La fuerza de la rosa - Portada del libro

La fuerza de la rosa

Audra Symphony

La Torre del Oeste

DEANNA

Deanna estaba sentada en su asiento de la ventana.

Poco después del fallecimiento del rey, la reina había afirmado que una princesa bastarda no merecía una habitación tan fina como la suya.

Deanna y sus pertenencias fueron trasladadas a una pequeña habitación de la Torre Oeste, normalmente reservada para cuando había muchos invitados.

La habitación era sencilla, incluso monótona. Pero lo que más le preocupaba a Deanna era su soledad.

La última vez que hubo gente en la torre fue durante el funeral del rey.

Desde entonces, Deanna estaba prácticamente aislada.

Ningún pretendiente había venido a por ella. Parecía que el plan de su padre había fracasado.

Deanna sabía, por supuesto, que así sería.

~¿A quién podría haber escrito el rey? ¿Quién podría querer una esposa bastarda para su hijo? ~

Su destino era ser por siempre una marginada, pero no tenía por qué deshonrar también a los demás.

Aunque la reina no podía negarle a la princesa su derecho de nacimiento, sí podía desterrar a Deanna a su habitación para no tener que verle la cara.

Llamaron a la puerta y la sirvienta de Deanna entró para prepararle el fuego.

Deanna siempre sintió que había un vínculo entre ellas.

Con un pasado trágico, Mary quedó huérfana a una edad temprana y fue enviada a trabajar a la casa real.

Deanna creció bajo su cuidado, y siempre creyó que el afecto especial de Mary por ella surgía de la experiencia mutua de haberse quedado sin madre.

La sirvienta incluso le había confiado a la princesa alguna vez que había conocido a su madre cuando era dama de compañía.

Era tan raro para Deanna oír hablar de su madre que, de pequeña, le había dado por seguir a Mary en más de una ocasión.

Ahora, por supuesto, se veían con menos frecuencia, pero seguían disfrutando de su compañía.

Mary era una mujer parlanchina, que a menudo ponía a Deanna al corriente de las travesuras de su hijo pequeño o le transmitía los chismes del castillo.

Su amabilidad era inestimable.

Pero hoy su sirvienta, Mary, tenía prisa y no podía quedarse a charlar.

Sin embargo, justo al marcharse Mary, Deanna fue interrumpida de nuevo.

—¡Deanna! —llamó una voz juvenil.

Se acercó a la ventana al oír su nombre.

—¡Lilia! ¡Trina! ¿Qué hacéis aquí arriba? Ya sabes que la Reina Madre no lo permite —les regañó Deanna.

Sus hermanas menores se parecían a su madre.

Eran adorables, con dulces sonrisas y cabellos de seda.

Las princesas eran amadas por el reino, con personalidades que rivalizaban con sus rostros.

La reina, sin embargo, no era tan estimada como sus hijas. El pueblo de Albarel nunca había confiado en ella.

La reina Rosalina no se relacionaba con sus súbditos como solía hacer el rey, ya que los consideraba una chusma a la que había que gobernar y no una comunidad a la que había que cultivar.

Lamont, heredero del trono, había salido a su madre. Siempre parecía estar al acecho, rondando el castillo como un espíritu maligno.

—Deanna —Trina la abrazó cuando entró en la habitación—, ¿por qué no estuviste en la comida, ni en la cena de anoche? ¿Ni en la anterior? Ni en la anterior, ni en la anterior, ni...

—¡Trina! —Lilia miró fijamente a su hermana menor—. Ya te conté que no se le permite comer con la familia real.

—¡Pero ella es de la familia real!

—Deberíais volver antes de que alguien os pille aquí —les advirtió Deanna.

—Sólo queríamos darte esto —dijo Lilia, entregándole una carta sellada.

Las cejas de Deanna se arquearon en señal de confusión.

—Es de Helena —le explicó Lilia.

Por supuesto.

Si Lilia y Trina fueran sorprendidas en la Torre del Oeste, recibirían un sermón disciplinario, incluso tal vez una bofetada cada una.

Pero si pillaran a Helena, su castigo sería mucho más severo.

—¿Cómo está ella? —preguntó Deanna.

Helena era sólo cuatro años mayor que Deanna, pero todas la miraban para que las guiara. Era la mejor amiga de Deanna.

—Ayer conocimos a su prometido —soltó Trina, intentando ser la primera en dar la noticia, como siempre.

