Cece Fells es una de las jóvenes pasteleras con más talento de Londres. ¡Hasta que el CEO multimillonario y propietario de su local, Brenton Maslow, decide derribar la pastelería para construir un maldito aparcamiento! La descontenta pastelera tiene la misión de destruir al increíblemente atractivo director general de Maslow Enterprises, si es que no se enamora de él primero.
Calificación por edades: 18+
Autora original: Kimi L Davis
Destrozando al CEO de Kimi L Davis ya está disponible para leer en la aplicación Galatea. Lee los dos primeros capítulos a continuación, o descarga Galatea para disfrutar de la experiencia completa.


Lea los libros completos sin censura en la aplicación Galatea
1
Cece Fells es una de las jóvenes panaderas con más talento de Londres. ¡Hasta que el CEO multimillonario y propietario de su local, Brenton Maslow, decide derribar la pastelería para construir un maldito aparcamiento! La descontenta pastelera tiene la misión de destruir al increíblemente atractivo director general de Maslow Enterprises, si es que no se enamora de él primero.
Calificación por edades: 18+
Autora original: Kimi L Davis
El sonido del horno me hizo sacar una sonrisa. Por fin las magdalenas estaban hechas.
Poniéndome los guantes de cocina, saco la bandeja de magdalenas del horno y la coloco sobre la encimera.
El pedido de mi cliente tenía que estar preparado en dos horas y tenía que hacer todo lo posible para que fuera lo más llamativo posible.
Hacer felices a mis cliente era como una bonificación monetaria para mí. Demostraba que mi duro trabajo había dado sus frutos.
—¡Cece! —Puse los ojos en blanco al oír la voz de mi vecina. La Sra. Druida siempre tenía la capacidad de aguarme el día.
La mujer tenía cuarenta años pero actuaba como si tuviera veinte.
Por no hablar hablar de su elección de ropa.
—¿Sí, Sra. Druida? —Sonreí mientras preparaba el glaseado para la decoración. Me costó todo lo que había en mí no hacer una mueca al deparame con su escandaloso atuendo.
Llevaba un vestido amarillo neón y unos tacones rojos que podrían haberse confundido con armas, cosa que debían ser porque estaban matando sus pies.
Su rostro rígido -gracias al bótox- estaba cubierto de maquillaje, como si se estuviera preparando para salir de fiesta.
Y no podía ignorar el elaborado peinado recogido que lucía en su cabeza.
—¡Cece, querida! ¿Cómo has estado? Oh, Dios, ¿alguna vez tienes la oportunidad de salir y disfrutar de la vida? Cada vez que vengo a tu tienda te veo trabajando y trabajando. ¿Por qué no contratas a otra persona? Te morirás de cansancio si sigues haciéndolo todo tú sola —me sugirió.
La mujer que tuviese un extraño sentido de la moda, pero tenía un buen corazón.
—Sra. Druida, le he dicho una y otra vez que me gusta hacer las cosas por mi cuenta. Y no me fío fácilmente de la gente. Estoy acostumbrada a hacer mi trabajo y lo disfruto enormemente —e contesté mientras elaboraba un perfecto remolino azul en la magdalena.
—Lo sé, cariño, pero es que me preocupo por ti. Eres tan joven; debes salir y disfrutar como yo —dijo, con sus ojos color gris claro brillando de preocupación.
—Me gusta trabajar y esto es lo que quiero hacer el resto de mi vida —Seguía montando los remolinos mientras hablaba, viendo cómo se alzaban sobre los cupcakes como coronas.
—Eres extraña —Hizo una pausa—. Espero que tu tienda no sea demolida —Sus palabras hicieron que mis remolinos se detuvieran a mitad de camino.
—¿Qué quieres decir?
—Oh, nada. Uno de mis amigos me ha dicho que hay un magnate de los negocios que quiere comprar una gran superficie. Si decide comprar esta zona tu pequeña panadería acabará siendo demolida y te quedarás sin negocio —me informó.
—¡No! No es posible. No puede aparecer y demoler mi tienda. La he pagado y nadie puede tocar un solo ladrillo sin mi permiso escrito y verbal. De todas formas, ¿quién es este magnate?
No había forma de este hombre acabase con mi negocio.
