Persiguiendo a Kiarra: el desenlace - Portada del libro

Persiguiendo a Kiarra: el desenlace

N. K. Corbett

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Summary

En un mundo donde el poder del amor sólo es igualado por las sombras del engaño, el vínculo de Kiarra y Aidan se enfrenta a su prueba definitiva. Elaborado en secreto, su plan para sacar a la luz verdades ocultas se convierte en un peligroso juego de confianza y traición. Mientras Kiarra se embarca en un viaje para descubrir sus raíces y enfrentarse a su destino, su amor es el único faro en un laberinto de manipulación. ¿Podrá prosperar el amor en medio del engaño o la verdad los separará para siempre? ¿La búsqueda de Kiarra la llevará a la salvación o a una trampa que podría destruir su vínculo sin remedio?

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45 Chapters

Chapter 1

Capítulo 1

Chapter 2

Capítulo 2

Chapter 3

Capítulo 3

Chapter 4

Capítulo 4
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Capítulo 1

Kiarra

—¿Por qué demonios están aquí? —mi voz temblaba mientras paseaba de un lado a otro por el terreno trasero de nuestra casa.

—No lo sé —Aidan me observaba con el ceño fruncido, de brazos cruzados y apoyado en un árbol.

¿Cómo diablos sucedió esto? Me había quedadosin palabras. Mi proceso de pensamiento era un gran revoltijo sin cohesión, y era frustrante como el infierno.

Habían aparecido mis padres. Mis padres. Las personas que me habían abandonado en las escaleras de un parque de bomberos cuando tenía dos años, de las que no sabía absolutamente nada. Nada excepto las cosas que Ares me había contado.

Los acontecimientos de los últimos meses pasaron ante mis ojos.

Llegué al Valle Lunar sin intención de quedarme más de dos o tres meses y, sin embargo, me terminé acercando a tanta gente.

Angela y Jack. Sean y Sam. Gente a la que conocí y llegué a querer en tan poco tiempo.

Ares me alcanzó y yo volví a salir corriendo, esta vez no por miedo, sino porque tenía algo que proteger.

En contra de mi naturaleza y de todos mis instintos, me involucré con este pueblo y su gente. Con Aidan. Formé una familia aquí. Por primera vez en mi vida, encontré un hogar.

Renuncié a todo eso en el momento en que Ares los amenazó. Me puse las putas zapatillas de correr y escapé de mi familia para protegerla.

No salió exactamente según lo planeado, con Ares capturándome y la manada teniendo que venir a salvarme, pero lo había hecho con las mejores intenciones.

Ares me capturó. No fue exactamente una gran experiencia, con su locura y sus locas afirmaciones de que yo era su pareja.

Puede que estuviera loco por la pérdida de su verdadera pareja, y puede que ahora estuviera muerto, pero solo de pensarlo se me revolvía el estómago.

Pensé que habíamos escapado de toda esa mierda, de toda esa locura, y que por fin podíamos disfrutar de nuestras vidas, y entonces esta mierda.

Ellos apareciendo de la nada.

¿Cómo lo sabían? No le había hablado a nadie de ellos. Me daba demasiado asco todo lo que tuviera que ver con Ares como para querer pensar en ellos.

Así que cómo coño supieron de mí era un caso para Sherlock Holmes, o algo así.

Seguí paseándome de un lado a otro, sin detenerme ni un momento mientras mis pensamientos iban y venían entre los acontecimientos que nos habían llevado hasta allí.

Aidan seguía mirándome con una expresión que no delataba nada, pero yo sabía que su mente estaba llena de preguntas.

¿Quién no las tendría, si aparecieran los padres de su pareja, unos padres de los que no tenía ni puta idea? Ni siquiera sabía por dónde empezar mi explicación.

Oye, cariño, ¿recuerdas cuando Ares me mantuvo cautiva y casi muero?

Bueno, él amablemente me hizo saber que mis padres eran esta loca pareja Alfa, obsesionada con las líneas de sangre puras, y que yo era su prometida antes de que me echaran!

Sí, esa conversación iría bien ahora mismo.

Volví a apartar la mirada de Aidan, intentando por todos los medios encontrar una explicación a ese desastre, pero mi cabeza no estaba muy dispuesta a resolver problemas en ese momento.

Seguía volviendo al momento en el que supe de ellos, de mis padres.

