El bombero - Portada del libro

El bombero

L. B. Neptunia

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Chapter
15
Age Rating
18+

Summary

Cuando un incendio azota la casa de Leila una noche, pierde lo único que le quedaba como madre soltera: su hogar. Cuando la ingresan en el hospital debido al humo inhalado durante el incendio, no tiene a nadie que pueda cuidar de Kensie, su hija. No tiene más opción qeu confiar en Ben temporalmente, un apuesto bombero, pero confome la salud de Leila va empeorando, ella teme por el futuro de su hija. ¿Acaso podría encontrar un hogar en Ben? ¿Tanto para ella como para Kensie?

Clasificación por edades: 18+

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Emergencia 911

LEILA

—911, ¿cuál es su emergencia?

—¡Por favor, que alguien venga rápido! ¡Nuestra casa está en llamas! Está…

Me ahogué y empecé a toser por todo el humo que venía de la planta baja. No tenía ni idea de cuándo había empezado el incendio ni de lo grande que era, pero se estaba calentando mucho el suelo bajo mis pies.

—¿Cuál es su nombre y dirección, señora?

—Leila Montgomery. Dirección, 1339 Avenida Laurdale, Edison. ¡Por favor, vengan ya!

Volví a toser y traté de calmar a mi hija que estaba aterrada y no dejaba de sollozar sobre su oso de peluche.

—¿Cuántas personas hay dentro de la casa, señora?

—¡Tres! Yo, mi hija y nuestra perra. ¡Deprisa! Estamos atrapadas en la habitación de arriba.

Pensé en cómo Molly me había despertado antes de que sonara la alarma de incendios ladrando y arañando el suelo con sus pequeñas patas.

Y realmente no recordaba mucho más antes de estar sentada en la cama de Kensie con Molly entre nosotras dos, pidiéndonos ayuda minutos después.

—Shhh, cariño. Todo va a estar bien. No te preocupes.

Intenté calmarla, pero el pánico de estar atrapada en una situación potencialmente mortal, sin poder hacer nada, me estaba paralizando. Quería gritar de terror, igual que ella, y esconderme bajo las sábanas, pero no podía.

Y aunque mis palabras pretendían ser tranquilizadoras, sabía que no serviría de nada si no salíamos de aquí en cuestión de minutos.

El humo ya se filtraba por el ojo de la cerradura de la puerta, e incluso podía ver cómo salía humo a través del suelo de madera.

—¡DEPRISA! —grité, sintiendo que el humo me llenaba los pulmones, haciéndome toser de nuevo.

—Estarán allí en un minuto y medio —dijo el hombre del teléfono, pero bien podría haber dicho siete años porque incluso los segundos parecían eternamente desesperantes.

—Manténgase al teléfono hasta que vea los camiones de bomberos, ¿de acuerdo? Siga hablando conmigo. Esto es muy importante.

No respondí. Mi cabeza estaba demasiado llena de horribles escenarios para pensar con claridad.

—¿Señora? ¡LEILA! —gritó el hombre y me hizo volver a la realidad. Y después de responder, siguió dándome instrucciones sobre lo que tenía que hacer.

—Quédese en el suelo. ¿Me oye? Póngase de manos y rodillas y arrástrese hacia la ventana. No hacia la puerta, hacia la ventana. ¿De acuerdo?

—Sí... —murmuré mientras intentaba que mi hija hiciera lo mismo que yo. Pero no era fácil conseguir que una niña de cinco años con un ataque de pánico me escuchara.

—No abra ninguna puerta o ventana hasta que yo le diga. No, a menos que realmente le cueste respirar. Porque cuando abra una, alimentará el fuego con oxígeno, y todo se intensificará rápidamente.

»¿Están bien? ¿Están ahora en el suelo junto a la ventana?

—Sí, lo estamos —respondí con voz ronca y acerqué a Kensie y Molly todo lo que pude.

—¿Hay alguna escalera de incendios al aire libre fuera de la ventana?

—No... Se suponía que iba a arreglar eso el año pasado, pero...

No pude contener las lágrimas por más tiempo. Sentir que había fallado como madre por no asegurarme de que pudiéramos salir a salvo de una situación como esta me golpeó con toda la fuerza.

Pero simplemente no tenía suficiente dinero para hacerlo después del funeral de mi marido el año pasado. Ni siquiera podía permitirme arreglar la calefacción del baño.

