Primera oportunidad - Portada del libro

Primera oportunidad

Andrea Wood

Capítulo 3

Natalie

«¡Dices que me deseas! ¡Que me necesitas! Entonces ponte de putas rodillas...»

Esta canción me disgusta a más no poder. Tampoco quiero levantarme de la cama blandita y rellena de plumas y apagar mi despertador, pero es la única forma de quitar esta horrible canción.

Estoy segura de que Layla ha planeado una mañana de sesión de belleza para ir al concierto. Pero primero, tengo que levantarme y quitar esa maldita canción. Luego un café.

No puedo romper mi rutina matutina: café, cigarrillo, luego ducha y, con suerte, estoy lo suficientemente despierta como para hablar de algo con Layla.

Ya lo intenté una vez, lo de alterar mi rutina.

La cosa no acabó bien ni para Layla ni para mí, porque terminó convenciéndome para quedar en una cita a ciegas que ella había planeado y que no me recordó hasta la misma noche de dicha cita a ciegas.

Me planteé ir, pero mi ansiedad me frenó. Me habría avergonzado demasiado si hubiera ido.

Decir que aprendí la lección es quedarse corto; me llamó, dolida y ofendida cuando la cita a ciegas la llamó porque no aparecí.

Desde entonces, intenta engañarme para que acepte hacer cosas que sabe que nunca aceptaría. Nada puede ser peor que una cita a ciegas, bueno, ahora lo es este concierto.

Me lo recordará hasta el mismo momento del concierto, y el mismo día no me dejará sola. Se asegurará de que siga el plan que ha organizado para mí.

Es una jugada inteligente, lo reconozco, y también astuta.

A regañadientes, me quito el edredón del cuerpo. Me pongo el albornoz rosa y meto los pies en las zapatillas de estar por casa, situadas junto a la puerta de mi habitación.

Al entrar en la cocina para preparar un delicioso café con sabor a vainilla francesa, veo que Layla aún no se ha despertado.

Unos minutos más de tranquilidad antes de tener que escucharla hablar del «increíble» Steele todo el día.

Una vez que el café se está haciendo, abro la puerta corredera de cristal que da al balcón, situada junto al salón. Como estamos en junio, el calor ya es sofocante.

Por suerte, hace un poco de viento que consigue que sea más soportable. Enciendo mi cigarrillo matutino. La primera calada en mis pulmones da en el clavo. El lugar que necesita ser llenado desde hace mucho tiempo.

Finalmente mi antojo ha encontrado su respuesta. Sé que la gente siempre está predicando, especialmente Layla, con sus «te matará», y sus, «¿sabes qué venenos ponen en esos palos de cáncer?»

¿En qué mundo se cree que vivo? Me considero una persona bastante inteligente. Así que, sí, sé lo que hay en «esos palos de cáncer». También sé que un día podrían matarme. Pero también podrían hacerlo muchas otras cosas.

Aunque hoy es otra gloriosa mañana en la que no me importa.

Cuando lo inspiro, me invade una sensación de calma que empieza en mis pulmones, se mueve hacia afuera y se expande, permitiéndome de alguna manera sentir que respiro mucho más fácilmente.

Termino mi cigarrillo, lo apago y entro a terminar mi café. Es entonces cuando Layla decide honrarme con su presencia.

—Hueles a humo, Nat. ¿Cuándo vas a dejarlo?

—No te preocupes, me ducharé antes de salir hoy, y me aseguraré de llevar desinfectante de manos y pastillas de menta. ¿Contenta?

Sostiene una sonrisa forzada.

Sé que esto no la hace feliz, pero como no quiere correr el riesgo de que no vaya con ella al concierto, le tocará cerrar esos morritos de puchero con fuerza y renunciar cualquier lección que quiera darme hoy sobre la ingesta de cigarrillos.

—Layla, voy a ducharme y a vestirme. Luego podemos comentar nuestros planes para mañana. Como te conozco bastante bien, sé que tienes algo en mente… —le digo con falso entusiasmo.

—¡Te va a encantar lo que he planeado, Nat! —chilla de emoción.

—Seguro que sí… —murmuro de camino a mi habitación.

Cojo mi nueva camiseta de Tom Petty, que sigue en la bolsa en el suelo de mi habitación desde ayer.