Ares me había retenido en esa asquerosa celda del sótano y me había hecho saber exactamente qué clase de gente eran. Quizá no debería fiarme tanto de las palabras de aquel lunático, pero era demasiado rebuscado como para no creerle.

«Hombres lobo de pura sangre, cariño. Solo criamos hombres lobo. Solo nos apareamos con hombres lobo. Solo damos a luz a hombres lobo».

«Si alguien de la manada está apareado con un humano, se mata al humano para que el lobo pueda seguir adelante y encontrar una pareja adecuada en su lugar».

De ahí vengo. De una manada que no me quiso porque no era un hombre lobo, porque no me transformé cuando tenía dos años.

¿Por eso volvieron? No me volví a transformar desde todo el asunto con Ares. Ni siquiera una vez. Por más de una razón.

Cuando me enteré de que habían venido, me di cuenta de que una de las razones era lo que eso significaría en relación a mis padres biológicos.

Si me convertía en hombre lobo, ¿seguiría siendo yo? ¿Seguiría siendo capaz de distanciarme de los desagradables recuerdos de Ares, con los que mis padres estaban ahora conectados?

Todavía podía ver su espeluznante sonrisa mientras me hablaba de mi pasado. Estábamos prometidos incluso antes de que yo naciera, algo asqueroso en un mundo en el que se supone que todo gira en torno a las almas gemelas, no a las parejas elegidas.

Sentí un estremecimiento visible de asco al recordarlo, e intenté quitármelo de encima.

Todo era muy confuso.

Si alguien hubiera mirado dentro de mi cerebro en ese preciso momento, le habría estallado la cabeza intentando seguir el ritmo de mis pensamientos, que saltaban de un lado a otro. Al pasado, de vuelta al futuro.

Trozos de conversación y acciones relacionadas de algún modo con el lío en el que estábamos metidos.

Era confuso y frustrante y no me ayudaba a aclarar mis sentimientos. Al contrario. Solo logré que la cabeza me diera todavía más vueltas.

«Hola, hija».

Sentí que se me arrugaba la cara de disgusto e irritación al recordar a aquellas dos personas saliendo de ese coche negro y resbaladizo.

—¿Estás bien?

Aidan habló y por fin miré hacia él.

No había cambiado de postura y seguía apoyado en el árbol con los brazos cruzados, el ceño serio, las cejas fruncidas y los labios dibujados en una fina línea.

No estaba segura de lo que significaba la expresión. Sinceramente, no podía concentrarme en intentar descifrarla. Podía ser preocupación, enfado o frustración. No tenía ni puta idea.

Esperaba mi respuesta, pero no se acercó a mi figura. Probablemente quería dejarme espacio.

—Oh, estoy de maravilla. Jodidamente fantástica.

Puse los ojos en blanco y alcé los brazos, exasperada. No quería descargar mis frustraciones con él, pero, en serio, qué pregunta más estúpida.

Oí un gruñido insatisfecho en su dirección, pero, aparte de eso, no hizo ningún comentario sobre mi respuesta.

—Jack los puso en una casa cerca de la frontera oeste hasta que podamos averiguar la verdad.

Cuanto más pensaba en todo, más me dolía la cabeza. El ritmo de mis paseos no me ayudaba, así que me detuve y volví a mirar a Aidan.

—Averiguaremos la verdad, Gatita. Ahora mismo, no sabemos si hay algo de verdad en lo que dijeron, pero lo averiguaremos. Puede que no sean tus padres. Podrían estar equivocados o mentir.

Negué con la cabeza y suspiré, pasándome una mano por el pelo.

—Es verdad, Aidan —desvié la mirada al responderle—. Esa mujer. Es exactamente igual que en la foto.

Casi pensé que estaba alucinando cuando salió del coche. Tenía el mismo aspecto que en la única foto de ella que tenía. La que estaba en mi medallón. Ni siquiera tuve que volver a comprobarla.

Puede que hubiera escondido el medallón desde que llegué aquí, y hacía mucho tiempo que no lo miraba.

Pero, antes de llegar a Valle Lunar, miraba esa foto todos los días, preguntándome quién era y por qué me había abandonado.

Había pasado horas, días, meses, incluso años, imaginando a esa mujer que volvía a por mí y me decía que me amaba. Sabía que no era mentira. Eran ellos.

