El bombero - Portada del libro

El bombero

L. B. Neptunia

Todo va a salir bien

BEN

Miré a la niña que tenía delante. Estaba arropada por mis sábanas limpias, con su perrita hecha un ovillo, justo a su lado.

Se había asustado cuando la traje aquí. Se asustó cuando fui al baño y la dejé sola en el salón durante unos minutos. Y se asustó cuando le dije que podía quedarse en mi cama.

Pero después de que nos comiéramos un tazón de Cheerios cada uno, le prometí que dormiría en el suelo junto a ella, y ya no se asustó.

Ahora estaba sentada en el borde de la cama, con su pequeña mano encima de la mía como protección contra todos los peligros del mundo.

Estaba agotada y echaba de menos a su madre, pero fue tan valiente al confiar en mí, un completo desconocido, que cualquier bombero envidiaría su talante.

Era extraño tener una niña pequeña a la que cuidar así. Pero era una extrañeza buena. Del tipo que te conmueve de una manera que nunca había sentido antes.

Esta niña había perdido su casa, a su padre y casi también a su madre. Si la señora Montgomery hubiera estado dentro de esa casa un minuto más, habría sido demasiado tarde. Yo lo sabía.

Ya lo había visto demasiadas veces. Ahora, iba a estar hospitalizada por lo menos unos días, y su joyita más preciada estaba aquí conmigo.

Y podría estar aquí todo el tiempo que fuera necesario. De eso estaba seguro. Y sólo pensarlo hizo que sonriera espontáneamente.

Lo único que me preocupaba era lo dañados que estaban los pulmones de su madre después de inhalar todo ese humo.

Me tumbé en el suelo junto a la cama, tal y como le había prometido, con los brazos cruzados detrás de la cabeza, mirando al techo. Esta iba a ser una Navidad muy triste para ellas, sin duda.

Pero tenía tantas preguntas... ¿Dónde se quedarían hasta que encontraran un nuevo lugar donde vivir? ¿Era cierto que no tenían familia? Eso no podía ser. ¿Al menos amigos?

Probablemente tenían muchos amigos. ¿Cubriría su seguro la reconstrucción de su casa? ¿Y la Sra. Montgomery estaría bien? La Sra. Montgomery... Leila.

***

—¡Ben! ¡Ben! ¿Podemos ir a ver a mi madre ahora?

Me desperté de golpe al oír el sonido desconocido de alguien chillando en mi oído. Y tardé unos segundos en comprender lo que había pasado anoche.

No había dormido mucho, pero mirar a la ansiosa niña de cinco años que tenía delante me había hecho olvidarme de todo. Y ahora estaba sentada en mi regazo y tocándome la nariz.

—Tu pelo está muy gracioso.

Me reí ante su franqueza. Niños...

—Nunca había visto a un hombre con el pelo tan largo.

—¿En serio? —pregunté juguetonamente y le di un pellizco en la nariz.

—Mm-hmm —tarareó ella con naturalidad.

»Mi padre tenía el pelo corto, no negro y rizado como el tuyo. El suyo era claro.

Le sonreí, pero no pude evitar sentir una punzada en el corazón.

—¿Igual que tú entonces? —dije y le hice girar un mechón de pelo entre mis dedos.

Puede que hubiera heredado el color del pelo de su padre, pero me sorprendió mucho el parecido de sus ojos con los de su madre. Eran preciosos.

Azules oscuros, con largas pestañas que los enmarcaban perfectamente. Oh, esta pequeña debería tener un padre que la mantuviera alejada de los chicos cuando creciera, ¡eso seguro!

Me sonrojé un poco. ¿Por qué tenía todos estos pensamientos? ¿Qué hacía que esta chica, su madre y su perra fueran diferentes a otras personas que había salvado con anterioridad en un incendio? La verdad es que no lo sabía.

—Molly necesita hacer pipí. ¿Tienes un patio?

Levanté las cejas.

—¡Oh, por supuesto! Yo... Sí. Te enseñaré dónde.

Levanté a Kensie de mi regazo y me levanté.

—A Molly le gustas, ¿sabes? —dijo de repente. Y miré a la pequeña bola de pelo sentada frente a la puerta de la habitación, y luego a Kensie de nuevo.

—¿Ah sí? —Solté una risita, pensando en que no me gustaban mucho los perros. Pero cuando llegué a donde ella estaba sentada pacientemente y esperando a que alguien le abriera la puerta, no pude evitar acariciar su cabecita.