Abro el cajón de mi cómoda, cojo mi sujetador y mis bragas negras de encaje favoritas, y luego mis vaqueros favoritos color azul sucio.

Hay pequeñas rasgaduras y agujeros en lugares aleatorios, y las costuras están deshilachadas, pero nunca me desharé de ellos. Además, pegan perfectamente con mi nueva camisa.

El sujetador y las bragas a juego son una pequeña y peculiar obsesión mía. También deben ser cómodos.

No quiero una hebilla que se clave en mi caja torácica ni un exceso de relleno que haga que mi pecho parezca un par de tetas en forma de cono.

Solo porque oculte las curvas de mi cuerpo con ropa excesivamente holgada no significa que no me guste admirarme de vez en cuando.

Tener esa seguridad en mí misma debajo de la ropa ayuda a aumentar mi autoestima un poco.

He escogido un clásico sujetador negro con aros, con un culotte tipo shorts, también de color negro que siempre parecen subirse por encima de mi culo regordete.

Cuelgo mi bata, me quito las zapatillas y voy al baño, con la ropa en la mano. Me quito la camiseta y los pantalones cortos y comienzo el final de mi rutina.

Cierro el grifo de la ducha y salgo de ella. El agua gotea de mi cuerpo y empapa el suelo.

Cojo una de las toallas y la enrosco alrededor de mi pelo, luego cojo otra toalla y empiezo a secarme el cuerpo. Primero la cara, luego los brazos, uno por uno. Mis pechos y luego mis piernas hasta que estoy completamente seca.

Ansiosa por escuchar los planes de Layla, me pongo la ropa y me reúno con ella en la cocina.

—Natty... —sólo me llama así cuando está tramando algo.

»No te enfades, pero he pedido cita en la peluquería; ya sabes que me gusta que me mimen y me relajen antes de un concierto. Pensé que podríamos hacerlo juntas.

Y su tan conocido: —No irás a llevar eso, ¿verdad?

—Sí —digo vacilante, cuestionando su observación sentenciosa—. Llevo algo con lo que me siento cómoda. Sabes que no me gusta llamar la atención, así que ¿por qué iba a vestirme como si ese fuera mi objetivo final?

Siempre me visto así. ¿Qué demonios le pasa últimamente?

—Está bien, está bien, sólo pensé que cuando recogiste esa cosa andrajosa de la tienda era para tus días de relax en casa. Nat, tienes un cuerpo de infarto. Si me dejaras...

Decidí interrumpirla ahí mismo; ya veía a dónde quería llegar con esto. No. No iba a suceder.

—Layla, no soy un experimento socialmente incómodo. Joder, ni siquiera debería tener que recordártelo. Tienes suerte de que incluso vaya a ir hoy.

—Porque te adoro, lo dejaré estar. Sé muy bien que no eres un experimento. Soy tu mejor amiga, así que obviamente quiero lo mejor para ti.

»Estoy cansada de que te escondas detrás de la ropa y de tu actitud inaccesible. Sólo quiero lo mejor para ti, Nat. De verdad. Te vendes tan mal… —dice Layla suplicante.

—No quiero ir por ahí exhibiendo mi mercancía porque no busco atención. Tú mejor que nadie sabes que cualquier atención no es deseada.

»Lo intento todos los días; pero no puedo llevar ropa así —digo con un ligero temblor en la voz.

Le gusta mucho hacerme esto. Me llama la atención y trata de que me enfrente a mis demonios. Ocultar mi cuerpo es una de las muchas cosas que intenta cambiar. Pero yo estoy contenta con mi forma de ser.

Tengo unos objetivos claros en la vida y quiero cumplirlos sin que nadie me los interrumpa.

Layla es la única a la que haría un medio intento de escuchar cuando se trata de hacer algún cambio en cualquier aspecto de mi vida.

—Vale, vale, ya paro, pero no pienses ni por un segundo que he terminado de discutir esto contigo. Por favor, al menos considera las cosas que te digo.

»Sabes que sólo quiero lo mejor para ti, y a veces me mata ver lo desconectada que estás del resto del mundo.

»Prefieres sentarte en una habitación con tu música que relacionarte con alguien más que conmigo. ¡Estamos en la universidad! Vive un poco, Nat. Vuélvete loca, ve a una fiesta, emborráchate y fóllate a un desconocido.

