Luchando contra el destino - Portada del libro

Luchando contra el destino

Mackenzie Madden

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Chapter
15
Age Rating
18+

Summary

Anna, de diecinueve años, ha sido toda la vida una inadaptada y ni sus padres ni su manada quieren saber nada de ella. Cuando la transfieren a una nueva manada, por fin conoce un lugar donde la reciben con los brazos abiertos. ¿Pero por qué no puede transformarse en loba? ¿Y por qué el enigmático Alfa Zach está tan interesado en ella?

Clasificación por edades: +18

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30 Chapters

Chapter 1

Capítulo 1

Chapter 2

Capítulo 2

Chapter 3

Capítulo 3

Chapter 4

Capítulo 4
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Capítulo 1

ANNA

La cima coronaba un bosque tan denso que no se veía la tierra.

Parecía extenderse hasta donde alcanzaba la vista, como un vasto océano lleno de múltiples tonalidades de verde.

Había árboles de todo tipo, cuyas puntas parecían alcanzar el sol que se posaba en lo alto del cielo.

Anna Davis podía reconocer unos cuantos: pinos, secuoyas, abetos y cedros. Y deducía que, protegidos bajo sus gruesas ramas, entre sus troncos y la maleza, prosperaba la fauna salvaje.

Anna no había salido a explorar mucho desde que había llegado al valle, así que no estaba muy segura de los tipos de animales que residían aquí, pero apostaba a que estaba lleno de criaturas que aún no habían experimentado el miedo a los humanos.

Esta tierra estaba protegida, intacta, pero Anna sabía que eso no permanecería así para siempre.

Sólo era cuestión de tiempo que los humanos la encontraran, viendo en ella un terreno de primera para destruir y ocupar.

Anna miró por encima de su hombro y vio las cordilleras de Calmariel a sus espaldas, con la montaña más grande que jamás había visto alzándose orgullosa cerca de ella.

Se alzaba sobre el terreno y bloqueaba por completo cualquier rastro de la ciudad que se hallaba a unas treinta millas de distancia.

El ansia humana de poder era cada vez mayor, como un virus propagándose por el aire y destruyéndolo todo a su paso...

Sólo que este virus también levantaba edificios de hormigón y fábricas donde antes había una naturaleza impresionante.

Anna se sentó en el borde de la cima y sonrió.

Cuando los humanos dirigieran su codiciosa mirada hacia aquí, se iban a encontrar con unos cuantos obstáculos.

La tierra estaba llena de colinas irregulares, profundos barrancos y lobos depredadores, que eran muy protectores y territoriales con su tierra y su hogar.

Anna dio una patada con los pies descalzos contra la pared rocosa de la montaña y miró hacia abajo, a sus piernas colgantes y a la inmensa caída que había debajo de ella.

Supuso que podía haber unos veinte metros, pero eso no le preocupaba. Las alturas nunca le preocupaban.

Antes de venir aquí, Anna había estado viviendo en un complejo de apartamentos de la ciudad con su manada.

Cada vez que conseguía deshacerse de su familia, se subía a la azotea para observar fijamente el horizonte.

Una vez, su madre la encontró allí y le gritó bruscamente que debería haber nacido pájaro, porque no era una buena loba.

Anna suspiró, los pensamientos sobre su familia la removían por dentro.

Se había trasladado a la Manada Río de la Plata hacía un par de días y, casi de inmediato, empezó a experimentar una abrumadora sensación de alivio.

Era difícil creer que por fin había escapado de las garras de su antigua manada, Ala Gris, pero al mismo tiempo, Anna se sentía frustrada porque nunca lograría saber la verdad de su pasado, ni por qué había sufrido tanto a manos de su familia y del resto de la manada.

Realmente, esperaba no volver a ver a nadie de la Manada Ala Gris, ni siquiera a sus padres, pero eran la única familia que había conocido.

La Manada Río de la Plata era muy diferente, y Anna se sentía a menudo insegura y fuera de lugar.

No se convertiría en miembro oficial de la manada hasta la ceremonia de unión, y no tenía ni idea de cuál sería su papel una vez que eso ocurriera.