—¿Sí?¿Os gustó Francis? —preguntó Deanna.

—Es bastante guapo. —Lilia se encogió de hombros, no era una chica fácil de impresionar.

—Muy guapo mejor dicho —añadió Trina—. ¿Lo conoces?

—Lo conocí cuando se comprometieron —respondió Deanna—. Helena parecía tan enamorada de él... Me pregunto por qué tardan tanto en casarse.

—Dijo que no quería dejarnos —respondió Lilia.

—No quiero que Helena se vaya de todos modos —dijo Trina.

—Pero Helena se merece ser feliz —les dijo Deanna—. En algún momento tendrá que dejarnos. Vosotras cuando seáis mayores también os casaréis

—¿Tú crees? —preguntó Trina.

—Lo sé —respondió Deanna.

—¿Lilia también?

—Yo no. Moriré como una solterona —se rió Lilia.

Deanna frunció el ceño.

Mis hermanas son hermosas hijas del rey y la reina. ~

La única solterona en esta familia seré yo. ~

La puerta se abrió de nuevo y una cabecita se asomó.

—¡Dillon! —dijo Deanna, sorprendida—. No sabía que estabas ahí fuera.

—Es nuestro vigía —le explicó Lilia.

—¿Habéis terminado de hablar, chicas? —preguntó Dillon.

Deanna sonrió. Dillon tenía el mismo aspecto que su padre cuando tenía catorce años.

Su pelo era dorado como el de sus hermanas, pero su cara tenía la forma del difunto rey. Tenía la misma barbilla puntiaguda y la misma sonrisa ladeada.

—¿Cómo va tu entrenamiento con los caballeros? —preguntó Deanna.

Su hermano menor frunció el ceño.

—El capitán dice que soy rápido y bueno en la lucha con espada, pero siempre fallo en el combate cuerpo a cuerpo —admitió Dillon.

—Es porque es muy bajito —se burló Lilia.

Su hermano le lanzó una mirada a Lilia que le dijo a Deanna que estaba enmascarando su dolor con una ira ardiente.

—Sólo tienes que ser paciente, como me dices cuando entrenamos juntos. Si eres la mitad de buen caballero que de maestro, no tienes de qué preocuparte —comenzó Deanna, ignorando el comentario de Lilia.

—Crecerás tanto o más que los demás y algún día serás como papá. Ya eres su viva imagen —concluyó.

Dillon, que era muy amigo de Deanna, parecía estar siempre intentando alcanzar a su hermana de dieciocho años. Deseaba tanto ser ya un hombre.

—¿Tú crees? —preguntó Dillon.

—Confía en mí.

—Siempre que no sea igual que Lamont... —intervino Lilia. Trina soltó una risita.

Deanna puso los ojos en blanco. Lamont era un fracaso en lo que su formación respecta.

Era un excelente —algunos dirían que despiadado— estratega, pero era blando cuando se trataba del combate físico.

—Esperemos que no te parezcas en nada a Lamont —murmuró Deanna.

Sus hermanas asintieron con la cabeza, aunque Dillon no respondió.

—Ahora iros, antes de que alguien venga a buscaros —dijo Deanna, echando a sus hermanos por la puerta.

—Adiós, Deanna —gritaron los tres, mientras corrían por el pasillo.

—¡Te quiero! —añadió Trina. Deanna sonrió, cerró la puerta y volvió a su asiento junto a la ventana.

Miró la carta que tenía en la mano y rompió el sello. El sol poniente proporcionaba la luz suficiente para leer.

Mi querida Deanna, ~

~Me entristece que ya no podamos hablar en privado. Lamento la forma en que Madre te trata. Te echo de menos, echo de menos a Padre, y añoro la forma en que las cosas solían ser. ~

¡Madre me ha informado que ha enviado un aviso de que está buscando un nuevo consorte! ~

El castillo estará ocupado en las próximas semanas, debido a la llegada de invitados y hombres que vengan a cortejarla. ~

~Mientras sus invitados estén aquí, será mejor que te mantengas fuera de la vista. Tú, con tu belleza, podrías fácilmente robar el afecto de todos esos hombres. ~

~Finalmente, hermana, debo advertirte. Creo que Madre está tramando algo para sacarte de la corte. No debes darle ninguna razón para hacerlo. ~

~Ten cuidado con los sirvientes. Tienen órdenes de vigilarte en todo momento. El miedo a la ira de la reina es más fuerte incluso que su cariño por ti. ~

~Siento haber tenido que enviar a Lilia y a Trina a darte este mensaje en lugar de venir a verte yo misma, pero no podía arriesgarme. ~

Si mamá supiera que te estoy dando información, podría encerrarte en algún lugar al que ninguno de nosotros pudiera llegar. ~

Te escribiré de nuevo pronto. ~

Con amor, ~

Helena ~

P.S. ¡Quema esto! ~

***

Durante toda la semana, Deanna había oído el ajetreo de los sirvientes, que preparaban las habitaciones de la Torre del Oeste para los invitados.

