas.

Se tomó la decisión de dar un golpe duro y rápido, con la esperanza de poner fin a la guerra rápidamente.

Nunca se había establecido una verdadera comunicación con los Jannthru (eso era lo que se pretendía con la conferencia inicial), pero la Tierra confiaba en que una demostración de fuerza los empujaría a entablar una conversación de tregua.

Pocas semanas después del inicio de la guerra, el sistema estelar Jannthru estaba completamente bloqueado.

Sorprendentemente, a pesar de ello, la guerra se prolongó. Los Jannthru demostraron ser unos luchadores feroces y, a medida que aumentaban las atrocidades (en ambos bandos), se hizo evidente que no se daría tregua. Fue una lucha a muerte, tal y como los Mynds habían predicho desde el principio.

Los Mynds fueron una bendición. Sin ellos, la Tierra habría sido derrotada en cuestión de días.

Fue idea de los Mynds decretar el bloqueo, su tecnología, la que construyó los buques de guerra, y sus avances médicos, los que salvaron a miles de humanos heridos en batalla.

Poco después del comienzo de la guerra, los Mynds se dirigieron al Consejo con una hermosa y generosa oferta. Dado que los humanos y los Mynd tenían ahora un enemigo común, los Mynd deseaban tomar parte más activamente en la batalla. Se ofrecieron a crear un grupo especial de soldados Mynd-Asociados, conocido como las Fuerzas de Asalto, que complementaría a las fuerzas del Consejo.

El gobierno se sintió abrumado por la oferta, sabiendo lo valioso que era cada simbionte Mynd, pero la guerra iba mal y la ayuda era desesperadamente necesaria.

Los Combatientes proporcionaban la ventaja que necesitaban las fuerzas del Consejo. Eran excelentes soldados, tácticos y guerreros, y sus escuadrones hacían lo que ninguna fuerza humana podía: abordaban naves Jannthru y se enfrentaban al enemigo en combate cuerpo a cuerpo.

Hacia el final de la guerra, desembarcaron en el mismísimo planeta Jannthru. Las Fuerzas se distinguieron una y otra vez, ganándose no solo un gran respeto, sino también el amor de todos.

Tras doce años de amarga lucha, la guerra terminó. El planeta de los Jannthru fue destruido y sus habitantes aniquilados.

Cuando algunos de los humanos sentían remordimientos por el exterminio de una raza, los Mynds se apresuraban a recordarles que los Jannthru habían recibido exactamente el mismo destino que les habían infligido a ellos.

Por fin se había hecho justicia.

Cuatro años después de la guerra, la humanidad apenas empezaba a recuperarse de la experiencia. La exploración volvía a estar en pleno apogeo, al igual que la colonización, pero ahora con mucha más cautela. La humanidad había perdido su inocencia.

Sin embargo, algunas cosas seguían igual: los humanos asociados continuaban ocupando puestos importantes en el gobierno y la ciencia, la Agencia seguía dirigiendo el programa espacial y las Fuerzas de Asalto seguía formando parte de las Fuerzas de Defensa Planetaria de la Agencia.

Fue en ese escenario donde navegó la nave de las FDP, el Tributo, sin darse cuenta de lo que le deparaba el destino.

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