»No me importa el qué, pero haz algo que esté un poco fuera de control. ¡¿No te cansas de sujetar esas cuerdas con tanta fuerza?! —prácticamente me está gritando, tratando de hacérmelo entender.

Me doy cuenta de que la presioné demasiado. Siempre se queda fuera de los límites que yo establezco. A veces, eso es demasiado para ella.

Tratando de obviar la conversación que acabamos de tener, reacciono rápidamente. —Lo pensaré. Dejémoslo por ahora. Vamos a la peluquería si quieres llegar a ese maldito concierto tuyo.

—Espera y mira dónde nos he pedido cita —dice Layla con alegría. Está muy contenta, así que supongo que ha invertido una buena cantidad de dinero en la peluquería.

Layla se consiente a sí misma en exceso, y si yo se lo permitiera, haría lo mismo por mí, por muy innecesario que me parezca.

Salimos de nuestro piso y nos metemos en su Prius. Siempre está hablando de lo bueno que es este coche para el medio ambiente.

Layla está a favor de la paz mundial y de la ecología. Cuando le das rienda suelta, podría estar hablándote todo el tiempo sobre el movimiento verde.

De camino a la peluquería, enciendo la radio y cambio de emisora hasta que escucho el ritmo de una canción conocida de los Lumineers. Esto es música. Lo que la música debería ser. En su forma más cruda y pura.

Aquella que canta sobre amores obsesivos, cómo el tipo nunca superará a esa chica, sin importarle lo mal que le trate. A través de sus letras, uno puede escuchar la voz temblorosa del cantante, las emociones que ha sentido al escribirla.

Un ejemplo perfecto de verdadero talento musical. Uno debería cantar sobre lo que sabe, sobre lo que ha pasado.

Para nosotros, los fans, eso es lo que nos hace sentir que un artista es sincero. El hecho de que haya experimentado exactamente lo mismo que nosotros, o que tanto los que escuchamos la música como los que la crean podríamos estar sintiendo lo mismo en ese preciso momento.

Mientras el sonido sale de los altavoces, yo tarareo, y pronto Layla hace lo mismo.

Llegamos al spa y al salón de belleza G2O. Debería haber sabido que Layla nos reservaría en el spa más caro y lujoso de todo Massachusetts.

Joy, dice en su etiqueta, nos saluda y sabe automáticamente cuáles son nuestros planes. Cualquiera diría que Layla viene aquí con frecuencia.

Hemos reservado en la sala de experiencias, lo que es exageradamente indulgente.

Joy nos acompaña a un vestuario privado, donde nos despojamos de nuestras ropas y nos enfundamos en lujosas batas de seda color marfil.

Esta sala es nuestra durante las próximas dos horas. Nos relajamos en las camas del spa mientras respiramos una niebla de hielo, que al parecer es buena para el sistema respiratorio.

Sólo lo sé porque Layla no se calla. Pensé que cuando uno iba a un spa, era para tener paz y tranquilidad. Pero eso no ocurre con Layla y su incesante parloteo.

A continuación, procedemos a participar en una ducha tropical, por separado, por supuesto.

El agua está a temperatura ambiente, cae en cascada sobre mi cuerpo como una lluvia, y el aroma envuelve mis sentidos, fruta de la isla y agua salada del océano.

Una brisa se arremolina en el aire, procedente de un ventilador en el techo de la cabina de ducha en la que caben fácilmente cinco personas de mi tamaño.

Sin querer que acabe este momento la ducha llega a su fin, y vuelvo a nuestro vestuario personal. Layla ya está dentro y completamente vestida, sentada en un banco junto a la pared, esperándome.

Justo cuando estoy terminando de ponerme la ropa, alguien golpea en la puerta. Es Joy que vuelve para acompañarnos al salón de peluquería.

Mientras atravesamos el vestíbulo, le digo a Layla: —Que sepas que el hecho de que haya disfrutado muchísimo de este momento no significa que piense vivir sin ese esplendor.

Sonríe.

—Tampoco voy a hacerme un cambio drástico de pelo. Simplemente un ligero corte de puntas y las cejas, y ya está. ¿Entendido?

—Te pillo, nena. No estés tan jodidamente tensa. Yo lo disfruté; tú lo disfrutaste. No hay nada malo en mimarse de vez en cuando. No te vendría mal con lo estresada que estás.

Perra. Siempre teniendo la última palabra.