Anna nunca tuvo un verdadero papel dentro de la Manada Ala Gris, aunque claramente logró encontrar su lugar allí.

Su vida había sido bastante predecible, y eso la había hecho cómoda, aunque no estuviera llena de felicidad ni hubiera sido del todo agradable.

Anna sacudió la cabeza, tratando de aclarar sus pensamientos, y enderezó la columna vertebral.

Esta increíble vista frente a ella era una de las principales razones por las que había aceptado su traslado aquí: esta vista y la libertad que la acompañaba.

Anna se sentía claustrofóbica en la ciudad, rodeada por una jungla de cemento de edificios altos y calles llenas de vehículos ruidosos.

Los lobos no estaban hechos para correr por las ciudades, y ella seguía sin entender por qué Ala Gris había establecido allí su hogar.

Ahora mismo, Anna se sentía más conectada a su loba de lo que nunca antes lo había estado.

Sabía con certeza que, pasara lo que pasara después de la ceremonia de unión, nunca se arrepentiría de haber venido aquí.

Los dos últimos días ya le habían demostrado que su vida había cambiado significativamente con respecto a lo que había estado viviendo en Ala Gris.

El sonido de un carraspeo sacó a Anna de sus pensamientos. Giró la cabeza y vio a un hombre junto a la línea de árboles.

Su repentino movimiento la hizo tambalearse en el borde del precipicio. El hombre se adelantó y estiró el brazo como si estuviera a punto de lanzarse hacia ella para salvarla de la caída.

Anna se tranquilizó y se levantó rápidamente mientras miraba al desconocido con recelo.

—Lo siento —dijo, con voz suave, como si le hablara a un animal asustado—. No quería asustarte.

Anna lo examinó rápidamente, evaluando si era una amenaza o no. Llevaba unos vaqueros desteñidos. Eso era todo.

Tenía los pies desnudos, al igual que el pecho, que, según observó Anna, estaba cubierto de un vello castaño, corto y rizado.

Tenía unos hombros musculosos que se tensaban al moverse, y los brazos cruzados sobre el pecho.

Anna supuso que se había transformado hacía poco y que había encontrado los vaqueros en uno de los muchos alijos de ropa que había estratégicamente repartidos por el territorio de la manada.

Tenía el pelo castaño oscuro que se le rizaba alrededor de las orejas y unos pómulos angulosos que descendían hasta una mandíbula firme ensombrecida por una barba de dos días.

Anna se encontró por fin con sus cálidos ojos castaños, que la observaban con expresión de preocupación, y se dio cuenta de que estaba esperando su respuesta.

Sus palabras llegaron finalmente a su mente y sintió que sus mejillas se calentaban.

Era extremadamente difícil acercarse sigilosamente a un hombre lobo debido a su agudo oído, y Anna sabía que cualquier otro lobo le habría oído llegar.

Agitó una mano avergonzada hacia el desconocido. —No pasa nada. Debería haberte oído llegar, pero estaba ensimismada —mintió, pero él se limitó a esbozar una pequeña sonrisa y a meterse las manos en los bolsillos de los vaqueros.

—¿Cómo no ibas a estarlo, con estas vistas? —murmuró, mirando más allá de Anna, hacia el bosque que había detrás de ella, antes de volver la vista atrás.

—Me llamo Mitch. Soy uno de los soldados de Río de la Plata. No te había visto antes por aquí. —Era una afirmación, pero su voz se elevó ligeramente, formando una pregunta.

Anna se sintió un poco aliviada al oír que era miembro de la Manada Río de la Plata.

—Sólo llevo aquí un par de días; me han trasladado de Ala Gris. —Se levantó y se acercó a él, tendiéndole la mano para que se la estrechara—. Me llamo Anna.

Le cogió la mano con fuerza y le dedicó una pequeña sonrisa, que ella le devolvió.

—Encantado de conocerte, Anna. ¿Necesitas un guía? Estaré encantado de enseñarte los alrededores. Nací y crecí en Río de la Plata.

Una vez que él le soltó la mano, Anna retrocedió sutilmente para volver a dejar espacio entre ellos mientras consideraba su oferta.

Finalmente, dijo: —¡Eso sería estupendo! ¿Podemos empezar ya?

