El bombero - Portada del libro

El bombero

L. B. Neptunia

El primer día del resto de tu vida

BEN

Dejé a Kensie con su madre durante un par de horas y me apresuré a ir al centro para hacer lo que tenía en mente.

Como sabía qué ropa le gustaba a Kensie, le compré un par de conjuntos nuevos y dos pares de pijamas, uno que le regalaría al llegar a casa y otro para la mañana de Navidad.

También le compré una pequeña montaña de juguetes y me sentí mal por la joven que me ayudó a envolverlos. En cuanto terminó, me apresuré a volver al coche y me fui a buscar un lugar en el que comprar un árbol de Navidad.

Un rato más tarde, y con una tarjeta de crédito reluciente, el coche estaba lleno hasta los topes de comida, regalos, adornos navideños y decoraciones para el árbol.

Y el propio árbol estaba atado encima del coche, haciéndome parecer un auténtico paleto.

Me reí al pensarlo. Si alguien me hubiera hablado de esto hace una semana, nunca le habría creído. Normalmente no celebro la Navidad en absoluto.

Sin embargo, ahora pasaba una cosa: Leila. Sabía que necesitaba casi de todo, desde artículos de aseo hasta ropa, pero no podía comprarle nada de eso. No sabía nada de ella.

No sabía lo que le gustaba o lo que no, ni cómo era ella como persona. Tampoco podía comprarle un perfume o una pulsera.

No era mi novia. Y eso sería un regalo de mal gusto, ya que ella carecía de todo lo demás. Pero me sentiría mal si sólo le comprara una tarjeta de regalo y dejara que se encargara ella misma.

No podía olvidarme del hecho de que tampoco estaba en condiciones de pasearse por las tiendas para comprar ropa. Y no lo estaría pronto. No. Tenía que ser algo especial. ¿Pero el qué?

Mientras reflexionaba sobre qué comprarle, volví a casa para descargar el coche y darle a Molly algo de comida para perros que también había comprado. Se limitó a mirar el pienso, luego a mirarme a mí, y luego de nuevo a la comida.

Luego se tumbó en el suelo. Nunca había visto a un perro hacer pucheros, pero esta perrita, sí. Y cuando intenté ponerle un collar que resultaba ser demasiado grande para ella, ¡juro que también puso los ojos en blanco!

Suspiré. Esto era más difícil de lo que pensaba. Pero la levanté con el brazo, cogí mi portátil y volví al coche. Y sumido en mis pensamientos, conduje de nuevo al centro comercial para buscar un regalo para Leila.

***

—¡Ben! —gritó Kensie en cuanto me vio abrir la puerta de la habitación de su madre—. ¡Por fin!

Corrió hacia mí y me agarró de la mano. —¿Podemos irnos ya?

Ligeramente sorprendido, la miré a ella y luego a Leila y vi a su madre riéndose mientras negaba con la cabeza.

—Ella... Ha estado un poco aburrida mientras tú no estabas. Supongo que no hay mucho que hacer para una niña de cinco años en esta unidad hospitalaria. Y ha estado hablando de ti sin parar.

Volvió a soltar una risita y me sorprendió escuchar lo diferente que era su voz cuando no estaba ronca y aturdida por la tos.

Supongo que le habían dado algún tipo de inhalación porque ahora parecía mucho mejor que cuando me fui. Pero al poco rato, tuvo un ataque de tos y se apartó, escondiendo la cara en un pañuelo.

Y suspiró cansada cuando se calmó.

—¿De verdad? Menos mal que he traído mi portátil. ¿Kensie? ¿Quieres ver si podemos encontrar un juego al que puedas jugar?

—¡Yupi! —Se alegró y vino a sentarse en mi regazo. Leila me ayudó a mover un par de cosas de la mesita de noche para que pudiéramos usarla como mesa, y luego encendí el portátil.

Después de un pequeño vaivén para saber a qué quería jugar, la elección recayó en un juego de burbujas: reventar tantas burbujas como puedas en treinta segundos.

Tan estúpidamente simple pero genial para una niña.

Cuando Kensie empezó a cogerle el tranquillo, de repente fui consciente de Leila.

Había estado ensimismada en sus pensamientos, observándonos, mientras nosotros estábamos ocupados buscando el juego de entre todos los juegos, y pude ver que sus mejillas estaban húmedas por las lágrimas.

Pero cuando se dio cuenta de que la estaba mirando, se apartó, fingiendo rascarse la sien para que no pudiera verle la cara.

Pasaron unos segundos y me sentí desesperado por hacer algo para que se sintiera mejor. Cualquier cosa. No podía soportar verla tan triste.

Pero entonces se aclaró la garganta y se volvió para mirarme, y una pequeña sonrisa se plantó en sus labios. No era nada convincente...

—Gracias, Ben. Por todo. Ella... —Tosió un poco pero continuó.

»Podría ir a casa de mi padre, pero él vive en Filadelfia. Y él... Acaba de tener un ataque al corazón.

»Bueno, no tan recientemente. Hace ya casi un año, pero no puedo dejar de preocuparme por él. Y ya sabes cómo pueden ser los niños de cinco años. No tiene salud para correr detrás de ella todo el día.

»Y mis tíos son aún mayores que él. Y mis primos… Kensie ni siquiera los conoce, y no les gustan los animales. Los perros especialmente. Y yo sólo...