Así que cada vez que mi hija se bañaba, utilizaba el viejo lavabo de zinc que había encontrado en el garaje, lo llenaba de agua que calentaba frente a la chimenea y me aseguraba de que no se enfriara.

¿Pero ahora...? Ni siquiera tendríamos una casa donde vivir. Todo lo que teníamos estaba ardiendo a nuestro alrededor, incluso los regalos de Navidad de Kensie.

—Está bien. Quédese donde está, señora. ¿Escucha las sirenas ahora?

No las escuchaba. Sólo podía seguir tosiendo, tratando de proteger la cara de Kensie con mi camisón para protegerla del peor humo.

Me sentía cansada y mareada, y empecé a preguntarme cuánto tendría que luchar para respirar antes de poder abrir la ventana.

—¡LEILA! ¿ESCUCHA LAS SIRENAS?

—Yo... —empecé, pero sólo acabé tosiendo aún más.

—¡ESCÚCHEME! LOS CAMIONES DE BOMBEROS ESTÁN AHÍ, YA PUEDE ABRIR LA VENTANA. ¿DE ACUERDO? ABRA LA VENTANA, LEILA. ¡AHORA!

Con mucho esfuerzo, me puse de rodillas, agarré la manilla y empujé la ventana para abrirla. Entonces, la sensación de sentir el aire frío del invierno frente al fuego que lo succionaba todo a mi alrededor fue brutal.

Intenté gritar pidiendo ayuda, pero mi voz salió como un chillido ahogado, y mi cuerpo se desplomó como un saco de patatas.

Me caí con tanta fuerza que debería haber gritado, pero en lugar de eso, caí de lado y me acurruqué en posición fetal.

Lo único que recuerdo antes de desmayarme fueron las llamas que estaban a punto de acabar con el suelo junto a la puerta de la habitación.

***

—¡Leila! ¡¿Puede oírme?!

La voz venía de muy, muy lejos, y por un momento no pude comprender lo que estaba pasando. Pero entonces intenté inhalar y empecé a toser como una loca.

De repente, una máscara me cubrió la cara y dos brazos muy fuertes me levantaron del suelo y me sacaron por la ventana hacia un lugar seguro.

—¡No! ¡Mi hija! ¡Y mi...!

Otro ataque de tos se apoderó de mí, pero pude escuchar la calmante y profunda voz del bombero en mi oído.

—Están a salvo.

Tan pocas palabras. Tan abrumadoramente importantes. Estaban a salvo. No importaba lo que me pasara mientras mi hija estuviera a salvo.

Pero cuando el bombero me puso suavemente en una camilla, con los paramédicos envolviéndome con cálidas mantas, listos para empezar con el tratamiento de oxígeno y demás, supe que yo también quería vivir.

Necesitaba vivir por mi hija. Yo era la única que le quedaba. Y tenía que seguir viva.

El bombero estaba a punto de soltarme la mano, pero no le dejé marchar. Necesitaba ver al hombre que había arriesgado su vida para salvarnos. Así que empecé a tirar débilmente de su máscara sin dejar de sujetar su brazo.

—No... —jadeé.

»Necesito... Ver…

Mi voz era sibilante y tensa, casi demasiado silenciosa para que fuera escuchada. Pero lo intenté de nuevo.

—Por favor, señor... Déjeme… Ver su...

En la etiqueta lateral de su traje, vi su nombre, «Ben Cavanaugh», y al menos me sentí algo aliviada por saber cómo se llamaba.

Pero también necesitaba ver su cara, así que tiré de su máscara una vez más y le obligué a quitársela. Y por un momento, dejé de respirar.

Durante un instante sólo parpadeé y miré a los ojos marrones más cariñosos de la historia. Y por un momento, me sentí más perdida que nunca.

—¿Sra. Montgomery? Necesita acostarse. ¡Sra. Montgomery!

Pero no escuché las órdenes bienintencionadas de los paramédicos. En mi mundo, sólo existía Ben. Ben y sus preciosos ojos. Pero entonces...

—¡MAMÁ! ¡MAMÁ!

Mi hija vino corriendo con nuestra pequeña chihuahua en brazos, e inmediatamente salté de la camilla y me arrodillé para abrazarlas. Estábamos a salvo gracias a la pequeña Molly y...

