Calor y agujetas - Portada del libro

Calor y agujetas

EL Koslo

Hacia el fuego

Hannah

—¿Que quieres que vaya adónde?

—¡Por favor! —le rogué.

—De acuerdo... vuelve atrás y explícamelo despacio.

Suspiré mientras me apoyaba en el mostrador, tratando de evitar el contacto visual con mi mejor amigo.

Parker vivía al otro lado del descansillo, pero acabábamos en el apartamento del otro la mayor parte del tiempo. A menos que tuviera novio: entonces sólo lo veía cuando salía a tomar el aire.

—Mi médico dice que estoy gorda.

—Chica, no puedes dejar que las opiniones de los demás te hagan sentir mal. Eres preciosa —señaló. Puso los ojos en blanco.

—Crees que debes decir eso.

Sabía que no era fea, pero siempre había creído que me juzgaban por no adecuarme a los estándares de belleza modernos.

—Bueno… pues lo cierto es que no. Lo haría si estuviera interesado en el tema femenino —se defendió. Hizo un gesto con la mano en dirección general a mis tetas y el tema femenino.

—En resumidas cuentas, te dijo lo mismo el año pasado.

—No. No exactamente —suspiré mientras respiraba profundamente y me preparaba para desahogarme con él.

—Explícate, entonces —arqueó una ceja y apoyó los codos en la barra de desayuno donde estaba sentado.

—Me dijo que. si no me pongo las pilas, voy a tener un derrame cerebral o un ataque al corazón antes de cumplir los cuarenta.

Noté cómo se me saltaban las lágrimas mientras se lo contaba, al saber que ser dejada con mi salud podía haberme puesto en peligro.

—Mierda... —murmuró. Su cara palideció mientras me miraba con preocupación.

—Sí...

—Así que quiere que vayas a esas sesiones para mejorar tu forma física, ¿no? —preguntó mientras se sentaba más recto en su taburete.

—Sí. O que contrate un entrenador personal, pero no quiero volver a hacerlo.

—Bueno… —puso los ojos en blanco mientras ambos recordábamos el último desastre—. No dejes que un cerdo te asuste. No todos los entrenadores son unos gilipollas integrales.

Levanté una ceja y crucé los brazos sobre el pecho. Aquello era algo que no me convencía del todo. Había conocido a bastantes entrenadores en los últimos diez años, y todos me trataban de forma diferente porque era una chica grande.

—Creo que es una gran idea —dijo entusiasmado mientras una sonrisa se expandía por su cara—. Va a ser durillo, pero creo que será bueno para ti.

—Entonces, ¿vendrás conmigo? —imploré mientras trataba de dedicarle mi mejor mirada lastimera.

—¡Ja! —se rió histéricamente, secándose los ojos antes de reacomodarse. Me contuve para no sacar a pasear la mano sobre la encimera y abofetearle.

—No estaba bromeando —aseguré. Se le demudó el semblante al ver lo grave que era el tema. Le necesitaba.

—¿En serio? Pero ¿por qué yo? ¡Ya voy al gimnasio! —argumentó. Las tornas habían cambiado y sonreí ante el tono de pánico de su voz.

—Exactamente, estás en forma… hasta cierto punto. Puedes ayudar a mantenerme motivada.

—Vaya, gracias… —frunció el ceño y se sentó, sus manos masajearon su parte delantera, deteniéndose en su vientre plano—. Es bueno saber que estoy en forma... hasta cierto punto. Me haces sentirme bien conmigo mismo.

—Yo soy un cuarenta y cinco por ciento tartaleta de mantequilla de cacahuete, así que a mi lado eres prácticamente Adonis.

Los dos nos reímos mientras señalaba mi vientre menos plano y me refería a mi mayor vicio conocido. Algunas personas se automedicaban con alcohol; yo lo hacía con chocolate y mantequilla de cacahuete.

—¿Cuándo se supone que vas a empezar? —aventuró. Parker aún no parecía convencido, pero parecía abierto a la idea.

—¿Mañana? —bajé la voz al ver la expresión de su cara agriada. Se lo había soltado a quemarropa; pero sabía que, si no empezaba pronto, no iría.

—Joder.