Levanté la mano para detenerla. No era necesario que siguiera justificándose.

—Leila. —Lo entiendo. No necesitas decir nada.

Sus ojos volvían a estar brillantes, y yo sabía por qué. No quería separarse de su hija.

—Cuidaré de ella todo el tiempo que necesites. Está bien.

Sólo tenía que llamar a mi jefe y pedirle una semana libre, eso era todo. Y si surgía algo, estaba seguro de que mi madre o mi hermana podrían cuidar de ella.

De todos modos, sería solamente por un corto período de tiempo, hasta que encontraran su propio lugar. Un par de días, tal vez.

Pero... Mañana era la víspera de Navidad, y quería que al menos tuvieran una buena Navidad. Sí. Eso era lo correcto.

—Pero es que... No me dejan salir hoy, y yo...

—¿Qué le gusta comer a Molly? —le pregunté para que se centrara en otra cosa.

—¿Qué...?

—Molly. ¿Qué le gusta comer? No comió lo que le compré. Es una cosa del pedigrí o algo.

Hice un gesto con la mano al no recordar el nombre exacto, y Leila soltó una risita, todavía con una mezcla de tristeza y confusión en el rostro.

—Paté de hígado de buey o filete de pollo al horno.

Levanté las cejas y parpadeé. ¿Hablaba en serio?

—Es un poco exigente.

Soltó una risita tímida, se sonrojó y bajó la mirada.

—Así que... Paté de hígado de buey... —empecé, y ella asintió y me miró de nuevo.

—Y filete de pollo al horno. Sí.

Me reí. No sólo por los delicados hábitos alimenticios de su perra, sino también porque me sorprendió cómo me estremecí al verla sonreír..

Pero entonces Kensie se apartó de la pantalla.

—Tengo hambre —murmuró.

—¿Ah, sí? —pregunté y le hinqué un dedo en la costilla, haciendo que se retorciera por la repentina presión.

—Creo que entonces tendremos que ir a por algo de comida, ¿no? ¿Paté de hígado de buey para Molly y un Happy Meal para ti? ¿O era al revés? Sí, creo que sí…

La hinqué el dedo un par de veces más y chilló con fuerza.

—¡NOOOOO! ¡A Molly le gusta eso! ¡A mí no! ¡Eso es asqueroso!

—¿Ah, sí? ¿Estás segura de eso?

Le hice cosquillas y la hice retorcerse en mi regazo hasta que se escapó de mis manos y corrió hacia su madre.

Su risa llenaba toda la habitación y era tan fuerte que estaba seguro de que podían oírla hasta el final del pasillo. Pero me gustaba. Me levantó el ánimo.

—¡Sí, estoy segura! Quiero nuggets de pollo. Y un helado.

Rápidamente se subió a la cama de su madre y se escondió en sus brazos; su madre intentó callarla antes de empezar a toser.

—Bueno, entonces serán nuggets. Y tienes que enseñarme qué tipo de comida come Molly porque el tío Benny no tiene ni idea. Conoce la comida de los chimpancés e incluso la de los elefantes. Pero no...

—¡No eres el tío Benny, tonto! ¡Tú eres Ben! ¡Te lo dije!

Se reía y pataleaba con las piernas cuando le hacía cosquillas en el pie izquierdo.

—¡Kensie! ¡Cállate! No puedes decidir qué debe comer Ben. Y sabes que ese tipo de comida no es saludable para...

Leila se rindió en otra serie de toses y tuvo que soltar a Kensie para usar las dos manos y su pañuelo. Así que levanté a Kensie y la ayudé con su abrigo y sus zapatos de invierno.

—Creo que tu madre necesita descansar ahora, Super Princesa. Dale un abrazo.

Sonrió ampliamente al oír su apodo, hizo lo que le dije y se apresuró a volver conmigo, ansiosa por salir del hospital. Pero antes de dejarme arrastrar por ella, señalé con la cabeza el portátil.

—Quédate con esto mientras estés aquí. Puedes matar algo de tiempo y tal vez pedir ropa y cosas...

Sentí que estaba tanteando con mis palabras.

—Y si necesitas algo más, escríbelo y te lo traeré mañana. ¿De acuerdo?

Asintió en silencio, y me di cuenta de que odiaba estar en su posición vulnerable. ¿Quién no lo haría? No podía imaginar lo perdida que debía sentirse, sabiendo que no tenía nada. Ni siquiera un hogar.

—Le he dado mi número de teléfono a las enfermeras por si necesitas contactar conmigo. Y mañana volveremos aquí alrededor de las diez. ¿Te parece bien?

Volvió a asentir y miró a su hija.

—¿Hay algo que necesites ahora mismo? —pregunté por último.

—No. Pero...

Sus grandes y profundos ojos azules volvieron a capturar los míos, y dejé de respirar al sentir todas las emociones que se almacenaban en su mirada.

—Gracias, Ben. Sólo... Gracias. Por todo. Ni siquiera sé qué decir o por dónde empezar para seguir con nuestras vidas, pero... Gracias por hacerlo mucho más fácil.

Le dediqué una sonrisa que esperaba que mostrara lo que sentía.

—De nada, Leila. Es un placer.

Y extrañamente, realmente lo era.

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