He trabajado duro para esto, y no voy a dejar que nadie venga a destrozarlo.
—Brenton Maslow —Eso fue todo lo que tuvo que decir. Esas dos palabras fueron suficientes para hacer hervir mi sangre.
Brenton Maslow, el hijo menor de la familia más poderosa de todo el país. Nunca había visto su cara, pero sabía que era arrogante y poderoso.
Pero no hay problema, si se atreve a arruinar mi negocio, yo le arruinaré la vida.
Terminé de hacer los remolinos en mis cupcakes y rápidamente comencé a espolvorear unas perlas comestibles por encima antes de colocar cada cupcake cuidadosamente en la caja.
—No importa. No puede tocar mi tienda. Lo perseguiré si es necesario —dije mientras me quitaba el delantal y me preparaba para entregar las magdalenas.
—Ahora si no te importa, tengo que entregar estas magdalenas y tú te tienes que ir a una fiesta
—Está bien, puedo aceptar esta indirecta —Empezó a salir de la tienda—. Ten cuidado, Cece. No dejes que ese hombre te meta en problemas.
Puse los ojos en blanco mientras salía de mi tienda, asegurándome de cerrarla con llave. Como si algún hombre pudiera atreverse a meterme en problemas.
Coloqué la caja de magdalenas en el contenedor que estaba unido a la parte trasera de mi scooter para que permaneciera segura, antes de sentarme y ponerla en marcha.
Una vez arrancó, me puse el casco y salí al duro aire invernal que era la norma en esta ciudad.
Brenton Maslow podía elegir comprar cualquier terreno que deseara; no necesitaba comprar el que yo poseía.
Pero si ese fuese el caso, entonces es porque no le importaba la vida de las personas que tenían tiendas a mi alrededor.
No se preocuparía por su sustento ni por su supervivencia.
Pase lo que pase, no dejaré que me quite la panadería.
Él no sabe lo mucho que he tenido que trabajar para conseguirla. La cantidad de dinero que había ahorrado dinero aceptando varios trabajos.
Tenía que tener cuidado con lo que gastaba porque cada céntimo contaba. E incluso ahora que ya la había conseguido comprar, tenía que seguir siendo cuidadosa.
No podía gastar dinero en cosas que no necesitaba. La mayor parte de lo que ganaba, lo invertía en ella.
Cuando llegué a mi destino, aparqué la scooter, me quité el casco y me acerqué al contenedor que mantenía mis magdalenas a salvo.
Una vez tuve la caja en mis manos, me acerqué a la puerta y toqué al timbre.
Me pasé rápidamente una mano por mi pelo rubio para arreglármelo mientras esperaba a que mi cliente respondiese.
Después de unos segundos, la puerta se abrió para revelar a una mujer que parecía tener unos dieciocho años, con unos ojos azules sonrientes y un pelo negro con mechas moradas.
—Hola. Aquí están tus magdalenas —le dije, entregándole la caja con una.
La mujer sonrió. —Muchas gracias. Espera unos segundos e iré a buscar el dinero.
—Claro, no hay problema —respondí. Miré alrededor de la calle, observando cómo un par de ciclistas sorteaban a los peatones como si sus bicicletas hiciesen parte de su cuerpo.
Unos niños pasaban lamiendo unos helados, dándoles firmemente una mano a sus padres. Por encima de mí, podía ver cómo se estaban formado nubes, lo que significaba que debía prepararme para la nieve.
La vida fue difícil durante los inviernos, pero me las arreglé para aguantar y continuar con mi trabajo. Nadie aceptaría los cambios estacionales como excusa para no trabajar.
—Aquí tienes —Miré a la puerta para ver a la mujer de pie, tendiendo un billete de veinte libras.
—Muchas gracias. Que tenga una buena noche —dije antes de volver a mi scooter. No escuché la respuesta de la mujer; simplemente me puse el casco y salí de su entrada.
En cuanto volviera tendría que empezar a preparar mi siguiente pedido, que debía entregarse en cuatro horas.
El viaje de vuelta debería haber sido relajante, pero no pude evitar pensar en la señora Druida y en lo que me había contado sobre Brenton Maslow.
No tenía ninguna razón para comprar la zona; su familia ya poseía muchas. Y mi barrio no era nada del otro mundo, así que no le debería haber causado ningún interés a un multimillonario como él.