—Por favor... —puse morritos y mirada de cordero degollado. De ninguna manera iba a enfrentarme a aquel lugar sola. Necesitaba a alguien que me impidiera esconderme en los vestuarios.

—Me deberás una.

Todo mi cuerpo se relajó ante su aceptación.

—Dios mío... ¡gracias! —reboté alrededor de la encimera y le abracé.

—Acuérdate de esto cuando necesite a alguien que me ayude a quitarme un moscón de encima —se rió Parker mientras yo hacía una mueca. Ya me utilizaba para aquellas cosas sin necesidad de deberle favores.

—No me harás fingir que soy tu esposa otra vez, ¿verdad? —rememoré. Se rió me besó en la frente.

—Esa fue efectiva, pero probablemente no. No quiero que se sepa que me va el hámster.

Se estremeció y yo puse los ojos en blanco.

—Porque los chochos son aterradores.

Hizo una mueca los labios y asintió melindroso , lo que hizo que ambos volviéramos a estallar en carcajadas.

—Bueno... más o menos lo son. El equipamiento masculino es mucho más fácil de manejar —señaló. Hizo un tosco movimiento con la mano y yo negué con la cabeza.

—Sí... vosotros sois fáciles de complacer —concurrí. Tenía razón; la anatomía masculina era bastante sencilla.

—Y no hace falta hacer un curso avanzado de lenguaje de signos para que alguien nos haga corrernos.

—Dios mío, eres horrible —me reí aún más cuando Parker empezó a hacer movimientos de manos y caras vagas.

—Pero es verdad —insistió. La mirada de suficiencia en su rostro fue demasiado para mí. A menudo habíamos tenido conversaciones sobre el hecho de que salir con hombres era mucho más fácil que tratar con mujeres.

No obstante, la tumultuosa vida amorosa de Parker le había causado bastante quebraderos de cabeza en un pasado no muy lejano. Los hombres homosexuales podían ser tan dramáticos como las mujeres.

—Lo que sea... entonces ¿te apuntas? —inquirí. Puso los ojos en blanco ante la pregunta, pero sabía que lo tenía.

—Sí... —Parker suspiró y apoyó su cabeza contra la mía—. Iré. No me va a gustar. Pero iré contigo. Tal vez termines con un instructor sexy.

—Soñar es gratis.

***

Parker llegaba tarde... y yo iba a matarlo. No quería entrar sola, pero faltaban cinco minutos para mi cita.

Hannah¿Dónde coño estás?

Mis dedos volaron por la pantalla de mi teléfono mientras le enviaba un mensaje rebosante de pánico.

ParkerVoy
Hannah¿Cuánto?
ParkerDiez minutos
HannahJoder.

Apagué el motor del coche y me quedé sentada durante unos instantes antes de coger mi bolsa de deporte del asiento del copiloto. Ya tenía puesta mi ropa de gimnasia, pero sabía que en la mayoría de los sitios no les gustaba que usases calzado de calle en sus cintas de correr.

Mi cuerpo temblaba literalmente mientras caminaba por el aparcamiento hacia la entrada principal. Aquellos lugares me ponían de los nervios.

Aquel no era uno de los grandes gimnasios a los que solía acudir. En aquellos locales tan amplios podías ser anónimo. Podías esconderte tras una máquina en un rincón y nadie se fijaba en ti.

Los entrenadores personales que vagaban por allí hacía tiempo que me habían dejado en paz, sabiendo que mi velocidad nunca pasaba de cinco, y mi inclinación era la misma. Sabía de lo que era capaz, y sólo estaba allí para acumular una cifra de pasos y volver a casa.

—¿Puedo ayudarle? —preguntó la hermosa y ágil rubia, vestida con ropa de gimnasia negra y con una coleta alta, desde detrás del mostrador.

—Eh... —vacilé. Había una supermodelo increíblemente en forma hablándome. No debería estar allí.

—¿Tiene usted cita? —me miraba expectante y daba golpecitos con sus uñas excesivamente cuidados en el mostrador.

—Yo...

—¿Hola? —agitó su mano frente a mi cara, y parpadeé lentamente mientras intentaba reaccionar.

—Mallory, dale un respiro —intervino otro entrenador increíblemente buenorro.