¡Dios, es más pequeña que un gato!

Molly se puso a hacer sus necesidades y Kensie y yo tomamos otro tazón de Cheerios. Luego, la ayudé a lavarse los dientes. Pero no tenía ropa limpia. Sólo el pijama verde que llevaba puesto.

Y se negó obstinadamente a ducharse sin que yo la ayudara. Así que decidí posponerlo para más tarde y pasarme por el centro comercial para comprarle algo de ropa antes de ir al hospital.

***

—¿Kensie? ¿Te gusta esto?

Le tendí un vestido rosa para que lo viera, pero sólo negó con la cabeza. Parecía tímida de nuevo, como cuando hablamos ayer por primera vez.

Y aunque le mostré varios vestidos bonitos, no dejaba de negar con la cabeza, tirando de mi chaqueta.

—Hmm... No creo que el tío Benny sepa lo que está haciendo aquí. ¿Tal vez puedas enseñarle lo que quieres ponerte?

Se rió un poco. —¿Quién es el tío Benny?

—Yo. —Me señalé con una sonrisa bobalicona, pero suspiré cuando ella volvió a negar con la cabeza.

—No eres el tío Benny. Eres Ben —dijo con el ceño fruncido, y luego me acercó a un estante de ropa de niño. Ahh. Así que es un poco marimacho, ¿eh? Nunca lo habría imaginado.

La dejé elegir un par de conjuntos, un par de zapatillas y un abrigo de invierno y me preparé para ir a pagar. Pero ella tenía otros planes.

—Ahora necesitamos algo para mi madre.

¡¿Para su madre?! Yo... Ella tampoco tenía ropa. Kensie tenía razón. Leil… La señora Montgomery sólo tenía su camisón de dormir, al igual que Kensie.

Necesitaría algo decente que ponerse cuando llegara a casa. Bueno... A donde sea que vayan cuando le den el alta del hospital.

Dejé que Kensie me guiara hacia la sección de señoras y, nervioso, me sonrojé cuando me pareció que se dirigía directamente a la sección de ropa interior.

Por suerte, pasó de largo y se dirigió a una mesa con pantalones de deporte de mujer con chaquetas a juego.

Y juntos, elegimos un bonito conjunto morado que imaginé que le quedaría bien. O al menos hasta que pudiera comprarse su propia ropa.

Oh, Dios mío... ¡Esto es un territorio demasiado extraño para mí!

Pero Kensie me aseguró que el morado era su color favorito, y yo le pedí a Dios que eligiera la talla correcta. Y con eso, pagamos y nos fuimos.

***

Kensie corrió hacia su madre en cuanto abrí la puerta de su habitación.

—¡MAMÁ!

—¡Oh, cariño! —exclamó la señora Montgomery y trató de contener un ataque de tos. Lo consiguió... Casi. Pero su sonda nasal se cayó por lo fuerte que se abrazaron.

—¿Mamá? Ben y yo fuimos de compras.

La señora Montgomery la mantuvo a distancia para poder mirarla, y vi la confusión escrita en su rostro.

—¿De compras? Oh, vaya. ¡Tienes ropa nueva! Eso es... Oh, ¡guau!

Me miró, en parte aliviada y en parte avergonzada.

—Yo... —empezó y tragó saliva—. Muchas gracias, Sr. Cavanaugh. Le pagaré en cuanto salga de aquí. Me darán de alta después de...

Se esforzó por contener otra serie de toses. —He hablado con el médico.

No pudo contenerse más y siguió tosiendo, le faltaba el aire.

Kensie se acercó a mí y me cogió de la mano. Con firmeza, tiró de mí hacia su madre, para que me sentara en la silla junto a la cama.

—Sra. Montgomery... No está en condiciones de salir del hospital todavía.

—Pero necesito... cof, cof… Cuidar de... cof, cof… ¡Kensie! Y de Molly... cof…¿Dónde está Mo... cof, cof…?

—Molly está en el coche de Ben —dijo Kensie y se subió a mi regazo. Y me sorprendió verme a mí mismo rodeándola con mis brazos como si fuera la cosa más natural del mundo.

—Lo digo en serio, Lei… Sra. Montgomery. Kensie puede quedarse conmigo hasta que usted mejore. No hay necesidad de…

—Leila. Por favor, llámeme Leila.

Oh, gracias a Dios.

—Bien. Leila. Realmente...

