La jaula de la pantera - Portada del libro

La jaula de la pantera

Kali Gagnon

Capítulo 2

KATE

Ambos se me quedaron mirando, con la boca abierta y un ligero rubor en las mejillas. Uno de ellos era Chris Jagr, un delantero del que había oído hablar mucho.

Incluso había tenido que hacer algo de control de daños mientras estaba en París después de que se publicaran algunas historias escandalosas sobre él en los periódicos.

El otro era Jace Crocker, un defensa novato que me había dejado boquiabierta con su actuación en el partido anterior.

—Hola, chicos, soy Piper —dijo, claramente encaprichada por sus miradas—. Soy la mejor amiga de Kate.

Incluso con Piper intentando aligerar el ambiente, la incomodidad se intensificaba por momentos. Los chicos no pronunciaron palabra, demasiado estupefactos para hablar; así que se lo puse fácil.

Les hice un gesto con la cabeza y salí junto a Piper del vestuario. Besé a mis tíos en la mejilla y les dije que me llamaran para darme los detalles de una reunión a la que tenía que asistir.

Intentaron que nos quedáramos un poco más, pero salimos corriendo para reunirnos con nuestras amigas en un bar cercano. Suspiré aliviada cuando llegamos a Russo's. Eran las once de la noche de un sábado y el bar estaba lleno hasta arriba.

—Ha sido divertido —bromeó Piper—. Debería ir a los partidos más a menudo. Esos chicos estaban buenísimos.

—Mantén tus hormonas bajo control, Piper.

Nos abrimos paso hasta la barra y nos sentamos en unos taburetes giratorios junto a nuestras otras amigas. Enseguida me rodearon el cuello con los brazos.

—¡Kate, qué alegría! —gritó Eliza a pleno pulmón. Trabajaba como organizadora de eventos corporativos.

Era pequeñita, apenas superaba el metro y medio de estatura. El pelo rubio y los ojos verdes realzaban su hermoso rostro.

Sara fue la siguiente en acercarse a mí. —Estás increíble —le dije mientras se inclinaba para abrazarme. Sara era modelo de trajes de baño. Pensé que tal vez le faltaban por comer unas cuantas hamburguesas más, pero me lo guardé para mí.

La piel, el pelo y los ojos oscuros siempre añadían un toque de misterio a su ya impresionante aspecto.

Piper ya estaba pidiendo una ronda de chupitos a mi lado. Le sonreí, negando con la cabeza. Me pasó uno.

—Veamos lo aburrida que te ha vuelto París —bromeó, sabiendo que querría demostrarles a nuestras amigas que estaban equivocadas.

No soy ninguna aburrida.

—Demuéstralo —dijo Piper con una sonrisa traviesa.

Le hice señas a la camarera para que se acercara y le di mi tarjeta de crédito para que abriera una cuenta a mi nombre. Luego pedí una ronda de chupitos de tequila para todos los sentados en la barra.

Cuando la camarera anunció los chupitos, los gritos que siguieron casi me dejaron sorda.

Una vez pasada la emoción inicial, Sara y Eliza aprovecharon la ocasión para darme el pésame por lo de mi padre.

—Gracias, chicas, pero el objetivo de esta noche es alejar mi mente de todo eso. Por eso Piper me obligó a salir —dije—. Estoy tratando de fingir que nada de eso pasó.

—¿Y podemos hablar del hecho de que estás a punto de convertirte en la mujer más buscada de Nueva York? —Sara se rio, levantando su copa.

Chocamos las nuestras y brindé. —Por mis tres grandes amigas, a las que puedo pasar años sin ver y seguir sintiendo que nunca nos separaremos.

Poco después, el bar empezó a girar. Nos reímos durante lo que me pareció una eternidad, repasando nuestras aventuras universitarias favoritas. Por primera vez en muchos años, me sentí a gusto.

Estaba de nuevo en mi ciudad, con gente que me quería y me conocía bien antes de convertirme en la mujer de negocios que era entonces.

No veían el símbolo del dólar cuando me miraban a los ojos y, desde luego, no veían mi lado más severo.