Al menos no la vigilaban demasiado.

Deanna pudo colarse varias veces en los jardines para recoger flores para su alcoba, descendiendo por la traicionera y empinada escalera de caracol que llevaba desde la Torre del Oeste hasta la parte trasera del castillo.

Siempre utilizaba las escaleras reservadas para los sirvientes porque era mejor ser atrapada por uno de ellos que por la reina.

Dillon, Lilia y Trina se las arreglaban para reunirse con ella al menos una vez al día. Helena estaba demasiado ocupada ayudando a la reina.

Deanna estaba sola ahora. Podía ver desde su torre que Dillon estaba entrenando con los caballeros.

El tutor de Lilia y Trina, supuso, estaba castigando a las chicas por saltarse los estudios de nuevo.

Deanna se asomó a la ventana y observó cómo los invitados llegaban en manada.

Ver la interminable procesión de caballos y carruajes le hizo desear poder escapar a una tierra lejana de su torre.

Se dio cuenta de que eran ricos, pero al ser los potenciales consortes de la reina, no podían ser de alto nivel.

Probablemente eran duques o, en el mejor de los casos, príncipes con hermanos mayores. Nunca reyes.

Sin embargo, la elección de la reina podría traer una gran alianza entre reinos.

Un invitado llamó la atención de Deanna inmediatamente.

Tenía una piel pálida y lisa, y un suave cabello rubio. Incluso desde la distancia de su torre, Deanna podía notar que este hombre se sentía incómodo, moviéndose con sus extravagantes ropas como si fueran de otra persona.

Por su complexión, debía de ser de uno de los reinos de las montañas —de Vallery o Summoner, tal vez—.

Deanna podía ver, incluso desde su torre, que era joven, más o menos de la misma edad que Helena.

Era demasiado joven para cortejar a la reina, que fácilmente podría haber sido su madre.

Deanna miró a los hombres con los que llegó, pero ninguno de ellos iba vestido tan elegante como él.

Sus ojos se detuvieron en el hombre con el que estaba hablando.

De complexión musculosa y casi 30 centímetros más alto que el primero, lo que le resultó impresionante, ya que el joven invitado no era un hombre precisamente bajito.

Él también tenía la piel pálida y el pelo rubio, pero el suyo era un rubio sucio, con un tono más bien ceniza y recogido en un nudo.

Parecía necesitar un afeitado, su barba ocultaba su edad mientras Deanna trataba de distinguir sus rasgos.

Se le erizó el vello de la nuca.

No se dió cuenta de que el desconocido había levantado la vista hasta que sus ojos se encontraron durante un largo momento.

Me mira como si me conociera. ~

Deanna dio un grito y se apartó de la ventana, apartándose a trompicones del campo de visión.

La había visto.

~Es sólo un hombre que acompaña a uno de los pretendientes de la Reina Madre. ¿Por qué me pongo tan nerviosa? ~

Debo controlarme. ~

Algo la hizo volver a la ventana. Se asomó una vez más, curiosa por ver de nuevo al desconocido.

Los dos hombres entraban en el castillo uno al lado del otro.

Deanna suspiró y volvió a regañarse en silencio, pero no pudo evitar preguntarse quiénes eran.

¿De dónde venían y por qué le parecía que el hombre alto tenía una mirada escrutadora?

El hecho de que se fijaran en ella había hecho que Deanna se sintiera más expuesta que en mucho tiempo. Pensó en la carta de Helena, con sus restos en la chimenea.

Era cierto que la reina aprovecharía cualquier excusa para sacarla de la corte.

Ahora que ocupaba el lugar del rey Harold, cualquier vínculo que Deanna tuviera con la familia desaparecía.

El plan del padre no funcionó. ~

Debo encontrar una oportunidad para escapar. ~

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