Pero por mucho que intentara convencerme de que Brenton no se convertiría en mi mayor pesadilla, mi corazón estaba intranquilo.
Cosa que me obligó a acelerar, aún teniendo en cuenta las leyes de tráfico.
Volví tan rápido como pude, mi corazón me instaba a ir cada vez más rápido. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que no me iba a gustar lo que estaba a punto de ocurrir.
Sin embargo, me negué a tener miedo porque sabía que, pasara lo que pasara, sería capaz de manejarlo.
Me equivoqué.
No estoy segura de qué fue lo primero que vi.
¿El humo que se elevaba como unas nubes siniestras, o los escombros que se amontonaban hasta parecer una montaña?
O tal vez fue depararme con la ausencia de mi panadería encuanto doblé la esquina de mi calle.
—N-No —dije al ver una excavadora gigante allí parada, con hombres con sombreros amarillos caminando alrededor diciendo a la gente que se retirara.
Intenté encontrar mi panadería pero no pude.
Y supe que mi peor pesadilla se había hecho realidad.
Después de aparcar mi scooter, corrí hacia donde se suponía que estaba mi local. —Señorita, no puede estar aquí —escuché como me decía débilmente un hombre, pero me negué a escucharlo.
Mi panadería había desaparecido.
Todo el dinero que había ganado,mi sangre y sudor, se habían convertido en piedra y polvo. Todo el tiempo que había invertido me miraba en forma de escombros.
Ya no existe. Todo había desaparecido.
—Señorita, le he dicho que no puede estar aquí. Debe marcharse —Esta vez oí claramente al hombre y me giré para mirarle.
—¿Cómo te atreves? —siseé.
Sus ojos brillantes se abrieron de par en par. —¿Perdón?
—¡¿Cómo te atreves?! ¿Cómo te atreves? —grité a todo pulmón, sin importarme quién me oyera o lo que pensaran de mi.
—Señorita, cálmese —dijo el hombre.
—¡¿Cómo te atreves a demoler mi panadería?! ¡¿Quién te dio el derecho de venir aquí y hacer esto?! ¡Respóndeme! —continué, gritando.
Más vale que tenga una buena excusa para hacer esto, o juro que no dudaré en apuñalarlo.
—Si te calmas, te lo explicaré todo —dijo. Sus ojos me suplicaban que cooperara, pero no me conocía. Nunca cooperaría.
—Dímelo ahora mismo o te prenderé fuego, y te juro por Dios que no estoy lanzando amenazas vacías —gruñí, queriendo rodear su pequeño y regordete cuello con mis manos.
—¡Oye, oye! ¿Qué está pasando aquí? —Una voz aguda cortó la bruma de fuego que ardía en mi mente.
Un hombre que parecía tener unos treinta años se acercó a nosotros y se puso delante de mí. —¿Por qué gritas como una loca?
—¡¿Destruyes mi panadería y esperas que esté calma?! —Quería abofetear a este hombre, y si no llegaba a entender el por qué estaba tan enfadada, entonces lo haría de verdad.
—Sólo hacemos lo que nos han dicho que hagamos. Si tienen algún problema, hablen con el jefe —respondió.
—¿Quién te dijo que vinieras a demoler mi panadería? Este sitio es mío. Tengo toda la documentación legal necesaria. Ni tú, ni tu jefe, tenéis derecho a destruir mi propiedad —afirmé.
Podía ver a la gente reunida alrededor, pero no me importaba. Lo único que me importaba todo el trabajo que había invertido y cómo éste ya no tenía ningún valor ni existencia.
—Escuche, señora… —El hombre me puso una tarjeta en la mano.
—Puede contactar con nuestro jefe aquí. Deje de gritar porque no hace más que montar una escena. Sólo teníamos órdenes de venir a demoler las tiendas de aquí; eso es todo, y así lo hicimos. Si tiene algún problema, puede hablar con el hombre que organizó todo esto.
Aplasté la tarjeta en mi mano mientras veía como el hombre se alejaba. Les decía a sus hombres que se marcharan ya, porque tenían otros sitios en los que trabajar.
Miré a la gente responsable de haberlo destruido todo, sabiendo que no pararía hasta recuperar mi panadería.