¿Me estaban tomando el pelo? Seguro que una concentración de gente tan atractiva en un mismo lugar no era normal. ¿Dónde estaban los entrenadores con cara de mantequilla? Los de los cuerpos en forma y las caras normales. Quería ir allí.

—¿Puedo ayudarte, cariño? —me preguntó mientras se inclinaba sobre el escritorio y lanzaba una sonrisa asesina en mi dirección. Tenía pelo rubio oscuro ondulado y unos dientes extremadamente blancos.

Su voz era profunda y seductora, con un leve acento sureño; aquel hombre sabía exactamente lo atractivo que era. Sus anchos hombros se estiraban bajo una camiseta negra de compresión con el logotipo del gimnasio estampado en la parte delantera.

—Yo... eh... ¿soy Hannah? —logré decir. Mis dientes se apretaron por la vergüenza después de tartamudear una respuesta semicoherente.

—¿Estás segura? Eso ha parecido una pregunta, cariño —opinó. Su sonrisa divertida creció mientras yo sentía el calor aumentar en mis mejillas.

—Sí... sí. Quiero decir que sí. Mi nombre es Hannah... Daniels.

—Lárgate, Mal. Yo me encargo —le dijo a la supermodelo mientras la apartaba del ordenador—. Ve a prepararte para tu clase.

—Bien. Lo que digas —replicó ella. Su tono era aburrido. Arqueó una ceja en mi dirección y me miró de arriba abajo. Se dirigió a la puerta abierta del despacho y desapareció.

Sentí que por fin podía respirar sin que me observara fijamente.

—Soy Tyson, pero todos me llaman Ty —se presentó. Sonrió mientras empezaba a sacar unos documentos y a ponerlos en un portapapeles—. Así que... Hannah Daniels. ¿Qué puedo hacer por ti?

Mi mente estaba en blanco.

Estaba pensando en él haciendo cosas, pero no cosas relacionadas con el fitness... bueno... habría sudoración de por medio, pero... ¡Oh, Dios, Hannah…! El hombre atractivo estaba hablando. Debía prestarle atención.

—¿Qué te parece? —preguntó al terminar de comentar algo que se me había escapado por completo.

—Eh...

—Hannah, relájate —me aconsejó. Asentí lentamente y mis ojos se desviaron hacia la manera en que su camiseta de compresión se pegaba a sus pectorales y bíceps—. Mis ojos están aquí arriba, cariño.

Mierda. Me ha pillado. Céntrate, Han. ~

~ ~

—Lo siento. Es que estoy... nerviosa —expliqué. El tono de mi voz alcanzó un nuevo nivel mientras intentaba aplacar algo de mi mortificación.

—Eso está perfectamente bien. Todos hemos tenido que estrenarnos.

¿Qué había dicho? ¡No! ¡No en aquel sentido! Hannah la malpensada...

Mi mente había llevado su declaración al lugar equivocado. Necesitaba sacar mi cabeza de la sordidez, pero su actitud relajada era tan increíblemente atractiva como su afilada mandíbula y su físico musculoso.

—Supongo que es tu primera vez —preguntó mientras cogía algo de la impresora que había debajo del escritorio.

¿Si era mi primera vez haciendo qué?

—Nooo... —mi voz alargó la vocal más de lo que pretendía y él volvió a sonreír. Debía de pensar que yo era la mayor idiota del planeta.

—¿Así que has asistido a una sesión aquí antes? ¿Cuál es tu número de teléfono? —pidió automáticamente mientras sacaba la bandeja del teclado oculto y posaba sus dedos sobre las teclas—. Podemos buscarte en el sistema.

—Bueno... no. No voy a aparecer.

—Vale... De acuerdo —parecía tan confundido como me sentía yo con todo aquel absurdo intercambio.

—Es la primera vez que vengo —reconocí. Mi voz sonó apresurada mientras trataba de explicarme—. He participado en sesiones, pero no aquí.

—Entiendo. Volveremos a eso más tarde. ¿Por qué no coges este portapapeles y cumplimentas los datos de admisión? —propuso. Me colocó el portapapeles en las manos y señaló unos bancos alineados a lo largo de la pared.

—Vendré a ver cómo estás en unos minutos, preciosa. Siéntate y rellena eso.