—¿A cuántos tíos buenos te has tirado en París? —preguntó Piper, con una sonrisa sensual curvando sus labios.

Puse los ojos en blanco y me bebí otro chupito. —Ugh. —Mis amigas me fulminaron con la mirada, queriendo cada jugoso detalle que pudiera ofrecerles—. A unos cuantos, supongo.

—Algunos estaban un poco locos, otros querían subir su estatus social y otros sólo querían mi dinero. Pero todos tenían algo en común: eran muy aburridos.

Mis amigas fingieron asombro antes de romper a reír. —Eres demasiado exigente —dijo Sara—. Pero bueno, hay muchos peces en este mar llamado Nueva York.

Los ojos de mis amigas se habían empañado un poco por el exceso de alcohol. —No tengo tiempo para hombres. —Levanté un dedo, llamando a la camarera.

Asintió y apareció con una bandeja de bebidas. Habíamos pasado a los cócteles, sabiendo muy bien que no podíamos vivir de chupitos toda la noche.

Piper levantó la vista de su copa y arqueó una ceja. Alzando la voz para que se la oyera por encima del ruido del abarrotado bar, preguntó: —¿No tienes tiempo?

—¿Cómo puede La Gran Kate no tener tiempo para hombres? ¿Pasas demasiado tiempo con Henry?

Sus labios se curvaron en una sonrisa diabólica que yo conocía muy bien. Al ver sus ojos fijos detrás de mí, estuve a punto de seguir su mirada hasta que una voz habló y retumbó en mi cuerpo.

—Bueno, ahora me pica la curiosidad —dijo la voz grave—. ¿Cómo se consigue el apodo de La Gran Kate? ¿Y quién es Henry?

Giré sobre mi taburete y quedé a un palmo de su cara. Me llamó la atención su pelo castaño oscuro, sus ojos también castaños oscuros y su impresionante mandíbula, cubierta de una cuidada barba.

Parecía joven, más joven que yo. Abrí la boca para hablar, pero no me salieron las palabras. Era terriblemente sexy.

Dudaba que mi mente se hubiera quedado tan aturdida si hubiera estado sobria, pero una noche reviviendo viejos recuerdos con demasiado alcohol había diluido mi capacidad de pensar con claridad.

—Yo... no sé cómo conseguí ese apodo.

Sus ojos revolotearon sobre mi cabeza cuando uno de mis amigos empezó a hablar por mí. —En primer lugar, Henry es su vibrador.

—Segundo, obtuvo ese apodo porque era la mejor en la universidad. —Los ojos del chico brillaron ante la información—. Hacía que los hombres se enredaran alrededor de sus bonitos y cuidados dedos, y luego se marchaba.

—Esta chica es una rompecorazones, aquí dónde la ves.— Piper aportó su odioso granito de arena.

No era una rompecorazones; simplemente en la época de la universidad me preocupé más por mi educación para poder trabajar con mi padre que por los chicos. No tenía tiempo para el amor entonces, y definitivamente tampoco tenía tiempo para eso ahora.

Me encontré defendiendo mi honor. —No —interrumpí—. Nada de eso. No soy una rompecorazones. —Miré fijamente a Piper y me volví hacia el chico guapo que estaba apoyado en la barra a mi lado.

—Se lo están inventando. —Mis palabras se arrastraban mientras mis amigas se reían.

Su mirada tenía una intensidad ardiente. —¿Pero no niegas que Henry es quien dicen que es? —preguntó con una sonrisa.

—Eh... —Me giré para mirar a mis amigas por última vez antes de volverme hacia él—. No —dije—. No lo niego.

Soltó una carcajada que me hizo estremecer. Era ronca y cruda. Terriblemente sexy. —Soy Tyler. —Me tendió una mano, que acepté amablemente. Su tacto era cálido y fuerte.

—Kate —respondí. Sentí que me subía el calor a la cara; hacía bastante tiempo que no me sentía nerviosa delante de un chico.

—¿Sabes, Kate? —dijo Tyler, inclinando el cuello hacia un lado y dejándome ver un tatuaje que asomaba por la base de su cuello.