—¿Cece? ¡¿Cece?! —Oí a la Sra. Druida correr hacia mí con sus ridículos tacones. —¿Qué ha pasado? ¿Y qué pasó con tu panadería?
—Ha desaparecido, Sra. Druida. Todo ha desaparecido —murmuré mientras veía como los trabajadores de marchaban.
¿Cómo podían irse como si no hubieran hecho nada? ¿Acaso no les importaba que hubieran robado la vida de una mujer? ¿Cómo iba a ganar dinero ahora?
Odiaba trabajar para otras personas; prefería tener mi propio negocio, por pequeño que fuera.
—Oh, cariño —Antes de que pudiera decir nada, me atrajo hacia sus brazos, proporcionándome un consuelo que no me había dado cuenta de que necesitaba.
—Me duele mucho, Cece. ¿Sabes quién ha hecho esto?
Me aparté mientras ella negaba con la cabeza.
—No. No sé quién es el responsable de esto, y no está aquí. Estos hombres recibieron la orden de venir a destruir todas las tiendas, y detrás apenas hay un responsable, pero no sé quién es.
—Es Brenton Maslow. Tiene que serlo. No hay nadie más —respondió, sacando un paquete de pañuelos del interior de su bolso y entregándomelo.
—Toma. Seca tus lágrimas, Cece.
—No estoy llorando, señora Druida —dije, pensando en qué hacer—. Simplemente no sé qué voy a hacer ahora.
—¿Por qué no vamos a casa y discutimos esto? —sugirió—. Te prepararé un té para que te relajes y luego podremos decidir qué hacer.
Sacudí la cabeza. —No. No me moveré ni un centímetro de este lugar hasta que tenga un plan. Averiguaré quién es este hombre, e iré a verlo ahora mismo.
El único problema era que no tenía forma de averiguar quién era el responsable de esto.
—¿No les preguntaste nada a esos hombres? —cuestionó ella.
—Aun así, no puedes quedarte aquí. El canal del tiempo predijo nieve, y no quiero que te congeles porque eres demasiado terca como para atender a la razón.
Mientras ella murmuraba, me di cuenta de que tenía la mano cerrada en un puño. Cuando desenrosqué los dedos, descubrí la tarjeta que el hombre me había dado, completamente arrugada.
Esto fue todo. El hombre me dijo que fuera a contactar con su jefe a través de esto.
Pero cuando vi el nombre inscrito en la tarjeta con una elegante caligrafía, sentí como si un volcán hubiera explotado dentro de mí.
Brenton Maslow.
Era Brenton Maslow el que había destrozado mis sueños.
Y ahora yo lo iba a destrozar a él.
Lea los libros completos sin censura en la aplicación Galatea
2
Maslow Enterprises era un edificio intimidante, pero eso no significaba que fuese a darme la vuelta y huyera.
No, el hombre que había destruido mi vida estaba allí, y no me iría hasta que me devolviera mi tienda.
Había trabajado demasiado para ello, y si tuviera que pelear con todos los guardias de seguridad del edificio, lo haría.
Con un único propósito en mi mente, alcé mis hombros y entré en lo que sabía que era la guarida del león. La mayoría de la gente podría tener miedo de entrar en este edificio, pero yo no.
Yo era fuerte y valiente, y ningún león como él tenía el poder de asustarme.
Lo primero que me llamó la atención fueron los suelos de mármol pulido y las paredes impolutas. Este lugar era para los ricos; aquí no había lugar para los pobres.
Sin embargo, a nadie se le debería permitir ser rico arrebatando cosas a los que no tienen poder. Eso no era justo, y me aseguraría de que Brenton Maslow lo entendiera.
—¿Disculpe, señorita? ¿Adónde va? —preguntó la recepcionista, arrugando la nariz mientras recorría con la mirada mi gabardina que había comprado en una tienda de segunda mano.
Sabía exactamente qué tipo de persona era, lo que me daba una pista de cómo iba a ser mi enemigo.
La gente como esta arrogante recepcionista, con el pelo peinado con cien productos diferentes, sólo se sentía cómoda con los que eran similares a su propio estatus y posición; cualquier cosa por debajo de eso y te trataban como insectos que debían ser aplastados inmediatamente.