Pero Kensie me interrumpió.

—Hemos comprado ropa para ti, mamá. Y es de tu color favorito.

Me puse rojo como un tomate, sintiendo que había sobrepasado todos los límites posibles entre dos desconocidos. Esto estaba mal. No debería haberlo hecho.

Es que era raro comprarle ropa a una mujer que no conocía. Ella pensará que soy algún tipo de asqueroso o...

—¡Mira!

Kensie cogió la bolsa, sacó el chándal morado y lo puso en las manos de su madre.

—Ay… Esto es...

Me miró con los mismos ojos azul oscuro que su hija, y me recorrieron impulsos eléctricos. Ella... Era preciosa.

—Gracias, Sr. Cavanaugh.

Levantó las prendas de ropa y las estudió, y un leve enrojecimiento rozó sus mejillas.

—Ben —dije, queriendo que las cosas fueran menos incómodas porque la tensión entre nosotros ya era intensa. Casi insoportable.

Nunca me había sentido así con nadie, y no entendía muy bien qué me estaba pasando ahora. Pero entonces...

—¡Ben es tan tonto! Me dijo que le llamara tío Benny. Pero no puedo hacerlo. No es mi tío. Sólo es Ben.

Así es, pequeña. Sólo soy Ben.

—¿De verdad? ¿Ha dicho eso? —exclamó Leila con entusiasmo, pero no pudo disimular el enrojecimiento de sus mejillas. Y me envió una mirada de gratitud que hizo que me relajara.

¿Quizás no fue tan mala idea comprar esa ropa después de todo?

—¡Sí! Y tendrías que haber visto su pelo cuando se despertó esta mañana. Parecía un trol.

»¡Ja, ja! ¡Oh! Me olvidé de contarte. Tengo toda su cama para mí. Y para Molly, por supuesto. Y él durmió en el suelo y mantenía a los monstruos alejados. ¡Y su cama es muy, muy suave! Y él...

Kensie divagó contándole a su madre cómo le habían ido las cosas desde que se separaron la noche anterior, pero yo desconecté de la conversación.

Estaba demasiado metido en mis propios pensamientos y demasiado perdido en esos ojos azules como para centrarme en lo que decían. Pero entonces Leila me saludó y me devolvió a la realidad.

—¿Ben?

—Um... ¿Si? —Sacudí la cabeza para concentrarme.

—Te preguntaba si estaría bien si se quedara otra noche más. No he...

—¡Por supuesto! ¡Sí! ¡Kensie! Um... ¿Quieres que te preste mi cama otra noche? —La miré, y ella se alegró mucho mientras asentía frenéticamente.

Entonces me abrazó. Si no me había puesto lo suficientemente rojo antes, seguro que ahora lo estaba.

Y la sensación que tuve tan increíblemente buena cuando esta pequeña princesa me demostró con todo su ser que confiaba en mí, me dejó sin palabras.

—Te pagaré mañana... —Leila empezó, pero yo no quería ni oírlo.

—¡No! ¡Por favor! Sólo... No. ¡Piensa en ello como un... Regalo de Navidad!

Las emociones en sus ojos lo decían todo. Y realmente sentí que mis propios ojos lloraban por todo lo que nos habíamos dicho con la mirada sin pronunciar una palabra.

Y para que entendiera realmente que lo decía de corazón, puse mi mano sobre la suya como un escudo contra todo lo malo.

—Por favor, déjame hacerlo. Te prometo que todo va a estar bien. Todo.

Los ojos se le pusieron vidriosos y le tembló el labio inferior. Señor, si la conociera mejor, la abrazaría.

¡Se ha estado manteniendo fuerte durante tanto tiempo! Ahora era el momento de que alguien se ocupara de ella. De ellas. Y fue allí mismo cuando lo supe.

Quería sorprenderlas. No podía devolverles su casa. Ni devolverle a Leila su marido o a Kensie su padre. Pero podía asegurarme de que tuvieran la mejor Navidad posible.

Podría asegurarme de que tuvieran una buena cama, un techo sobre sus cabezas, mucha comida, un árbol de Navidad y decoraciones. ¿Y Kensie? Ella recibiría una gran cantidad de regalos, ¡eso estaba claro!

Pero el mayor regalo sería el que yo recibiría: el privilegio de dárselo y ser parte de su alegría.

Apreté la mano de Leila una vez más y dije, más decidido que nunca: —Todo va a salir bien.

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