—A mi modo de ver, está claro que has estado con los tipos equivocados si le dedicas más tiempo a Henry que a un hombre de verdad.

Mis mejillas enrojecieron. Teníamos que dejar de hablar de mi vibrador. —O quizá ya no queden hombres de verdad en este mundo —respondí, con la esperanza de sonar segura y tranquila.

Tyler se acercó a mi cara y me quedé helada. La proximidad, por extraño que pareciera, me hizo sentir viva. —O puede que haya uno justo delante de ti.

Sus labios se torcieron antes de apartar la mirada, haciéndole una señal a la camarera. Cuando su mirada volvió a encontrarse con la mía, no pude evitar sonreír.

La simpática camarera le tendió una jarra de cerveza. Dejó unos billetes para ella sobre la barra y deslizó las yemas de sus dedos por los míos.

Quería apartar la mano, pero no podía moverme. La forma en que sus ojos color chocolate se posaban en los míos azules me tenía paralizada...

—Bueno, Kate —dijo con una sonrisa—. Espero que pases una noche increíble. Y se marchó.

¿Qué? ¿Me había dejado colgada? Maldito ~imbécil.~

Me giré hacia mis amigas. —¿En serio acaba de pasar esto? —les pregunté.

Eliza seguía mirándole fijamente. —S-sí... —tartamudeó—. Está muy muy bueno.

Eché un vistazo detrás de mí, buscándole despreocupadamente. Estaba apoyado en una viga de madera. Delante de él había dos tipos que se reían a carcajadas.

No sé si Tyler sintió mis ojos puestos en él, porque seguidamente giró la cabeza hacia mí y me guiñó un ojo. Me guiñó un ojo de verdad. Rápidamente, me volví hacia mis amigas y me reí histéricamente. —¿Quién hace eso? —murmuré para mis adentros.

El camarero trajo otra ronda de bebidas rosas. Me comí su guarnición de cerezas y sacudí la cabeza con fastidio.

Volví a inclinar el vaso, dejando que el dulce líquido fluyera por mi garganta. Ya estaba bastante borracha, pero después del incómodo encuentro con Tyler, tenía sed de más. Más alcohol y más de él.

—¡Oh! —exclamó Eliza, y todos nuestros ojos siguieron su mirada—. Carne fresca —dijo, señalando con la cabeza a un nuevo grupo de hombres que acababan de entrar en el bar—. ¿Quién quiere dar una puti vuelta?

—¡Vamos! —Sara respondió. Ambas salieron volando de sus taburetes con urgencia, dirigiéndose hacia los hombres. Sus movimientos se ralentizaron, volviéndose más elegantes a medida que se acercaban.

Sara chocó casualmente con uno de los hombres y empezó a reírse. Piper y yo la miramos divertidas mientras le limpiaba con el dedo la pequeña cantidad de bebida que había derramado sobre su camisa.

A continuación, se metió el dedo en la boca y, por la expresión de la cara del tipo, funcionó.

Me volví hacia Piper y me reí. —Esas dos son implacables —dije.

—Eh. Al menos lo tienen claro —añadió Piper y yo asentí, dando un sorbo a la que probablemente era mi décima copa.

—Kate, creo que sé exactamente lo que necesitas para tranquilizarte después de todo lo que ha pasado. —Los ojos de Piper brillaron mientras hablaba.

—¿Y qué crees que necesito? —pregunté, aunque sabía lo que tenía en mente.

—Una noche con ese tío —dijo—. Está buenísimo, y no lo digo porque esté borracha. Todas las chicas de este bar se han fijado en él al menos una vez.

Mirando por encima de mi hombro, añadió: —Y sus dos amigos tampoco están nada mal.

—Normalmente, haría oídos sordos a ese tipo de consejos.

Su sonrisa se amplió. —¿Pero?

—Pero estoy tan borracha que puede que esté de acuerdo.

Se inclinó hacia mí y me abrazó con fuerza. —Si tú vas a hablar con Tyler, yo iré a hablar con sus amigos —dijo Piper emocionada.