—Tengo que reunirme con el señor Maslow —le dije, odiando que me hiciera perder el tiempo.
La oficina de Brenton estaba en el tercer piso, lo que significaba que sus otros hermanos tenían oficinas en los pisos restantes.
—¿Cuál? —preguntó ella con su traje azul brillante destinado a mostrar su poder.
—Brenton —le contesté, absteniéndome de poner los ojos en blanco. ¿Por qué perdía el tiempo hablando con ella?
—Me temo que tendrá que esperar. El Sr. Brenton Maslow está en una reunión ahora mismo. Además, no acepta ver a nadie sin cita previa. Así que le sugiero que se vaya y vuelva después de concertar una cita con él —me dijo con una sonrisa de satisfacción.
¿Por quién me había tomado? Sólo por tener un poco de dinero se pensaba que podía decirme lo que tenía que hacer. Estaba muy equivocada.
Había venido aquí con un propósito, y no me iba a ir hasta que ese propósito se cumpliera.
Y en cuanto a que Brenton estuviera en una reunión, no podía importarme menos. Tendría que hablar conmigo y no me importaba quién estuviera presente. Se encontraría conmigo y lo haría ahora.
—¿Qué tal si pides una cita con un dermatólogo? Tu cara parece como si alguien la hubiese pisado repetidamente. Hasta la luna tiene menos manchas, por eso no necesita cubrirse con capas y capas de maquillaje.
Sonreí cuando se quedó boquiabierta y me dirigí hacia los ascensores, dejando a esa esnobista congelada por la sorpresa de mi respuesta.
Apreté el botón hasta que las puertas del ascensor se abrieron.
Si la recepcionista se recuperaba del shock, seguramente enviaría a los guardias de seguridad a que me encontrasen, y no iba a dejar que nada ni nadie me impidiera reunirme con Brenton.
Tenía que devolverme mi negocio; no iba a dejar que me pisoteara.
En cuanto se abrieron las puertas, entré y pulsé el botón de la planta designada.
La alfombra roja amortiguó el sonido de mis zapatos mientras entré en el ascensor, esperando que la esnobista no hubiera alertado a la gente de la planta sobre mi presencia.
Si tuviera que luchar con alguien para subir, lo haría.
En cuanto se abrieron las puertas del ascensor, salí hacia el único despacho que había en el piso. Sin embargo, la recepcionista sentada en el mostrador me detuvo.
Me hizo controlarme para no golpearla con mi puño. ¿Por qué la gente me impedía lograr mi objetivo?
—¿Disculpe, señorita? Pero no puede entrar ahí. El señor Maslow está reunido y nadie puede molestarle bajo ninguna circunstancia —dijo la mujer, con el pelo castaño claro recogido en una pulcra coleta.
—Escucha. Brenton Maslow arruinó mi vida. Destruyó mi negocio al apoderarse de la tierra de mi barrio. No puedo quedarme sentada y dejar que piense que no hay consecuencias de sus actos. Tengo que hablar con él ahora mismo, porque me debe un maldito negocio —dije, esperando que lo entendiera y me dejara ir.
Sus labios se fruncieron. —Siento mucho tu situación, pero el señor Maslow me dio órdenes estrictas de no molestarle durante toda la reunión. Por favor, siéntese y espere a que termine, y entonces podrá hablar con él.
—Que sea rico y poderoso no significa que su tiempo sea más valioso que el mío. He venido aquí a esta hora porque tengo otras cosas que hacer después. Así que, por favor, dígale que necesito hablar con él ahora mismo —respondí, irritándome.
Esta mujer me hacía perder el tiempo; temía tener que hacer algo de lo que me arrepentiría después.
Ella negó con la cabeza y supe que no tenía opción. —Lo siento señorita, pero no puedo hacerlo. Puede volver más tarde cuando haya acabado sus cosas.
—Yo también lo siento —le di un puñetazo sin pensarlo dos veces y mis nudillos chocaron con su nariz. La recepcionista gruñó antes de caer al suelo inconsciente.
Una vez la quité de en medio, me giré hacia las puertas dobles antes de dirigirme a ellas.
Empujé la puerta de cristal hacia un lado y entré, deteniéndome en seco cuando me deparé con un grupo de hombres sentados alrededor de una mesa, con papeles y expedientes esparcidos por todas partes.