Volví a mirar a este magnífico hombre que me había llevado en brazos. Su sonrisa era genuinamente cálida y cariñosa, y pareció sonreír aún más cuando vio a mi hija aferrada a mi cuello.

—¿Kensie?

Me dolía la garganta al hablar, pero esto era importante para mí.

—¿Puedes... Darle las gracias... A este hombre… Tan amable…?

Solté su agarre y la giré para que se pusiera frente a él, y él sonrió al ver lo tímida que estaba Kensie.

—Oh... No hace falta que me dé las gracias, señora. Sólo estaba haciendo mi trabajo.

Aun así, Kensie tartamudeó un pequeño «gracias» y cogió la mano de Ben cuando éste le tendió la suya. Luego se sentó sobre sus talones frente a ella.

—¿Sabes qué? Creo que eres la niña más valiente que he conocido. Cuidaste a tu mamá como una verdadera heroína hasta que pudimos llegar a sacaros. Creo que debes ser una súper princesa disfrazada.

Kensie soltó una risita, todavía un poco tímida, pero ahora se atrevió a mirarle.

—Molly también ayudó… —dijo y levantó a nuestra perra para que pudiera acariciarla, y me sorprendió que pudiera hacerlo sin que le ladrara o gruñera.

Normalmente se asustaba de los hombres, pero obviamente no de este. ¿Quizás entendió que era él quien nos había salvado?

—¿De verdad? ¿Ella ayudó? Es una perrita muy buena. Parece que sois muy amigas. ¿Estoy en lo cierto?

Le sonrió tanto que se le vieron toda su hilera de dientes blancos y nacarados, haciendo un importante contraste con el hollín de su cara.

—Sí. Es la mejor amiga que existe —dijo Kensie y le devolvió la sonrisa. Entonces, Ben se levantó y me miró.

—Siento mucho lo de su casa, Sra. Montgomery. ¿Tiene familia con la que quedarse? ¿Amigos? ¿Está su marido...?

—Mi papá está en el cielo —interrumpió Kensie.

»No deberías hablar de él porque mamá se pone triste.

Ben y yo nos miramos sorprendidos por un momento antes de que Ben se aclarase la garganta para hablar.

—¡Lo siento mucho!

—¡Está bien! —exclamamos casi a la vez.

—No. No debería haber... —empezó, pero le corté. No quería que se sintiera mal por nuestra situación. No era su culpa.

—¡De verdad! No pasa nada. No lo sabía. Y nada de esto es su…

Empecé a toser de nuevo y dos de los paramédicos me volvieron a subir a la camilla y me obligaron a tumbarme.

Incorporaron la camilla para que pudiera estar semisentada para facilitar mi respiración y me colocaron una máscara de oxígeno en la boca, un poco diferente de la que Ben me había puesto en la cara antes de sacarme del incendio.

Ben...

Le miré y me encontré con un par de ojos tristes y sin profundidad.

—¡¿CAVANAUGH?! ¡COJA LA MANGUERA DEL LADO IZQUIERDO DE LA CASA!

Ben asintió hacia el oficial de la unidad y se giró para continuar su trabajo. Pero entonces se detuvo y se acercó a mí.

—Su hija. ¿Tiene a alguien que la cuide mientras usted está en el hospital? —preguntó con sus preciosos ojos marrones. Su mirada me atravesaba.

Tragué y traté de hablar, pero acabé con un ataque de tos. Pero en lugar de volver a preguntármelo, hizo algo que creo que ningún otro hombre se plantearía hacer. Se sentó sobre una rodilla frente a Kensie.

—Tu madre necesita ir al hospital ahora, princesa. ¿Queréis tú y Molly venir y quedaros en mi casa esta noche? ¿Y luego visitaremos a tu madre mañana por la mañana después de que hayas desayunado?

Kensie asintió y se dirigió a él como el mismísimo sol.

—¿Le parece bien, Sra. Montgomery? Si no, me aseguraré de que alguien...

Le tendí la mano y la apreté. Y la forma en que me miró demostró que entendía todo lo que intentaba decir con mis ojos.

—La mantendré a salvo —dijo y me dedicó una sonrisa tranquilizadora. Era un extraño. Era un hombre. Y literalmente puse mi corazón en sus manos. Pero sabía que podía confiar en él.

¿Cómo? No lo sé, pero lo sabía.

—Estará a salvo.

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