La sierva del Alfa

SKYLER

Hoy era el día en que Alfa Ares llegaba, y toda la manada estaba de fiesta. Todos menos los esclavos, por supuesto.

Ayer trabajamos durante toda la noche. Yo no había pegado ojo.

Teníamos que limpiar todos y cada uno de los rincones de la finca una y otra vez, todos los días, y la vajilla ya lavada había que volver a lavarla y secarla. Dos veces al día.

Respiré aliviada mientras daba los últimos retoques al dormitorio del Alfa.

Me senté a escuchar el crepitante fuego recién encendido de la chimenea.

Sentí cómo el fuego bañaba mi piel de calor, haciéndome cosquillas en las mejillas.

Lentamente, me tumbé. Era como si me derritiera en la alfombra de felpa.

«Quizás cerrar los ojos un par de minutos me rejuvenezca un poco», pensé mientras apoyaba la cabeza y rezaba mentalmente una pequeña plegaria para que no me pillara el director ni ningún otro hombre lobo.

Y con eso, cerré mis ojos cansados.

Antes de darme cuenta estaba quedándome profundamente dormida, justo en el suelo de la que pronto sería la habitación del Alfa.

No pude luchar más contra el cansancio. Me dejé llevar por el sueño.

***

De repente, me desperté en una habitación silenciosa y con la extraña sensación de que alguien me observaba.

Me preparé para recibir una reprimenda del director.

En su lugar, escuché una voz oscura y profunda.

―Realmente no deberías estar durmiendo aquí ―dijo.

Me giré para ver de dónde venía la voz.

Una sombra oscura estaba de pie en la esquina de la habitación. No pude distinguir su rostro, solo supe que era alto y musculoso.

―Yo... ―empecé a decir.

―Silencio ―ordenó la voz―. ¿Te atreves a desobedecer a tu Alfa?

Dio un paso adelante, luego otro.

Justo cuando estaba a punto de salir a la luz para que pudiera verle la cara, me desperté.

Jadeante, abrí los ojos. Sentía como si me hubiera estado ahogando, luchando por una sola bocanada de aire.

El hombre ya no estaba allí.

El sol se ponía lentamente en el exterior.

―Solo fue un sueño ―me consolé.

―¿Quién ha soñado el qué? ―preguntó otra voz.

En la puerta me esperaba el director. Parecía furioso al verme en el suelo con el Alfa a punto de llegar.

―Levántate ―siseó―. Todas las sirvientas han sido citadas para una reunión urgente abajo.

***

―¿Para qué crees que es esto? ―me preguntó Primrose, una compañera de servicio.

―Ni idea ―Me encogí de hombros.

―Apuesto a que se trata del Alfa ―susurró Scarlette, con cuidado de no ser oída―. Ya está aquí.

Mi corazón se hundió en cuanto esas palabras salieron de sus labios.

Me estremecí al pensar en el sueño que había tenido antes. Cuanto más pensaba en ello, menos parecía haber sido un sueño.

¿Podría haber sido el Alfa?

―Poneros todas alrededor, señoras ―nos ordenó el director―. ¡Rápido!

Alrededor del director había un mar de caras aterrorizadas. El director casi nunca traía buenas noticias. El mejor escenario posible era más trabajo. El peor era...

Sacudí la cabeza, no quería pensar en ello.

―Hay algo que todas debéis saber ―comenzó el director―. Alfa Ares ha llegado a nuestra finca para hacer una visita.

Una oleada de murmullos llenó la sala.

―Ha hecho una petición especial ―dijo el director―. Todas las noches lo acompañará una amante.

A mi alrededor, pude sentir la tensión en el aire. Era tan densa que podía ahogarme.

―La afortunada sirvienta que consiga interpretar este papel deberá hacer todo lo que el Alfa le ordene ―continuó el director―, o sufrirá las consecuencias.

Todas cuchicheaban entre sí. Algunas parecían preocupadas, como yo; a otras se les notaba un atisbo de excitación en el rostro.

―¡Silencio! ―gritó el director.

Se hizo el silencio en la sala.

―Enseguida seleccionaré a una de vosotras para que sea su amante esta noche ―El director cogió un cuenco―. En este cuenco están todos vuestros nombres. La persona cuyo nombre saque pasará la noche con Alfa Ares.

El director sacó un papel del cuenco y lo abrió.

Inspiró profundamente antes de leer el nombre en voz alta.