Cuando se acerca a la entrada de la peluquería, el estilista de Layla se la lleva. Me saluda una mujer de más o menos mi edad con un precioso pelo pelirrojo brillante que le cae en cascada.

Me dice que se llama Michelle y me pregunta qué me gustaría hacerme. Le repito lo que acabo de decirle a Layla: Nada drástico. Un ligero corte de puntas y una depilación de cejas, que hace tiempo que debería haber hecho.

Mi pelo largo ha sido una muleta de seguridad útil y conveniente. Durante mucho tiempo he escondido detrás de mi pelo las emociones que no podía ocultar en mi cara.

Michelle me ruega que le permita maquillarme. Tiene curiosidad por ver lo que puedo llegar a desvelar.

A regañadientes acepto pero sólo si se mantiene en un look completamente natural. Sin corrector ni sombra de ojos, y sin lápiz de labios.

Ya he terminado cuando sale Layla. Se me descoloca la mandíbula al ver lo que se ha hecho. En toda nuestra vida, nunca se había teñido el pelo, hasta hoy. Le queda muy bien.

Se puso unos reflejos rubios platinos a su pelo castaño chocolate, y se lo cortó un poco por debajo de los hombros. Estoy sin palabras. De alguna manera, consigo soltarle un cumplido.

—¡Estás increíble!

Sin poder ignorar lo que me ronda por la cabeza, le pregunto sin rodeos: —Lal, esto no tiene nada que ver con ese miembro de la banda por el que estabas babeando, ¿verdad?

—¿Qué? ¡No! —niega ella.

Pongo los ojos en blanco ante su evidente mentira.

—Pensé que con todo lo que te hablo de hacer un cambio, era hora de que yo también diera un paso.

—Mentirosa… —digo, desechando su medio intento de excusa. Miro el reloj y me doy cuenta de que nos queda media hora para llegar al concierto, aunque no quiero participar en él.

Layla se enfadaría. Probablemente durante semanas. Es muy aburrido vivir con una compañera de piso silenciosa y cabreada.

—Muy bien, vamos a sacarte a ti y a tu culo con minivestido de aquí. Tenemos que estar en algún lugar, ¿no es así?

El auditorio se encuentra dentro de nuestra universidad. Nos encontramos caminando por los pasillos que están llenos de estudiantes. Parece que este es el lugar para estar esta noche. Todo el mundo está esperando este concierto en el que yo desearía no estar.

Nos dirigimos a las gigantescas puertas marrones y entramos en el auditorio. La universidad ha instalado puestos de comida y bebida, y una mesa con productos a la venta.

Al mirar la mesa, me doy cuenta de que sólo venden artículos con la etiqueta de Steele's Army. Por supuesto, las compañías discográficas y los artistas siempre buscan formas de ganar dinero.

Sé que es normal que en un concierto o festival, o como quieras llamarlo, se vendan las camisetas, sudaderas, CDs y pósters del grupo que actúa.

Pero, por lo general, casi siempre se trata de basura sobrevalorada y mal hecha. ¿Qué estudiante universitario puede gastarse ochenta dólares en una sudadera con el nombre de un grupo?

—¿Quieres beber algo? —pregunta Layla, interrumpiendo mi discusión interna, haciéndome sobresaltar. Odio que me sorprenda así.

Por suerte, no había nadie lo suficientemente cerca como para que le golpeara al darme el susto..

—Claro, tráeme un Sprite, por favor —le digo, buscando en mi bolso un par de dólares para dárselos.

Con la mano a medio camino de mi bolso, Layla me detiene, poniendo su mano en mi hombro. —Yo me encargo, Nat. Después de todo, estás aquí por mí. —Dejando caer su mano, sonríe y se acerca al puesto de bebidas.

Cuando Layla vuelve, me trae un vaso rojo con hielo, lleno hasta el borde de Sprite. No escatiman en gastos.

—Benjamin debería llegar en cualquier momento. Dijo que nos encontraría aquí en la entrada.

Bueno, supongo que Benjamin es el mismo tipo que estuvo ayer en nuestro piso. El mismo tipo al que decidí no presentarme porque supuse que, como es normal, no volvería a verlo.

No me gusta hacerme amiga de los chicos a los que trae Layla porque sé que no van a durarle por mucho tiempo, y si Layla se sale con la suya esta noche con ese cantante del grupo, esta será su última con ella.