—¿Intentas chantajearme? —Levanté una ceja.

—Posiblemente —dijo ella—. Sé que no quieres que tu mejor amiga se sienta sola esta noche, así que te sugiero que vayas a hablar con él para que no esté sola para siempre jamás.

—Ugh. Bien. Espera.

Miré por encima de mi hombro izquierdo sólo para ver los ojos de Tyler mirándome fijamente, con una sonrisa malvada en la cara. Si le parecía tan interesante, ¿por qué no se había esforzado más por hablar conmigo en el bar?

A menos que ese fuera su juego. Le gustaba dejar a las mujeres queriendo más de él. Bueno, yo también era capaz de jugar a ese juego.

—Que empiece el juego —murmuré—. Mañana cuando me arrepienta de hacer esto, por favor recuérdame que eres la peor amiga de la historia.

Bajándose del taburete, Piper se enderezó la camisa. —Nunca te recordaría tal cosa.

Cerré la cuenta del bar, le dejé una buena propina a la camarera y comencé a caminar hacia Tyler con determinación. Sus otros amigos se giraron y nos vieron abriéndonos paso a través del abarrotado bar.

La gente bailando, con el sudor chorreando de sus cuerpos, se frotaba contra mí demasiado, pero sabía que todo merecería la pena una vez que volviera a estar a un palmo de él.

Con un jersey negro a medio cerrar y unos vaqueros que resaltaban su perfecto culo, Tyler tenía un aspecto estupendo sin esforzarse en ello. Su sonrisa se volvió más amplia al ver que nos acercábamos. Seguro que pensaba que había ganado ese jueguecito suyo.

En cuanto los alcanzamos, Tyler abrió la boca para hablar, pero lo corté echándole las manos al cuello y apretando con fuerza mis labios contra los suyos.

Sus brazos rodearon mi cintura en cuestión de segundos. Me debilité envuelta en la fuerza de su agarre. El beso fue mucho más increíble de lo que había imaginado. Fue hambriento y apasionado, todo lo que nunca había tenido.

Los otros hombres con los que había estado no se parecían en nada a él, siempre de traje y sentados en aburridas reuniones de negocios. Y cuando me besaban, era como besar a un amigo, suave, sensible y normal.

Me había parecido bien en los veintisiete años de mi vida, pero no había conocido nada más. Hasta entonces.

Me hizo falta mucha fuerza, pero pude separarme de él un minuto después. Se quedó con la boca abierta, queriendo más. Se inclinó hacia mí, tratando de atraer mi cuerpo contra el suyo. —Bueno, Tyler —lo imité.

—Espero que pases una noche increíble. —Me di la vuelta y me alejé corriendo de él, sabiendo que Piper me seguiría. Tyler me gritó que esperara, pero seguí moviéndome.

Por el rabillo del ojo, lo vi mirarme, sacudiendo la cabeza con una sonrisa en la cara.

Esperé fuera a que Piper me alcanzara, y cuando por fin lo hizo, estaba sin aliento. —¡Ese beso me ha puesto cachonda! —exclamó—. Sigues siendo La Gran Kate.

Me reí y la abracé. —Gracias. Lo necesitaba, y nunca lo habría hecho si no me hubieras obligado.

Envió un mensaje a nuestras otras dos amigas, que se habían besado fogosamente con dos de los hombres a los que se habían acercado. No tenía ninguna duda de que acabarían yéndose a casa con ellos.

Piper y yo nos reímos mientras esperábamos un taxi. No podía creer que hubiera besado a un desconocido en un bar; eso no era propio de mí.

Una vez dentro del taxi, me miró expectante. Me volví hacia ella. —¿Qué? —le pregunté.

—Le di a ese tío que estaba con Tyler mi número. Se llama Ben, y ya me ha mandado un mensaje.

Levanté una ceja. —Vaya —dije—. Sí que se mueve rápido. —Me reí, pero noté que ella no se reía.

—No te enfades.

—¿Qué has hecho?

Piper sonrió con dulzura, la misma sonrisa que ponía siempre que intentaba conseguir lo que quería. —Ben me envió un mensaje pidiéndome tu número. —Hizo una breve pausa—. Para Tyler.