Mitch asintió, riéndose de su entusiasmo. —Claro, precisamente ahora no tengo nada que hacer. El entrenamiento no empieza hasta dentro de tres horas.

Anna sonrió, cada vez más tranquila.

Se agachó para recoger sus calcetines y zapatos del suelo. Metió los pies en ellos mientras Mitch esperaba pacientemente.

Cuando terminó, empezaron a caminar juntos hacia las montañas y la guarida de la manada.

Los árboles se volvieron densos con bastante rapidez, sus pasos hacían crujir las hojas del suelo mientras caminaban.

Anna se aseguró de situarse al menos a un palmo de distancia para que el cuerpo de Mitch no tocara accidentalmente el suyo.

Esperaba que Mitch le preguntara por qué no se había transformado aún, su mente comenzó a dar vueltas buscando diferentes explicaciones que se le podían ocurrir, pero después de un rato, aceptó que la pregunta no iba a llegar.

En lugar de eso, le contó con todo lujo de detalles la dinámica que seguían en Río de la Plata. Anna lo escuchó, fascinada.

Cuando llegó, sólo le contaron que el alfa estaba de viaje de negocios, así que su bienvenida oficial a la manada no tendría lugar hasta que él volviera.

Por lo tanto, durante los dos últimos días, Anna había estado básicamente en el limbo.

No estaba acostumbrada a estar tan desocupada, pero hasta que no le asignaran un papel, no tenía mucho que hacer.

—Río de la Plata lleva en estas tierras casi veinte años. El anterior alfa, Phillip Stone, fue quien la encontró y pensó que tenía algo especial.

Mitch pasó por encima de un gran árbol caído y se volvió para ayudar a Anna. —La manada pasó años creando la guarida, modernizándola y convirtiéndola en lo que es hoy.

—He estado un rato paseando por allí, pero hay tantos pasillos y todo parece tan igual que me he perdido un par de veces —dijo Anna mientras rozaba con la mano la áspera corteza de un árbol.

Mitch se rio entre dientes. —Eso no me sorprende. Llevo años diciéndole a todo el mundo que deberían empezar a hacer mapas.

—¿Cómo se le ocurrió a Phillip construirla bajo una montaña? —preguntó Anna, mirando hacia la montaña en cuestión.

—Quería que su guarida fuera difícil de encontrar y bastante impenetrable. La prioridad de Río de la Plata siempre ha sido proteger a los más jóvenes y vulnerables —explicó Mitch—. ¿Y Ala Gris? He oído que su guarida principal está en la ciudad.

Anna sonrió al notar el disgusto en su voz ante la idea de vivir en la ciudad.

—No estoy segura de cuánto tiempo llevan ahí... Desde que nací, por lo menos, y tengo diecinueve años.

—¿Te gustó vivir allí? —preguntó.

—No, la verdad es que no. —Se interrumpió, volviendo a sus pensamientos de antes—. Se me hacía hasta difícil respirar, como si el aire fuera más denso. Aquí, sin embargo... —Anna hizo una pausa, inhaló profundamente y sonrió mirando a Mitch—. Aquí sí que puedo respirar.

Mitch echó un vistazo a su alrededor como si lo estuviera viendo todo por primera vez.

—A veces me olvido de parar y mirar este lugar. Olvido lo afortunados que somos. —Sonrió con nostalgia antes de desviar la conversación hacia Anna.

—Volviendo a Ala Gris, ¿qué hacías en la manada?

—Un poco de todo, supongo. Nunca me asignaron un papel, así que... flotaba por ahí. Casi siempre me quedaba en casa y ayudaba a mis padres.

Anna se encogió de hombros, apartando la mirada de la expresión curiosa de Mitch.

Después de observar durante los últimos días a la Manada Río de la Plata, supo que lo que le había ocurrido en Ala Gris no era normal.

Anna supuso que esa era también gran parte de la razón por la que se sentía tan fuera de lugar aquí e insegura de cómo cambiarlo. No se sentía cómoda aceptando un trabajo porque tenía miedo de hacerlo mal o de molestar a alguien.

—¿Pero me dijiste que tienes diecinueve años?