Aidan permaneció un momento en silencio, entrecerrando ligeramente los ojos mientras asimilaba la información.

—Entonces, eso lo cambia todo.

Volvió a mirarme, claramente pensativo.

—Tenemos que averiguar qué hacer, entonces. Cómo haremos que esto funcione.

—Si ellos son tus padres, entonces tenemos que discutir los tratados con ellos, y si tiene que haber una fusión o no y…

Aidan empezó a enumerar las cosas con naturalidad, como si eso fuera todo. Como si todo fuera a solucionarse de forma ordenada y la vida siguiera su curso.

Lo miré, estupefacta, mientras continuaba con su lista de cosas que tenían que ocurrir. No encontraba mis palabras hasta que lo escuché decir:

—Podemos sentarnos con ellos mañana, y así podrás conocerlos mejor. Estoy seguro de que querrán quedarse un rato si es posible y...

—¡Espera! —lo interrumpí y levanté las manos para detenerlo—. ¡No quiero verlos! ¡Que se vayan!

Aidan me miró con una ceja levantada y una expresión confusa.

—Sé que esto es duro para ti, Gatita, pero por fin tienes la oportunidad de conocer a tus padres y hablar con ellos.

—Sé que no debería haberte dicho que estaban locos, pero eso fue antes de saber quiénes eran. Puede que tengan unos ideales jodidos, pero podemos lidiar con eso para que los conozcas.

¡No! —casi grité mientras lo interrumpía de nuevo—. No me importa lo que hayas dicho, Aidan. ¡Solo olvídalo! Échalos, ¡ahora!

La mirada confusa de Aidan se convirtió rápidamente en un ceño fruncido, y sentí el gruñido en vez de oírlo.

—No puedes decidir eso por tu cuenta. Ahora estás en mi manada y en mi mundo, Kiarra. Las cosas funcionan diferente aquí.

Por un momento, sentí una necesidad irrefrenable de estrangularlo ante aquel comentario y pude sentir cómo crecía mi propia irritación a medida que hablaba.

¿Por qué no podía simplemente escuchar? No quería verlos, y no quería escuchar lo que tuvieran para decir.

Solo podía pensar en lo que Ares me había contado sobre ellos, sobre su manada y sus ideales. Eran uno y lo mismo. Ares y ellos. Uno y el mismo.

—¡No los quiero aquí, Aidan! No confío en ellos —difícilmente era el tipo de persona que se quedaba sin palabras, pero parecía como si mi cerebro solo estuviera concentrado en una cosa: alejarlos lo más posible de mí.

—¡No puedo echarlos así, joder, Kiarra! Hay costumbres y procedimientos a los que tenemos que atenernos.

Aidan estaba tan frustrado como yo, y sus respuestas no ayudaban. No hacían más que avivar mi enfado, y yo hundía aún más los talones en el suelo.

—¡No me importa! ¡Sácalos de aquí, no quiero verlos! ¡No los quiero cerca de mí! Están locos. Locos de remate y desquiciados.

—No lo sabes. Estás enfadada y confusa, pero no sabes nada de ellos, Kiarra.

Puede que su comentario tuviera buenas intenciones, pero estallé.

—¿Así que no sé cómo me siento? No sé lo que quiero ni cómo tomar decisiones por mí misma, ¿es eso?

—¿Debería olvidarme de todo lo que siento y seguirte como un puto cachorro sin mente propia?

Ya ni siquiera me importaba si tenía algún sentido. Estaba enfadada e irracional, y solo quería que me apoyara, joder.

—¡Eso no es lo que dije! —Aidan soltó otro gruñido grave y se acercó un paso más a mí.

—No puedes decir «a la mierda con todo» y hacer lo que te salga de los cojones sin tener todo en cuenta.

—¡No sabes lo que puede pasar si los echamos, y no sabes una mierda lo que pasará si hablamos con ellos!

—¡Me importa una mierda lo que pase si los echamos a la calle! ¡No los quiero aquí! ¡Son tóxicos! No quiero a nadie que haya sido amigo íntimo de Ares cerca de mí —le grité.

En cuanto lo dije, supe que había ido demasiado lejos. Me pasé una mano por la boca como si eso pudiera impedir que salieran las palabras ya pronunciadas.

Aidan se detuvo en seco, y vi que sus ojos se oscurecían en cuanto mencioné el nombre de Ares.