Pero era el hombre sentado a la cabeza de la mesa el que me preocupaba.
Brenton Maslow.
Aunque nunca había tenido la desgracia de encontrarme con él hasta hoy, me había asegurado de buscar su foto en Google.
Con su pelo rubio rizado y sus ojos color verde mar, Brenton Maslow era un hombre capaz de hacer que las mujeres se arrodillaran sólo por una simple mirada suya.
Mientras lo contemplaba, me di cuenta de que las fotos no le hacían justicia. Era mucho más atractivo en persona.
—¿Qué significa esto? —Brenton se levantó al verme, con sus ojos verdes ardiendo de furia. —¿Quién te ha dejado entrar? ¿Dónde está Mariam?
—Hola —Fingí una sonrisa alegre para enfadarlo—. Me llamo Cecelia.
—No me importa cuál es tu maldito nombre. ¡Sal de mi oficina! ¡Mariam! ¡Mariam! —gritó a la recepcionista.
El resto de los hombres sentados en la sala permanecieron en silencio, con la mirada baja, como si estuvieran acostumbrados a que su jefe perdiera los nervios.
—No es necesario molestar a los demás, Sr. Maslow. Sin embargo, creo que su recepcionista está demasiado ocupada como para escucharle en este momento —declaré.
—Sal de mi despacho o llamaré a seguridad —amenazó, con las manos apoyadas en el cristal de la mesa.
—Puedes llamar a seguridad cuando termine de hablar. Llámalos antes de eso, y te juro por Dios que no dudaré en arruinar tu reputación delante de tus empleados —respondí, manteniendo la voz firme.
Los ojos de Brenton se abrieron de par en par como si le hubiera abofeteado antes de entrecerrarlos. —¿Quién coño te crees que eres? ¿Crees que puedes amenazarme?
—Como he dicho, mi nombre es Cecelia. La razón por la que estoy aquí es porque ustedes destruyeron mi negocio cuando se apropiaron del el terreno ayer. Sus hombres vinieron y demolieron mi tienda. No tenía derecho a hacer eso, Sr. Maslow, especialmente cuando soy legalmente la dueña de esa propiedad. No tenía derecho a demoler mi panadería sin mi consentimiento. Lo que hizo es ilegal y quiero que me pague por ello —le dije.
Parecía que quería abofetearme. —Está claro que no sabes con quién estás tratando.
—No me importa lo poderoso que seas. Usted es humano, igual que yo. Y sus acciones tienen consecuencias, señor Maslow. Me debe una panadería, y no me iré hasta que me devuelva lo que me robó —le dije.
—Te doy hasta la cuenta de cinco. Si no te vas, llamaré a seguridad y haré que te echen. La gente como tú no tiene dinero ni prestigio. Lo único que tenéis es vuestra dignidad; ¿tengo razón? Así que te doy la oportunidad de salvar esa dignidad, porque después de que cuente cinco, no sólo te habré robado el negocio, sino también la dignidad —me advirtió.
Sonreí. —Puedo entender que un ladrón como tú no sepa más que de robar. Sin embargo estoy dispuesta a darte el beneficio de la duda. No tengo ningún problema en hablar de esto contigo de forma civilizada.
—No, no lo entiendes —Observé cómo se acercaba a mí con sus andar de depredador, como si yo representase su próxima comida.
Se detuvo a un par de centímetros de mí, tan cerca que pude oler su colonia.
—No pierdo mi tiempo hablando con gente como tú. Y el hecho de que me obligues a hablar contigo no es menos que un crimen para mí. Debería hacer que te encerraran por esto.
Sonreí. —Proyectando tus crímenes en mí ahora, ¿verdad? Está bien; crees que puedes salirte con la tuya proyectando tus crímenes en mí, pero no dejaré que te salgas con la tuya tan fácilmente, Brenton…
—Es Sr. Maslow para ti —dijo.
—El respeto se gana, Brenton. Puedes utilizar el miedo para conseguir el respeto de la gente pero eso no va a funcionar conmigo. Has cometido un delito y, a menos que aceptes devolverme mi panadería, iré a la policía y les contaré todo lo que has hecho —le dije.