—No se lo des —insistí—. Sí, está buenísimo, y sí, el beso fue sin duda impresionante, pero no tengo tiempo para hombres en mi vida ahora mismo.

Pulsó un botón de su teléfono, sin apartar los ojos de los míos. —Uy.

La fulminé con la mirada. Debería haber sabido que se lo enviaría de todos modos. —Te odio.

—No, no lo haces.

El resto del trayecto en taxi quise gritarle, pero no pude. Después de todo, ella le había dado mi número pensando que era lo mejor para mí.

De acuerdo, me vendría bien una noche salvaje con un tío buenorro, pero tenía que aclarar mis prioridades.

Tenía muchas reuniones, en los próximos días era el funeral de mi padre, una decisión que tomar sobre qué hacer con su ático y la tarea de encontrar un director general para la oficina de París. Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para ocuparme de Tyler.

Pero, en realidad, ¿qué posibilidades tenía de volver a verle?

Entré en casa de mi padre en silencio, no quería que mis ruidosos tacones despertaran a mi hermana. Su puerta estaba ligeramente entreabierta, pero todas las luces estaban apagadas.

Me planteé entrar a hablar con ella, pero si seguía enfadada conmigo, el intento sería inútil. Me quité los tacones, los dejé en el pasillo y me dirigí a la cocina.

Deshidratada y agotada, necesitaba agua. Tomé un gran sorbo de la botella y pulsé un botón del mando a distancia que mi padre había dejado sobre la encimera. Una pequeña luz se iluminó sobre el lavabo.

Me reí, pensando en mi padre y sus malditos mandos a distancia. Tenía uno para cada cosa. La nota que le había dejado a Nicolette seguía sobre la encimera, pero ahora tenía un bolígrafo al lado. Lo cogí para ver si me había escrito algo.

Te odio.

Arrugué el papel, lo tiré a la basura y me dirigí a mi antigua habitación. Me desnudé rápidamente y me metí en la cama, dejándome sólo la ropa interior y una camiseta.

Apagué las luces; siempre me resultaba más fácil pensar en la oscuridad. Con la luz encendida, me distraía con cualquier cosa.

Sopesé mis opciones. Podía enviar a Nicolette de vuelta a Francia con mi madre, pero sabía que papá no querría eso. Nuestra madre había dejado de ser una buena mujer en el momento en que me tuvo.

El alcohol y las pastillas con receta diluían cada uno de sus momentos de vigilia. Mi padre siempre decía que tenía problemas mentales, pero yo sabía que sentía verdadero odio por mí.

Cuando tenía diez años, encontré un diario en el que escribía. Múltiples entradas estaban dedicadas a sus celos hacia mí. Pensaba que mi padre me quería más que a ella, pero no era cierto. Simplemente nos quería de forma diferente.

Cuando llegó Nicolette, nuestra madre dedicó todo su tiempo a mi hermana, asegurándose de que no sintiera el supuesto dolor de que mi padre me quisiera más a mí. Por supuesto, eso nunca sucedió.

Mi padre adoraba a Nicolette; era su niña.

La única razón por la que me había dejado todos sus negocios al fallecer era que yo era la única que mostraba cierta ética de trabajo. Yo había sido la mano derecha de mi padre desde que era una niña.

Lo acompañaba en cada viaje de negocios, disfrutando cada momento con él. Me sentaba a su lado en las reuniones, fingiendo que participaba de verdad en ellas.

El interés que había mostrado por su obra mientras crecía fue lo que me colocó en la posición en la que me encontraba ahora: una heredera de veintisiete años con cientos de millones.

La diferencia entre yo y la mayoría de los niños que heredaban una fortuna era que yo había trabajado para conseguirla. Dirigir la sede internacional en París no era tarea fácil.

Lamentablemente, ahora tendría que renunciar a ello y contratar a un director general que lo gestionara por mí.

Con todo lo que estaba pasando en mi vida, me sorprendió la cara que vi en mi cabeza antes de dormirme. La de un chico sexy al que había besado en un bar.

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