—Muy bien... —acepté. Tomé asiento a un lado, junto a la pared, y comencé a rellenar la hoja. Era todo lo habitual. Nombre, dirección, número de teléfono, correo electrónico, persona de referencia...

Luego vino lo más difícil, lo que nadie quería que quedara registrado en un papel que no fuera un informe médico confidencial.

—Peso. ¡Mierda! —murmuré mientras mi bolígrafo se quedaba inmóvil al lado de la pequeña línea negra sin pretensiones.

—¿Tienes alguna pregunta? —Ty estaba apoyado en el mostrador, con un bolígrafo en la mano, observando casualmente cómo completaba el papeleo.

Para la mayoría de la gente, aquella era probablemente la parte más fácil. Simplemente rellenaban sus datos como si en realidad no les definieran.

—No... estoy bien. Gracias —me escaqueé. Respiré hondo y garabateé el número en cuestión en el papel. Nunca me había molestado que mi peso tuviera tres dígitos en lugar de dos, pero aquella vez me quemaba un poco.

Estar en aquel lugar me tenía al límite y me había quitado toda la confianza que había tenido en mi cuerpo antes de acudir y empezar a ver especímenes perfectos.

El resto de la hoja era razonablemente fácil de rellenar, pero no estaba segura de qué poner en la línea de problemas médicos.

¿Tenía el colesterol alto y la tiroides lenta? ¿Importaba? Seguramente buscaban cosas que afectaran al entrenamiento. Por eso odiaba aquel tipo de sitios. Querían conocer todos tus secretos.

—¿Estás lista para mí, Hannah? —me interpeló Ty. Ni siquiera me había dado cuenta de que se había sentado a mi lado. Instintivamente, sostuve el portapapeles contra mi pecho.

—Sí... estas cosas son las peores. Pero tenemos que saberlo todo para poder establecer objetivos realistas para cada sesión. No queremos que la gente se queme o se lesione por ignorar algún dato.

Me relajé un poco y él fue a coger la tablilla, pero la volví a pegar contra mi pecho.

—No te preocupes... esto sólo lo sabrán nuestro personal y el ordenador. Nunca compartiremos nada aquí sin tu permiso.

—¿Todo el personal? —exclamé. Mis ojos se desviaron hacia donde la supermodelo se había escapado rumbo a la oficina. Parecía ser de las que juzgaban.

—Todos somos discretos. Nuestro trabajo es apoyarte; queremos animarte. Tu éxito es nuestro éxito —explicó. Sonó sincero mientras arrebataba suavemente la hoja informativa de mi mano.

—Tampoco es un secreto que estoy fuera de forma —murmuré, bajando la cabeza.

Colocó su dedo debajo de mi barbilla y me levantó la cara. Sus desarmantes ojos azules me miraban con un poco de fuego en ellos.

—Nada de esas tonterías en este sitio, cariño. Eres hermosa, y creo que eres muy valiente al venir aquí sola.

Mi corazón se aceleró ante la cantidad de pasión en su voz. No esperaba que alguien con su aspecto fuera tan solidario.

—Lo harás bien.

Asentí y me giré hacia él mientras entraba en detalles sobre los servicios que ofrecía el centro y el equipo que utilizaban.

—¿Tienes alguna pregunta para mí, Hannah?

—No... creo que estoy bien. Vendré a preguntar, si se me ocurre algo.

—Genial asintió con una sonrisa—. ¿Estás lista para ponerte el pulsómetro y afrontar tu primera sesión?

—¿Ahora mismo?

Asintió sin dejar de sonreí.

—Para eso estás aquí, ¿verdad? —preguntó mientras su sonrisa crecía—. Vamos, será divertido. Mallory tiende a ser rigurosa, pero es una buena entrenadora.

Mi corazón empezó a latir con fuerza cuando le seguí hasta el escritorio y me colocó un monitor de frecuencia en el antebrazo. Me rozaba un poco la piel, pero supuse que lo necesitaban para seguir mi evolución.

—¿Estás lista para darle caña?

No, no lo estaba. Estaba bastante segura de que aquello iba a acabar conmigo.

Entonces volvería de entre los muertos y asesinaría a Parker por obligarme a hacer aquello sola.

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