Anna asintió. Mitch la miró con extrañeza antes de decir: —Me parece justo. Supongo que cada manada es diferente.

La pareja atravesó los árboles y llegó a un gran claro cubierto de hierba.

Los árboles habían sido talados de modo que la arboleda tenía forma de semicírculo.

En medio del claro había una gran roca redonda, con muchos puntos de apoyo.

Anna sabía que era una herramienta para trepar, ya que antes había visto a un grupo de cachorros jugando en ella.

Toda la zona era sorprendentemente llana y verde, aunque estaba justo enfrente de una montaña, que se extendía abruptamente hacia arriba.

La pared rocosa era de color gris claro y parecía casi lisa al tacto en algunas partes. Anna sabía, por haberla tocado antes, lo fría que estaba.

Miró hacia arriba, intentando ver el pico de la montaña, pero el sol asomaba por detrás, haciendo que el cielo fuera demasiado brillante para los ojos de Anna.

Mitch caminó hacia la base de la montaña, que parecía más pequeña cuanto más se acercaba a la pared gris.

Anna lo siguió más despacio, con los ojos fijos en cada detalle que la rodeaba como si fuera la primera vez que estaba allí.

Se imaginó al Alfa Phillip encontrando este lugar y viendo el potencial para crear un hogar en él, y se asombró una vez más de lo que había conseguido crear para su manada.

Finalmente, alcanzó a Mitch, que estaba de pie frente a las entradas de la cueva.

Se encontraban justo en la base de la montaña, de modo que su aspecto se volvía más pequeño, permitiéndoles camuflarse con las rocas.

Si no supieras que están ahí, sería casi imposible verlos desde lejos.

La cueva tenía dos entradas contiguas, divididas por una pared de roca.

Anna sabía que una llevaba a donde estaban las habitaciones y todas las zonas domésticas de la manada, mientras que la otra llevaba directamente a las salas de entrenamiento de los soldados y a los talleres.

Todo estaba unido más atrás, pero ella aún no había conseguido entender el laberíntico sistema.

Sabía cómo llegar a su habitación, al comedor y a la salida. Eso era todo.

Mitch condujo a Anna a la entrada de la izquierda y ambos bajaron con cuidado por el empinado sendero hasta llegar al pasillo principal.

El suelo era de cemento y las paredes se habían dejado al natural, aunque la roca se había alisado por completo.

El techo estaba revestido con una especie de escotillas redondas con pequeñas rejillas repartidas entre ellas, creando un sistema de ventilación que aportara aire limpio y calor.

Mitch condujo a Anna a través del pasillo principal en dirección al comedor, señalándole las habitaciones importantes e indicándole a donde conducían los diferentes pasillos que había a lo largo del camino.

Anna trató de retener lo que él decía, pero sabía que si se quedaba sola allí era tan probable que se perdiera como antes. Por fin llegaron al comedor, que se iba llenando de gente a medida que se acercaba la hora de cenar.

En la sala había unas treinta mesas y, a un lado, una gran barra tipo bufé. Justo al lado había una ventana que daba a la cocina.

Personas con delantales iban y venían por una puerta situada a unos metros de la ventana, llevando grandes bandejas de comida y colocándolas en la barra del bufé.

Mitch condujo a Anna hasta una mesa en la que ya había seis personas sentadas. Golpeó firmemente con la mano la superficie de la mesa para llamar su atención.

—Hola, chicos —anunció, haciendo una pausa mientras esperaba a que todos se giraran y lo miraran. Al hacerlo, miraron con curiosidad a Anna.

—Ella es Anna, viene de Ala Gris. Le dije que sería su guía. Anna, estos son Tori, Josh, Adrian, Lucy y Piper.

Mitch nombró a cada uno de los comensales de izquierda a derecha, señalándolos con el dedo. Anna saludó con la mano y sonrió al conjunto de la mesa.

—No voy a recordar ninguno de los nombres, pero ¡hola! Encantada de conoceros.

Todos rieron antes de que uno de ellos, que Anna supuso que era Josh, invitara a Mitch y Anna a unirse a la mesa.