—¿Qué acabas de decir? —su voz se había vuelto escalofriantemente tranquila, e inconscientemente di un paso atrás mientras intentaba averiguar qué decir.

No me salían las palabras. No tenía ni puta idea de cómo se suponía que tenía que explicar esto.

Sabía que tenía que contarle lo de mis padres, pero no pensaba hacerlo ahora. No en medio de una puta pelea.

—¿Qué quieres decir con «amigo íntimo de Ares»?

Me quedé sin palabras.

Aidan no sabía que yo técnicamente conocía mi herencia, al menos un poco. No sabía que había hablado con Ares, que me había informado sobre los mejores padres del mundo.

¿Cómo coño iba a explicarle que se lo había ocultado?

—Yo... él... ¿qué? —estaba completamente sin palabras, y probablemente no era el mejor momento para no tener nada que decir.

Aidan se me acercó despacio, irradiando oleadas de ira mientras me miraba, con los ojos arremolinados en negro y azul.

—Kiarra. Tienes que explicarte ahora mismo, joder.

Su voz era demasiado tranquila. Casi inquietante y, aunque sabía que no quería hacerme daño, me daba mucho miedo.

—Aidan, yo... mira, no tenía ni idea. No pensé que fuera... nunca pensé ni en un millón de años que...

No pude terminar mi hilo de pensamiento y seguí hablando en un completo galimatías mientras él se alzaba sobre mí, claramente intentando controlar su ira.

—¡Kiarra!

Aidan soltó un gruñido bajo, y eso, combinado con el tono severo de su voz, abrió por fin algún tipo de proceso de pensamiento racional.

—Cuando estaba retenida por Ares en ese asqueroso almacén, tuvo la amabilidad de compartir un poco de su propia historia, que me incluía.

—Me contó lo de mis padres y su manada de locos y toda su idea de tener una manada de hombres lobo de sangre pura, y que, cuando descubrieron que yo no tenía el gen de hombre lobo, me abandonaron.

—No me dejaron porque tuvieran que hacerlo, sino porque creían que era débil y no lo suficientemente buena para ellos.

Creo que Angela habría estado orgullosa de mis habilidades para hablar rápido. Todo se derramó y sentí que se me saltaban las lágrimas mientras continuaba. Las emociones de todo lo que finalmente me golpeaba.

—No me quisieron porque no era un hombre lobo. Habían planeado toda mi vida. Incluso me habían comprometido con ese lunático en el momento en que nací.

—Pero, en cuanto supieron que no era un hombre lobo, ya no fui lo bastante buena.

—No les importé una mierda y solo necesitaron deshacerse de mí antes de que todo el mundo descubriera que yo era la mayor vergüenza que les había pasado.

Me enjugué con rabia las lágrimas que habían empezado a caer mientras hablaba.

—Siento no habértelo dicho. No sabía qué decir. No quería creerle a Ares y no quería que fuera verdad.

—Así que lo ignoré. Intenté olvidar que lo había oído y esperaba que todo desapareciera y no tener que volver a pensar en eso ni en ellos.

La rabia que sentía antes seguía muy presente, pero había pasado de hervir a cocer a fuego lento en un segundo plano, permitiendo que mis inseguridades y vulnerabilidades me hincaran el diente.

No podía mirar a Aidan y ver el enfado y la decepción que estaba segura que habría allí.

Me limité a secarme con rabia las lágrimas que habían decidido obstinarse en seguir rodando por mis mejillas mientras miraba el suelo del bosque.

No estoy segura de cómo esperaba que reaccionara, y creo que él tampoco sabía cómo hacerlo. Aidan soltó otro gruñido irritado y furioso, pero al mismo tiempo me envolvió en sus brazos con fuerza.

La sensación reconfortante me puso al borde del abismo, y las lágrimas que ya brotaban sin cesar cobraron de repente una fuerza totalmente nueva.

Empecé a hipar como una histérica mientras lo rodeaba con los brazos, aferrándome a él todo lo que podía.

Aidan se aferró a mí y dejó que me deshiciera en sus brazos sin decir nada más.

Sabía que seguía enfadado y que nuestra pelea no había hecho más que empezar, pero, mientras yo lloraba a lágrima viva, él me abrazaba y me consolaba lo mejor que podía.