Estos señores se creían los dueños del mundo pero yo no iba a dejar que me pisotearan.
—¿De verdad? —Dio otro paso hacia delante, nuestras narices casi se tocaban. —Adelante canalla, acude a quien creas que puede ayudarte. Pero si crees que puedes ganar contra mí, te equivocas.
—No voy a ir a ninguna parte hasta que me des lo que quiero. No me importa si tienes que interrumpir tu reunión para acceder a mis demandas. Harás lo que te diga porque puedo aplastar tu reputación en dos segundos.
Era una exageración, pero esperaba que fuera un snob superficial al que sólo le importaba su imagen ante el mundo.
Jadeé cuando me agarró el cuello con la mano y me empujó contra la pared.
—Como dije, no pierdo mi tiempo hablando con gente que está por debajo de mí. Así que lárgate de mi oficina. Guarda la pizca de respeto que tienes y vete a buscar un trabajo. La gente como tú no sirve para nada, excepto para servir a los demás. Deberías agradecer que te haya salvado de la molestia de llevar un negocio.
Me soltó y se limpió la mano con un pañuelo como si hubiera tocado un trozo de tierra.
—Trabajé mucho por esa panadería. Acepté numerosos trabajos para poner en marcha mi negocio. No puedes quitarme eso, Brenton —gruñí.
En respuesta, me agarró con fuerza de la muñeca y me arrastró fuera de su despacho. Era sorprendentemente fuerte, intenté resistirme clavando los tacones en la alfombra pero fue inútil.
En cuanto salimos de su despacho me empujó con fuerza, haciéndome caer al suelo.
—Te lo dije, no sirves para nada más que para servir a los demás. Ese es tu lugar en este mundo, el suelo. Y yo quería ese suelo, así que lo compré. No me importa ni un ápice quien se haya convertido en víctima. Soy el dueño de este mundo; así que todo lo que hago, cada pedazo de tierra que compro, es legal. Al final del día ganaré y todo será mío. Ahora lárgate de aquí, y no te atrevas a volver a mostrarme tu cara —afirmó antes de volver a entrar a su despacho a zancadas, y esta vez se aseguró de cerrar la puerta.
Las palabras de Brenton eran duras y habrían hecho llorar a cualquier persona . Pero yo no era una persona normal.
Sabía que este estilo de persona existía; había trabajado con algunas de ellas cuando hacía trabajos para conseguir mi panadería. Así que sus palabras no eran nada que no hubiera oído antes.
Y también sabía que todo lo que decía no era más que falso. Yo no estaba destinada a servir a los demás. Todo el mundo tenía un propósito en este mundo, y yo sabía que el mío no era ese.
La razón por la que había iniciado un negocio era para poder convertirme en una jefa amable y justa, y eso era exactamente lo que iba a hacer.
No me importaba lo que dijera de mí; tendría que devolverme mi panadería, aunque tuviera que destruir a su familia por ello.
Respirando profundamente, me levanté y eché una última mirada a las puertas dobles.
Volveré, Brenton. No puedes deshacerte de mí tan fácilmente, pensé antes de bajar en el ascensor.
Iba a hacer mis cosas y después vendría a visitarle de nuevo. No le dejaría en paz hasta que me diera lo que quería, aunque me insultara de la peor manera posible.
En cuanto se abrieron las puertas del ascensor, me recibieron dos voluminosos policías. ¿Qué clase de negocio llevaba con unos guardias de seguridad tan lentos?
¿Y dijo que yo no era apta para tener un negocio? Brenton realmente estaba proyectando sus inseguridades en mí.
Pero eso estaba bien; al menos sabía cuál era su mecanismo de defensa; tal vez podría utilizarlo en mi beneficio en el futuro.
—No se molesten en detenerme; me voy —dije a los guardias mientras salía del edificio.
En el último momento me dio pena que trabajaran para un hombre tan repugnante y decidí darles un consejo.
—Y por cierto, hay mejores empresas en las que ustedes pueden ir a trabajar. Empresas que pagan bien y que os tratarían mejor. Adiós —dije antes de salir.
Para algunas personas, recibir esa respuesta de parte de alguien habría sido el fin. Pero no para mí.
Para mí, era sólo el principio.
Lea los libros completos sin censura en la aplicación Galatea