Anna sintió una chispa de esperanza. Este podría ser un buen comienzo para hacer de Río de la Plata su hogar.

Nunca había sentido esto en Ala Gris, aunque había nacido en la manada y había vivido con ellos toda su vida.

Río de la Plata era su oportunidad de empezar de nuevo y, tal vez, de formar parte por fin de una verdadera familia.

Se distrajo de sus pensamientos cuando se sentó y la mujer de su derecha se volvió hacia ella. —Así que eres de Ala Gris, ¿eh?

Anna la miró, recordando que aquella mujer había sido presentada como Piper.

Piper tenía el pelo rojo brillante recogido en una coleta y unos expresivos ojos grises. Tenía pecas en la nariz y las mejillas. Vestía el uniforme estándar de los soldados de Río de la Plata: un polo negro y unos pantalones cargo negros.

—Así es. Es muy diferente todo esto comparado con Ala Gris.

—Sé lo que se siente; de hecho, yo también soy forastera. Llegué aquí hace un año. Nube Oscura era mucho más pequeño que Río de la Plata, con sólo unos cincuenta miembros en total.

—¿Por qué te dejaron trasladarte? —preguntó Anna sorprendida.

—No les di opción. Mis padres murieron en una batalla territorial con otra manada, y no podía soportar estar allí con todos esos recuerdos.

Piper apartó la mirada, y Anna se arrepintió inmediatamente de haber hecho la pregunta.

Tras una breve pero tensa pausa, Piper miró hacia atrás, luchando claramente por recuperar la sonrisa.

—¿Así que llevas aquí dos días? ¿Te gusta esto, aunque sea diferente?

—Es difícil de decir, porque todavía no sé dónde encajo. —Anna se encogió de hombros—. No tengo nada que hacer, y me resulta extraño lanzarme a ayudar cuando nadie me conoce.

Piper frunció el ceño. —Espera, ¿llegaste hace dos días? Y Zach... Tori, ¿cuándo se fue el alfa de viaje?

Piper se volvió hacia una mujer de pelo negro sentada al otro extremo de la mesa.

—Hace cuatro días, creo. Debería volver en cualquier momento. —Ante la respuesta, Piper se volvió hacia Anna, mirándola con preocupación.

—Así que aún no te han acogido en el vínculo de la manada… ¿Has estado sin manada durante tres días? ¿Te encuentras bien?

Anna parpadeó confundida. —No estoy segura de lo que quieres decir —dijo.

—Nuestro curandero jefe cree que cuando la mente rompe los lazos emocionales con una manada al decidir marcharse y luego pone distancia entre ella y la manada, el vínculo de unión se rompe por completo.

—No sé otras especies, pero los hombres lobo necesitamos ese vínculo porque, sin él, podemos asilvestrarnos o enfermar. Me sorprende que te hayan dejado sola tanto tiempo.

—Sí que me siento un poco falta de energía —respondió Anna pensativa—. Pero en Ala Gris estuve aislada del vínculo de la manada durante tanto tiempo que realmente no he notado ninguna diferencia.

Piper se quedó boquiabierta, abriendo y cerrando la boca varias veces antes de exclamar: —¡¿Te acosaban?!

Su fuerte voz atrajo las miradas curiosas del resto de la mesa.

Anna estableció contacto visual con Mitch, que arqueó una ceja en señal de pregunta, pero Anna se limitó a sonreír antes de volverse hacia Piper.

—No pasa nada, Piper —dijo en voz baja, esperando que Piper siguiera su ejemplo y bajara la voz—. No sientas pena por mí. Sólo era una parte de mi vida; ni siquiera sé lo que me estaba perdiendo.

Piper parecía querer discutir eso, pero decidió no hacerlo. Volvió a sentarse en la silla, con los ojos fijos en Anna.

—Sólo déjame avisarte de que cuando te den la bienvenida a la manada y al vínculo de la manada, te espera una verdadera conmoción. Yo me quedé en shock al venir de una manada de un cuarto del tamaño de Río de la Plata.

Cuando terminó de hablar, la persona sentada a su otro lado dijo algo y ella se dio la vuelta.

Anna se quedó sentada en silencio, preguntándose nerviosamente a qué se refería Piper.

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