—Todavía estoy jodidamente furioso contigo —dijo mientras mis sollozos se convertían finalmente en mocos.

—¡Me lo ocultaste! Tuviste un montón de putas oportunidades para hacerme saber lo que había pasado, pero no lo hiciste.

Seguía abrazándome mientras su voz ronca transmitía sus palabras airadas.

—Lo sé.

—¡No tienes ni puta idea de lo que esto puede significar! Aún no sabes nada de nuestro mundo, y en vez de hablar conmigo, en vez de decirme lo que piensas, te lo guardas para ti.

—¡Se supone que somos jodidos compañeros, pero no me dejas entrar! Sigues haciendo las cosas por tu cuenta.

Aidan me soltó lentamente y retrocedió unos pasos, con la frustración dibujada en el rostro.

—Lo sé. Yo solo...

—Y sigues tomando decisiones por tu cuenta, sin importarte qué o a quién pueda perjudicar. ¿Eres tan jodidamente incapaz de dejar entrar a la gente?

Sus ojos se centraron en mí mientras gritaba, y pude ver una vez más la batalla del hombre contra el lobo en sus ojos.

Sabía que me estaba equivocando. Debería habérselo contado todo antes, pero, por mucho que me mereciera su enfado, sus palabras dolían, y mi puto culo sarcástico no podía dejarlo pasar.

—¡Oh, mira quién habla! —le grité de vuelta, sintiendo un nuevo estallido de energía.

—¿Qué? —fue más un sonido de enfado que una pregunta real.

—¿Yo tomo decisiones por mi cuenta? Tú eres el puto rey de tomar decisiones en mi nombre —levanté los brazos. Mi nueva irritación me devolvió el aire.

—¿Cómo qué? —Aidan volvió a acercarse a mí y me miró desafiante.

—Oh, cielos, no lo sé. ¿Qué tal cuando decidiste que me mudaba a la casa sin que yo lo dijera?

—¿O qué me dices de la vez que decidiste marcarme?

—O… ¡Oh! ¿Y cuando decidiste apartarme porque era humana, por tu cuenta, joder?

Di el último paso hacia él mientras enumeraba todo, situándonos a escasos centímetros, demostrándole que no me echaba atrás.

Vi cómo un destello de dolor cruzaba su rostro durante medio milisegundo cuando mencioné el desafortunado comienzo de nuestra relación, pero intenté que no me afectara.

Puede que no fuera del todo justo, pero tampoco lo eran sus respuestas sobre mis decisiones.

—¡No es lo mismo! —gruñó, entrecerrando ligeramente los ojos mientras me miraba—. Sabes muy bien por qué coño hice eso. ¿Cuánto tiempo me lo vas a reprochar?

—¿Cuánto tiempo me reprocharás esto a mí? —gruñí, respirando agitadamente mientras miraba directamente a sus ojos oscuros.

—Y no me refiero solo a esta mierda de ahora —agité las manos frenéticamente.

—Todavía me culpas por huir la última vez. Estaba intentando proteger a todos. ¡Pensé que hacía lo correcto para proteger a la manada, para protegerte a ti, imbécil!

Me estaba frustrando, y cuanto más hablaba, más fuerte me salía. Al final le estaba gritando en la cara, con el pecho moviéndose arriba y abajo a un ritmo acelerado.

Aidan tensó la mandíbula, claramente enfadado, mirándome. Sus ojos estaban oscuros y hablaba entre dientes, con la voz áspera.

—Cálmate de una puta vez. Ahora mismo.

Igualé su mirada, y solo puedo imaginar que mis propios ojos estaban tan oscuros y furiosos como los suyos, aunque mi ira se mezclaba un poco con una emoción diferente, que era simplemente frustrante.

¿Cómo coño hacía este hombre para gruñir, resoplar y gritar y conseguir cabrearme más de la cuenta, pero al mismo tiempo parecer un puto dios del sexo?

¿Cómo era tan jodidamente guapo?

¿Cómo era que algo como su mandíbula apretada y la furia en sus ojos, que normalmente significaban «pisa con cuidado o te matarán», se convertían de alguna manera en mi retorcida mente en «~quítame la puta ropa»~?

Traté de mantener mi mente en el camino correcto, el camino de arrancarle la cabeza, pero mi culo descarado tenía la peor puta sincronización.

—¿Que me calme o qué?

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