Las situaciones incómodas no son mi fuerte.

Antes de que pueda reprender a Layla, Benjamin decide dar la cara. Besa a Layla en la mejilla. Ella sonríe; parece genuinamente feliz.

—Hola, soy Ben —dice en un tono emocionado mientras extiende su mano para estrechar la mía.

—Eh, hola, soy Natalie —digo con pesar, presentándome. No esperaba que estuviera tan lleno de energía.

—¿Por qué no entramos? —sugiere Layla, salvándome de una conversación incómoda con su pretendiente temporal.

No soy una gran conversadora. Conocer gente nueva siempre me ha resultado difícil. Los amigos se hacen hablando de lo que te gusta y lo que no te gusta, dedicándoles tiempo.

Todas estas cosas son extremadamente difíciles de compartir con alguien. La amistad no es para mí, siendo Layla mi única excepción.

—Sí, parece una buena idea. Cuanto antes empiece el espectáculo, antes terminará. Cuanto antes termine, más rápido podré irme —me empuja una voz cargada de ansiedad.

Atravesamos la entrada. Veo que ya han preparado el escenario para el evento principal.

Las luces están encendidas, así que puedo ver la vieja y desgastada alfombra roja y los altos techos abovedados que conforman nuestro auditorio.

Parte del concurso consistía en que nuestra escuela pudiera mostrar sus talentos. Las audiciones se celebraron a principios de la semana, según me informó Layla.

Una de las bandas elegidas está ahora mismo en el escenario. Suenan bastante bien. Mucho mejor de lo que hubiera imaginado. Apuesto a que esta noche, para ellos, será el momento de sus vidas.

El hecho de estar aquí, teloneando a un grupo de música que está en el top de la lista de éxitos. Aprenderán, después de muchos errores, que llegar a la cima no es todo lo que se espera.

La universidad ha puesto cientos de asientos en la parte delantera del escenario.

—En cualquier gran concierto, siempre habrá una zona para el foso —dice Layla.

Su idea de pasarlo bien en un concierto es estando a nivel frontal y central; mi idea de pasarlo bien es en la parte de atrás, donde puedo asimilarlo todo, donde mejor puedo experimentar la música, el sonido que corre a mi alrededor. Envolviéndome el alma.

Cerrar los ojos y escuchar. Sentir las palabras que se cantan en cada canción.

Desgraciadamente, en este concierto, lo único que desearía tener son tapones para los oídos para bloquear la miserable música. Sus canciones no me conmueven, ni me hacen sentir ningún tipo de emoción.

Sus canciones tratan sobre el abaratamiento del amor, la venta de sexo y están llenas de mierda.

Podrían haber escrito una canción sobre que se aprovechen de ti en el amor y en la confianza; sin embargo, escribieron una canción sobre aprovecharse del amor y de la confianza.

Todas las canciones que se han escrito tienen un significado metafórico. Los compositores tienen el poder de mover a alguien física y emocionalmente.

Sólo espero que todos los letristas decidan utilizar ese poder para mostrar un significado crudo, puro y honesto.

Veo que Layla mira con avidez el escenario. Quiere estar ahí arriba, lo más cerca posible del escenario.

El foso no es un lugar para mí. Me sentiría avergonzada, lo que probablemente acabaría provocándome un ataque de pánico masivo.

—Layla, sé que quieres subir, así que ve con Benjamin. Estaré bien —digo con una sonrisa alentadora.

—¿Estás segura, querida? —pregunta.

—Absolutamente, ve. Diviértete. Estaré ahí detrás —digo, señalando la fila más lejana del fondo.

»Búscame cuando acabe el concierto, o antes si te apetece irte antes —le digo, haciéndole saber que me parece bien que me deje sola.

—Muy bien. Y Nat, por favor, intenta disfrutar del concierto. Sé que eres exigente cuando se trata de la música, y sé que intentarás luchar contra ella, pero déjate llevar. Déjate llevar y disfruta.

Hago una promesa en falso; ella no se irá si tiene algún indicio de que no lo dije en serio.

Me abro paso hasta la última fila, otros estudiantes que vienen en dirección contraria me empujan para estar delante del escenario.

Después de mucho alboroto y mucho toqueteo, por fin lo consigo, con la bebida en la mano y todavía llena. Al sentarme, levanto las piernas y apoyo los pies en la silla de enfrente.

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